Partida Rol por web

El sureño se sentó en el lateral en el avión y se agarró a una barra para no caerse durante el despegue. Para nada le inquietaba volar, es más, si no hubiera sido un tirador le hubiera gustado ser un piloto del ejército. Terminó de ajustarse los arneses de la mochila y agarró con fuerza su fusil manteniendo la mirada en aquella luz roja...

Albert miraba a su alrededor, mucho distaba aquel aparato de los tanques en los que hasta hace poco el se movía; había muchísimo espacio, como bien apuntó el piloto, ahí solían trasladarse pelotones enteros, el hecho de estar sólo tres individuos, no hacía más que acrecentar un sentimiento interior de soledad.

Él tenía mucho respeto a la alturas, por lo que cuando, una vez alcanzada altura, se aventuró a echar una pequeña mirada hacía abajo, no tuvo más que apartarse del borde precipitadamente, y agarrarse rápidamente con una de sus manos a una barrra, y con la otra apretó fuertemente el fusil, no fuese que en un viraje, éste se le fuera a escapar.

-Alea jacta est. -dijo casi para sus adentros, mientras miraba aquella luz roja que habría de indicarle el momento exacto para saltar.

El avión surcaba el cielo rápidamente, pronto comenzaron a ver el mar del Canal de La Mancha. Sobrevolaban la zona superando nubes en la noche, y pronto vieron claridad en el horizonte.

Ya falta poco. Aseguró el piloto. Veían Francia, la tenían justo debajo cuando el sol comenzó a emerger desde la nada anaranjado y pequeño todavía, sin la fuerza que el resto del día haría por bien darle.

La luz roja alumbraba sus rostros, allí estaban perdidos en aquel lugar, solos. Enormemente solos.

De pronto la soledad dejó de preocuparles subitamente. el tintineo del metal en un ala del avión les alarmó, cuando miraron afuera vieron el brillo de balas cruzando el cielo hacía ellos. Los antiaereos les habían descubierto. El piloto viró rapidamente a un lado y tuvieron que agarrarse con fuerza, pero un motor fue alcanzado y empezó a humear como una chimenea quemando gasolina.

La luz seguía roja.

El piloto intentó controlar el pajaro sin éxito. ¡¡Teniente!! Gritó desde la cabina, a su lado el copiloto estaba muerto, alcanzado por una bala perdida que atraveso el cristal y su cabeza fortuitamente. ¡¡Saquelos de aquí!! ¡¡Ahora!!

La luz seguía roja.

El golpe que destrozó uno de los motores hizo que el sureño perdiera el equilibrio y cayera rodando al otro lado. Rápidamente apoyó sus manos en la chapa de abajo manteniendo una posición media y avanzando centímetro a centímetro logró alcanzar su rifle y finalmente agarrarse a una barra metálica. Era obvio que de aquí a unos pocos minutos íbamos a perder altura y por consiguiente estrellarnos contra el suelo pero todavía no podíamos saltar, la luz estaba roja.

—¡Joder! ¡Abre la escotilla! ¡No podemos saltar! —grité desde mi posición en parte aterrorizado por estar encerrado mientras nos duchaban con el fuego enemigo.—

Y eso no era lo peor, la luz estaba llegando y podríamos ser unos objetivos muy fáciles en el aire.

Daniel intento ponerse de pie cuando vió que atacaban el avión pero le fue casi imposible. Consiguió enderezarse y tras escuchar al piloto ordenó a James y a Albert que se prepararan para el salto. -Revisen su equipo de salto. Intentó hablar lo suficientemente alto para que se le oyera por encima del ruido del avión.Mientras esperaba a que le dieran una respuesta miraba a la luz roja. Esperaba que se encendiera la verde, pero algo le decia que el avión no aguantaría tanto.

El primer viraje del avión casi le hace a Albert salir despedido de donde se encontraba sentado, hizo fuerza con su brazo, y logró no desprenderse de la barra a la cual se sujetaba; al momento, una pequeña explosión, habían alcanzado uno de lo motores, y la suerte que ello auguraba, era más negra que el humo que despedía.

A la orden del teniente, Albert revisó malamente su paracaidas mientras se aferraba con fuerza a la barra y a su fusil por partes iguales.

- Señor, cada segundo que sigamos aquí vamos a estar cada vez más jodidos, ¿no deberíamos saltar ya? -gritó a su teniente.

El sureño poseía grandes cantidades de paciencia y podía aguantar una misma posición durante horas sin estrés. Pero estar en el aire, mientras les disparan y el avión posiblemente esté perdiendo altura no era precisamente un momento de máxima relajación. La luz seguía roja y el salto estaba próximo. Quizás no se ponía verde porque todavía no estabamos sobrevolando Carentan pero en estas circunstancias daba igual, preferiría andar unos cuantos kilometros de más que no llegar a andarlos...

Una vez que tenían el equipo preparado se acercó a la puerta y miró a fuera. El motor seguía echando humo. Se veían las trazadoras de los antiaéreos y las nubes de humo. La luz seguía roja, se suponía que aún no debían saltar pero como siguieran así derribarían el avión con ellos dentro. Vamos a saltar ya. Cuando estemos en el suelo nos reuniremos antes de dirigirnos a Carentán. Buena suerte en el salto. Después Daniel saltó del avión y tras sentir la sacudida del paracaídas miró hacia el avión para ver a los dos soldados también en el aire. Espero que no nos disparen los antiaéreos a nosotros.

No hacía falta pensárselo mucho más. En cuanto el teniente doy la orden James saltó detrás agarrando el rifle y asegurándose por última vez de que el paracaidas lo tenía detrás. Justo al borde de la rampilla pegó un salto y el aire frío de la mañana le despejó todo el sueño que tenía...Carentan, sólo espero que no quedemos muy separados o muramos antes de tomar tierra.

En la más profundo de su ser Albert sentía un miedo que le helaba los huesos, la idea de saltar no le agradaba en demasía, pero teniendo en cuenta que la otra opción era permanecer en ese maldito trasto, el cual a cada segundo que pasaba se parecía más a un queso Gruyer que a un avión, no tenía más opción.

Volvió a supervisar su paracaidas mientras iba acercándose a una de las salidas. Sin siquiera asomarse un poco, se encomendó a Buda, a Mahora, y a la Santísima Trinidad, por si a alguno de esos dioses le daba por interceder en su favor, y agarrando con fuerza el fusil, pegó un salto hacia el vacío. La velocidad de la caida impedía que pudiera abrir los ojos al completo, pero podía ver a sus compañeros, unas simples manchas oscuras alumbradas tenuamente por la luz del alba.

El avión se convirtió en una columna de humo que descendía a una velocidad vertiginosa, surcando el cielo en diagonal para desaparecer de su vista. Se escuchó una tremenda explosión. No obstante jamas volvieron a saber de la suerte de aquel piloto temerario que les había traido hasta allí.

El salto les deparó suertes muy dispares y la velocidad a la que caía el aparato les sacó despedidos con fuerza hacía lugares distintos...

Reynolds había sido entrenado duramente en paracaidismo y eso dio buenos frutos. No solo consiguió mantener su rifle intacto como pretendía, si no que en todo momento controló el lugar previsto para el aterrizaje y fue dirigiendo el paracaidas hacía allí. Por el rabillo del ojo vió que el teniente Parks y el soldado Bennett se alejaban estrepitosamente de él. Cada uno en direcciones opuestas, por si fuera poco.

Se iban a encontrar solo, cada uno en una punta, de nada le servía a Reynolds aterrizar en el lugar previsto si iba a encontrarse solo de todos modos. Al menos conocía donde estaba y quizá el mapa pudiera sacarle de apuros.

Aterrizó con la sutileza de un ave y sin hacer ruido cerca de la carretera, en un campo de cultivo abandonado por la guerra, tal y como había sido previsto. La carretera era la que llevaba a Carentan y era la que debian tomar una vez en el punto de reunión. La previsión era que no se alejaran tanto de aquel punto, y esperaran a estar todos reunidos para continuar, pero Reynolds pudo ver que sus compañeros habían ido a parar a puntos bien distintos, alejados a unos 500 metros de aquel punto. ¿Sabrían llegar?

El teniente Parks apenas miró a donde caían los demás ni donde estaba el objetivo del salto, aquel salto lo había empezado ya totalmente desorientado por las circunstancias y su estancia en el aire no sirvió para tranquilizarse ni mucho menos.

Sin duda la básica instrucción de paracaidismo que había recibido no se asemejaba ni lo más remotamente a la realidad. Tuvo que emplear toda su concentración y cuerpo para controlar el paracaidas y aún así el golpe contra el suelo fue bastante duro, aturdido durante unos instantes miraba alrededor. Había caido en una pradera de hierbas altas que le llegaban hasta la rodilla, la cual se encontraba cercana a un bosquecillo.