Partida Rol por web

Uno. Anette.

Dos. Shan Mei.

Tres. Alex. 

Cuatro. Mich.

Cinco... Anette.

Duarte contuvo la respiración tras lanzar el destornillador y lo expulsó en una brusca bocanada de aire ante el impacto de bala próximo a su propia cabeza, al tiempo que se encogía como un feto de forma instintiva. Un grueso grumo de sangre y masa cerebral resbaló por su rasposa mejilla sin afeitar mientras el olor de la carne quemada por el plomo caliente llenaba su espacio inmediato. El Puño sabía donde estaba. Acababa de descubrir su posición. Pero lo había herido. O lo había herido a cambio de descubrir su posición. 

No había tiempo para maldiciones, para carreras suicidas, para ataques frontales. Duarte sabía que estaba muerto. Era cuestión de tiempo. Siempre lo había sido. Tenía 24 años y los últimos siete habían sido un regalo. Hacía tiempo que había superado su esperanza de vida. Pero aun así no se resignaba. Se aferraba a la existencia, y el odio y la rabia eran los puntales de su fortaleza. Ellos y el miedo. Y por ello pensaba. Febrilmente. No disponía de demasiado tiempo y su cabeza tampoco era su principal activo.

La mano de Pedro se deslizó y tocó las frías varas. Sus ojos se abrieron en medio de la oscuridad con un brillo imposible de ver. Hurgó con rapidez en el bolsillo y sacó la cinta americana. No sabía si el Puño iría a buscarle, si se mantendría en su posición y seguiría disparando hasta vaciar el cargador o matarlo. No sabía nada. Solo que quería vivir. Y que debía aprovechar todo aquello cuanto tenía a mano. Se pasó la cinta por la cintura, sobre el mono, pegándola a él. Una vuelta. Dos. Rápidamente. Tomó aire. Cogió un puñado de varillas y las colocó sobre su pecho, sintiendo sus puntas rozar en ocasiones la barbilla, haciendo correr la cinta sobre ellas, manteniéndolas fijas. A ese siguió otro. Y otro. Y la cinta volvió a recorrer al completo su cintura. Una vez. Cortó la tira adhesiva y repitió el proceso a la altura del pecho. Quería que aquella improvisada protección se mantuviera lo más firme posible. 

Una queja de Dwayne puso alerta a Shan Mei. Estaba apunto de levantarse y lanzarse hacia donde había escuchado el sonido cuando sonó un nuevo disparo que dejó a la chica congelada donde estaba. Sabía que no podía retrasar mucho aquello. No funcionaría mucho más hacerse la muerta, y si dejaba que aquel bruto se alejara más de la cuenta no podría siquiera intentar acabar con él. Pero por otra parte, moverse sin ton ni son solo le llevaría a morir sin remedio, así que debía estar completamente segura antes de lanzarse hacia lo desconocido.

El punto rojizo derepente desaparece, pero solo un momento, mientras escucháis la tos de Dwayne y luego como escupe lo que suponéis sangre. El punto rojizo vuelve a bailar en aquella oscuridad y, en algún lugar indeterminado entre el triángulo que formaría el lugar donde se había escuchado a Alex por última vez, el punto donde se había escuchado caer a Mich y el lugar donde había muerto Anette... se escucha caer un objeto metálico.

Esta vez ha sido algo más ruidoso, sabes que no está de espaldas a tí porque no llegaste a recorrer los veinte metros, de hecho calculas que solo la mitad. Evidentemente querías flanquearlo así que tampoco lo tienes de cara. Calculas que puedes tenerlo a tres cuartos, de costado con mucha suerte.
El terreno puede jugarte una mala pasada ante una acción rápida. Pero claro, moverte lentamente siendo completamente visible para él...
Lo que sabes cierto es que en estos momentos te cree muerta y no te muestra ningún interés.

Cortó la cinta americana y terminó de pegar el último extremo, momento en el que se permitió volver a respirar. Su corazón bombeaba rápida y ruidosamente y Duarte sintió que aquellos latidos que amenazaban con romper su propio pecho debían oírse por todo el almacén. Pero lo que oyó fue una tos y un gargajo húmedo, propios de un enfermo de tisis. Había oído algo similar otras veces y una sonrisa de lobo se dibujó en su cara. El Puño tenía un pulmón perforado. Tal vez su destornillador, tal vez una herida anterior, quizá la acción de alguno de los otros. Pero no los oía, posiblemente tan callados como él, tratando de no ser el objetivo de la siguiente bala. Quizá ya muertos. Y recordaba el punto del láser que había pasado de morado a rojo.

Viró la cabeza, y aquel pequeño faro de luz en la oscuridad desapareció. No había más rojo, no había más morado. No había ese punto que marcaba al gran simio negro. Y la desesperación, el temor a lo ignorado, el peso de la oscuridad crecieron. De pronto, la protección tejida en el pecho parecía insuficiente. Era como un feto suspendido en una enorme placenta, aislado de todo y de todos, indefenso. Y con aquella indefensión regresó la rabia, el odio, el deseo de matar. Y simultáneamente regreso el punto rojo. Y algo más entró en escena.

Plink.

Un sonido metálico, un objeto cayendo cerca, en un punto equidistante a todos ellos. Una trampa para obligarlos a exponerse. Tal vez. Una promesa de muerte. Tal vez.

Duarte supo que no era una trampa. El Puño no la necesitaba. No, era otra cosa. Su herida parecía lo suficientemente grave como para querer acabar con aquello cuanto antes, eliminarlos como las molestas moscas que eran y que se resistían a morir zumbando a su alrededor. Una bomba de humo, una granada química, un explosivo. Lo ignoraba, pero no era bueno. Su vello erizado se lo confirmaba. Por delante, unos pocos segundos para reaccionar. Y aun así, la esperanza de sobrevivir era casi nula. Su mirada estaba clavada en el punto rojo.

Rodó sobre sí mismo y se puso en pie lo más rápido que pudo, sintiendo los bordes de las varillas raspar sus muslos, arañar su barbilla. En ambas manos la sierra circular y la sierra médica. Furia y odio regando su cuerpo a través de la roja sangre que corría enloquecida por sus venas. Y como su sangre, él también corrió, alimentado por una adrenalina que lo azotaba como una tormenta, cargando contra el punto rojo. El pulgar pulsó el botón de la sierra circular, poniéndola en marcha, mientras zancada a zancada trataba de acortar aquellos miserables e infinitos metros que lo separaban de aquel a quien odiaba con todo su ser, con toda su alma.

-Lucía -musitó en plena carrera, llenando con su recuerdo quizá su último segundo de vida.

Allí estaba Alex, acurrucada entre los armarios, con todo el cuerpo dolorido. Escuchó varios disparos, ruidos metálicos...y a ese gigantesco cabronazo gritar...¿habría dado resultado su pequeña treta?...de todas formas, ahora daba igual, en su condición era totalmente incapaz de salir corriendo hacia él y menos de derribarle. Por la mente le pasaron varias cosas, pero ninguna era factible, ¿qué podía hacer? tenía muchas cosas en los armarios, pero ninguna le servía como arma. Dwayne estaba muy lejos, y no podía acercarse. Crear una distracción era inviable, podía ver en la oscuridad, de eso estaba segura...¿entonces qué?¿qué? ...Ahí estaba el truco...tenía que ver en la oscuridad como él...tenía una pequeña tablet,habían millones de programitas...¿y si hubiera uno que le permitiera usar la cámara de la tablet con visión nocturna?...de esa forma podría ubicarlo y ver sus movimientos...pero necesitaría descargarlo, y la verdad, no sabía si podría encontrar una red wifi o algo así, de todas formas, no perdía nada por probar. Y entonces algo metálico cayó cerca, algo que no sonaba nada bien...

- Mierda!!- exclamó y rápidamente corrió a refugiarse dentro del armario que tenía más próximo a ella. Ni idea de si le iba a servir de algo...pero oye, Indiana Jones se salvó de una bomba atómica metiéndose en una nevera ¿no?...si, era curioso lo que te venía a la mente en una situación tan crítica como aquella.

Estoy acurrucado contra el montón de varillas y miro furtivamente durante un instante hacia la mala bestia, parece ser que no ha salido como pensaba, No me puedo ver la pierna pero me duele muchísimo,, me arriesgo a tocarme y un relámpago de dolor me sube hasta la cabeza, estoy a punto de desmayarme.

Miro hacia arriba y respiro fuerte aguantando el dolor, tengo que sobreponerme o simplemente moriré. Me quito el cordón de uno de los zapatos y aplico un torniquete justo por debajo de la rodilla. Me lo aprieto hasta que me duela, no tengo ni idea de la gravedad, pero no pienso jugármela.

No me muevo ni un milímetro, me quedo pegado contra mi protección esperando acostumbrándome al dolor. Me entierro un poco, haciendo hueco con la espalda, para estar un poco más a cubierto, se que dentro de poco me tocará ponerme en pie, y mis días de correr han acabado.

Shan Mei no sabía que hacer. Estaba en una encrucijada y cualquiera de los caminos que podía tomar le parecía un callejón sin salida. Sin luz cualquier intento de acercarse o incluso atacar al hombre era un suicidio, y si simplemente se quedaba allí quieta al final se fijaría en que no había dejado de respirar, aunque tenía la precaución de no hacerlo ostensiblemente.

Se puso mentalmente a hacer recuento de lo que tenía en ese momento. Un destornillador en una mano, una sierra de disco en uno de los bolsillos, una fea herida en la cabeza... y un mar de varillas sobre las que estaba y que, al parecer, le habían salvado la vida. No tenía nada más a su alcan... Pero sí que tenía algo más. Su mano derecha estaba bajo su pecho, ya que se había quedado en aquella incómoda posición al caer, y notaba la cruz que aún tenía colgada al cuello. En cualquier otro momento le hubiera parecido una locura, pero... Tenía al menos que intentarlo. Cogió la cruz a través del mono, concentrándose en ella y centrándo su pensamiento, su mente y su... alma, en aquel pedazo de metal. Sabía que aquel objeto era una conexión con el mundo de los muertos, por así decir. Puede que solo empeorara la situación, pero... tampoco tenía muchas más opciones.

Su hija se había ido en paz, pero aún quedaba un cabo suelto en todo aquello. Su marido, Michael, se le había aparecido en sueños y, al parecer, estaba involucrado de alguna manera en el proceso en que los espíritus eran... "procesados", a falta de una palabra mejor y valga la redundancia. Era, sin duda, una locura pero ¿y si pudiera comunicarse con Michael y este le ayudara de alguna manera? Al fin y al cabo estaba intentando detener a uno de los que habían ideado aquella terrible fábrica, o al menos de los que la defendían ¿se pondrían los espíritus de su parte? ¿acaso se había vuelto del todo loca? Examinando la situación en la que se encontraba, no le hubiera extrañado nada en absoluto.

Pensó, como si alguien pudiera escucharla "Michael, por favor, ¿puedes escucharme?" Apretó fuertemente la cruz en su mano. "Si puedes escucharme, cariño, nuestra pequeña descansa ahora en paz" Dejó la mente en blanco unos instantes. "No se si estás cautivo de alguna manera... ni siquiera se si puedes oirme... Pero ahora más que nunca necesito tu ayuda. Te quiero." No sabía realmente qué podría hacer su marido. Era absurda la misma idéa de estar pensando aquello. Pero sin luz y sin opciones, tan solo le quedaba... "rezar y hablar con los muertos".

Oscuridad. Tras el caer del objeto metálico al suelo se escucha uno de los armarios metálicos cerrarse y a alguien corriendo sobre las varillas.
Una terrible explosión ilumina durante segundos la habitación lanzando varillas convertidas en mortíferas lanzas... durante esos segundos se puede ver como El Puño sonrie apuntando al desdichado que se acerca corriendo hacia él en línea recta. La sonrisa se le borra cuando el arma se le despieza en las manos, al ver como una fuerza sobrenatural -juraríais ver la silueta de un hombre durante unos segundos- separa los tornillos, balas, chapa y cañon de aquella escopeta y los dispersa junto las balas.
Para cuando se rehace de la sorpresa y lleva su mano a un enorme cuchillo la figura de Duarte salta sobre el, con una minisierra encendida en cada mano... y la luz se apaga.
Se escuchan gritos, y pelea, y a Dawson gritar, la luz viene, se va...viene. Parece que pelean sobre el pequeño "mechero" que usaba Dawson, o que ha recibido algún golpe.
Al cabo de unos segundos la luz parece volver definitivamente. Duarte tiene un cuchillo clavado en el pecho...entre un extraño entramado de varillas que le hace a modo de chalecho. La punta del cuchillo si parece haberle herido, pero no parece nada importante.
El puño, bueno...cuesta mirar como ha quedado, aunque ese pedazo cabrón aún respira. Cerca de él, el "mechero" que había usado lanza un gemido electrónico, como si estuviese a punto de morir.
Cuando estáis a punto de celebrar la victoria os dáis cuenta de que Mich está en las últimas. Aquella granada parece haberle dado de lleno.

Duarte, a horcajadas sobre el cuerpo del Puño, dejó caer ambos brazos a los lados. Bajo él, el gran simio negro aún respiraba, pero su cara y tronco eran un amasijo se sangre y colgajos de carne. Durante la pelea, la máscara se le había desprendido y Duarte fue consciente de que la vida aún no había abandonado a aquel asesino. 

Con un gesto desmañado,  fruto del agotamiento y de la tensión, se arrancó el cuchillo que apenas había desgarrado su pecho, sujeto entre el entramado de varillas y cinta americana. Las sierras empleadas en el ataque volvieron a los bolsillos del mono de trabajo. Una mirada hacia el aparato que había encendido y apagado las luces, un golpe seco con la empuñadura del enorme cuchillo y Duarte rompió aquella extraña máquina. 

-No te me moriste, pinche cabrón. Pero ahora hablarás, chingón. Por tus muertos y los míos que lo harás -el cuchillo acarició con un frío lengüetazo el cuello del Puño-. ¿Por qué quisiste matarnos? ¿Por qué mataste a la señorita Anette? ¿Eres tú el que hizo que todo se fregara y que nada funcione? Habla, negro chingón, habla -un susurro que revelaba las intenciones de Duarte se dejó oír-. Dime cómo podemos salir de acá. Y qué más mierdas tenías preparadas para todos nosotros. 

La respiración de Duarte se fue acompasando poco a poco. Una breve mirada atrás le había permitido ver gracias a la renacida luz que Mich había salido malparado aunque las mujeres, excepción hecha de Anette, habían sobrevivido. Si estaban heridas y de cuánta gravedad, lo ignoraba.

Su mano derecha se mantuvo firme manteniendo el cuchillo del Puño contra la garganta de este, dispuesto a cortar a la más mínima amenaza y acabar con él. Mientras tanto, su mano izquierda palpaba un bolsillo y otro, el cuerpo entero del simio negro dispuesto a saquear cuanto este llevara encima. Ya había visto su escopeta policial, ahora desmembrada en mil y una piezas. Era factible que guardara cualquier otra arma consigo. Incluso una nueva granada.

Encuentras la tarjeta de Dwayne.

Todos estáis de pié, aún sin asimilar que había ocurrido.
Dwayne parece moribundo, casi ido por el dolor y las heridas, hasta que Duarte pisa aquel "mechero". En solo en ese momento que empieza a reir, como si todo fuese una gran broma. Las risas se tranforman en una principio de tos que acaba ahogándole en su propia sangre. Solo dice, entre toses y risas algo sobre un pararayos...
Las varillas, y todos vosotros, junto con Dwayne, salís volando contra el techo donde os estrellais. En ese momento las luches que no se han roto por las varillas ni los golpes se encienden, con una luz blanca y cálida que ilumina sin ningún tipo de problema todo el almacén. Así pués, con el cuerpo en tensión por todo lo ocurrido no os había costado demasiado caer en buena posición, no evitáis otra lluvia de palos pero el dolor ya era algo asumido en aquel lugar.
La fuerza sigue oprimiéndoos contra el techo pero empezais a notar auséncias: ese aura de extrañeza constante parece haber desaparecido, lo cual debería ser un pensamiento totalmente absurdo encontrandoos pegados al techo. Pero no lo es, la perfecta iluminación que nace desde unas bombillas y tubos ubicados a vuestros pies, la tranquilidad que denota aquella habitación...es como ver desde un barcho desecho alejarse a la tormenta que casi te hunde.
Y en ese momento es cuando os dais cuenta de que la fuerza que os tiene contra el techo es, simple y llanamente, la fuerza de la gravedad. Así pues nada os impide "levantaros" salvo vosotros mismos.

El registro no había tenido un éxito importante a ojos de Duarte, que miró la tarjeta del simio con ojo escéptico antes de guardarla en un bolsillo. No era un descubrimiento que tuviera intenciones de compartir. No en un primer momento y no con una Ciara que ignoraba cómo reaccionaria ante la muerte de Anette cuando salieran de allí. Y entonces, el mundo se volvió del revés. 

Fuera cual fuera la función de aquel dispositivo, cuando Duarte lo rompió con el mango del gran cuchillo, el mundo se volvió del revés. Como absorbido por un a fuerza irresistible, se sintió caer hacia el techo. Sin duda, una más de las sorpresas de aquel almacén, en esta ocasión servida de la mano de aquel pequeño utensilio empleado por el gran simio negro. 

Cayó, con más gracia de la esperada en aquella situación, fruto de la constante tensión que obligaba a su cuerpo a reaccionar una y otra vez y sin darle descanso. Varillas y demás elementos llovieron sobre él, que se cubrió la cabeza con ambos brazos, recibiendo el impacto sobre el resto de su cuerpo, amplificando el dolor de las zonas ya golpeadas y generando nuevos puntos de dolor que convertirían su piel en un mapa de hematomas. 

Pero su mente no reaccionó con la misma rapidez que su cuerpo. Engañado, pensó que había sido empujado hacia el techo hasta que comprobó la posición de sus brazos cubriendo la cabeza. Parpadeó perplejo y miró en torno suyo. Al lado, el gran cuchillo que tomó nuevamente para sí. Más allá los cuerpos sin vida de Mich y Anette, esta última irreconocible tras haber sido decapitada por un segundo disparo, en esta ocasión dirigido a él. Con expresión igualmente perpleja, Shan Mei y Alex. Y finalmente, él, el asesino. 

Avanzó hacia él, consciente de que las mujeres se encontraban bien a la vista de sus gestos y movimientos. Y volvió a poner el cuchillo en su garganta.

-Habla, pinche cabrón. Dinos cuanto sepas de este lugar. Y sobretodo, cómo salir. Y estás bien fregado. Puedes elegir entre sufrir o que todo acabe rapidito. 

Alex se acurrucó dentro del armario, esperando el estruendo que resonó al explotar la granada. Todo se había quedado en calma...esperó unos segundos y lentamente abrió la puerta que chirrió. Todo seguía a oscuras pero pasó algo en ese momento. Una luz, una luz brillante y lo que parecía una silueta...¿una silueta?¿un fantasma?...miró y vio a Mich tirado en el suelo y comprendió ,"Mich también...joder". En ese momento Duarte llamó su atención saltando sobre Dwayne y derribándolo por fin.

La luz había vuelto y salió corriendo hacia Shan Mei, que parecía estar malherida. 

- ¡¡Cielo santo Mei!!- la joven se arrodilló junto a la chica asiática mirando la tremenda herida que tenía en la cabeza. - ¡¡Pedro, Mei...!!- y algo la interrumpió. Algo cambió en el ambiente, en el lugar en si. De pronto fueron succionados hacia el techo, y no solo ellos, todo lo que había en el suelo. Alex se volvió a cubrir con las manos ante la inminente lluvia de varas metálicas y demás que se le venía de nuevo encima.

Todo pasó, Alex apartó sus brazos y echó una ojeada al rededor, no era que estuvieran en el techo...el techo se había convertido en el suelo, al menos desde su punto de vista. Algo había cambiado, el ambiente, la atmósfera de aquel sitio, había cierta tranquilidad...que se interrumpió cuando Duarte volvió a cargar contra Dwayne.

Alex salió de su ensimismamiento y reaccionó buscando de nuevo a Shan Mei con la mirada. Se levantó y volvió a acercarse a la chica. La herida no era muy bonita que digamos...Corrió a los armarios (que ahora estaban boca a bajo) y buscó uno de los rollos de esparadrapo y volvió corriendo hacia Shan Mei. Sacó la pequeña navaja que guardaba y cortó un trozo de su mono que colocó sobre la herida con el esparadrapo. Aquello era una solución temporal, había que tratar la herida con urgencia.

- Pedro!! hay que volver a la enfermería ya!!-

Alex estaba al lado de Shan Mei cuando el mundo, literalmente, se puso cabeza abajo. Una cascada de varillas y seis cuerpos, vivos o muertos, volaron hasta el techo... o cayeron a lo que hasta ahora había sido el techo, según se mire, con un estruendo ensordecedor. Mei Tuvo la suficiente presencia de ánimo para caer más o menos bien y no hacerse mucho daño. Lo cierto es que, desde que había vuelto la luz se encontraba un poco mareada, y las palabras de Alex no habían sido un consuelo... La herida podía ser peor de lo que le había parecido.

Mientras la chica le vendaba como buenamente podía, Shan Mei miraba al suelo y pensaba en lo que había visto antes de que todo hubiera acabado. Aquella silueta... ¿Podría haber sido él? Sacudió la cabeza, lo que hizo que Alex le pidiera que se estuviera quieta un momento, que ya acababa, y apartó aquellos pensamientos de su mente. Bastante tenían ahora con volver con sus compañeros.

Mei le dió las gracias a Alex cuando esta acabó de vendarle. La chica dijo que tenían que volver a la enfermería, y era verdad, pero Shan Mei podía aguantar un poco más, y quería oir lo que el maldito asesino pudiera decir.

- Espera Alex, yo también quiero oir lo que ese cabrón tiene que decir.

Y se dirigió a donde estaba Pedro, colocándose a su lado y mirando duramente al hombre al que se le escapaba la vida poco a poco.

Mei se levantó, parecía estar un poco mejor de lo que aparentaba y eso era un gran alivio, aún así debían volver rápido y tratar las heridas, además de hablar con los demás, este sitio era más peligroso de que lo que parecía...mucho más. 

Mientras Duarte y Mei intentaban sacar algo del ya moribundo "El Puño" Dwyane (alias "Cabronazo"), Alex comenzó a sentir el peso de todo lo sucedido. El nivel de adrenalina en su cuerpo bajó y con ello volvió la realidad a ella como un mazazo. El dolor de su nariz rota y la ceja abierta, cuya sangre ya comenzaba a secarse en su rostro, y el cuerpo...como le dolían los huesos, la lluvia de varillas cuando todo se desplomó no le había hecho ningún bien. Su cuerpo comenzó a pesar, y cada vez que inhalaba aire, le entraba una migraña enorme...y se dejó caer en el suelo...o en el techo. Por fin unos minutos de paz, ahí quedó, de rodillas en el suelo, intentando concentrarse en que no había dolor...

- En los armarios hay cable, cinta americana...podemos atarlo, inmovilizarlo, y llevarlo a donde los demás,así podremos hablar con él mientras nos recuperamos. Me duele todo el cuerpo.-  no sabía si era una buena opción, pero deseaba llegar a la enfermería y tomar algo, no se iba a morir de esta (si había sobrevivido a lo ocurrido, una nariz rota y el cuerpo molido a golpes no iban a acabar con ella), pero unos analgésicos le irían de perlas.- Y hay que intentar sacar a Macario. También está el tema de esa....esa aparición...tenemos que hablar con los demás.- y cerró fuertemente los ojos ante el calambrazo que sintió en la maltrecha nariz.