Partida Rol por web

No pasaron ni tres latidos de corazón hasta que Áscalon apareció silenciosamente de entre las sombras de la espesura, acercándose con la cabeza baja y las orejas enhiestas en un gesto aludido. Se acercó a la druida con la plumosa cola flotando detrás suyo a paso ligero, contento de volver a reunirse con ella.

Galatea hincó una rodilla para acariciarlo como quien recibe a su hermano pequeño al volver a casa. Luego se volvió a levantar y miró de reojo a Rengar.

—Por si quieres hablar con alguien... que te escuche.

Y echó a caminar en la dirección por la que había hecho mutis el bardo.

Áscalon se quedó sentado sobre sus cuartos traseros, miró al semiorco y ladeó la cabeza con la lengua colgando por un lado de la boca. El sonido interrogante que emitió resultó tan explícito que casi parecía estar diciendo "No, yo tampoco entiendo qué ha pasado aquí".

Ossian no se alejó demasiado del campamento. Lo encontraste a unos metros, en jarras y mirando al cielo. Se volvió.

—Oh, Galatea. Necesitaba tomar un poco de aire fresco.

Galatea dejó de masajearse la sien (había estado haciéndolo por el camino) y miró de soslayo el campamento.

—Sí, eso me pareció... —respondió suspirando con el cansancio mental pesándole en la voz—. O en su defecto, que lo que tratabas era de evitar mandar a alguien "con viento fresco".

El juego de palabras sonaba a chiste, pero el caso es que lo había dicho con toda la normalidad del mundo. Claro que irónicamente era eso precisamente lo dotaba de gracia, al margen de que fuera o no la intención de la druida.

Dejó de mirar al campamento y volvió a mirarlo a él.

—No sé qué habrá pasado. Y no voy a insistir si no te apetece... pero aún así me veo en la obligación moral de preguntar. ¿Va todo bien?—dijo—. Porque no tienes lo que se dice buena cara...

No sabía si le habrían dicho algo que lo había ofendido, o simplemente lo había enfadado a secas. De lo que sí estaba segura era de que tenía que ver con Khaila. La guerrera llevaba un día... bastante tedioso de soportar en términos coloquiales.

Ossian sonrió ante el juego de palabras pero no respondió inmediatamente, sino que se dedicó a mirar al cielo estrellado.

—¿Hay algo por lo que se preocupe Khaila aparte de la próxima comida que va a ingerir o ese espadón que blande? ¿O no es todo en su cabeza más que ansia por monedas, cerveza, mejores armaduras y un buen petate en el que dormir? —soltó de golpe.

Bufó, soltando todo el aire y después meneó la cabeza.

—Lo siento. Es que no comprendo a la gente como ella. Pero es tu amiga y no debería haber hablado así de ella.

Galatea primero enarcó las cejas anecdóticamente, había hecho diana en sus sospechas. Luego, cuando Ossian dijo la última palabra sonrió de lado y emitió un sonido apagado que parecía ser una risa bien disimulada.

—No te preocupes, es normal que la gente se pregunte eso cuando la conoce—respondió—. Hasta yo me lo pregunto a veces.

Miró un momento a las copas de los árboles como si quisiera averiguar qué era lo que estaba mirando el bardo, aunque en realidad era que estaba buscando la luna.

—Hay quien pasa por el mundo siguiendo únicamente el sendero más corto hacia cada objetivo que se marca, sin mirar lo que hay a los lados. Y hay gente a quien le encanta hacer altos en el camino para pararse a admirar lo que le rodea porque piensa que merece la pena—se rascó el cuello con una mano y volvió a bajar la vista hacia Ossian esbozando una sonrisa sesgada—. Si no me equivoco, tú eres de los segundos, ¿verdad?

Evidentemente ella también, si no, no sería druida. Y bueno, Khaila era claramente de los primeros.

—Normlmente... se limita sólo a ser gruñona—resopló—. Solo que hoy no sé qué demonios le ocurre que está enfadada con el mundo.

Normalmente diría algo más animado en su favor pero la verdad es que la propia Galatea estaba decepcionada con las reacciones de la guerrera aquél día. Ciertamente no sabía mucho más que Ossian de su compañera de viaje y eso que no habían pasado precisamente poco. Aún así, trató de esforzarse como siempre en mantener un equilibrio de opiniones.

—En el fondo no es mala persona, solo que... bueno, por decirlo de forma suave, tiene la empatía y la delicadeza de un proyectil de balista naval. Pero no es mala persona.

Se cruzó de brazos y ladeó la cabeza.

—Déjame adivinar, ¿le preguntaste que cómo le iba el día y te respondió con un sonido gutural e indefinido?—la sonrisa sesgada de antes adquirió un ribete de disculpa. Trataba de levantar un poco los ánimos quitando hierro al asunto.

Ossian cogió un guijarro del suelo y lo arrojó lejos mientras meditaba la respuesta.

—No es exactamente eso. Es que... bueno, los que blandimos un arma o un conjuro tarde o temprano acabamos matando a alguien. Y no sólo hablo de monstruos como el nirbolg, sino de personas, con vidas y familias. Quizá tu amigo el paladín opine de forma diferente, pero yo creo que no hay nada honorable en el combate. No se dirime caballerosamente quién es mejor, sino que simplemente se mata. No hay honor en el acto de matar, da igual cómo se haga.

Clavó su mirada en ti.

—Lo único que me permite dormir por las noches es la certeza de que lucho por hacer de los Reinos un lugar mejor. Que protejo las vidas de las gentes que no pueden defenderse por si mismas, como esos campesinos de Velarburgo. Pero Khaila... parece que no le importa un bledo por qué o para qué mata. Me da la impresión de que es simplemente una asesina que disfruta con la euforia de la carnicería en si.

Galatea se quedó un momento inmóvil como una estatua en medio del bosque pensando en lo que acababa de decir Ossian. Aunque el gesto de su cara era indescifrable y neutro transmitía cierta calma, no como cuando alguien se mantiene en un hosco silencio.

—Pensaba que la gente que piensa así ya sólo podía encontrarse en las historias bárdicas... por irónico que suene—dijo curvando una de las comisuras de la boca hacia arriba—. Hacen falta más personas como tú por ahí sueltas, Ossian. Viviríamos en un mundo bastante más agradable si más gente pensara así.

A fin de cuentas, la forma de actuare de Galatea solía ir enfocada a mantener el orden más pacífico, pero tirando a hacer el bien más que a actos de interés propio.

—No, Rengar no es de esos. Es un paladín de Ilmáter, no le verás disfrutar en combate ni lanzarse a uno a menos que le obliguen y deba defenderse.

Con respecto a Khaila... se guardaría su opinión, no le gustaba pronunciarse sin conocer los motivos que llevaban a la guerrera a actuar de esa forma, pese que a priori no le despertase simpatía.

—Todo depende del prisma con el que mires, supongo... —dijo—. Por ponerte un ejemplo... ¿Sabías qué hay gente que a mí me considera un monstruo?

Descruzó los brazos mostrando las palmas como diciendo "Mira, ¿ves?" y sonrió como quien acaba de plantear un acertijo más que una simple pregunta.

—O igual es que lo disimulo bien. ¿Tú qué dirías?

Ossian esbozó una sonrisa pueril y se hinchó de orgullo como un pavo.

—¿Un monstruo? Yo diría que eres un ángel.

Galatea parpadeó, era la primera vez que alguien expresaba la opinión que le merecía de forma tan explícita. De haberse tratado de una persona con menos temple, se habría puesto colorada.

—Vaya, gracias—respondió riendo un poco por lo bajo—. Pero créeme, por increíble que te parezca, los hay. Y sin embargo están mirando a la misma persona que tú cuando afirman eso. Si quieres te lo cuento más tarde...

No sabía cómo se tomaría Ossian el tema de sus raíces pero ya había cometido una vez el error de asumir que sus compañeros estarían al tanto de las peculiaridades de de éstas y luego resulta que no tenían la menor idea de ellas. No quería que pasara de nuevo. Y no se avergonzaba de lo que era como para tener que andar evadiéndolo.

Bajó de nuevo las manos y suspiró suavemente.

—No me han hecho... ninguna gracia muchas de las cosas que ha dicho o que ha hecho Khaila hoy, en ese aspecto estoy como tú, pero quiero pensar a que simplemente pueda haber tenido un mal día—admitió—. Porque si queremos enfrentarnos a un Dragón Rojo, necesitamos estar compenetrados, no yendo cada uno por su sendero si mirar a los lados para ver cómo están los de los demás.

A decir verdad, aquello la preocupaba un poco. Hasta la fecha ella y Rengar se habían ofrecido sin dudar a ayudar a Khaila cuando a penas la conocían, les había bastado que estuviese en apuros para decidir hacerlo. Habían viajado hasta un templo maldito por una diosa, se habían jugado la vida... pero por más vueltas que le daba no hacía más que recordar pegas por parte de la guerrera. Cuando no eran las quejas por las malditas ocho horas de guardia, eran los malos gestos para con unos ciudadanos asustados que no tenían culpa de estarlo, o ignorar a la sacerdotisa del templo delante de todo el pueblo... ¿qué pasaba?

No era adivina, y Khaila tampoco es que hiciera esfuerzos por explicarse.

—Tal vez deberíamos empezar por reunir lo que sabemos y lo que no sabemos de ese dragón—dijo—. Y por dejar algunas cosas claras... con respecto a ciertas actitudes. Es decir, si al volver encontramos a todo el mundo donde lo dejamos, y no una nota que ponga "Nos hemos ido a tirarnos de los pelos a otra parte, no nos esperéis despiertos".

—Bueno, pues si piensas intentar entender qué se le pasa por la cabeza espero que tengas más suerte que yo —resopló Ossian—. Es lo que intentaba hacer antes. Le pregunté cuál era su historia, cómo se había convertido en aventurera. Pensé que si conocía su pasado podría llegar a entender qué podía rondarle por la cabeza cuando se comporta como lo hace. Pero lo único que recibí fue un "a ti no te importa". Dio igual que le insistiera, se cerró sobre si misma como una ostra testaruda.

Galatea negó con la cabeza.

—No—respondió—. Lo que pretendo es que entienda que los demás no somos adivinos y que el estar en un grupo conlleva que la responsabilidad se reparte. No puede actuar como si estuviera sola porque lo que hacemos cada uno repercute en todos.

Hizo una pequeña pausa y luego resopló al oír la respuesta que había obtenido Ossian. Por supuesto si no quería contar algo, Khaila no tenía porqué hacerlo, pero es que había muchas formas de decir las cosas... sin ofender a quien pregunta.

—Aunque el tema de la delicadeza a la hora de responder ya va a ser otra historia... El caso es que alguien que no se deja entender luego no debería quejarse de que la gente no lo hace.

Porque terminaría pasando otra vez, como con lo de las guardias dichosas.

De momento no pensaba soltarle ningún sermón ni nada por el estilo (a menos que la ocasión se forzase, que ya no sabía si pasaría aquello) pero inicialmente se conformaba con que entre todos hilasen una estrategia para encarar al dragón.

—No puedo estar más de acuerdo con eso —dijo Ossian.

El bardo volvió a sonreír.

—Gracias —te dijo, con sinceridad—, me siento mucho mejor ahora.

Ossian: amistad +10

Los recientes actos de Galatea han provocado un cambio en la actitud de un compañero:

Ossian: amistad +10

Pese a que por fuera no se notase nada más remarcable que el gesto afable, por dentro Galatea se sintió algo más aliviada de que por lo visto fuera más fácil razonar con Ossian. Puede que el bardo a veces pareciera buscar la epicidad de las gestas fantásticas en el mundo real pero era buena persona con una forma de pensar abierta.

—De nada—dijo—. Tómalo como un agradecimiento por contarme aquel relato sobre los "Lobos" de Rashemen.

Sonrió ligeramente y señaló el camino de vuelta al campamento con la barbilla. No lo decía por hacer la gracia, le gustaban las historias y los relatos de otros lugares y gentes.

Galatea y Ossian volvieron cinco minutos más tarde. Al parecer habían estado hablando pues el rostro del bardo aparecía otra vez risueño. El trovador evitó mirar a Khaila a la cara y se dedicó a afinar su flauta.

Rengar se quedó a solas con el lobo. Lo miraba fijamente. Hablar con él en voz alta le parecía un poco tonto, así que le transmitió su afecto rascándole las orejas. Cuando regresaron el bardo y la druida, el semiorco se acercó a ésta.

-¿Qué ha pasado?

Áscalon parecía encantado de que Rengar le hiciera caso porque empezó a mover la cola cuando éste le rascó las orejas. No es que Galatea se hubiera referido literalmente que se pusiera a hablar con él, si no que parecía haberse referido al hecho de que el lobo estaba "atendiendo" a Rengar cuando este "se dirigía a él" y el paladín no necesariamente acababa de hacerlo con la voz.

A fin de cuentas, la elfa jamás decía literalmente lo que estaba pensando sin que fuera de forma críptica. Y aunque resultase un poco gracioso, se había cumplido lo de que Áscalon le estuviera haciendo más caso que el las otras dos personas que se habían quedado con él.

Galatea llegó detrás de Ossian con la expresión cansada de alguien que lleva tres horas tratando de memorizar una complicada fórmula alquímica. Áscalon dejó a Rengar y fue a recibirla a paso ligero, hociqueándole una mano hasta que logró que la moviese para acariciarle la cabeza.

La elfa llegó junto al fuego y se sentó con un hondo suspiro de alivio sobre uno de los troncos que habían tumbado en torno a la lumbre. Cuando el paladín se acercó, levantó la vista para mirarlo.

—Que las palabras pueden dar golpes tan fuertes como los de cualquier maza—respondió. No parecía enfadada pero tampoco se había entretenido con metáforas—. Sobre todo si no se piensan antes.

Como la druida se había sentado, Áscalon tomó ejemplo y se tumbó a sus pie, apoyando la peluda cabeza sobre las patas.

—Por cierto, deberíamos... aprovechar para hablar ahora de qué sabemos exactamente sobre ese dragón o qué creemos que puede ayudarnos para poder estar preparados cuando nos enfrentemos a él. No es plan presentarnos allí como quien viene a tomar el té—añadió encogiendo ligeramente los hombros—. Sé que en el templo  de Khauntea podrían vendernos alguna poción si nos hiciese falta para los que lucháis cuerpo a cuerpo, pero deberíamos saber también con qué clase de magia podemos contar.

Dejó de mirar a Rengar y miró a los demás.

—A menos que haya también algo que objetar a eso.

A fin de cuentas ella no tenía ni idea de qué clase de conjuros conocía Aidé o qué clase de vigor podían infundir las notas de Ossian. En cuanto a Khaila... bueno, Khaila no tenía magia, pero eso no quitaba que pudiera tener ideas.

Aidé no era estúpida. Sabía que la cosa iba con ella, aunque no tenía por qué gustarle.

—Y yo que pensaba que ella era la única con dos dedos de frente —masculló—. Me equivocaba.

La hechicera se levantó de su asiento. Era bajita, delgada y menuda, y sin embargo había algo en el relampagueo antinatural de su mirada que imponía.

—¿Habéis leído demasiadas historias de caballeros y princesas o es que habéis dado un golpe en la cabeza? ¡Por las rugientes llamas de Kossuth, estamos hablando de un dragón rojo! Prometimos a esa vieja que haríamos todo cuanto estuviera en nuestras manos, pero eso no implica enfrentarnos a una criatura que nos supera a todos.