Partida Rol por web

Galatea se cruzó de brazos y miró fijamente al proscrito .

—¿Después de que nos hubiésemos ganado el odio de la gente por tratar de conquistarlos por la fuerza?—respondió—. Pues algo parecido a "creo que nos lo hemos ganado".

Empezaba a hartarse de aquella actitud de víctima. Tenía parte de razón, pero no toda.

—Ya he oído suficiente —zanjó Olavia, con evidente mal humor—. Este asunto lleva dando coletazos muchos años y dudo que vayamos a solucionarlo nosotros en un rato. Así que aparte de tratar de arreglar el mundo y hacer de los Reinos un lugar mejor, ¿habéis decidido qué hacer con el prisionero?

—No he pedido vuestra ayuda.

—Eso no quiere decir que no la necesites.

Galatea estaba casi tan harta de aquél asunto como Olavia.

Casi.

Empezaba a estar enfadada consigo misma por no haberse negado cuando debía, aunque no tenía muy claro por qué lo cual la mosqueaba aún más. Nunca le había pasado eso.

—En lo que a mi respecta sólo hay dos soluciones—dijo entonces mirando a Rengar—. O se quedan aquí quejándose de lo malas que son las gentes de los valles por estar resentidas con ellos hasta que se mueran y se acabó, o mueven sus honorables pies y tratan de buscarle un futuro a sus descendientes en otro lugar para que quizá algún día puedan incluso tener opción a volver aquí.

Torció el gesto y se encogió de hombros. ¿Qué demonios iban a hacer si a aquellos exiliados no les daba la gana de cooperar? Cualquier otra cosa quedaba fuera de lo posible visto lo visto. Pero es que también se habían buscado ellos solos su situación y no parecían dispuestos a aceptarlo, continuaban emperrados en ser las víctimas.

Tanto hablar de "los que dieron la vida por estas tierras" y todas esas tonterías heráldicas... y los que la dieron por ellos, ¿qué?, los que la dieron para que ellos pudiesen vivir, ¿qué? ¿Sobre esos no estaban escupiendo por quedarse? En su forma de ver las cosas aquello no tenía sentido.

—Si quieres mi opinión: No me hace ninguna gracia que alguien con semejante escala de valores sobre la vida de otra persona ande suelto. Pero... júzgalo tú. Yo no represento a la ley humana, ni entiendo el sentido del honor de vuestros caballeros. Tú sí, o al menos más que yo.

No le gustaba "cargarle" la decisión a Rengar pero simplemente era quien más justo iba a ser. La druida no se veía apta para decidir sobre algo a lo que no le veía sentido.
Si el semiorco aun así quería intentar hacerle jurar la segunda de las soluciones a Dreren tampoco a impedírselo pero ella ya estaba harta de aquél hombre y de aquél asunto.

No le gustaba decidir sobre la vida de las personas y era justo lo que casi se veía obligada a hacer, aquello le estaba empezando a amargar el día.

Rengar se desinfló ante la negativa de la clériga. Desde luego que no era una posibilidad. Sólo a un zote como él se le habría ocurrido que podía resolver un problema que llevaba latente años sólo con buenas palabras. Tenía razón. Había sido un estúpido.

El paladín se cruzó de brazos y observó sin fuerzas cómo Ser Deren discutía con Galatea. Era tan desagradable... y aún así, seguía sin ser un mal hombre. Al menos eso pensaba. No podía entregarlo para que lo ejecutaran, pero si hubiese otra opción... él no la discurriría, porque era un tonto.

-No puedo dejar que te maten. No te lo mereces, aunque si podría, te haría encerrar. Tengo que dejar que vuelvas con el rey. Pero antes debes prometer que vas a hacer lo que puedas por convencer a Lashan de que no haga daño a nadie. A nadie. Ya se sabe que estáis ahí y no se os va a echar, pero tendréis que poner de vuestra parte. Si descubro que habéis matado a alguien o lo que sea, volveré y os castigaré. Y no voy a ser tan bueno la próxima vez.

Mientras Galatea decía su forma de ver las cosas, Sir Deren mantuvo la expresión estoica y aburrida de a quien le importa un ardite la opinión de la otra persona pero piensa que es inútil hacerla entrar en razón. Una vez hubo terminado de ignorarla, se interesó por lo que Rengar tuviera que decir.

—Si de mi depende, nos marcharemos —echó una mirada a la anciana—. El bosque ya no es un lugar seguro para nosotros.

Se calló unos instantes antes de agregar algo a Rengar.

—Me alegra que aparecierais cuando lo hicisteis.

—Sea. Veremos qué cambios produce vuestra misericordia en el destino —dijo Olavia—. ¿Tenéis algo más que consultarme?

Galatea se limitó a poner los ojos en blanco al escuchar la última frase de Dreren pero no dijo nada. Tampoco hacía falta que lo hiciera, era evidente que le había sonado a cumplido barato.

Primero el fin justificaba los medios con "aconsejo a un amigo pero obedezco a mi rey", luego la pobre víctima "yo no quería", después que no deseaban largarse de su tierra, ahora que si de él dependiera se largaban... pero sólo del bosque ¿Qué clase de broma estúpida era aquella?
Estaba cada vez de peor humor pese a que no estaba dispuesta a dejar que se le notase ni en los gestos ni en la expresión, pero para colmo la decisión de Rengar no ayudaba mucho a mejorar aquello. Bueno, en realidad no ayudaba nada, pero hizo un esfuerzo por achacarlo a que simplemente era asunto de los humanos.

Lo último que le apetecía en aquél momento era ponerse a discutir con el paladín.

—Sí—respondió lacónicamente a la pregunta de la anciana. Luego hizo una pausa como si se preguntara a si misma por qué había respondido tan deprisa—. Aunque creía que no.

"Pero bueno, ¿qué demonios me pasa hoy?".

Descruzó los brazos e hizo un leve gesto hacia atrás con ellos, como si echara algo por encima de su hombro hacia atrás.

—He estado... dándole vueltas a algo de lo que me he dado cuenta en lo que respecta al asunto del dragón—suspiró—. Solo que no he caído en la cuenta hasta que he llegado aquí.

No parecía hacerle mucha gracia decir nada sobre aquello delante del proscrito. O eso debía pasar porque miró a Rengar de reojo y añadió a modo anecdótico.

—Eso, y no olvidar pasar luego por la botica. Que Aidé se nos ha quedado afónica.

La anciana recuperó el buen humor de forma instantánea, enseñando una hilera de dientes ennegrecidos.

—Lo que hará que te devanes los sesos es: ¿lo habrías preguntado si yo no hubiera sabido de antemano que me lo ibas a preguntar?

Galatea se peinó el mechón de cabello plateado llevándolo detrás de una de sus puntiagudas orejas.

—Ciertamente... —hizo una pausa como si acabase de recordar que a la anciana le encantaban las frases alegóricas y entonces sonrió ligeramente sin alegría—. No estoy segura de qué pensar. Los dioses pueden ser muy caprichosos con la información.

La anciana cloqueó.

—Afirmaciones que encierran más sabiduría de lo que parecen.

-A mí también me alegra -dijo Rengar a las palabras del proscrito, pero a nada más. Tenía un humor sombrío y triste y no deseaba decir nada más que evidenciara su propia estupidez. A la pregunta de Olavia negó con la cabeza. Esperó a ver cómo se resolvía la conversación entre Galatea y ella.

Olavia despachó a Ser Deren, indicándoos que se encargaría de todo. Una vez estuvisteis a solas con ella, esbozó de nuevo su sonrisa, se dirigió a Galatea y le dijo:

—Tu madre. La respuesta a lo que necesitas es tu madre.

Galatea no se cayó de espaldas ni nada por el estilo pero dio la sensación de que alguien hubiese cogido una maza a dos manos y le hubiese propinado un golpe demoledor con ella. No hizo ningún movimiento brusco pero por un instante se quedó rígida en el sitio y palideció considerablemente.

Pocas, muy pocas veces en su (para los humanos) larga vida había sentido la elfa esa desagradable sensación de sudor frío recorrer el espinazo y atenazar el cuello para no dejar hablar. Tan pocas que se contaban con los dedos de una mano. Pero entre lo reciente de una cosa y lo inesperado de la otra aquella resultó una de esas veces.

—Mi... —atinó a decir, contrariada ante el hecho de haberse quedado en blanco durante un momento. Sacudió la cabeza para recuperar la compostura—. ¿Cómo?

—No tengo ni la más remota idea —admitió—. Lo único que sé es que esa es la respuesta que necesitabas oír.

Galatea se quedó un segundo en silencio con las cejas ligeramente enarcadas como si su cabeza estuviese recogiendo las piezas de un pensamiento que se le había diseminado al caer y estuviera volviéndolas a poner como estaban rápidamente.

—Y-Ya... veo. Gracias por atendernos, Madre Segadora—asintió finalmente con lentitud, como si estuviera diciendo una cosa y pensando a la vez en otra distinta. Entonces giró la cabeza hacia Rengar y le hizo un gesto de "espera" con la mano—. Voy un momento a la botica a por algo para Aidé.

Sin esperar respuesta, echó a andar. La verdad es que no tenía muy claro por qué le había dicho al paladín que esperase (¿debía?) ni por qué de pronto tenía la sensación de que debía que caer en la cuenta de algo cuanto antes y sin embargo no era capaz.

Rengar dejó que Galatea se marchara obedeciendo su petición. Se volvió hacia la Madre Segadora y eludió su mirada, avergonzado.

-Ha sido una idea tonta -dijo en referencia a lo que acababan de hablar-. Lo siento. Sólo quería... intentar hacer lo correcto. Pensé que así todo el mundo ganaba algo.

La anciana sonrió y contempló a Rengar durante unos instantes. Pareció pensarse algo antes de hablarle.

—¿Le harías un favor a esta vieja, Rengar? —le dijo, quitándose los guantes y sacándose una sencilla banda de plata de los dedos huesudos y encallecidos—. Ve al mercado y trata de vender este anillo. Pero no aceptes menos de una moneda de plata, ¿de acuerdo?

Le tendió el anillo.

—Si no lo vendes rápido, devuélvemelo. Tampoco quiero que te ocupe demasiado tiempo.

Icarus levantó la vista del montoncito de monedas cuidadosamente apiladas y sonrió a Galatea.

—¡Galatea! Que bueno verte —dijo, manoseando el símbolo de Khauntea que llevaba al pecho—. Mira, vamos a encargar un nuevo rosetón. Va a tallarlo nada menos que el maestro cantero Mirralar. ¡Será hermoso!