Partida Rol por web

El montaraz levantó la mano hacia los demás.

-¡Estamos en su lugar sagrado! -exclamó en un cuchicheo, conminando a los demás a no hacer gestos bruscos.

Intentó entender el parloteo de esos hombres. Estaba claro que deseaban que los expedicionarios se marcharan, pero comprender su jerigonza tal vez les reportara algo.

-¡Por la sangre de Mesmer! -exclamó el médico, retrocediendo unos pasos. De pronto, se daba cuenta de las implicaciones de todo aquello. Inmediatamente, bajó la voz-. Lugar sagrado, cuerpo posiblemente usado para un ritual, salvajes con cara de pocos amigos. Desde luego, una escena digna de un relato donde habrá muertes brutales y un doctor colgado boca abajo de alguna cuerda -levantó las manos en un desesperado intento de parecer inocente, pero aquello solo le hizo sentirse más estúpido aún.

-¡Están invocando a Wendigo! -gritó de pronto Ojo-de-Cuervo-. ¡Quieren desatar sobre nosotros su medicina sangrienta! ¡Rápido!

Se descolgó el fusil del hombro y preparó una carga rápida y eficientemente mientras advertía a sus compañeros. Sin apenas tiempo para apuntar, simplemente disparó su arma de fuego en dirección a la pareja de hombrecillos demoníacos. Estaba más que claro que eran los chamanes de su tribu y en aquellos momentos se encontraban poseídos por poderosos y terribles manitús.

Gitche Manitou sin duda estaba con él ese día tan funesto, pues guió su instinto con precisión. Un sonido de explosión, un instante de silencio, el eco del disparo en las colinas cercanas y los sesos esparcidos por la nieve de uno de los chamanes maléficos. Era una señal de los ancestros, quienes instaban al algonquino a limpiar aquella tierra de la influencia de tales terrores cruentos.

Goubert echó mano a la bandolera que pendía de su cinturón. No hizo falta que Ojo-de-Cuervo diera la voz de alarma, pues Jaques era consciente del peligro que corrían por haber profanado un lugar sagrado y el cuerpo de una víctima ofrecida   en sacrificio. Con hábiles y ligeros movimientos el soldado preparo la cazoleta y cargó el cañón del mosquete. Goubert se tomó algo de tiempo para apuntar y disparó.

Adrien levantó una mano, temblorosa, absorto en los extraños grabados de los bloques. Pero antes de que llegara a tocar la escarcha que los recubría, el sonido del disparo lo sobresaltó.

- Por el amor de Dios, ¡Caballeros! - dijo, dispuesto a discutir tan pronto volvió a latirle el corazón - todos estamos nerviosos pero...

Siguió con la mirada la dirección del cañonazo, y vio a los nativos.

-¡¡Qué habéis hecho, ESTÚPIDOS!!! - atinó a decir, fuera de sí. Y es que, si en aquel lugar habitaba alguien, congraciarse con ellos era la única esperanza de obtener alimentos, y quizá sobrevivir al invierno. Observó con ansia en la distancia. Quizá el tiro de Goubert hubiera errado.

Catalina retrocede un par de pasos, espantada, y tapándose los oídos doloridos por el frío... el sonido de las detonaciones es punzante.

- Dios bendito, ¡ya basta!  

No era la primera vez que se veía en una situación como esta,  así que buscó un lugar para ponerse a cubierto... los nativos también venían armados, y una piedra o un trozo de hielo bien lanzado pueden descalabrar a un hombre adulto.

Un estampido llenó el limpio aire polar, y el gesticulante indígena se desplomó de inmediato. El compañero, alarmado y confuso, dirigió su mirada hacia el cielo claro y luego se agachó hacia el herido. Un nuevo disparo tronó cuando Goubert descargó su arma, y el segundo nativo hizo un violento giro lanzando una exclamación. Luego echó a correr precipitadamente descendiendo la colina y quedando pronto fuera de la vista. Sin embargo, los gritos que se alejaban seguían siendo claramente audibles.

Adrien se lanzó tras él, tropezando en la nieve, mientras Ojo de Cuervo y el soldado se miraban algo perplejos y el resto, después de parapetarse tras las rocas, asomaban prudentemente la cabeza. El primer nativo, derribado en la nieve como un fardo de pieles, no se movía.

En poco tiempo Adrien rebasó el cuerpo arrojado en el suelo. Tenía la cara ensangrentada y no se movía. Unas varas más allá la pendiente descendía con cierta brusquedad, y desde allí divisó al fugitivo, que corría y rodaba por la ladera, y a dos compañeros más que, ya en terreno llano y fuera de alcance, huían también como almas que lleva el diablo.

El más cercano se detuvo un instante mirando en su dirección, y al verle reemprendió su desesperada carrera. A pesar de su corta estatura se movía condenadamente rápido a través de la nieve. A menos que estuviese malherido no sería fácil atraparle.

“¡Maldita sea!”, exclamó Goubert al tiempo que escupía sobre el frío suelo.
“Debemos dar su compañero-dijo señalando al indígena caído-si no queremos tener problemas…y debemos hacerlo antes de que lo haga el estúpido del chico, Ojo-de Cuervo”.

Adrien se detuvo, siguiendo con la vista el camino del indígena. Estaba dejando unas huellas muy evidentes, así que tratar de seguirlo por velocidad en su terreno significaba perder demasiada energía. Además... no estaba solo.

En cuanto recuperó el aliento volvió pesadamente con el grupo. Las ideas se le agolpaban en la cabeza demasiado deprisa, pero no serviría de nada seguir ocultándoselo.

- Caballeros - dijo, en cuanto llegó a su altura - mi señora... nunca ha sido mi intención alarmarles, pero hay algo que descubrí anoche.

>> Estamos en pleno círculo polar, mucho más al norte de que lo que el capitán o cualquiera de nosotros podría suponer. Nadie ha navegado hasta aquí hasta ahora. Es más que probable que el Erebus quede atrapado en el hielo hasta el deshielo, bien entrada la primavera.

Por este motivo es de vital importancia que encontremos alguna fuente de provisiones extra, con la que podamos abastecernos hasta entonces. De lo contrario...

Adrien suspiró. Alineamientos, estrellas... había repasado los cálculos más de cincuenta veces. No se había equivocado. Pero hasta que no lo dijese en voz alta, no sería una realidad tangible. "De lo contrario nos mataremos entre nosotros, y los últimos morirán de hambre y de frío". No lo dijo. Ahogó sus lúgubres pensamientos, fingió que tosía, y proxiguió:

Antes de que estos caballeros dispararan, pensé que la mejor opción que teníamos era tratar de comerciar con esos indígenas. Ahora no estoy tan seguro de poder lograr un trato amistoso con ellos, sin embargo, han dejado un rastro muy visible en su huída. Aún quedan unas horas de luz, quizá podríamos tratar de seguirles.

Luego miró a Harald. El terranova le devolvió la mirada con expresión bondadosa, y Adrien no pudo reprimir rascar sus orejas. Y se prometió a si mismo que agotaría sus balas antes de dejar que nadie hiciera daño a su perro.