Partida Rol por web

-¡No! -el grito del doctor no detuvo disparo alguno. Sin perder un segundo, Ludovic comenzó a correr hacia el indígena caído, tropezándose un par de veces con la nieve.

"Que no haya muerto, que no haya muerto, que no haya muerto", se decía una y otra vez. Sabía que tenían que salir de allí, sabía que habrían profanado suelo sagrado, sabía que aquella gente sería peligrosa, especialmente tras los últimos acontecimientos. ¿Qué había dicho Ojo-de-Cuervo? ¿Había nombrado otra vez al Wendigo? "¡Tonterias de los salvajes! ¡Es una vida lo que está en juego!"

Con ese pensamiento, el médico cayó de rodillas junto al hombre disparado. ¿Estaría vivo? ¿Podría hacer algo por él?

En poco tiempo Ojo de Cuervo rebasó el cuerpo arrojado en el suelo. Tenía la cara ensangrentada y no se movía. Unas varas más allá la pendiente descendía con cierta brusquedad, y desde allí divisó al fugitivo, que corría y rodaba por la ladera, y a dos compañeros más que, ya en terreno llano y fuera de alcance, huían también como almas que lleva el diablo.

A pesar de su corta estatura aquel demonio se movía condenadamente rápido a través de la nieve. A menos que estuviese malherido no sería fácil atraparle. Su rastro, sin embargo, era muy claro a los ojos del cazador.

Catalina frunce la nariz, molesta. Que un joven que podría ser su hijo le oculte información no le agrada ni lo más mínimo.

- Caballero, no me parece apropiado que nos haya ocultado esa información -le dice a LeBrun en tono algo seco- teniendo en cuenta las circunstancias. Me temo que si hubiéramos sido conscientes hasta qué punto estamos en problemas, habríamos sido más cautelosos.

El círculo polar.

- ¿Para cuántos días quedan provisiones? -preguntó la mujer en un tono que intentaba no dejar translucir su nerviosismo.

Adrien ladeó la cabeza, y luego suspiró. Apenas había dormido y solo hasta esta mañana había estado convencido de lo alarmante de su situación.
- Inapropiado, mi señora, habría sido alarmarles sin estar seguro de...

"... de que quizá no regresemos" - pensó.

... que los cálculos eran correctos.

- Señor LeBrun -Catalina le mira severamente-. No hemos venido aquí a jugar y todos somos conscientes de que puede que jamás volvamos a Francia. Le rogaría, caballero, que de aquí en adelante se ahorre los paternalismos y comparta la información de la que disponga.  Nuestra supervivencia dependerá de que colaboremos juntos.

Después suspira y suaviza su gesto, dedicándole una mirada maternal.

- Sé que lo hizo con las mejores intenciones... pero no podemos permitirnos ser tan considerados, me temo. Incluso tendrá que aceptar asustar a las damas -se señala a sí misma con una sonrisa conciliadora-. ¿Algo más, desagradable, que debamos saber? Prometo no desmayarme.

En poco tiempo Goubert rebasó al doctor, que se inclinaba sobre el cuerpo arrojado en el suelo. Tenía la cara ensangrentada y no se movía. Unas varas más allá la pendiente descendía con cierta brusquedad, y allí se detuvo junto a Ojo de Cuervo para observar la situación. Divisó al fugitivo, que corría y rodaba ya al pie de la ladera, y a dos compañeros más que, ya lejos en terreno llano, huían también como almas que lleva el diablo.

A pesar de su corta estatura aquel tipejo se movía condenadamente rápido a través de la nieve. A menos que estuviese malherido no sería fácil atraparle, y por su manera de galopar parecía claro que no lo estaba. Iba sin embargo dejando un rastro evidente a su paso.

Ojo-de-Cuervo se asomó por la cornisa. El hombrecillo había huido muy rápido, pero dejando un rastro muy claro. Seria fácil darle caza. Aprovechó el momento para cargar el fusil. Correr con él cargado y no necesitarlo siemrpe era mejor que necesitarlo y no tenerlo a punto.

-Vamos -le dijo simplemente a Goubert.

- Solo quería estar seguro - musitó Adrien, a modo de disculpa.

Luego sostuvo un instante la mirada de la mujer, y luego la bajó, turbia. Había algo más, sí. Suponiendo que no estuviera loco.

- ¿Tenéis algún conocimiento de astronomía, mi señora? -

- Muy leves, en realidad. Mi conocimiento de los astros es más bien teórico, nunca los he necesitado para orientarme -le respondió en un susurro. Le tomó de  la mano y se la palmeó con confianza y amabilidad-. Vamos, joven. No es momento de que te guardes tus preocupaciones, dos cabezas piensan más que una.

Adrien suspiró, y luego, mirando a Harald (temiendo la opinión de la baronesa), empezó a susurrar

- Las estrellas parecen más brillantes, más... cercanas a la Tierra. Hay constelaciones que no están como deberían. Y no se mueven como deberían, especialmente Cefeo. Y además, las híadas se están alineando, y nunca he oído hablar de ello antes.

Luego levantó la mirada de nuevo hacia la baronesa. No estaba loco, aunque lo que estaba diciendo era una locura. Y no se había equivocado en sus cálculos... aunque no tenía ninguna explicación.

- Los monolitos - dijo, señalando las columnas - salvo aquel, y el que está derribado, forman perfectamente la constelación de Cefeo. El cadáver estaba encarado al norte, hacia la corriente dominante, a juzgar por el desgaste de las columnas... que deben ser muy antiguas, o la corriente muy fuerte. Y además...

Adrien tomó la mano de la baronesa, y la llevó junto a la cara sur de los monolitos

... están estas espirales talladas... y este... ser, que, usted lo sabrá mejor que yo, parece una especie de mono.

La expresión de Catalina se ensombreció. Ni por un momento pensó que el joven estaba equivocado... pero la interpretación que se le pudiera dar a sus datos era un misterio, algo anómalo y perturbador.

- Ya veo -respondió lacónicamente. Sus ojos decían todo lo que necesitaban decir -. Esto es un templo, un santuario a las estrellas o algo así, de una civilización con no pocos conocimientos astronómicos... y al tiempo, se están dando alteraciones planetarias que yo juraría deberían ser imposibles. ¿Es eso, muchacho? ¿Lo que estamos viendo aquí son anomalías en el movimiento de estrellas, distorsiones del espacio? -el mero concepto era tan absurdo, tan ridículo. Quizá, doscientos años después Catalina podría asumirlo. Pero ahora, en pleno siglo XVIII, la idea de una distorsión dimensional ni siquiera se llegaba a afianzar en su mente.

Silencio. Un silencio pesado y ominoso, una lápida sobre el alma. 

Con tono anormalmente neutro, sabiendo la respuesta de antemano, Catalina preguntó:

- ¿Ha  visto alguna vez algo similar?

Adrien negó con la cabeza. Aunque la reacción de la baronesa le había tranquilizado (en parte; al menos, no lo tomaba por loco) le seguía inquietando la ausencia de explicaciones lógicas. El templo, el sacrificio... podían tener un origen perfectamente humano.

Pero, ¡por todos los dioses!! ¡Las estrellas no bailaban a su antojo en el firmamento!!

- Quizá los nativos... - se aventuró, tras un largo silencio. Desde luego, no era los más probable que los nativos tuvieran una explicación más razonable, y era aún más difícil que al menos compartieran su comida con ellos. La alternativa, volver al Erebus en busca de informes de las otras expediciones, suponía perder el valioso rastro de los indígenas.

Los miembros de Goubert estaban paralizados a causa del frío. El terreno descendía de forma abrupta y el soldado no tenía la seguridad de que su cansado cuerpo pudiera estar a la altura de las circunstancias, sobre todo cuando diviso a otros dos indígenas junto al fugitivo.
“Ojo-de-Cuervo, me temo que es mejor saber retirarse a tiempo, pues no conocemos el terreno, al contrario que ellos, ni sabemos tan siquiera cuantos pueden ser. Por lo pronto ya nos superan en número y de nada servirán nuestras armas de fuego si nos tienden una emboscada. Debemos avisar al resto, tenemos que salir de aquí rápido”.

-Muertes, muertes, muertes -gruñó el doctor, controlando su genio-. Esté dónde esté, solo la muerte me sigue. ¿Para qué sirve un médico entonces? ¿Para cerrar ojos y agradecer no ser el siguiente? ¡Maldición! -Ludovic golpeó el hielo con su puño derecho-. ¿Qué demonios hago aquí, por Avicena!

El médico se levantó, mirando el cuerpo, escuchando a sus compañeros discutir sobre... lo que fuera. Nada importante respecto a una muerte. Otra más.

-Id a cazar muerte -dijo en un tono de voz tenue-. Su doctor os seguirá para darles la bienvenida a su oscuro reino -concluyó, sombrío, con la cabeza baja.

- No sé, muchacho- cabeceó pesadamente Catalina-. No me parece que nuestra relación con los nativos haya empezado de la mejor de las maneras. Lo mío son las plantas y los animales, no las personas. Si se ve usted con ánimo para arriesgarse a una interacción más cercana, le apoyaré. Pero no las tengo todas conmigo.