Partida Rol por web

Aunque el Trasgo Dorado se encuentra en un barrio muy descuidado e incluso el propio edificio hace tiempo que se alza latente y vacío, reaparece en un gran día. Una multitud de participantes y espectadores se congrega en la calle o entran juntos para apuntarse al torneo. Supervisando la entrada en lo alto de las escaleras se encuentra una enorme estatua de un trasgo, aparentemente forjada en reluciente oro, con una sonrisita de satisfacción como si se divirtiese personalmente con la gente que pasa bajo ella.

Franqueáis unas puertas de maderaoscura, decoradas con varios paneles de signos de suerte y buena fortuna (tréboles de cuatro hojas, dedos cruzados, etc.). Ya en el interior, dos sensuales bellezas ligeras de ropa y adornadas con alas de murciélago y cuernos y cola de diablo (todos ellos falsos) interpretan a unas seductoras súcubo. Ambas son empleadas del Trasgo Dorado y registran gustosamente a los concursantes del torneo y cobran la entrada. Hay guardias armados apostados a ambos lados de un cofre donde se deposita el pago de cada cliente. Los guardias no solo están para proteger el dinero sino también para impedir a los fervientes admiradores que intenten desafiar el toque infame de una súcubo.

Tras la mesa de inscripciones se encuentra la zona de juego del salón. Docenas de jugadores, camareras vestidas de súcubo y “gorilas” dan vueltas por el salón, vagando por las distintas mesas de diferentes juegos mientras los crupier barajan las cartas, lanzan los dados y giran las ruletas. Entre esta muchedumbre se mueve más de una docena de chicas ligeras de ropa y con alas de murciélago sirviendo bebidas y flirteando con sus negras pestañas en busca de propinas. En en centro de la cámara, hay un pequeño podio donde reside un enorme cofre de oro fijado al suelo con cadenas. A cada lado, hay un “gorila” con el torso desnudo vistiendo el atuendo de alguna corte de un sultán extranjero, con los musculosos brazos cruzados y una enorme cimitarra sin vaina sujeta a la cintura. En lo alto y por encima de ellos, cuelga del techo cubierto de telas del salón, una jaula de bronce en cuyo interior se agazapa una pequeña criatura diablesa con alas de murciélago y cola terminada en punta que se enfurece mirando la sala y agitando amenazadoramente de vez en cuando los barrotes.

A medida que entráis, en una mesa dos súcubos os muestran un contrato donde debéis rellenar vuestro nombre, y os recoge la invitación.

Éste es el contrato del torneo.

Cita:

-Pintoresco.- Murmuró Leland mientras firmaba diligentemente su invitación, eso sí, no sin antes comprobar que la firma no desencadenara algún tipo de obligación arcana.- Un numerito infernal claramente inspirado en la Las seis Pruebas de Larazod. Una provocación barata en cualquier teatro medianamente serio, pero seguro que totalmente fascinante en un entorno provinciano como éste.

Con el folleto correctamente (o no) cumplimentado, el actor se dirigió a una de las muchachas encargadas de registrar a los clientes. Se había encargado de estar correctamente aseado y vestido para esa noche: bañado, bien afeitado, con sus mejores galas y una daga escondida en la manga de su jubón esperando no ser encontrada. No era la primera vez que asistía a una sala de juego y sabía que no todo el mundo tiene buen perder.

PAsado el control se adentró en el salón, agarrando una copa de vino de una de las bandejas y buscando entre los presentes a Aleena y a cualquiera que pareciera manejar dinero y tener buen gusto.

- No, no, no, no. - te dice una de las "súcubos", muy coquetamente. - Nene, esto hay que pagarlo.

Al poco tiempo de estar dentro, véis como la gente entra y sale constantemente del cajero, donde cambian sus monedas por las fichas de color rojo, plateado y dorado que inundan la sala. Además, varias camareras portan bandejas con bebidas entre los clientes y el bar.

El Ulfen parecia encontrase como si estuviera en su propia casa. Una jarra de cerveza caliente parecia que se habia pegado a su mano desde que habia entrado por la puerta. Algun cliente de la taberna le saludo como si realmente le conociera, Sighvat les solia corresponder con una fuerte palmada en la espalda. Cuando dispusieron los contratos sobre la mesa el guerrero se fue hasta el rincon donde se encontraba la talla de la Diosa Desna, la saludo respetuosamente y, de vuelta a la mesa donde estaban los contratos para participar en la competicion, firmo donde le indicaron, para posteriormente observar cuidadosamente a las chicas que estaban vestidas de sucubo - "tienen todos los dientes... " - murmuraba asombrado mientras saboreaba la cerveza.

Su aspecto imponente y el hacha que colgaba de su cinto le hacian parecer amenazante, pero no parecia estar buscando problemas, mas bien parecia deleitarse echando un vistazo general al tugurio.

Se dice que en algún lugar del multiverso hay algo o alguien que siempre hace la excepción a la regla. No contaremos los ángeles caidos porque son demasiado tópicos. Por ejemplo en algún lugar habrá un enano que dona siempre parte de su oro a los pobres. O un troll que se baña mas de una vez al año, excluyendo las lluvias por supuesto.

También, aquí, en esta taberna, se encontraba una de las contadas excepciones de entre los elfos de Golarión.

Era muy alto, fácilmente llegaría a los dos metros de altura, pero sus brazos y su piernas parecían palillos, tal era su delgadez que seguramente no pasase de los 60 kilos. Cláramente estaba demacrado, con el rostro hundido, grandes ojeras y el pelo lacio, sucio y enmarañado. Vestia ropas, o algo que en el pasado debía serlo, propias de un mendigo y un peculiar tufo a alcoholazo barato y malo, junto a una acusada falta de aseo, le rodeaba.

Demasiada palabrería... Demasiados nombres que pocos no-iniciados conocen, qué diablos, nunca mejor dicho, esconde esta invitación?

Mascullaba para sí mientras leía el contrato del juego mientras caminaba entre la gente, buscando un rincon apartado para analizar con mas detalle el contrato. Al rato lo entregó, firmando con una caligrafía que, si bien antaño era impoluta, amplia y hermosa, ahora era temblorosa y sucia.

Acto seguido se dirigió a la barra, en busca de una cerveza...

Aleena, ¿donde me has traído?

Es lo primero que me viene a la cabeza en cuanto atravieso el umbral de la puerta. La escena sería una más de cualquier taberna, hasta que veo al diablillo o lo que sea que fuera el ser que está enjaulado. Dudo realmente que sea una ilusión barata conjurada por un hechicero, así que acudo a los poderes que Iomedae me ha otorgado y compruebo si en verdad posee el aura de malignidad que acompaña a todos los seres del averno.

Segunda sorpresa: el contrato. ¿Pero qué es esto? ¿es realmente necesario? mis ojos no paran de recorrer una y otra vez el texto. ¿Jugarse el alma? ¿marcado por el diablo? Por muy absurdo que sea, no puedo evitar un escalofrío al ver lo banalmente que se trata la pertenencia más sagrada de todo ser. Compruebo que el contrato no sea portador del mal. De ser así, habrá que destruir todos y cada uno de ellos.

Trato de no perder de vista a Aleena. Si estoy aquí, al fin y al cabo es por ella.

Tuerzo el gesto al leer el contrato y sonrío a la súcubo.

- Perdona pero creo recordar que estoy aqui no como jugadora sino como futura empleada. Seguro que si no deseo apostar no tengo que firmar nada, ¿verdad?

- Hola, muñeca. - te mira de arriba abajo y te sonrie maliciosamente. - Tienes uan invitación que te evita el pago de 1 pieza de oro, pero el contrato hay que firmarlo para entrar. Si después no te quieres gastar nada, es tu  problema.

Leland se rascó el bolsillo y pagó la consumición con fastidio. No estaba acostumbrado por pagar por una bebida. De hecho, era la primera vez en años y, si tenía algo de suerte esta noche, la última. Listo para mezclarse con la alta sociedad de Puertoenigma, si es que eso existía, se dirigió a la caja para cambiar sus últimas monedas por algunas fichas con las que acercarse a las mesas de juego sin parecer un pringado.

Quién sabe, si Desna se ponía de su parte, puede que al terminar la noche ya no necesitara un mecenas.

Una vez con la cerveza en la mano, bebió con tragos de experto, ni muy largos ni demasiado cortos, ni rápida ni lentamente, sino de forma constante y sin pausa. Cuando la terminó pagó una segunda, aunque esta vez de vino. Acto seguido se giró para observar la sala, sus gentes, sus camareras disfrazadas, el diablo atrapado, los parroquianos, los guar...

Un momento! Qué... Qué tienen ahí?

Enarcó una ceja y se encaminó hacia el centro de la sala, hacia la jaula, con pasos calmados aunque el leve temblor de la mano que sostenía el vino le delataba. O era quizás un síndrome de su pertinaz borrachera? Ni el mismo lo sabía muy bien.

- Vaya... - Mascuyó, eliminando la sequedad de su raspada garganta con un largo trago. Miró a su alrededor. Nadie mas le da importancia, acaso he estado tan aislado que tener un ente extraplanario enjaulado es lo mas normal hoy en día? Centró de nuevo su atención en el ser y lo estudió minuciosamente.

Sorprendida. E interesada muy a su pesar. Si lograse esa cantidad de dinero... sus hijos podrían salir. Al fin y al cabo, ¿no era por eso por lo que estaba allí? Pero no le gustaba. No le gustaba la mención a su alma. Había algo en todo eso siniestro, perverso, e indiscutiblemente peligroso. Todo el sexto sentido que siempre había creido tener le gritaba que esta allí era una mala idea.

- ¿Qué dices grandullón? - le pregunté a Erion dándole un suave codazo- ¿Qué hay de verdad en todo esto?

- Verdad espero que ninguna - sonrío mientras contesto a Aleena -. El contrato no posee un aura maligna, con lo que seguramente no será más que un trozo de papel, pero esa criatura de ahí - señalo al diablillo - es malvado hasta la médula. Yo tampoco las tengo todas conmigo.

A medida que avanza la tarde entra mucha gente en el Trasgo Dorado, y calculáis que puede llegar a haber más de 100 personas. Todas se reúnen alrededor de mesas de juego, desde ruletas a mesas de poker, pasando por los dados.

Cuando la luz desaparece con el crepúsculo, varios empleados del salón entran portando antorchas encendidas, en forma de horca con el extremo formado por paja y tela, para encender varios braseros grandes, dándole al salón un tono más infernal. Se hace el silencio en el salón cuando un pequeño hombre sube al estrado central acompañado de dos preciosas “súcubos” y se planta delante del cofre dorado con una a cada lado. Viste un conjunto formal y el poco pelo que tiene es negro y está peinado hacia atrás. Su brazo izquierdo termina en un muñón justo por encima de la muñeca, al cual hay fijado una funda de la que sale una extraña especie de llave. Éste es Saul Vancaskerkin, el dueño del Trasgo Dorado y anfitrión del torneo. Hace una reverencia y se aclara la garganta antes de hablar.

“Bienvenidos al Salón de juegos El Trasgo Dorado y a la posibilidad de engañar al Diablo, no solo para recobrar vuestra alma sino también para llevaros su dinero”. Dice Saul mientras palpa el enorme cofre. “Espero que hayan encontrado entretenida la recepción por parte de las encantadoras picaronas del Diablo.” Esto último eleva un murmullo general de risas y silbidos. “Permítanme este momento para agradecer al Viejo Scratch que asista personalmente a este evento. No solo nos ha prestado sus encantadores y oscuros angeles, sino que además ha vaciado la capa más profunda del mismo Infierno para proporcionarnos el oro del torneo.”

En este momento, Saul dirige la atención de los presentes hacia el diablillo de la jaula. De repente el Viejo Scratch entra en un frenesí de rabia, golpeando los barrotes, escupiendo, aullando y soltando improperios en Infernal a todos los reunidos. Su espectáculo es recibido con carcajadas y aplausos. Cuando la gente va calmandose, Vancaskerkin continúa.

“Por supuesto, él planea reemplazar lo que pierda en oro con las almas de aquellos de ustedes que no ganen. Las reglas del torneo son muy sencillas: cuanto más jueguen, más fichas conseguirán. Y con estas fichas, podrán comprar su salida del Infierno en que estén atrapados para descender hasta conseguir el tesoro del Viejo Scratch. Ahora todos ustedes son prisioneros del Viejo Scratch en la primera capa del Infierno, Avernus. Si desean obtener vía libre para descender al noveno círculo, necesitan ganar ojos de oro, dientes de plata y corazones de cobre. Estos pedazos de carne y huesos son lo que utilizan los diablos como moneda de cambio en el Infierno, y son los que necesitarán pagar para conseguir el paso a la siguiente capa del infierno. El primer jugador que gane una partida tras alcanzar Nessus no solo mantiene  sus ganancias de esa partida sino que recupera su alma y las diez mil monedas de plata que el Diablo ha aportado a este torneo. Ustedes pueden, por supuesto, decidir cambiar sus ganancias en cualquier momento, pero si lo hacen o se van sin dinero… bueno, entonces significa que el Viejo Scratch  les lleva con él.”

Vancaskerkin aguanta una sonrisa malvada el diablillo enjaulado muestra su enfado con otro improperio. “Y así es como ganan la Marca del Diablo y una escolta al exterior del salón de juegos hasta que finalice el torneo. Se preguntarán, ¿y qué es exactamente esta Marca del Diablo? Bien, pues es algo demasiado horrible incluso de contemplar. Es la pérdida de su alma, eso es. Pero supongo que les puedo mostrar lo que es. Los dioses saben que me merezco algo más que la Marca del Diablo. Es más, ¡mejor dos, chicas!” Entonces, las dos “súcubos” que le acompañan se inclinan y le plantan un buen beso cada una en las mejillas con sus labios rojo intenso. Cuando se separan, su color de labios ha dejado marcas claramente visibles del mismo rojo intenso. Saul entonces grita. “¡La Marca del Diablo!”, lo cual es recibido por montones de gritos, silbidos y carcajadas. “Ahora, ¡engañen al Diablo y llévense su oro!”. Esto provoca un frenesí más rabioso del cautivo de la jaula, y entonces el torneo comienza.

Leland sabía reconocer cuando alguien tenía sentido del espectáculo. Hasta le daban ganas de participar en ese curioso torneo, y eso que él nunca fue de los que se dejaban sus pertenencias jugando a los dados en las tabernas de estudiantes de Oppara. Con 10 fichas de plata en la mano, se alejó de la ventanilla dispuesto a ponerse en manos de la fortuna y de aquellas azafatas tan pizpiretas.