Partida Rol por web

Miro inmediatamente alrededor de la mesa en buscar de alguien que esté ejecutando algún conjuro de forma visible. También echo un vistazo a la jaula donde está encerrado el diablillo.

De repente, unos brillantes y estruendosos fuegos artificales surgen de uno de los braseros del salón, cegando a todo el mundo. Inmediatamente, una humana toma el control de la situación, y 4 hombres desenvainan las espadas.

¡Muy bien, amigos! ¡Todos al suelo y no hagáis estupideces! Si os portáis bien, saldréis de esta con vida.

La gran mayoría de los participantes quedan cegados al momento, comenzando los gritos de histeria. Mientras que casi todos se tiran al suelo, alguna dama y algún ricachón salen corriendo cegados, tropezándose con alguna silla o alguna mesa de juego, y cayendo finalmente al suelo.

Aleena sintió un profundo dolor en los ojos e instintivamente se llevó las manos a la cara. No veía nada, salvo un mundo de luces y color extremadamente doloroso. Ciega retrocede buscando la pared más cercana, a fin de estar aunque sea ligeramente protegida, mientras trata de pasar mas o menos desapercibida y tiene la mano en su arma

Leland pasó junto a un espejo y quiso aprovechar para atusarse el bigote, asegurarse de que los cuellos de la camisola estaban correctamente dispuestos y que el pelo no se le había alborotado con tanto juego. Fue en aquella superficie reflectante donde vio entrar a la misteriosa mujer acompañada de sus esbirros y el fogonazo ocurrió cuando se dio la vuelta para verla mejor, de tal manera que fue gracias a la vanidad que aquellos extraños fuegos artificiales no le afectaron la vista. Sin embargo, y por precaución, decidió que era un buen momento para mostrar sus cualidades interpretativas imitando al resto de los presentes y se hizo el invidente, aprovechando para mirar descaradamente a los atracadores y ver qué ocurría a continuación.

Enfrascado como estaba intentando entender qué había pasado en la mesa, la llegada de los asaltantes le pilló por sorpresa y sólo fue por su férrea voluntad que logró resistir la magia, salvándose de quedar cegado.

El problema era qué hacer ahora. Decidió echarse al suelo, volcando una silla ante sí, encogiéndose para intentar no destacar mucho.

Ladrones? Aquí? Así, tan fácil? Seguro que alguien se hará el héroe y se liará... Siempre pasa... Siempre.

La jugarreta de los ocupantes de la mesa les sale bien, ya que, atento como estaba a ver quien les estaba haciendo blanco de un conjuro, no caí en la cuenta de que se estaban preparando para el efecto de uno. En consecuencia, el fogonazo mágico me pilla completamente desprevenido y mi visión se llena de estrellas por el dolor causado a mi vista.

¡Estúpido! se estaban preparando para el conjuro, no eran blanco de ninguno. Han venido a robar y yo estoy ciego.

Instintivamente me llevo las manos a los ojos, aunque ya es tarde, el daño ya está hecho. A la desesperada, me giro hacia el lugar del que ha venido la advertencia e invoco los poderes de Iomedae para que me señale la presencia de los malvados.

Tras el fogonazo, casi todo el mundo está cegado, y el ruido ensordecedor de los gritos de la gente crea aún más confusión en la sala. La humana lanza un conjuro aunque no parece hacer efecto en el guardia, que sacude la cabeza, y sigue animando a sus compañeros.

Aleena retrocede a la pared, aparentando mayor confusión que la que siente. Salvo que sea atacada o que alguien intente robarle no reaccionará hasta que recupere la visión

Los guardias ciegos sacan sus porras y la interponen entre cualquier atacante y ellos, a modo de defensa. Los dos que se habían librado, se acercan a los ladrones, e incluso uno intenta golpear a uno con una clava, sin éxito. Mientras, entre todo el jaleo el que había lanzado el conjuro que ha cegadoa todos se acerca a la plataforma central donde está el cofre del premio.

Leland trastabilló por la sala de juego, haciéndose el ciego y acercándose a la plataforma donde el aguerrido atracador se disponía a hacerse con el dinero de sus mecenas potenciales. Robar dinero estaba mal, pero robarle la posibilidad de volver a un escenario estaba claramente peor y no estaba dispuesto a permitirlo. Aunque sabía defenderse con una espada gracias a las clases de esgrima que les daban en la academia no era un hombre de violencia. Lo mejor, pensó, será intentar hacerle recapacitar. O engañarle. O las dos cosas. O bueno, ya veríamos cómo salir de ésta.

-¡Eh!- Le increpó.- ¡Seguro que no te vendría mal un poco más de ayuda en esta chapuza de atraco!

Eh, sí claro, claro. La verdad es que me vendría bien que me quitases a esos guardias de mi camino. Es la mejor forma de que me ayudes... puff!!!

El guerrero continua sentado, parece que ignora toda esta situación. “A fin de al cabo este dinero no es mío… ya no…” pensaba,  y siguió bebiendo y gruñendo cuando alguno de los atracadores se acercaba a el en exceso.