Partida Rol por web

   Parecía como si Olaff se impacientara. Parecía que Hakkonsson, mi tío, empezaba a perder los nervios. Su ataque es ráppido pero previsible. Fuerte y arriesgado. Quizá queriendo acabar conmigo de un solo golpe. Quizá estoy empezando a hartar a mi tío. Mi espada se interpone entre mi cuerpo y el filo de Hakkonsson, resonando el acero al chocar contra el acero.

   - Debiste haber pensado mejor tu plan, tío, y haberme matado mucho antes. Podrías haberme tirado por el acantilado o haberme dejado en el bosque. Habría pasado por muerte natural... pero fuiste descuidado. Y ahora yo voy a cobrarme el precio de la sangre. 

   Aunque me vanaglorie, o parezca seguro de mi mismo, yo también deseo acabar con prontitud el combate y unirme a mis compañeros para socorrerles. Decido cambiar las tornas del combate, una vez más. Me parapeto tras mi escudo y avanzo. Esta vez avanzo sin esperar a que mi tío lance el golpe. Golpeo rápido con mi espada pero, esta vez, no es mi hoja la que la muerde carne. Esta vez golpeo con el pomo de al empuñadura en la cabeza de Hakkonsson buscando que el golpe le deje sin sentido. Una vez en el suelo... puedo tenerle a mi merced.

Había hecho un notable esfuerzo, pero Olafsson devolvía una mirada con más irritación en sus ojos que el miedo que había pretendido infundir en su alma. Mi espíritu se encogió pensando que los dioses hubieran ignorado mi plegaria y mis súplicas, y las fuerzas comenzaron a abandonarme. Tan abatido estaba, y tan centrado en Olaf que ni había advertido la presencia del despreciable Hjlati en pos mía, y que podría haberse arrojado sobre mí en cualquier instante de no haber sido por Harald; y aún lo ignoraba.

Mi visión se emborronaba y mis piernas a duras penas me sostenían. Pensé en mi padre y en el Valhalla, pero sus puertas no se abrirían a mi muerte si me permitía desmayarme en aquél instante. Agotados todos mis recursos, empuñé de nuevo el cuchillo en la mano diestra mientras con la siniestra apoyaba mi peso en el bastón para no caer, caminando paso tras paso pero inevitablemente hacia Olafsson; si aquella batalla era donde perdería la vida, haría que al menos valiese de algo.

Hay que acabar esto deprisa. Uthred debe cobrarse su venganza, merece ser el quien tome esta vida. Distraere al enemigo, abrire su guardia para que Uthred lo tenga mas facil.

-¡Eh! ¡Rata sarnosa! Vamos a hacerte pedazos y vamos a abonar el suelo con tus despojos. Ven cabron, que vamos a aviarte.

Cargo con el escudo contra el enemigo, trato de desequilibrarlo, abrir un resquicio en su defensa para que Uthred golpe con mas facilidad. Renuncio a golpear con la espada mas alla de este ataque deseperado.

El intento de noquear a Olaf Hákkonsson por parte de su sobrino se salda en un fracaso, pues el ataque es fácilmente desviado por el tío de Uthred. A su lado, Erik deja de atacar por un segundo a Olafsson y atacando con su escudo intenta desequilibrar al jarl de Vestfold con la esperanza de ayudar a Uthred. Los dioses están disfrutando de la pelea y, sin duda, no quieren que acabe fácilmente. Ni siquiera el intento de abrir las defensas de Olaf de Vestfold es suficiente para que Uthred acierte en su segundo intento. Tampoco Erik tiene suerte en su caso.

Hjalti intenta acabar con Harald para tener vía libre hacia Haakon. La espada del danés muerde la carne de Harald que grita quédamente. Vuestro amigo ha sido herido, pero resiste. Su segundo espadazo, sin embargo, no encuentra su objetivo.

Hákkonsson intenta hacer lo propio con su sobrino, primero una y después otra vez. Pero ninguno de sus intentos llega a acertar, dejándole casi en ridículo. Su rostro se pone rojo como las brasas más calientes.

Bernt intenta acabar con Olafsson y sus dos hachazos alcanzan su objetivo con extrema brutalidad quien no puede defenderse en ningún caso. Harald no se queda atrás y hiere a Hjalti con su primer ataque, pero el resto de estocadas no cortan más que el aire.

Haakon, el más lento en actuar se acerca, tal y como puede, hasta Olaf que comienza a verse rodeado. Sus ataques, carentes de fuerza alguna, no representan ningún peligro.

Olaf herido tal y como está, no puede hacer otra cosa que defenderse sin éxito de los terribles hachazos de Bernt. Su magia es más necesaria que nunca y renuncia a atacar con tal de curarse.

   - ¡¿Crees que los dioses están contigo!? ¡Voy a disfrutar matándote! ¡Pero no lo haré rápido! Voy a incapacitarte y cuando estés herido te desarmaré. Entonces te abriré en canal y dejaré tus tripas para que las alimañas den cuenta de ellas hasta que mueras. ¡Bastardo!

   Parecía que mi tío se anticipaba a mis movimientos. A mi alrededor los sonidos de lucha se sucedían. Apenas podía fijarme en nada más que lo que tuviera delante. Anduve en círculos, sin perder de vista a mi tío, queriendo así tener una perspectiva más panorámica del campo de batalla. Harald recibió una herida y se quejó. Haakon se enfrentaba a Olaff en singular encuentro. ¡Los dioses tienen que estar orgullosos del thulr pues es un cabrón valiente! ¡Y cómo se debatía Bernt, lanzando hachazos contra el jarl Olaff como si éste fuera un pino!

   - ¡Erik! ¡Ayuda a Harald! - Ordené, quería que ayudara a mi compañero pues no quería dejar a nadie detrás. Pero en el fondo era orgullo. Un orgullo desmedido. Erik también se enfrentaba a mi tío pero Olaff Hakkonsson era MI presa. Y si no lograba matarlo, moriría en el intento. Pero la lucha es mía.

   Con renovadas fuerzas me lancé de nuevo al combate. Mi espada volaba en mi mano y la descargué con furia en dos golpes. Un golpe descendente primero que buscaba cercenar la armadura y la carne de Olaff desde su clavícula izquierda. Luego un fuerte revés con la hoja de mi espada, dibujando un ángulo, y queriéndole abrir las entrañas a Olaff.

Por mucho que me esforzaba todo lo que veía eran veloces borrones que flotaban ante mis ojos unos instantes antes de ser sustituidos por otros mientras agitaba inútilmente mi cuchillo ante ellos.

Creí ver las enormes hachas de Bernt caer con fuerza, y poco después un destello rojo y noté cómo me salpicaban unas gotas de sangre caliente, pero ni siquiera estaba seguro de que fueran de Olafsson, pues la que creía que era su figura seguía en pie. Determinado a continuar luchando, asesté unas débiles puñaladas contra aquella figura borrosa ante mis ojos, antes de que desapareciera o mi propia debilidad me impidiera seguir.

Con Erik despistado y con los dioses decididos a alargar el combate innecesariamente para su único disfrute, Uthred se ve incapaz de impactar a su tío que sigue vivo en el campo de batalla. A vuestro alrededor la lucha es encarnizada. Cada avance de uno de los ejércitos es pronto contrarestado por el contrario en un avance y retroceso sin fin. Las bajas, sin embargo, aumentan en uno y otro lado.

Hjalti reacciona, lanzando un estocazo tras otro contra Harald, pero sus heridas son hondas y sus movimientos previsibles.

Olaf, jarl de Vestfold por su traición, no quiere dejar que las Nornas sean quienes decidan vuestro destino y se lanza a buscarlo por sí mismo. Los dioses, quizás divertidos por su arrojo, le premian y su primer ataque encuentra un hueco entre la armadura de Uthred. Una nueva herida y una nueva carcajada del noruego.

Haakon intenta asestar cuchilladas a Olaf, el causante de todo esto, pero sus lances apenas tienen fuerza y no revisten ningún peligro.

El turno de Bernt vuelve a traer alegrías. Su primer hachazo impacta con brutalidad y Olaf no puede hacer nada más que evitar el segundo hachazo que le pasa muy cerca.

Haakon es el siguiente en lanzar sus espadazos. Dos de ellos impactan con habilidad. Hjalti está vendido y apenas se mantiene de pie. Una brisa de viento podría matarle a estas alturas. Sus pies chapotean sobre su sangre.

Olaf, pese a su potencia, sólo consigue impactar una vez en Bernt. Su espada de fuego, sin embargo, hace daño.

   El filo de la espada de Olaff, mi tío, de nuevo encontró carne. Sentí el frío acero morder mi carne y mi frustración querer hacerse dueña de mi. Entonces mi tío rió con una carcajada y yo sonreí. "Si tu enemigo se ríe, riete con él. Si te hiere. Hierete y sigue riendo. Demuestra a tu enemigo que la muerte es tu amante" escuchaba a mi abuelo Arn decirme cuando entrenábamos, o después de mis primeros combates a muerte. Entonces de mi surgió una carcajada burlona y divertida antes de atacar pasé la parte plana de la espada por mi rostro, llenándolo de sangre. ¡Lástima que no fuera uno de los elegidos de Odin! ¡Uno de sus guerreros predilectos! Pero al menos, que mi tío se piense que su sobrino está loco. Es difícil luchar contra un loco.

   Entonces me volví a lanzar al combate. Me lancé como si me quisiera comer a mi tío, caer al barro y a la sangre con él. Mi espada vibraba en mi mano. Quería sangre. ¡Ordenaba la sangre de mi tío! Y lancé dos tajos, dos poderosos golpes. Quizá debiera ser más preciso. Pero tenía que agotar a mi tío antes de acabar yo agotado o más herido.

Mi mente estaba confusa. Durante unos aterradores instantes, ni siquiera supe porqué aún empuñaba el cuchillo, pero aun así el único modo de no caer en la desesperación era continuar luchando aunque en mi interior creyera que no serviría de nada.

Erik vuelve a atacar a Olaf, con la intención de no dejar a Bernt solo ante el titán, pero sin éxito. Haakon no tiene suerte, Uthred consigue impactar a su tío de milagro aunque la herida es difícil de ignorar.

Hjalti apunto está de alcanzar a Harald, pero sus heridas le pueden más que nada y falla. Más que ataques, sus intentos se quedan en meros aspamientos que pese a su habilidad, no llegan a impactar. De haber estado perfectamente sano, otro gallo hubiese cantado.

Olaf de Vestfold, en su línea, sigue acosando a Uthred y de nuevo le impacta. Las protecciones de Haakon le están salvando de una muerte segura, pues el daño recibido es en todos los casos muy menor del esperado.

Bernt mece de nuevo su hacha, pero esta vez su arma no vuelve a lamer la sangre de Olaf. Harald, por su parte, tiene más suerte y acaba con Hjalti. No le dará más oportunidades de herirle. Sus pasos, sin embargo, le llevan fuera del combate en el que os encontraís. Ishild, en la batalla, le grita ayuda. La carnicería no ha terminado allí.

Y el titán despierta, primero un corte que no alcanza a Bernt, pero después de espadazos dejan a vuestro amigo herido de gravedad. Las tornas se han equilibrado entre ellos. Ya sólo quedan los dos Olafs, pero están demostrando ser muy duros.

   ¿Los dioses estaban con nosotros? Conmigo no parecían estarlo. Alcé la mirada y allí seguían estando. Los cuervos sobrevolaban el campo de batalla en un cielo gris de nubes. Pronto Thor abatirá su martillo sobre el cielo y los relámpagos caerán sobre la tierra. Pronto los cuervos se darán un festín con los muertos. Y quizá degusten mis ojos. No temo a la muerte. Soy uno con la muerte. Soy un guerrero curtido en decenas de batallas. Escapé con éxito de un cautiverio y no me dejé vencer. Encontré el camino hacia unas tierras desconocidas, sorteando tempestades y trombas marinas. ¡No iba a dejarme vencer por un viejo asesino!

   A mi mente vino un cantó guerrero. Un canto que interioricé y que tanto había escuchado a mi abuelo y a sus hombres cuando saqueaban tierras lejanas.

   - ¡Vendrá el tiempo del hacha! ¡El tiempo de la espada! ¡Los escudos se astillarán! ¡La era del viento! ¡La era del Lobo! ¡Antes de que el mundo se parta!* - Grité para llamar a los hados y que los dioses se fijen en mi, pero ojala no sólo lo hicieran los dioses. 

   Entonces cargué. con fuerzas renovadas. El escudo no pesaba, pero ayudaba a equilibrarme. Al igual que el peso de la espada en mi mano, es algo que ha formado parte de mi desde mi niñez. La espada vuela en mi mano y lanzo un tajo fuerte de arriba a abajo. La hoja desciende buscando carne, buscando sangre. ¡Necesita beber la sangre maldita de mi tío! Y antes de que Olaff el Asesino de Vestfold se recupere, alzo de nuevo la espalda para descargar otro golpe, éste con más fuerza y un grito de furia.

Aunque todo a mi alrededor parecía moverse mucho más rápido de lo que debía, durante unos breves instantes, como destellos, era capaz de comprender lo que ocurría. En ese preciso instante, por ejemplo, noté una salpicadura de sangre caliente y me di cuenta de que Bernt había sufrido una grave herida ante Olafsson.

El imponente enemigo parecía indemne e invencible y mi cuchillo nada podía contra él. Incapaz de pensar o atacar, y sin un plan mejor, hice lo único que se me ocurrió capaz de ayudar a Bernt; salté sobre el enemigo.

Es Erik quien lo intenta primero. En ambos casos, sin embargo, Olaf consigue esquivar fácilmente los envites del herrero.

Aunque el primer impacto de Uthred no encuentra su objetivo, el segundo prueba la sangre del de Vestfold que gime de dolor. Aún aguanta como el norteño que es, pero si no acaba con Uthred, su destino está sellado. Poco a poco la batalla se va decantando.

El jarl usurpador de Vestfold lo intenta. Su suerte parece no acabarse pese a sólo colocar un ataque. Pero parece suficiente. Uthred recibe una nueva herida. Ésta, gracias a la magia de Haakon es pequeña, pero poco a poco la fuerza también se le está agotando.

Haakon, a la desesperada, se lanza contra Olaf intentando desequilibrarle. El gigante se ve sorprendido y durante unos segundos se abren sus defensas y su capacidad de ataque se resiente.

Bernt vuelve a la carga y consigue volver a herir a Olaf que resiste pese a todo.

El gigante blande su espada contra Bernt. Gracias a la acción de Haakon, ninguno de los ataques impacta, pero todos sois conscientes de lo que un impacto por parte del jarl supone.

   ¡Por fin había probado la sangre! ¡Por fin había logrado abrir un hueco en las defensas de mi tio y hacerle apretar los dientes de dolor! Entonces recordé todo el daño que me había hecho. Él también me impactó, sacandome de mi ensimismamiento pero gracias a las argucias y a los poderes de Haakon, su espada apenas me había provocado un rasguño.

   Recordé a mi padre, la risa cantarina de mi madre y jugar junto a mis hermanastros. Luchar con ellos con espadas de madera, revolcarme con ellos por el barro y los charcos, perseguir a las niñas y chincharlas para, en el momento siguiente, regalarles unos brazaletes hechos con ramas flexibles y hierbas. Una noche de fuego y sangre todo eso quedó atrás. Ahora esas niñas son mujeres que apenas me recordarán, y mis hermanos son polvo. Y lo que es peor. Es que no todos tuvieron la muerte gloriosa. La risa se ahoga en mi garganta y siento arder mis ojos. Hasta ahora no había pensado en ello. Los asesinos de mi tio, sus lugartenientes y camaradas, habían asesinado a mi familia. Algunos pudieron defenderse, pero otros, como mi padre, murieron sin poder echar mano de un arma. ¡Les habían vetado la gloria eterna del Valhalla!

   - ¡ASESINOOO! - Grité volviendo a atacarle. Cargué contra mi tío alzando mi arma, pero en vez de terminar el movimiento de la espada, buscando golpear su cabeza, su rostro, con la parte plana de la espada. Pero mi furia era tal que estaba cegado. No deseaba más que golpear la cabeza de mi tío con la hoja de mi espada, verle caer, desplomarse indefenso y desarmarle. Iba a matarle. Sí. Pero no le concedería el Valhalla. Después del primer golpe, intenté un segundo golpe con el puño de mi espada.

Tras unos instantes de forcejeo Olaffson se desembarazó de mi como si me tratase de una alimaña salvaje. Perdí la respiración. La muerte podía sobrevenir en cualquier momento, pero me resistía a ser derrotado antes que el enemigo. Empuñando el cuchillo con renovada firmeza me lancé dispuesto a asestar al menos un único golpe sobre Olaffson antes de caer.

El golpe de Uthred es suficiente para que Olaf de Vestfold caiga inconsciente al suelo. Por suerte, el segundo ataque de Uthred golpea al aire, pues de haber impactado éste también, el viejo jarl hubiese muerto de tan herido que está. Su vida comienza a apagarse por lo que acabar con vuestro último y duro rival debiera de ser vuestro objetivo prioritario.

Haakon intenta, con lo que le queda de fuerzas, ser lo más peligroso para Olaf que puede, dadas las circunstancias, pero sus intentos casi resultan cómicos. El rostro del thurl pese al agotamiento no es para reirse. En los ojos de mirada cansada puede apreciarse con claridad un fuego terrible.

Bernt, el más lento, intenta acabar con vuestro último rival. Sus hachazos sin embargo son lentos. El cansancio empieza a notarse también en él.

Olaf ataca de nuevo, pero sólo uno de sus envites alcanza a Bernt. El leñador está librándose de los ataques más duros del jarl con increíble suerte.

Erik toma el relevo. Comenzáis a rodear a Olaf. Y se nota. El ataque de éste impacta en vuestro enemigo que sangra.

Todo lo que me impulsaba era una voluntad temeraria, el pensamiento de que una vez me dejase llevar por el cansancio todo se habría perdido sin remedio. El cuchillo se deslizaba inofensivo sobre la armadura de Olaffson, atravesaba el aire muy lejos de su objetivo, o rebotaba contra las armas entrecruzadas de nuestro enemigo o mis aliados; pero aunque su ayuda apenas fuese menos que nada, no podía rendirme a la derrota y el agotamiento.

   Por fin tenía mi destino a mis pies. Alcé la vista unos segundos y miré al cielo encapotado y la bandada de cuervos que se congregaban. Dejé que el viento azotara mi rostro y sonreí. Allí vi a mi padre, a mi madre, a mis hermanos y hermanas. Por fin sus espíritus podrían descansar. Pero aún hay algo que quemaba mis entrañas. 

   - ¡Odin! Recibe el espíritu de Sven Hákonsson, de mi madre y mis hermanos, pues les fue arrebatado ese privilegio por un perro cobarde. ¡Este perro cobarde! ¡Atestigua que mi venganza se ha cumplido, Padre de Todos! - En ese momento, le doy un puntapié a la mano de Olaff, que aún aferraba su espada. Haciendo que sus manos no toquen acero, le piso la muñeca. ¿Despertará? Si despertase sería consciente de que iba a pasar una eternidad vagando en Hel, pudriéndose con los castigos y los tormentos de aquél lugar. Pongo la punta de mi espada en su garganta -  Y no permitas que este perro se siente a tu mesa, pues en tu mesa no hay lugar para los cobardes.

   Según mis palabras van saliendo de mi boca, aprieto mi espada y el acero va cortando piel, carne, musculo y tendones. Una bocanada surge de la boca de mi tio al no poder respirar y la sangre brota a borbotones, dejando que la vida se escape del cuerpo de mi tio. Piso con fuerza su mano y evito que pueda llegar a coger ningún arma. Siento en mi la furia y la euforia de haber visto cumplida mi venganza. Pero a mi alrededor la batalla aún no ha terminado. Me agacho para quitarle a mi tio su brazalete, simbolo de distinción entre los hombres del norte, y lo alzo sobre mi cabeza.

   - ¡Hombres de Vestfold! ¡Vuestro Jarl Olaf el Cobarde ha muerto por mi mano! ¡Por la mano de Uthred Svensson. Hijo de Sven Hákonsson, quien fue vuestro jarl! ¡Ya no os ata juramento hacia Olaf! ¡Dejad vuestras armas, pues esta batalla la tenéis perdida! - Si los hombres que mi tío trajera dejan de combatir y se rinden, Olaf Olafsson vería muy mermada su capacidad combativa. Miro a quienes me rodean, amigos y enemigos, y señalo con mi espada el cadáver de mi tío. - Este perro es mío... mataré a cualquiera que se acerque a él.

   Con el brazalete de mi tio en mi muñeca, junto con los otros que he ido ganando a lo largo de mis andanzas, alzo la mirada para hacer una rápida perspectiva de la batalla y de la situación de mis amigos, pues durante el combate había perdido por completo la noción del tiempo y del espacio. Busco a Erik, Bernt, Haakon y Harald, y especialmente a Siggy y a Helga, por si acaso alguno de ellos necesitase de mi ayuda.

El caos sigue a vuestro alrededor, nada lo puede detener, ni siquiera el grito de Uthred. Todo sigue igual, la carnicería continúa. No parará mientras Olaf siga viviendo.

Erik intenta acabar con Olaf, pero éste es un rival duro. Muy duro.

Uthred, por su parte, aprovecha el momento para tomar la vida de Olaf, su tío, que apenas consciente recibe su castigo con cara de horror. Su mano intenta aferrar su arma antes de morir, pero ésta queda lejos y su vida se extingue, llendo su alma directamente a Hell.

Haakon lo intenta, pero no hay suerte. Sus ataques se sienten inútiles, como si de una mosca se tratase. Pero el thurl se niega a rendirse. Todos los presentes sienten el coraje del danés, pese a que sus intentos estén resultando poco determinantes. Bernt, pese a no estar tan cansado no muestra un mucho mejor resultado.

Olaf observa como Erik y Bernt con su gran tamaño están resultando temibles rivales. Los dos actuando al tiempo son peligrosos, por lo que dedice atacar a ambos. Erik se lleva la peor parte. Los otros ataques no encuentran su objetivo.

Más tarde sería incapaz de recordarlo con claridad pero en ese preciso instante, todos los hombres atacando como uno solo contra Olaffson, Haakon pudo sentir una mano cálida como los brazos de una amante que sostuvo las suyas con firmeza y guió su cuchillo con una destreza que nunca habría soñado. En toda su vida, ni siquiera con la mente despejada y totalmente descansado combatió con tanta fiereza como hizo aquellos breves segundos.