Partida Rol por web

   Habiendo acabado con mi enemigo, me tomo un momento para mirar a mi alrededor y buscar a mis compañeros. Haakon, Erik y Bernt acosan a Olafsson pero parecen no poder hacerse cargo de ello. Busco también a Siggy y a su madre, pero en esos momentos veo como Olaf ataca a mis compañeros, inmisericorde, llevandose Erik un mal golpe, tan feo que solo gracias a su tamaño y resistencia puede seguir luchando. 

   Entonces no lo pienso. Aprovechando la distancia comienzo a trotar por el campo de batalla. El trote se convierte en una carrera que cada vez se hace más rápida y con la que cada vez voy cogiendo más impulso. Corro con fuerza hasta llegar a la altura de Olaff y aprovechar mi inercia y el impulso de la carrera para asestarle un golpe mortal.

Erik intenta devolver el daño recibido con brutal furia, pero sus ataques resultan relativamente sencillos de esquivar para Olaf pese a la evidente inferioridad numérica en la que se encuentra. El mundo parece ajeno a vuestro combate. Por aquí y por allá, los gritos de victoria o dolor de hombres y mujeres son fácilmente audibles. La batalla se vuelve más y más sangrienta con cada nueva muerte. Aquellos que combaten lo hacen sobre un lodo rojizo, fruto de mezclar la negra tierra del lugar con la sangre de hombres y bestias por igual. La muerte entra por vuestras fosas nasales.

Desde la distancia que le proporcionan los ataques y defensas de Olaf, Uthred aprovecha para colarse por un hueco, cargando contra el gigantesco jarl. Su ataque, sin embargo, tampoco encuentra a su objetivo. Es Haakon, ante la sorpresa de todos quien consigue herir al guerrero con un certero ataque de daga. Los dioses, cansados de ver como el thurl  lo intenta con pasión pero poca fortuna, dirigen su mano por entre las defensas del poderoso enemigo. La sangre vuelve a manar, como si de un sacrificio se tratase.

Las heridas pesan en Bernt, que es incapaz de aportar más en la caída de Olaf.

Éste reacciona y se lanza a combatir a sus cada vez más enemigos. Aunque dos de sus tres ataques no encuentran a su objetivo, el segundo de ellos impacta con extrema violencia en Erik. De no ser por las protecciones que le brindan los glifos custodios de Haakon, el herrero estaría probablemente muerto. El combate se os complica.

Su cuchillo había encontrado a su enemigo y le había desgarrado la carne sin piedad, pero un arma tan pequeña apenas había abierto una insignificante herida contra el poderoso enemigo al que se enfrentaban. Cuando entendió que incluso la intervención de los dioses apenas podía concederle a Haakon esa pequeñísima ventaja el thurl comenzó a derramar lágrimas silenciosas sin dejar de blandir el cuchillo como enloquecido.

Entonces rezó, no con palabras ni reverencias, sino una auténtica oración nacida de lo más profundo de su alma en la que pedía a los dioses que concedieran su favor a un auténtico guerrero, alguien realmente capaz de derrotar al coloso que les amenazaba y a todas sus brujerías.

El primer ataque no surtió el efecto deseado. Pero Olaff estaba rodeado. Era acosado igual que un lobo acorralado ante el cazador. Recibía golpes que, por fortuna o por habilidad, lograba esquivar, y lanzaba golpes a su vez que, como zarpazos, encontraban objetivo en los compañeros que rodeabamos a Olaff. Pero pronto el jarl se agotaría. Pronto se cansaría y entonces tendríamos la oportunidad de vencerle.

Alce mi espada y decidí tratar de dar una oportunidad al resto. Con fuerza descargué el acero contra la cabeza de Olaff queriendo dejarle inconsciente. Después del primer golpe, descargo otro rápido golpe contra la cabeza de mi adversario.

Tras el ataque de Olaf que está dejando al grupo herido no sólo fisicamente, Erik lo intenta de nuevo. Sin embargo, las heridas sangran profusamente. Y así pasan factura. Los dos ataques resultan lentos y Olaf no necesita hacer mucho esfuerzo para esquivarlos. Un enemigo menos del que preocuparse. Al menos por el momento.

Los intentos de Uthred no obtienen mucho mejor resultado y se estrellan sin peligro en el arma del jarl o rozan el aire. Tampoco Haakon tiene suerte. Los dioses no están siendo generosos con ellos, quizás expectantes por ver más sangre y violencia antes de conceder su poder.

Bernt tiene más suerte. Al menos parcialmente. Uno de sus ataques impacta a Olaf que grita de dolor. Es vuestra oportunidad, pero antes, el gigante intenta vengarse. Sus ataques, uno a uno van fallando, pero el último impacta en Erik ante la sorpresa de todos. La herida tumba al enorme guerrero que comienza a desangrarse. Sois uno menos, aunque Olaf es una presa más fácil ahora. Sin embargo, como un animal herido y acorralado, está demostrando su peligrosidad.

   De nuevo mi acero no encuentra más que el acero de mi enemigo. Olaff es un hombre diestro y una magia impía le rodea. Le protege. La frustración amenaza con hacerse presa de mi alma, de mi cuerpo. Y se que tras la frustración vendrá el mordisco del acero enemigo, la frustración me hará flaquear, me dejará vencido ante mi enemigo. Entonces la hoja de Olaff abre una fea herida en el cuerpo de Erik, y éste cae al suelo como el tronco de un árbol ante la hoja del leñador. La furia inunda mi espíritu y un grito más animal que humano me lanzo de nuevo a atacar a Olaff con toda mi fuerza, con toda mi furia, aun a pesar de dejar mi defensa baja.

   Se que el destino de Erik, morir como un guerrero, es un destino que anhelaba. Que todos anhelamos. Pero en el fondo no deseo que acabe así, no aún. Aún tendríamos mucho que festejar y, aunque se que mi amigo esperaría a que todos nosotros nos volviésemos a reunir en el Valhalla, el miedo y la pena por perder a quien ha sido para mi como un hermano hace que las lágrimas inunden mis ojos, y que yo luche sin denuedo con más rabia que habilidad.

Tras su ferviente rezo a los dioses las fuerzas de Haakon estaban casi consumidas. Incluso cuando por fin su enemigo parecía tan cansado y herido como ellos mismos, el thulr apenas era capaz de sostener el cuchillo temblorosamente en sus manos.

El esfuerzo y las heridas pasan factura a todos. Olaf sigue resistiendo como un jabalí rodeado por los perros; herido pero igual de peligroso. Y de los vuestos ya sólo quedáis tres en pie o en los alrededores. Hace rato que no sabéis nada de Ishild o de Harald. ¿Estarán vivos? ¿Estarán muertos? ¿Qué habrá sido de Helga la jarl o de su hija Siggy?

Las preguntas rebotan en vuestras cabezas pero pronto las desterráis, haya pasado lo que haya pasado es irrelevante ahora. Tenéis una misión de la que no podéis escapar hasta que esté resuelta. Es un combate a muerte y aún tiene que caer uno de los bandos y vencer el otro.

Uthred lo intenta de nuevo, pero los dioses no le benefician. Haakon no tiene mucha más suerte. Uno por uno, vuestros ataques son esquivados o desviados con cierta facilidad por Olaf pese a sus heridas. Vuestras botas chapotean en el barro ensangrentado.

Bernt lo intenta de nuevo. Su primer ataque fracasa, pero el segundo impacta. Olaf no puede hacer nada y cae al suelo con un hachazo que le atraviesa el pecho. Bernt el guardabosques ha terminado con la amenaza. El combate es vuestro. Gracias a Odin

A vuestro alrededor ahora se forma el silencio. Podéis giraros y ver el campo de batalla. Cadáveres por toda la extensión que cubre el claro del bosque en el que os habéis enfrentado. Algunos supervivientes, humanos y lobos por igual, huyen hacia la seguridad que ofrecen los árboles. Reconocéis a muchos guerreros de Helga caídos, pero también a un número igual o mayor de hombres que seguían a Olaf. El gigante tenía una gran influencia, pero ésta ha desaparecido. Habéis vencido y ya sólo resta buscar a los supervivientes.

Justo cuando Haakon pensaba que ya no sería capaz de resistir un solo segundo más, la poderosa hacha de Bernt abre brecha en la defensa del enemigo y Olafsson cae al suelo casi partido por la mitad como un tronco de madera podrida. La impresión de que todo hubiera terminado dejó al thulr paralizado, hasta que lentamente sus piernas resbalaron por el suelo y terminó de rodillas sobre el suelo manchado de sangre.

- Hemos ganado. - murmuró con voz incrédula, como si temiera que se tratase solo de un sueño y temiera despertarse en cualquier momento para descubrir la horrible verdad; pero no era nada de aquello, su victoria era real. Miró alrededor en busca de los rostros de sus compañeros, pero aparte de quienes habían rodeado a Olaf para atacarlo hasta su muerte no reconoció a nadie más. Los enemigos huían en desbandada.

- ¿Y Ishild? ¿Siggy, la jarl Helga? - preguntó como si los demás pudieran darle una respuesta, pero entonces olvidó sus preguntas al recordar algo mucho más apremiante. Erik seguía en el suelo herido de gravedad por Olafsson. Haakon avanzó hasta él como pudo sobre sus rodillas y puso las manos sobre su pecho dispuesto a recitar una oración a los dioses pero las palabras no acudieron a su boca, en cambio sentía la boca pastosa y la garganta llena de ceniza; tal vez a causa de sus actos los dioses hubieran decidido negarle sus plegarias de una vez y para siempre.

   Cuando por fin vi a nuestro enemigo caer, mis fuerzas fallaron. Mis rodillas se doblaron como si todo el peso de los 9 Mundos reposara sobre mis hombros. Solté el escudo y me apoyé en mi espada para no caer derrotado. No había derrota. Bernt había lograda la hazaña de derrotar a Olaff. Aunque todos hayamos contribuido en esa victoria, el honor de derrotar al jarl era suyo. Jadeante recuperé el aliento y me alcé para acercarme al cuerpo del Jarl Olaff. En silencio rebusqué entre sus pertenencias y le arrebaté su brazalete. Un símbolo de poder, gloria y honor. ¿Que no podría hacer con algo semejante? ¿Qué no podría comprar con el brazalete del jarl Olaff? Entonces me giré hacia Bernt, cuya hacha había talado el árbol más grande e infecto de aquel bosque de enemigos.

   - Esto es tuyo, hermano. ¡Bien hecho! - Exclamé entregándole el brazalete del enemigo que había caído.

    Observé a Haakon arrodillado junto al cuerpo de Erik. El thulr era una caja de sorpresas. Cualquier beodo sin dos dedos de frente desdeñaría la figura delgada del thulr. Pero Haakon había resistido donde otros habían caído, y sus argucias y habilidades habían sido igualmente providenciales. Apoyé una mano en su hombro a modo de agradecimiento pues sin su magia para protegernos, no habríamos logrado nuestro objetivo.

   - Trata de cuidar de él... voy a buscar a los demás.

   Erik yacía en el suelo sangrando por una herida bastante fea. ¿Acaso no estaría ya en el Valhalla? Sentimientos encontrados inundaron mi corazón. Si Erik había muerto, sería una pérdida triste y dolorosa. Pero a la vez sería algo digno de contar y celebrar pues nadie como Erik se habría ganado el legítimo derecho de vivir eternamente en el Salón de los Dioses. Caminé pesadamente, buscando a los demás. A Harald, a Siggy y a su madre Helga, a Ishild y a los demás compañeros que nos acompañaron hasta esta tierra.

   - ¡HARALD! ¡SIGGY! ¡HELGA! - Gritaba con cierto temor que hacia que mi corazón latiera con fuerza a la par que el temor iba creciendo por momentos. - ¡SIGGY!

Los dioses parecen haberse cansado del combate y todo signo de lucha ha desaparecido, pero también de magia. Si alguien puede lanzar algún conjuro, desde luego no hay muestras de ello. Incluso la niebla mágica y tenebrosa que inundaba el ambiente comienza a desaparecer.

Cadáveres de hombres y lobos yacen por todos lados. Escenas dantescas por doquier; sangre en cada punto donde se fijan vuestros ojos, regando el terreno ahora empatanado y el olor de la muerte llenando vuestras fosas nasales. En el firmamento, grís por las nubes que comienzan a descargar lluvia con fuerza, las aves carroñeras comienzan a girar en círculos sobre el campo de batalla.

Buscáis a vuestros amigos. Ishild y Harald son los primeros en aparecer. Heridos y magullados, cubiertos de sangre propia ajena, parecen, no obstante, gozar de una razonable salud. Pronto, la doncella guerrera se acerca a Erik, que respira con dificultad, y comienza a aplicarle apósitos y ungüentos varios para tratar las heridas del herrero. Teméis por su vida, pero sólo las Nornas saben qué destino le espera.

Siggy, sin embargo, no aparece por ningún lado. No la véis. La preocupación comienza a hacerse patente entre vuestras filas.

Por fin, de entre la niebla surge una figura difusa. La silueta se torna más clara, mostrando una figura femenina, de largos cabellos rubios y una espada en su mano. La sangre la cubre por parches. Está sola.

Cuando por fin se acerca podéis ver su mirada ausente. En su rostro se refleja la tristeza de su alma. Su cabeza se levanta y por fin reacciona al veros. Cae de rodillas y las lágrimas corren por sus sonrosadas mejillas. Mi madre ha muerto. Los llantos ahogan la posibilidad de entablar una conversación. La batalla ha supuesto la muerte de numerosos jarls.

   El furor de la batalla poco a poco va haciendo mella en mi alma y en mi cuerpo. Pero la preocupación pesa mucho más que el cansancio. Siggy no aparece por ningún lado. Cuando salí de Heiðabýr, cuando atacamos la casa de aquel maldito mercader cuyo nombre incluso he olvidado y cuya alma deseo que se la coman los gusanos en Hel, nunca podía imaginar que mi cuerpo y mi alma sintiese nada tan intenso por nadie que no fueran mis compañeros. Pues junto a mis compañeros he sangrado tantas veces, he reido y gritado, me he emborrachado y en esas borracheras he llorado tanto que para mi eran más que hermanos. Como aquellos hermanos que una pérfida noche de llamas, acero y sangre me arrebató. Pero el cuerpo, el alma y el corazón eran caprichosos y muchas veces se escapaban al control que uno quisiera imponerle. 

   Cuanto más se hundía en mi la idea de que Siggy estuviera entre los muertos, algo aceleraba mi pulso. El miedo y el temor junto con los reproches que yo mismo me lanzaba por no haber aprovechado ninguna oportunidad. La muerte no es el final, pero en vida no volvería a conocer mujer como Siggy. Caminaba entre muertos y moribundos que se aferraban a la vida, o que maldecían por no haber muerto, o que aferraban con su último aliento sus armas para así ser reconocidos por las valkirias que se afanaban en llevar las almas de los guerreros caídos al Gran Salón de Odín.

   Entonces vi recortarse, conforme la niebla se disipaba, la figura de una mujer que trastabillaba y caminaba vacilante. Sus cabellos rubios apelmazados, su piel tersa y clara salpicada en sangre. Pronto se hizo inconfundible y olvidando cualquier otra cosa avancé con rapidez. Pero no pude llegar antes de que ella cayera al suelo de rodillas. Entonces escuché la noticia. Helga había muerto. Había sido una buena líder, una buena mujer. Y había tenido una buena muerte. Pero esas palabras no consolarían ahora el corazón de una hija que lloraba la muerte de su madre. Me agaché a su lado y con suavidad y firmeza la levanté y la rodee con mis brazos, ofreciéndole así un hombro amigo, algo de consuelo para tan gran pérdida. Honraríamos la muerte de Helga y festejaríamos la muerte de nuestros enemigos. Pero de momento el silencio se apoderó de mi y, sin decir una palabra, dejé que Siggy llorase y traté de reconfortarla en un momento como ese.

A pesar de que no sabía que podía hacer por ayudarlo, Haakon cumplió lo que Uthred le había pedido y se mantuvo al lado del cuerpo de Erik, que respiraba con tal debilidad que parecía que cada aliento fuese el último, hasta que Ishild apareció y le aplicó sus ungüentos. Nunca antes había apreciado las artes curativas de aquella mujer tanto como en ese preciso momento. Por primera vez Haakon también se dio cuenta de que estaba de una pieza; a pesar de todo por lo que habían pasado y que no había guardado plegarias de protección para si mismo no había recibido ninguna herida de consideración; lo consideró un milagro... otro gesto de generosidad de los dioses desperdiciado en alguien tan insignificante como era él.

La súbita aparición de Siggy tras varios minutos de búsqueda eliminaron el resto de pensamientos de su cabeza. Esperaba que tras ella apareciera su madre, la jarl Helga, victoriosa e imponente para aclamar a los guerreros por el éxito que habían conseguido tan sacrificadamente, aunque hasta que su mirada se desvió hacia el suelo cubierta de lágrimas no supo cuanto habían sacrificado por su victoria.

Todos tenían muertos a los que llorar, o heridos a los que ayudar, pero Uthred fue el único capaz de ofrecer su abrazo para consolar a Siggy. Mientras tanto Haakon se sentía tan frustrado como podía caber esperar, y mas. Había pedido a los dioses que protegieran a aquella mujer y a su hija porque sabía que su causa era digna, también se había arrojado a una batalla donde de poco o nada servían sus escasas fuerzas con la esperanza de obtener una muerte digna que sirviese de pago ante los dioses por todas las deudas que había contraído a lo largo de su vida; sin embargo él aún vivía, y la jarl Helga había muerto.

El abrazo de Uthred es recibido con agradecimiento por Siggy que se aferra al noruego como aquel al que no le queda nada en este mundo. El abrazo es fuerte, desesperado, mientras las lágrimas caen calientes sobre la fría piel de la mujer. La humedad de sus ojos crea pequeños arroyos que se abren paso por entre los campos de sangre seca que salpican su rostro. Su pelo está enmarañado y lleno de costras, pero aún con todo, su belleza, en la tristeza, sigue resaltando a vuestros ojos.

Sabéis que el consejo aún tiene que votar, pero no os cabe duda de que la próxima jarl será Siggy. Su brazo ha blandido con fiereza la espada y ha dirigido a las fuerzas aliadas contra vuestro enemigo, manteniendo primero y ganando después el terreno mientras vosotros luchábais desesperadamente contra Olaf y sus lugartenientes. Vuestra gloria es grande y será recordada, pero no menor es la cosechada por la mujer y su gente. Pronto habréis de volver al pueblo, en un silencio sepucral.

Ishild, con la ayuda goteante de Haakon, parece obrar el milagro de resucitar a Erik que comienza a respirar de forma más audible. Sus heridas son terribles, pero si los dioses mantienen las infecciones alejadas de él, se recuperará. Sólo necesita tiempo.

Pero no sólo las heridas de Erik o las vuestras propias necesitarán tiempo. El lugar ha quedado devastado y decenas de familias van a llorar la pérdida de los suyos. La vuelta a casa, a vuestra nueva casa, traerá aún dolor a los que desconocedores del resultado, esperan, rezando, a un resultado favorecedor.

El silencio dura varios minutos más. Nadie quería ser el primero en enturbiar aquél sagrado momento de luto y pena por los caídos, pero Haakon sabía que tendrían que ponerse en marcha en algún momento, y rompe el silencio con el tono de voz de alguien que sabe que ha hecho mal.

- Deberímos volver. Que los que puedan andar lleven a los heridos, y entonces prepararemos todo para recoger a los caídos. Se merecen un entierro digno, después de todo, esta es su victoria. -

A pesar de sus palabras, Haakon aún se entretuvo un momento antes de seguir a los demás. Dejó a Erik al cargo de Ishild y se dirigió hasta el cuerpo caído de Olaffson; aunque antes de aquél día solo había escuchado historias sobre él, ahora estaba convencido de que había hecho algún oscuro trato para obtener el poder con el que librar aquella batalla. Rebuscó entre las pertenencias del enemigo sin tapujos, dispuesto a averiguar lo que pudiera sobre él y lo que había hecho.

Haakon rebusca entre las prendas del caído. Nadie le interrumpe. Encuentra multitud de amuletos, con runas oscuras y a menudo con sangre encima. Sin embargo, más allá del origen oscuro de éstos, no consigue obtener una gran información. Sostenerlos en la palma de la mano, no obstante, supone para el thurl una sensación extremadamente desagradable. El mal inunda esos objetos y mejor sería destruirlos que intentar averiguar su oscuro origen.

De entre la niebla y la oscuridad, de alguna manera, unos tímidos rayos de sol se escabuyen, como anunciando que la era de la oscuridad se ha acabado. A vuestro alrededor sólo hay sangre, pero parece que la de vuestros amigos y aliados ha sido derramadar en menor cantidad. Quizás marginalmente, pero la victoria sobre las fuerzas oscuras os hacen pensar que los caídos lo han hecho con honor y gloria. Los dioses estarán regocijándose y las valkirias, afanosas, necesitarán del resto de la jornada para compañar a tanto héroe al Valhalla.

Poco a poco el campo de batalla se va vaciando, dejando a unos pocos guerreros para guardar los cadáveres de los caídos lejos del alcance de las aves carroñeras. Aquellos que lucharon para el enemigo no disfrutan de tal beneficio y antes de que el último de vosotros abandone el lugar, éstas ya están dándose un macabro festín.

El pueblo lo encontráis silencioso. Todos los que han quedado allí, salvo algunos pocos hombres en la empalizada, se esconden en la Gran Casa. Atravesáis las puertas y las primeras felicitaciones caen sobre vosotros. El ambiente, sin embargo, no resulta festivo. El cadáver de la jarl es portado por varios de sus más leales guerreros sobre un par de escudos. La muerte parece conservar su belleza, pese a que su ropa está empapada de sangre. Su rostro está sereno, por contra. Los lloros se desatan cuando aquellos que se ocultaban salen del hogar de la jarl tras ser avisados de que todo está bien.

Comienzan a organizarse cuadrillas para ir a por los muertos. Aquellos de vosotros con fuerza suficiente vuelven a por los muertos. Cuando acaba el día, las piras funerarias están acabadas. Con esfuerzo para muchos de vosotros, extremo en algunos casos, observáis en silencio como estas piras arden, elevándose las cenizas y esparciéndose con la brisa. Volvéis a vuestros hogares en silencio para pasar más tiempo con vuestros seres queridos. Apenas unos gestos sirven para despediros entre vosotros.

Al día siguiente, con la salida del sol, la niebla ha vuelto. Pero nada tiene que ver con la del día anterior. El olor a madera quemada y carne chamuscada inunda el ambiente. La nueva jarl Siggy os hace llamar. El thing no ha tenido dudas sobre quién tenía que suceder a Helga.