Partida Rol por web

Marvel: Fundación Costa

Alfa

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16/11/2015, 12:01
Verónica Galán

Verónica trataba de entender que demonios estaba pasando, pero no hallaba la solución... no encontraba la manera de salir de aquel lugar. Se sentía inútil, incapaz de ayudar. Había dos personas que necesitaban ayuda, y quizá no conocieran el destino que les aguardaba... pero ella si. Verónica necesitaba volver al mundo, aparte de porque en aquel lugar se encontraba encerrada y le costaba hasta pensar, porque quería tratar de ayudar a Raúl y Rebeca.

- Si quieres salir de esta situación, concéntrate en eso.- Le había dicho segundos antes aquella que parecía ella misma. Tal vez fuera simplemente otro engaño, otra treta para que no saliera de aquel lugar... ya no podía confiar en nadie, ni siquiera en sí misma.

No tenía tiempo, no quería seguir allí encerrada, necesitaba libertad. Decidió "hacerse caso", y se concentró en salir de allí, se concentró en su gente, en su casa, en la escuela, en sus compañeros y aquellas vidas que quería salvar... y sobretodo en ser libre, en volver a respirar aire puro, en volver a vivir su propia historia del cielo azul. Esperaba que algo la guiara, que algo se revelara a ella, que algo le permitiera salir de aquel infierno.

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19/11/2015, 02:50
Narrador

Verónica abrió los ojos. Estaba en pie en su rincón de la celda. Ya no estaba encadenada, pero estaba rodeada por una cálida y agradable aura de llamas blancas que desaparecieron en unos pocos instantes. Ahora llevaba la ropa que vestía una semana atrás, cuando fue a la playa. Aunque aún llevaba el collar inhibidor de poderes.

Pudo ver por vez primera a su compañera de celda. Era ella. Bastante más vieja. Parecía que había pasado una eternidad allí. Estaba toda arrugada y su pelo era tan fino y quebradizo que parecía un halo de humo. Lo más notorio es que estaba atrapada en un cristal rojo. La mitad derecha de su cuerpo estaba encerrada en aquel material… O más bien, el cristal había crecido de ella. Eso parecía.

~ Ahora eres libre ~

Su compañera sonrió.

~ Tu pesadilla se ha evaporado, disipada por tu fuerza de voluntad. Y gracias a eso, yo soy libre ~

La otra Verónica cerró los ojos y el cristal empezó a extenderse por su cuerpo, cubriéndola completamente en cuestión de segundos. Una luz anaranjada emergió del interior del mismo una vez estuvo completo, y estalló en mil pedazos. En su lugar ahora había una Verónica cubierta en llamas blancas, rejuvenecida, sonriente, poderosa. Se acercó a la auténtica verónica y se quedó frente a ella.

~ Gracias ~

Y con esto se disipó, como una vela al sucumbir a una ráfaga de viento, desapareció, llevándose toda la luz con ella, dejando a Verónica sola en la oscuridad absoluta.

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19/11/2015, 03:10
Narrador

Una vez volcaron el Jeep, no hubo mucho tiempo para pensar. El propio Alejandro tuvo que ponerse al volante del trasto, y de alguna forma sabía cómo hacerlo funcionar. Marta se subió a la parte de atrás mientras que Siro se tumbó tras los asientos, a cubierto, riendo como un maníaco. Aunque no tanto como Marta, mientras disparaba a diestro y siniestro.

Pocas balas acertaron en enemigos, después de todo, era más bien fuego disuasorio, pero cuando lo hacían, las extremidades desaparecían. Aquellas balas tenían un calibre tan grande que hacían desaparecer medio torso si impactaban con uno.

A pesar del siniestro espectáculo, Alejandro siguió conduciendo hasta llegar al río, y desde allí sortearon un bunker. Luego abandonaron el río para volver a tierra de nadie, justo por donde estaba el segundo bunker. Marta lanzó un par de granadas hacia el edificio, pero aunque no logró colar ninguna en el interior, parte del mismo cedió y fue suficiente como para que pudieran pasar por al lado con el Jeep sin problemas.

La última parte del plan de Alejandro incluía un paseo por el bosque, pero de la nada unos soldados en camuflaje aparecieron de entre los árboles. Tenían que improvisar, así que Marta tomó las riendas y les obligó a cargar hacia adelante mientras mantenía el fuego de la ametralladora concentrado en la ranura por la que disparaban desde el búnker.

Reventaron una rueda del Jeep, y empezaron a dar tumbos. Alejandro intentó mantener el control pero de golpe ya no sabía que estaba haciendo. Ya no se sentía como un soldado sino como un adolescente sin más conocimiento de conducción que el que sacaba de los videojuegos. Y empezaron a dar vueltas de campana.

Cuando el cielo y la tierra dejaron de pelearse por quien se quedaba encima, Alejandro pudo recuperar la compostura. Seguía atado al Jeep con el cinturón de seguridad, que ahora estaba de lado. Siro había quedado asandwitchado entre los asientos, pero parecía estar intacto. Marta, en cambio, yacía en el suelo a unos metros del Jeep. La única suerte que tenían es que el Jeep les hacía de escudo ante los disparos de los soldados que habían quedado atrás. Alejandro se  desabrochó el cinturón y cayó pesadamente al barro. Algo atontado por el golpe se puso en pie y corrió hacia Marta, que estaba incorporándose sola. Parecía estar bien. Pasó el brazo de la chica por encima de sus hombros, y tras asegurarse de que Siro le seguía entró por fin en el edificio principal de la Fundación.

Cerró las pesadas puertas metálicas tras de sí, solo para darse cuenta de que ya no eran de metal, sino de cristal. Como siempre lo habían sido. Tras él estaba el Hall principal de la fundación, repleto de alumnos y empleados, incluso algún profesor, que le miraban anonadados. Después de todo, estaba vestido de soldado y cubierto de barro hasta las cejas, cargando a una chica semiconsciente y con un tipo en una camisa de fuerza a la zaga. Era algo digno de mirar desconcertado.

Al menos, hasta que se fue la luz. Las luces eléctricas se apagaron, pero a la vez también lo hizo la luz del día, de repente y sin aviso, todo se sumió en la más absoluta oscuridad.