Partida Rol por web

Marvel: Fundación Costa

Consulta de Ignacio

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10/05/2015, 13:28
Narrador

Consulta de Ignacio

En esta escena podéis narrar las visitas de vuestro personaje al psiquiatra jefe de la Fundación. Cuando vayáis a narrar aquí, asumid que le estáis explicando lo que sea que hacéis a Ignacio, que se sienta tomando apuntes y sin interrumpiros.

 - El uso de esta escena proporciona puntos heroicos extra, y posiblemente,  puntos de poder.

Es posible incluir música e imágenes en las entradas mientras este aporte sea apropiado y acorde a la entrada.

Para separar varios fragmentos de una misma entrada utilizar esto: * * * * * * * * * * * *

Una entrada no tiene restricciones. Ampliaciones de trasfondo, notas personales, historias extra, conversaciones, etc, etc.

Cada entrada debe tener un Nombre. Pueden ser entradas públicas, compartidas o privadas. Si hay varias entradas relacionadas entre sí como fascículos, partes o tomos cada entrada deberá tener nombre y subnombre.

Nombre.

Subnombre.

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17/05/2015, 14:40
Alejandro
Sólo para el director

Historial 0736: Alejandro Ferret Paz

Sesión 7

Después de las anteriores (y por desgracia infructuosas) sesiones, parece que hoy Alejandro hará algo más que mirarme con esos perturbadores ojos. Parece inquieto, su mirada no engaña a nadie.

- Está bien, le contaré mi historia – admitió Alejandro, con un deje de derrota en su voz.

¿Quizá alguien lo ha convencido?

El joven carraspeó antes de iniciar su relato. Su mirada, fija en el suelo, demostraba que no se sentía demasiado seguro al respecto.

Mi madre tuvo que criarme sola, jamás me habló de mi padre. Para mí, simplemente él no existió hasta hace poco. Mi tío Joan fue como un padre para mí, y mi primo Marc fue mi hermano. Siempre fui muy tímido, me costaba mucho hablar con los demás. Incluso ahora las multitudes hacen que se me revuelva el estómago.

En el cole no hacía nada, todo me aburría. Mamá siempre se enfadaba conmigo porque no hacía nada por mí mismo, ella me tenía que obligar a hacer los deberes y a ir a clase. Lo único que me motivaba era jugar a videojuegos y pasar tiempo con mi primo.

Marc… Marc tenía un pequeño grupo de amigos. Y yo, como de rebote, también estaba en él. Jugaban a un juego muy divertido, Dungeons and Dragons. Y, por una vez en mi vida, descubrí algo que me gustaba y en lo que era bueno. En una sola tarde me memoricé todas las reglas, mis amigos no se lo creían, pero las podía dictar palabra por palabra. A mi madre le parecía algo extraño aquel juego, pero dejó que nos reuniéramos en casa todos juntos para jugar siempre que queríamos. Ella realmente me quiere mucho, ¿sabe?

Me acabé dando cuenta de que en realidad tenía talento para algo. Parece que se me daba bien aprender, solo que hasta el momento nada me había motivado. Mi madre quiso hacerme una prueba de esas para ver tu coeficiente intelectual, resultó que era superdotado o algo así.

Yo seguí siendo el niño tímido y discreto que no destacaba demasiado en clase. Pero por mi cuenta comencé a estudiar cosas que me parecían más útiles, como idiomas y manuales de rol. Incluso escribí en un blog sobre acertijos y retos mentales para D&D.

Como si hubiese llegado al punto álgido de su narración, Alejandro se estremeció.

Al menos hemos hecho algún progreso…

- Y entonces… - el rostro del chico se ensombreció a medida que rememoraba los hechos pasados.

Y entonces llegó el día en que descubrí mis poderes. Fue en una amenaza terrorista en el centro comercial ese tan famoso de Cornellà, el Splau. Creo que eran unos activistas anti-metahumanos a los que no les había gustado que las tiendas del centro hiciesen publicidad para atraer a la clientela mutante, que por ese entonces era un nuevo público al cual dirigirse.

El caso es que me pilló ahí en medio, rodeado de disparos y gritos. Pasé… pasé mucho miedo. Intenté huir con el resto de personas, pero me tropecé y caí. Traté de levantarme, pero entonces una gran fuerza me empujó desde atrás. Noté mi espalda arder, y mis oídos dejaron de sentir sonido alguno. Caí varios metros más adelante, aturdido y a punto de morir. Y ahí, tendido en el suelo, deseé que alguien viniese a rescatarme con tantas fuerzas como no he deseado nunca nada.  

Alguien debió de escuchar mi súplica, porque una luz dorada me envolvió. Y entonces aparecieron ellos con un estallido que casi me deja ciego. Cuatro figuras revestidas de metal, caballeros imponentes con sus capas ondeando al viento. En ese momento, en medio de todo aquel caos, me parecieron magníficos. Fue, sin duda, una maravillosa primera impresión.

Alejandro pareció relajarse y sonrió. El recuerdo de cómo sus caballeros lo habían rescatado era suficiente para tranquilizar su agitada mente.

No escuchaba nada, pero parecieron dirigirse a mí. Brujo me tendió su mano y yo, con las pocas fuerzas que me quedaban, la tomé. Entonces noté una extraña calidez recorriendo todo mi cuerpo. La espalda dejó de arderme, el insoportable dolor en las piernas remitió, y poco a poco fui recuperando la audición. En ese momento quise echarme a dormir entre sus brazos, pero la mano amable de Brujo se posó en mi hombro.

“No os durmáis mi señor, debéis dirigirnos en esta batalla.”  

Y allí estaban los cuatro, mirándome con interés y respeto al mismo tiempo. Podía sentir sus consciencias dentro de la mía. Como cuatro peones que esperaba que los moviera. Fue más fácil de lo que pensaba, ¿sabe? Con solo pensar puedo dar órdenes a mis siervos. Ellos, al captar mis sentimientos, se pusieron en marcha enseguida.

Fue un espectáculo digno de ver. Vanguardia, con su Armería Ilimitada y movilidad sin igual redujo a la mayoría de los terroristas. Bastión, con sus campos de fuerza protegió a los civiles que todavía trataban de escapar. Sombra desapareció de la vista de todos, y pareció que los terroristas caían uno a uno derribados por un fantasma. Y Brujo… Brujo se quedó a mi lado. Me tomó en sus brazos y comenzó a volar, oteando aquel campo de batalla desde una posición privilegiada. Con sus extraños poderes mágicos apoyó a sus compañeros sin dejar de cuidar de mí.

Aquel día, cuando todo hubo acabado, los cuatro se arrodillaron frente a mí. Pronunciaron un largo juramento que no acabé de comprender. Cuando les pregunté quiénes eran realmente obtuve una respuesta interesante.

“Sus siervos, mi señor”

Ellos me enseñaron quién era yo realmente, y quién había sido mi padre antes de morir. Un mago que combatía a través de las dimensiones, ¿te lo imaginas?

- Creo que… creo que desde ese momento dejé de ser el mismo. Siempre me había considerado pequeño, insignificante… Pero no es así. Soy poderoso, y como tal debo ser respetado.

Aquella mirada altiva e inquietante volvió a los ojos de Alejandro.

Parece que lo he perdido por hoy.

- Gracias por escucharme – musitó el joven mientras se levantaba y se dirigía a la puerta, como si nada hubiese pasado entre aquellas cuatro paredes.  

- A ti por compartir esto conmigo, Alejandro. 

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26/05/2015, 19:34
Alejandro
Sólo para el director

Conversaciones

La melancolía de Brujo

Cuando abrió los ojos sintió la luz cegadora del sol en el rostro. El aire era salado, una suave brisa que le acariciaba el rostro a través del yelmo. Brujo respiró hondo, en calma.

- ¿Por qué me habéis llamado? – preguntó con su habitual tono pausado.

Junto a él se perfilaba la figura de su señor. Alejandro, con la mirada perdida en el horizonte, alzó la mano tendiendo algo a su siervo.

- ¿Un reloj de pulsera? – arqueó una ceja mientras tomaba entre sus manos el aparato que le ofrecía el chico. Lo observó con detenimiento, y vio que tenía algo grabado algo en la parte de atrás. Un rápido vistazo a Alejandro bastó para ver la aguja en su otra mano. Examinó el reloj de nuevo -. Un círculo de cuatro cláusulas… 1

- ¿Está bien hecho o no? – inquirió Alejandro hoscamente.

Brujo suspiró.

- Si planeas invocar algo pequeño… sí. Hay muchos demonios menores lo suficientemente estúpidos como para quedar encerrados aquí.

Cuando el caballero se sentó junto a su señor, éste rehuyó su mirada. Pero no pudo esconder sus verdaderos sentimientos. Sus ojos también lo delataban.

La arena se coló por todas las fisuras de la armadura mientras descargaba su peso sobre el suelo, suerte que al desaparecer no se llevaría consigo nada de este mundo.

- Mi señor, llorar no es una vergüenza – trató de posar su mano en el hombro del joven, pero se lo pensó mejor antes de agravarlo aún más - ¿Qué os ha acontecido?

Quizá si se lo explicaba se sentiría mejor. Brujo era consciente de que el chico sólo se atrevía a hablar de cómo se sentía con él. Era un extraño honor, ser su mayor confidente.

- Me ha mirado, a los ojos – comenzó a relatar Alejandro -. No sé si ha hecho algo o no, pero he pensado en todo lo que me han contado de ella. Me ha reñido, como si fuese un niño pequeño. Todo por no querer participar en su estúpido sistema de tareas.

Una pataleta.

- ¿Y ahora queréis venganza?

- ¡No es eso! – replicó mientras lo miraba con esos penetrantes ojos de hielo, un escalofrío recorrió la espalda del caballero, pese a que sabía que no era capaz de sentir miedo -. No lo entiendes…

Alejandro tomó arena y la dejó caer de nuevo, desviando de nuevo la mirada. Moqueó un poco y se secó con el brazo.

- Me he sentido vulnerable… por primera vez en mucho tiempo. Tenía miedo – señaló el reloj – y no quiero volver a tenerlo jamás.

En aquel momento Brujo miró con franqueza a su protegido.

- Pero esto es tan solo una solución temporal a vuestro problema.

- ¡Al menos es una solución! – Alejandro se volvió hacia Brujo mientras gritaba, y las lágrimas afloraron una vez más - ¿Crees que no intento mejorar? ¡Sé perfectamente que soy débil, inútil por mí mismo!

Brujo lamentó haber herido los sentimientos de su señor. Se requería una gran reserva de maná para mantener el Pacto, y mucha pericia para materializar al mismo tiempo a los cuatro caballeros. Pero Alejandro nunca se daba cuenta de eso.

- Entiendo lo que me decís. ¿Acaso creéis que nosotros nacimos entrenados? – le devolvió su reloj y tomó las manos de Alejandro entre las suyas -. Al contrario, tuvimos vidas normales antes de ofrecernos al Pacto. Nosotros también tuvimos que aprender a combatir, a luchar por los demás, a ser valientes.

Alejandro frunció el ceño, confundido. “¿En serio?” decía su mirada.

- Dejad que os cuente una historia…

Había una vez un joven, fuerte y apuesto. Éste se creía muy valeroso, capaz de enfrentarse a cualquier reto u enemigo. Por sus venas corría la sangre de los antiguos Altos Caballeros, héroes de épocas pasadas que protegieron a su pueblo de la sombra.

Tal era su admiración por las leyendas heroicas que decidió convertirse él mismo en un caballero, en un héroe justiciero. Siguió los caminos de la guerra y lo oculto, destacó como el que más se convirtió en el más prometedor aspirante de entre los suyos. Pero había algo que le faltaba, y eso bien lo sabían los caballeros que le enseñaban.

Este joven siempre iba solo, trabajaba sin la ayuda de nadie y rechazaba el trabajo en equipo. Creía que ser un buen caballero era únicamente cuestión de valor personal. Quería cargar él con todos los problemas por los demás.

Cuando llegó el momento de probar su valía en combate real, el joven aspirante se vio superado en su soledad. Él trataba de batallar a solas, más sus esfuerzos parecían vanos. En ese momento, por primera vez en su vida, sintió miedo. Cuando estaba a punto de caer pensó que moriría solo, pero alguien se interpuso. Era otro de los aspirantes, uno en el que ni siquiera se había fijado. El joven no conocía ni siquiera su nombre, pero eso no impidió al desconocido ayudarle en aquel momento.

De pronto el joven aspirante lo vio todo claro. Sintió en su interior el calor de la camaradería. Juntos derrotaron al enemigo y fueron armados caballeros por su valía. Cuando él, extrañado, le preguntó al desconocido por qué lo había ayudado, éste simplemente respondió:

- Me estaba muriendo de miedo y creía que no sobreviviría, pero entonces te vi luchando a solas, dándolo todo por sobrevivir. Tú me infundiste valor.

Lo que en ese momento no sabía el desconocido es que su supuesto héroe también se había muerto de miedo en su momento.

Brujo dejó escapar una suave risa.

Pero el joven comprendió que el valor no era siempre cosa de uno solo. La esperanza es algo que crece al repartirse, igual que el valor arde con más fuerza en los corazones que une el destino.

En ese momento se volvieron grandes amigos. Jamás se separaron. Y nunca más tuvieron miedo.

Alejandro, con los ojos ya secos, miró a Brujo con curiosidad.

- ¿Insinúas otra vez que tengo que hacer amigos? – bufó -. Además… ¿Quiénes son esos caballeros? Los conoces, ¿verdad?

La larga pausa hizo que el chico pensase que había preguntado algo inapropiado. Pero era demasiado típico de Brujo hablar de sí mismo, así que había pensado que tal vez…

- Por desgracia – respondió de pronto el caballero -. Los conozco, sí.

Y en ese momento agradeció tener un yelmo que ocultase su rostro, y su silencioso llanto.

 

1. Artífice de Invocación. Dada la poca habilidad de Alejandro para canalizar hechizos directamente, emplea un método de invocación para crear objetos mágicos. Mediante la inscripción de un complejo círculo de invocación en un objeto, puede convertir éste en un recipiente para un demonio menor que lo dote del poder mágico deseado.

Es una práctica de bajo riesgo si se toman las medidas adecuadas, y el poder del objeto en cuestión varía dependiendo del grado del demonio encerrado. Por desgracia, canalizar el maná que permite el funcionamiento del objeto desgasta el círculo hasta consumirlo por completo. Una vez roto el círculo, el demonio se libera y vuelve automáticamente a su plano de origen.

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29/06/2015, 17:21
Sólo para el director

El nuevo profesor de poderes

Jonathan llamó a la puerta del psiquiatra, y cuando escuchó el "adelante", entró. Las visitas a Ignacio fueron más frecuentes durante las primeras semanas de Jonathan en la Fundación, mientras el joven iba adaptándose a todo. Últimamente ya sólo venía a las revisiones obligatorias. Pero hoy necesitaba contar esto a alguien en quien confiara, e Ignacio era el más cercano. A sus padres esta información sólo los preocuparía, probablemente sin motivo. - O eso espero. - pensaba Jonathan mientras se tumbaba en el diván.

- Buenah tardeh, Ignacio. Perdón por venir tan tarde, pero eh que te quería comentar una cosilla. Igual sabeh que hoy he tenío tutoría con er nuevo profesor de podereh, er que me va a entrenah en mejorar con mi mutasión. Pueh er caso es que noh teníamos que presentáh, y lo ha hecho él er primero. Pueh va er tío y dise que eh de Birbao y que anteh de seh profesoh era un terrorista! ¿Tú sabíah ehto Ignacio? ¿Qué me habéih metío aquí a uno de la ETA? Me cago en er copón.

Jonathan se incorporó en el diván, sentándose recto - Que lo mihmo eh verdah que ya no va a vorveh a haser ná malo, pero de ahí a metehlo de profesor hay un buen peazo. - Jonathan hizo una pausa, y siguió hablando - ¿Tú sabeh exactamente lo que ha hecho el Raúl ehte o no? Porque vamoh, yo de política no entiendo, y en la tele he ehcuchao a tíos trajeaos llamar terroristas a gente pobre que no tienen ni pa comeh. Lo mihmo Raúl es de esoh, y cuando lo engancharon lo dejaron dedicarse a otra cosa en veh de metehlo en la cársel. Pero si er que va a seh mi profesor es uno de esos que han matao gente sólo pa haséh veh que tienen rasón, yo me voy de aquí. Yo que sé, cambiahme de clase o argo, pero yo no quiero tenéh na que veh con un cabrón de esoh.

El joven se levantó y se encaminó hacia la puerta. - Y si ar finah resurta que Raúl era de esoh, tiene cojoneh que su castigo sea un trabajo que ya querría mucha gente pa ellos. A mi padre una véh lo pillaron hasiéndole los rueos a los olivos de uno sin habéh firmao contrato y le metieron un multón que vamoh, la mitad de loh ahorroh que teníamoh pa la casa loh tuvo que pagah. Que a mi padre por trabajah sin contrato casi le jodan la vida y a Raúl lo mihmo por habeh matao a gente le den una vida nueva dise mucho de la mierda de justisia que tenemoh en ehte país.

Jonathan levantó la mano hacia el pomo de la puerta, para darse la vuelta otra vez en dirección de Ignacio. - Perdona por er tonillo que traigo Ignacio, yo sé que tú no tieneh la curpa de ná. Pero yo que sé, me ha pillao de sopetón ehto y no sabía a quien acudih. ¿Mih padreh lo saben? Casi mejoh que no leh digah ná, porque se van a preocupah. Y en verdá lo mihmo ehtoy máh seguro aquí con er profesor loco que fuera con loh prejuisioh de la gente. Grasiah por to, Ignacio, hahta luego.

Jonathan cerró la puerta tras de sí después de la conversación. Se sentía mejor después de este pequeño desahogo. - Esperemos que no me venga mucho ehte tema a la cabesa durante la fiesta de ehta noche. Porque vaya, vaya... - pensó Jonathan mientras se dirigía a su habitación para cambiarse de ropa.

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02/07/2015, 19:01
Alejandro

Entre horas

Alejandro e Ian

La comida había pasado y, aunque a algunos les gustaba presumir de sus habilidades especiales, afortunadamente para Alejandro e Ian el tiempo se había terminado antes de que su turno llegase. Por diversas razones ambos se sentían incómodos hablando de sus capacidades.

Tras volver de la comida, Alejandro había entrado en el baño para cepillarse los dientes mientras Brujo ordenaba sus cosas. Al menos allí podía estar tranquilo, aunque podía escuchar los murmullos del siervo.

- ¿Ordeno los libros por sagas o por orden cronológico de publicación...? - se escuchó el sonido de varios libros deslizando entre ellos -. Hay un montón de libros de este tal… Pratchett.

- Yo que sé. ¿No tiene más sentido por sagas?

- Bueno, hay quienes prefieren el orden en que el autor escribió los libros. ¿Sois vos de esos, mi señor?

- Uhm… - murmuró sin llegar a responder, mientras se llevaba a la boca el cepillo.

Dos voces se escucharon a través de la puerta del baño, la que daba a la habitacion contigua a la de Alejandro.  Una era totalmente desconocida para el chico, mientras que la otra era aterradoramente familiar.

- Compartes cuarto con un pulpo asqueroso.

- Creo que estas celoso de que no sea contigo.

Alejandro se percató de que compartía el baño con Ian, aquel al que consideraba “una especie de amigo”, que ya es algo más que conocido.  Y por si acaso le quedaba alguna duda de ello, esta se disipó cuando Ian abrió la puerta de su lado sin siquiera llamar y se quedo congelado al ver a Alejandro en la estancia, babeando espuma por la boca cual perro rabioso.

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- ¿Alex? ¿Compartimos baño?

Una segunda cabeza se asomó. perteneciente a un chico más mayor que los otros dos. Se trataba de Pau, el amigo antipático, poco ortodoxo e inseparable de Ian el cual sonrió preparando el comentario socarrón del dia.

- Ian, este friki espuma por la boca ¿Vamos a tener que sacrificarlo?

- ¡Fuegga! - gritó Alejandro mientras escupía espuma y agitaba el cepillo de dientes hacia ellos.

- Tranquilo tío, no es como si te hubiéramos pillado con el pescadito en la mano. - Lo miró fijamente. - Ya sabes, el cinco contra uno, la zambomba, una… - La frase se cortó pues la mano de Ian tapo la boca de Pau.

Alejandro se puso rojo casi al instante mientras Ian empujaba a Pau fuera del baño y salía cerrando la puerta. Aun así los murmullos no cesaron ya que se podía escuchar claramente a Pau reírse tras la puerta mientras Ian le daba una de sus charlas morales, haciéndole callar.

Interrumpir a alguien mientras se cepillaba los dientes no incurría en una intrusión de la intimidad, pero la sorpresa parecía haber dejado a Alejandro de mal humor. Por lo que no tardó en salir del baño, invadiendo la habitación de Ian con el mismo descaro que este lo había hecho en el baño.

- Controla a tu mascota - dijo, con la seguridad de que a sus espaldas se veía a Brujo cruzado de brazos, observando la escena.

- Guau guau. - Añadió Pau. - ¿Es que le da verguencita al bebé que le hablen de penes?

- Ya basta Pau, no seas idiota, que Alex no te conoce.

- ¿Le defiendes? ¿Es que te gusta?

- ¿Celoso? - Sentenció Ian sin vergüenza alguna. - Gracias por ayudarme a cargar mis cosas.

- Adiós tortolitos. - Y dejando un reguero de estupideces a su paso, Pau abandonó la habitacion, dejando a ambos chicos en paz ante la atónita mirada de Alejandro.

- ¿Por qué sois amigos? No lo entiendo.

- Yo tampoco, pero así es. Cuando lo conocí decidió tomarme como diana de sus burlas, supongo que quería desquiciar al nuevo, pero le pillé el truco y las tornas cambiaron. Le gustaba hacerse el mayor y le molestaba que un crío como yo le ignorara. Supongo que nos hemos cogido cariño de pasar tiempo juntos, ademas  es guapo y no pierde en ropa interior. No lo sé, me cuesta entender las relaciones humanas a según que niveles.

- ¿Qué…? - respondió confundido Alejandro mientras arqueaba una ceja.

- ¿Como que “que”? No me digas que no te has fijado en cómo le quedan esos pantalones.

- Pues no, joder. ¿Y por qué tu sí? - frunció el ceño, cada vez más confundido.

- Por que tengo ojos en la cara, obvio. - Respondió con simplicidad.

- Esta conversación no va a ningún sitio - se cruzó de brazos y trató de cambiar de tema -. ¿Vamos a preparar eso o no?

Ian ya no respondió, se limitó a asentir al tiempo que alzaba la mano pidiendo un minuto con gestos. Se acercó a su portátil y miró la pantalla. El aparato seguía trabajando incansable, pasando páginas y páginas de código a una velocidad que nadie tendría tiempo de leer, en caso de conocer el idioma, claro está.

- Parece que aún no me han pillado. ¿Vamos? - Tomó su mochila vacía por el momento y le ofreció a Alejandro pasar primero. - A ti también te quedan bien...

Alejandro se limitó a asentir con la cabeza, sonrojándose otra vez. Los dos se encaminaron hacia el laboratorio de química. Brujo los seguía por detrás, como un guardaespaldas que mantenía las distancias.

- ¿Por que va por detrás? Puede unirse a nosotros sin problemas, a mi no me da miedo si es lo que temes. - Dijo Ian refiriéndose a Brujo. - He pensado que podríamos hacer un pringue que los dejará pegados a cualquier superficie, algo que se solidifique con el aire y se disuelva con agua ¿Que te parece?

- Hmm... - musitó Alejandro, pensativo. Justo en ese momento Brujo aceleró el paso y se puso a su altura.

- Saludos, ser Ian - comenzó, con tono jovial -. Es un placer conoceros al fin. Mi señor cree que mi presencia incomoda a la gente.

- Solo Ian, que no estamos en el siglo XIV. - Le tendió la mano para que se la estrechara.

El caballero correspondió a su gesto. Pese a la imponente coraza metálica que recubría a Brujo por completo, su tacto era cálido, agradable.

- Lo del pringue químico me parece perfecto - dijo Alejandro, reincorporándose a la conversación.

- Si hacemos munición del tamaño de canicas cuyo contenido sea esta fórmula, podremos ponernos unas gomas entre los dedos y tener así  tira chinas improvisados, solucionando el problema que ponía Salvador. Ese chico parece pasarse el día triste ¿No? No soy el único que se a fijado. - Como siempre Ian intentaba mantener dos conversaciones al tiempo.

- Lo del tira chinas es una buena idea. Será fácil de esconder - se llevó la mano a la barbilla en gesto pensativo -. Y sobre Salvador… - se encogió de hombros -. Se tuvo que cambiar de sitio cuando vino Naiara. No sé si va a sobrevivir a este curso. Y encima tengo que compartir habitación con él y con el chico raro del muñeco.

- Habla con el tutor, a lo mejor te deja venirte conmigo y con Xur. - Ian se paró frente al laboratorio, interponiéndose entre la puerta y Alejandro, enfrentando. - Oye, sobre lo que te dije de las notas de ocultismo… - Se rasco la nuca con sus sonrisa permanente.

- No importa. Vamos a entrar - empujó levemente a Ian hacia dentro.

En el momento en el que entró en la sala Ian comenzó a moverse por ella. Ninguno de sus movimientos parecía aleatorio, recogió el material necesario de los distintos estantes, escribió la fórmula en gramos exactos en un papel para que Alex pudiera seguirla y aun se tomó tiempo para parlotear un poco más sobre sus compañeros.

- ¿Y Naiara? Aún no se por que esa chica no me odia, ya que parece odiar al resto. - Dejó salir una carcajada. - ¿Y Veronica? Verónica es guapa, quedaríais bien juntos en una foto, en el baile de fin de curso por ejemplo. - Se paró un momento en seco. - ¿Hay bailes de fin de curso en España?

- Naiara es una borde - respondió Alejandro mientras preparaba un montaje de filtración -. A todo el mundo le cae mal, le encanta meterse con los demás - se encogió de hombros - o eso parece -. Se entretuvo poniendo en marcha una placa calefactora y miró a Ian con su mejor mirada de disconformidad -. No me apetecería ir a un baile con Verónica. Las chicas son estúpidas. Y no, no tenemos bailes de esos. Eso solo sale en las películas - miró a Ian un segundo -. O si eres extranjero, supongo.

- Bueno, si no te gusta Veronica podría ser Jonathan, o yo, si te gustan los mayores. - Le guiñó un ojo, bromista tras lo cual suspiró. - Así que nunca iré a un baile, eso sí que me parece motivo de sobra para estar enfadado con mi padre. - No perdía ojo a su trabajo.

Al oír ese comentario, Alejandro se despistó y tocó sin querer la placa calefactora encendida.

- ¡Joder! - agitó el dedo quemado mientras miraba a Ian con mirada acusadora -. ¿Pero a ti qué te pasa? Mierda. No me gusta Verónica, ni Jonathan, ni tú. Joder - se llevó el dedo a la boca, tratando de aliviar el quemazón.

- ¿Tal vez Xur? Eso seria un poco Hentai ¿No? Pero oye, que no seré yo quien lo juzgue. - Siguió Ian con la broma.

- ¡Que no hostia! - golpeó la mesa con la mano que acababa de recibir la quemadura. Tardó poco en darse cuenta de su error - ¡AGH!

Brujo entró en el laboratorio al escuchar los gritos de Alejandro.

- ¡Mi señor! ¡¿Qué os acontece?! - preguntó nada más entrar. Al ver a su amo “herido” se acercó para sanarlo.

- Podría ser Brujo tu compañero de baile, parece inseparable tuyo.  - Ian ya no se contuvo más, y estalló en carcajadas, cayendo incluso al suelo.

- Este laboratorio debe de estar embrujado - pensó en voz alta Brujo mientras tomaba la mano de Alejandro entre las suyas.

- Tranquilo Brujo, es cosa suya - y apartó la mano - Y no me cojas la mano así, queda raro.

- ¿No queréis que os sane?

 

*****

 

- Y si diluimos las pinturas en agua podremos usarlas como munición de las pistolas de agua.

Comentaba Ian mientras seguía las propias instrucciones que daba. Nuevamente ambos chicos estaban en las habitaciones, en la de Ian concretamente. Los dos genios habían preparado los pringues e ido a comprar unos suministros en tan solo media hora. Ahora, la cama estaba cubierta de pistolas de agua y de una ingente cantidad de dulces, idea sin duda del mayor de los dos. Habían comenzado a guardarlo todo en unas mochilas, para llevarlo a la fiesta. Alex fruncía el ceño cada vez que cogía algo con la mano derecha, en cuyo dedo índice destacaba una tirita de naves espaciales.

- Bueno, ya está - dijo Alex al cerrar su mochila. Se levantó y se dispuso a marcharse.

- ¿Ya está? - Le tomó por la manga, no dejando que se marchara. - Tenemos aún hora y pico, ¡Hagamos algo divertido!

- ¿Eh? - Alex se paró en seco frente a la puerta del baño, por donde pretendía volver a su cuarto - Si quieres que juguemos al Age of Empires o algo así lo llevas claro, no me apetece jugar - o más bien no le apetecía perder.

- Noooo. - Arrastró la palabra con la sonrisa del Joker.

Ian se levantó de su cama y fue hacia su escritorio recién estrenado y ya desorganizado. Apartó sin cuidado un montón de trastos y solo guardó precaución con su portátil, al cual miró fugazmente para comprobar si le habían descubierto, no era el caso. Debajo de la montaña de mierda había un tablero de ajedrez, seguramente tomado “prestado” de la sala de juegos.

- A esto.

Alex dejó caer la mochila en un gesto de espanto. ¿En serio le estaba pidiendo que jugasen al ajedrez?

- No.

- ¿Por que?

- Porque me vas a ganar - se encogió de hombros - sin intentarlo siquiera.

- ¡Eso no es cierto! Me lei las reglas en internet, esta mañana de camino al auditorio, mientras jugaba al Hearthstone en la tablet de la escuela… - Le miró fijamente. - Soy un inofensivo novato.

- Uhm… - meditó unos instantes mientras se llevaba una mano a la barbilla. Si había una oportunidad de derrotarlo al ajedrez, esa era sin duda su primera partida - ¿Seguro que no has jugado nunca?

Ian se limitó a negar con la cabeza, con lo que Alex terminó de decidirse.

- Vale, juguemos.

La aceptación de Alejandro sacó una sonrisa a Ian, que comenzó a montar el tablero cediendo a Alex el control de las blancas y por tanto el privilegio de empezar primero. ¿Privilegio? También era una posibilidad para delatar sus intenciones con facilidad, aunque Ian nunca haría eso, deliberadamente.

Alex miró con cierta desconfianza a Ian mientras mantenía su mano sobre las fichas, tratando de decidir qué movería primero. Al fin tomó su decisión, una jugada de manual, y movió pieza tras lo cual se cruzó de brazos mientras examinaba la reacción de Ian. Él tardó unos segundos en mover pieza, segundos alargados únicamente por que tenia su atención dividida en la pantalla y el tablero.

Su movimiento fue esperable en alguien novato. No intentó defenderse de la jugada de Alejandro, se defendió de la jugada más cerda de todo el juego, aquella que podría haberle hecho perder en cinco movimientos. Sacó su caballo para defenderse de un jaque pastor, algo muy de manual.

La respuesta de Ian relajó a Alex. Tan solo es un novato. Se confió y siguió moviendo pieza. En pocos turnos Ian cambió su cara, era aquella que delataba un proceso de pensamiento que le llevaba a la irremediable victoria. El chico habia podido calcular todas las posibilidades. Alex no tardó en darse cuenta de que estaba atrapado, no podía prever tantos movimientos como Ian, pero…

- Ya he perdido, ¿verdad? - preguntó, molesto. Ian se limitó a asentir, con aspecto algo apurado, él tampoco se lo esperaba.

Primero se hizo el silencio. Unos segundos que se hicieron interminables y tensos. Alejandro parecía no mirar nada en concreto, pero se veía en sus ojos bullir la ira. Entonces, de un manotazo, tiró el tablero al suelo y desperdigó todas las piezas por el suelo de la habitación.

- ¡JODER! - gritó mientras se levantaba -. ¡¿Ya está bien, no?! ¡Siempre, siempre, absolutamente siempre, ganas en todo! ¡¿Es que no lo ves?! ¡Es frustrante! - calló unos segundos -. Y seguro que te lo pasa bien, ¿verdad? Restregándome tus notas por la cara, como si no fueses consciente de lo que me jode que casi me superes en la única materia en la que debería destacar porque, joder, ¡se supone que soy un mago! ¡Un puto mago, Ian! - le dio un puñetazo a la puerta, con la mano de la tirita - ¡Agh! - agitó la mano - ¡Y me he quemado porque no puedes callarte la puta boca! ¡Eres un pesado!

Ante la reacción de Alejandro, Ian actuó con mucha calma. Mientras su amigo gritaba él recogía el tablero, las piezas y las disponía para una nueva partida. Usó el mismo truco que le funcionaba con Pau, no alimentar la hoguera y no seguirle la corriente con los insultos. Movió pieza, nuevamente el caballo y nuevamente con la misma manera mecánica de defenderse de los jaques más cerdos del ajedrez.

- Tu turno. - Le indicó a Alejandro.

Alejandro se llevó las manos a la cabeza.

- ¡¿Es que tienes horchata en las venas?! ¡Nunca te enfadas! ¡Vas por ahí de hippie flower power soy amigo de todo el mundo! ¡¿Pues sabes qué?! ¡No puedes caerle bien a todo el mundo! No sé ni por qué te aguanto… - algo más desahogado, se dejó caer sobre la cama -. ¿No vas a decir nada? - inquirió, con tono cansado.

- Si, que tienes razón. - Dijo con una sorprendente seriedad. - En todo. Hace tiempo que me planteo que Stitch afecta a mis sentimientos.

- ¿Pero tu eres subnormal? ¿Qué tiene que ver con esto tu puto amigo imaginario?

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- Tienes razón, tal vez no tenga nada que ver. - Ian se levantó, sentándose al lado de Alejandro. - En mi antigua escuela no me llevaba bien con todo el mundo, aunque sí con mucha gente, con los que no directamente no me llevaba. Supongo que mi intelecto no me salva de tener el mismo planteamiento pacífico y estúpido de lo que es un instituto, tal vez debería declararle la guerra a Petardo, abiertamente, o quemar los libros de Zubala por castigarme sin mi monopatín, o darle un puñetazo a Naiara por bocazas o meterle la cabeza en el bater a Salva por emo. - Ian tenía un tic en el ojo, no parecía estar solo en esa conversación. - ¿Qué ganaríamos? - Habló de sí mismo en plural, nuevamente.

Alejandro se dispuso a responder, pero no encontró nada que decir. Al menos nada que valiese la pena. Se quedó callado, meditabundo.

- ¿No tienes respuesta? No gano nada. - Le miró a los ojos. - Mi madre murió porque el medio de transporte de una babosa espacial nos cayó encima y aún tengo que dar gracias de que esa misma babosa me modificara físicamente para regenerarme, o estaría muerto. Mi padre me separó de todos mis amigos para un año después abandonarme aquí. ¿Debería estar amargado? - Dejó una larga pausa. - Es verdad, soy tonto, pero te equivocas al pensar que me burlo de ti. Yo… competía contigo porque pensé que te gustaba competir, igual que ignoro a Pau porque le gusta que le chinche. Piénsalo ¿Cómo podría reírme de ti cuando eres la única persona que puede librarme del tedio de saberlo todo en todo momento? Solo intento ser amigo tuyo, pero si quieres, dejaré de molestarte…

Después de oír todo aquello Alejandro sólo tenía clara una cosa. Joder, la he cagado. Se levantó, confuso, y se fue por la puerta del baño. Ian no intentó detenerlo esta vez.

Unos murmullos se escucharon desde el otro lado de la puerta.

- Pero mi señor… - dijo Brujo, claramente sorprendido - ¿Qué habéis hecho?

- No me molestes - respondió Alejandro mientras posaba una mano sobre el siervo para apartarlo. Pero el caballero no cedió.

- Regresad de inmediato - ordenó Brujo, con voz que no permitía réplica. En ocasiones se sentía casi como un padre, pero luego recordaba que se suponía que no era más que un siervo - por favor.

- ¿Y qué le digo?

De pronto Alejandro volvió a aparecer por la puerta del baño, que se cerró a sus espaldas. Se escuchó el sonido el pestillo al pasarse.

Ajeno al espectáculo que se llevaba a cabo en el baño, Ian se tumbó en la cama y comenzó a darle vueltas a una de las pistolas de agua con la mirada perdida en el vacío y el rostro inmutable, como si no acabara de pasarle un camión por encima con la reciente discusión. Su mente estaba tan evadida que no presto mucha atencion a Alejandro, el cual aguardó allí de pie unos segundos, algo sonrojado. Se acercó a él y se sentó de nuevo, en su lado del tablero. Movió pieza él también, y lo miró avergonzado.

- Lo siento.

No hubo reacción rápida por parte de Ian, como sería costumbre en el. Dejó, deliberadamente, unos eternos segundos tras lo cual miró a Alex con una ceja enarcada. Sonrió nuevamente con una pícara sonrisa y disparó su pistola de agua cargada de pintura contra el pecho de Alejandro.

- Tocado.

- ¿Quieres jugar o no? - preguntó monótonamente.

Ian se sentó poniendo la pistola sobre sus muslos y movió su segunda ficha, y nuevamente fue la misma que la vez anterior. En esta partida, de manera mecánica comenzó a repetir los movimientos de la anterior, como el novato que era, esperando que Alejandro se delata con su manera de jugar y trasteando con el juguete que tenía sobre sus muslos al mismo tiempo.

Los turnos fueron pasando, con algo más de agilidad que en la partida anterior, pero esta vez Alejandro se andó con pies de plomo. Se encontraba decidiendo si un intercambio de Damas le beneficiaría a la larga cuando se dió cuenta de que la pieza de Ian se encontraba en el mismo sitio exacto que en la partida anterior. Entonces lo comprendió, su oponente era prácticamente como una IA tratando de calcular las siguientes jugadas, repitiendo una misma estrategia con la mayor probabilidad de ganar. Se le ocurrió una manera de vencer, pero no sería fácil.

La partida se prolongó unos buenos 40 minutos que, dado que las jugadas de cada uno eran bastante ágiles, representaba un número considerable de turnos. Ambos contendientes se mantenían concentrados al máximo, incluso Ian, que ya no se despistaba con nada y mantenía su mirada en el tablero. Pero finalmente Alejandro consiguió hacer la jugada que le dio el jaque mate.

- Pero… - Dijo Ian algo sorprendido, moviendo velozmente los ojos buscando escapatorias. - ¿Has ganado? - Siguió poco crédulo para después gritar de felicidad. - ¡Me has ganado! - Contuvo las ganas de darle un abrazo.

Alejandro, en cambio, fue cauteloso. No estaba seguro de si había ganado o de si Ian se había dejado ganar. Su alegría ante la derrota resultaba confusa. Se permitió sonreír solo un poco.

- Sí, eso parece - dudó unos instantes - ¿Seguro que no te has dejado? No tienes por qué contenerte conmigo.

- Tu eres tonto. - Ian le apuntó con la pistola de agua de nuevo y apretó el gatillo, pero no una vez, tres o cuatro seguidas, mojándole con pintura la ropa, nuevamente. - La derrota es más satisfactoria cuando es legal ¿Por que insinuas que me he dejado ganar?

- Pero deja de dispararme - Alejandro se miró la camisa -. Al menos se puede quitar - bufó y lo miró con esos penetrantes ojos de hielo -. Y si lo insinúo es porque eres perfectamente capaz. Que suspendes ciencias porque quieres.

- Suspendo ciencias por que me aburro. ¿Que sentirías si te obligaran a ir a clases de matemáticas de preescolar? - Le volvió a mojar.

- Estás poniendo a prueba mi paciencia, Ian.

- ¿Es que puedes enfadarte aún más de lo que ya he visto? Estás probando mi curiosidad, Alejandro… - Y le mojó otra vez.

- ¡Dame esa pistola! - gritó mientras trataba de arrebatarle el juguete de las manos.

Ian saltó para ponerse de pie en la cama y de esta saltó a la otra. Escapó de Alejandro en la pequeña habitación haciendo algunas cabriolas pero sin esforzarse demasiado en ello, al fin y al cabo solo era un juego. Volvió a mojarle, esta vez por la espalda.

- No hasta que lo entiendas.

- ¿El qué? - preguntó Alex mientras, haciendo gala de sus nulas habilidades acrobáticas, caía de la cama directo al suelo. Apenas hizo un esfuerzo por levantarse - No lo entiendo…

- Hasta que entiendas que me has ganado legalmente, no usando la suerte que hasta ahora parecía la única manera de que perdiera. - Se paró a su lado y sujetando la pistola con la mano izquierda le tendió la derecha para ayudarle a levantarse. - Si no usando otra cosa que tu tienes y yo no. - Sonrió. - Hasta que entiendas que cuando alguien gana siempre, comienza a valorar la derrota.

- ¿Te refieres a que juegas como un robot? - dijo mientras aceptaba la mano que le ofrecía Ian y se ponía de pie - Porque juegas como un robot.

- ¿Qué puedo hacer si es otro el que piensa por mi? - Sonrió poniendo la pistola en manos de Alejandro.

Alejandro miró la pistola durante unos segundos, luego miró a Ian y finalmente volvió a mirar la pistola.

- No voy a dispararte. Estoy cansado - miró su reloj de pulsera - No falta mucho para que nos convoquen. Voy a ducharme y… a cambiarme - dejó la pistola sobre la cama. Toda aquella persecución, por corta que hubiese sido, lo había dejado exhausto. Se encaminó hacia el baño.

- Dime una cosa. - Ian tomó la pistola de la cama y mojo a Alejandro por la espalda. - ¿Qué tiene de malo que me fije en como le quedan los pantalones a Pau?

- No tienes remedio… - musitó antes de entrar el baño. En ese momento su voz se convirtió en un susurro apagado - Brujo, tráeme ropa limpia.

- ¡Eh, espera! ¿No me vas a … - La puerta se le cerro en las narices. - … responder?

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06/07/2015, 20:09
Salvador

Sueños del Escultor

Sesión 1 - Toma de Contacto

Los nudillos apenas si rozaron la puerta, como si temieran destrozarla con una fuerza sobrehumana. Sin embargo, Ignacio sabía de sobra que la persona al otro lado no disponía de tales habilidades. Al menos, que la Fundación y él mismo supieran.

- Adelante, Salvador - dijo, cordial a la par que educado. Había tomado por costumbre tratar primero a los alumnos con formalidad, y poco a poco ir convirtiendo su relación en una amistad, de forma que aquellos jóvenes fueran conscientes del cambio de actitud en el psicólogo y lo asumieran como un logro personal. Era una pequeña trampa que hasta ahora le había dado muy buenos resultados.

Salvador Salazar, mutante genético, natural de Toledo. Según las investigaciones de la Fundación, la línea genética con alteraciones en el ADN no venía de la madre, así que debía ser del padre, sin embargo éste se encontraba en paradero desconocido. Además, la sola mención de su nombre completo en alguna de las bases de datos dio como resultado un formidable muro burocrático que en la Dirección consideraron tratar con suma cautela. Si el Gobierno se tomaba tantas molestias en esconder a alguien, era porque no quería que fuera encontrado. ¿Qué clase de hombre sería?

- Espero no molestar - dijo el muchacho, recordándole con su tímida voz que estaba allí por algo. Ignacio tenía en la agenda una sesión preliminar de toma de contacto con todos los nuevos alumnos, y Salvador no era una excepción. Sin embargo, se había mostrado reacio, como si temiera quedarse a solas con el psicólogo, o quizás considerando que no tenía nada que revelar. Apostó su almuerzo de aquella mañana a que era lo segundo.

- En absoluto, siéntate por favor. ¿Puedo ofrecerte algo? ¿Un refresco? ¿Algo de picar? - suave, con delicadeza, como si te acercaras a un cachorro abandonado en mitad de la calle - Dime, Salvador, ¿qué tal están resultando tus primeros días en la Fundación? ¿Te ha costado acostumbrarte?

No miraba a los ojos. El muchacho tenía un grave problema de seguridad, fruto probablemente de un maltrato psicológico continuado en su hogar. Quizás también físico, por lo que apreciaba en su cuerpo delgado y pálido, así como por las ojeras que demacraban su rostro.

- Está... bien. Los profesores... esto... - dijo, tras rechazar con un amable gesto mi ofrecimiento - Cuesta hacerse a la idea de que un alienígena te enseñe matemáticas. Quiero decir... veo las noticias, sé lo que pasa en los Estados Unidos, pero... bueno, esto es España. Aquí casi nunca pasa nada. En casa yo era el raro... y aquí...

Una mirada rápida, quizás para saber si Ignacio le estaba mirando a los ojos, y ambos se cruzaron. Salvador tenía unos fríos ojos azul hielo, cargados de tristeza. ¿Qué le había pasado para ser así? No era el habitual sentimiento de rechazo y abandono que tenían muchos de los recién llegados: adolescentes sobrehormonados, cargados con una herencia genética que los hacía únicos, lejos de su familia y amigos. Eso se curaba con tiempo. Pero Salvador... requería algo más. Reconocimiento.

- Te entiendo. ¿Qué me vas a decir a mí? Soy de los pocos humanos en la Fundación, aquí, personas como el Director Sacristán y yo somos los raros - ganarse su confianza, mostrarle que hay otras historias aparte de la suya, distraer su atención del verdadero problema. Ignacio miró sus apuntes - Pero seguro que no has tenido problemas para hacer amigos. ¿Qué tal con tus compañeros de habitación... Héctor y Yapci? ¿Son majos?

Nuevamente Salvador agachó la cabeza. Sentimiento de culpa, algo de lo que Ignacio había dicho le había provocado malestar. ¿El Director? ¿Hacer amigos? Volvió a consultar sus apuntes, y entonces cayó en la cuenta de una nota resaltada en un amarillo brillante. 

- Apenas has pasado por allí, ¿verdad? - dijo, con una sonrisa - Es por ese efecto secundario de tu poder, por las, ¿cómo las llamas?

Impresiones - respondió, mirando a la pared, como si pudiera leer un siglo de historias allí grabadas - Residuos psíquicos de emociones intensas que se adhieren a las paredes, al suelo, al mobiliario... Las siento como propias. Por eso apenas paso por mi habitación. He visto a Yapci... o a Héctor, no sé quién es quién, apenas dos veces. Incluso ahora siento náuseas...

Interesante planteamiento. En la circular interna del departamento había un comentario del personal de mantenimiento de que habían visto a uno de los alumnos nuevos rondar por el bosque de noche, pero pensaban que eran chiquilladas. Así que era eso. Salvador prefería los lugares vivos para evitar sentir esas impresiones.

- Entonces hemos empezado con mal pie. Hagamos una cosa, la próxima sesión la haremos en la playa, ¿te parece bien? - le dijo, extendiendo la mano para estrechársela - Quiero que te sientas lo más cómodo posible.

 

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08/07/2015, 17:49
Salvador

Sueños del Escultor

Sesión 2 - ¿Qué pasó aquél día?

Aquella vez la sesión fue trasladada a la playa. Aún hacía buen tiempo, y no se habían instalado las molestias corrientes de aire que causaban pequeños remolinos de arena. Ignacio había elegido aquel lugar porque Salvador no podría percibir apenas impresiones y además a él le permitía tener visibilidad de quién llegaba. Lo último que ambos necesitaban era rumores acerca de un alumno y un miembro del profesorado teniendo un encuentro secreto.

El muchacho fue puntual, como la primera vez. Pese a que hacía calor, llevaba una chaqueta de chándal y unos vaqueros, en contraste con la camiseta de manga corta que usaba el psicólogo. Éste había llevado únicamente una libreta y la carpeta de Salvador, además de una pequeña nevera portátil con algo de beber para matar la sed.

- Te agradezco la puntualidad. Los chicos de tu edad suelen ser bastante descuidados con estas cosas, pero tú has llegado justo a la hora – dijo, señalando su reloj de pulsera - ¿Te resulta más cómodo este sitio?

La habitual tensa posición corporal de Salvador se había suavizado, e Ignacio descubrió que venía inspirando profundamente, inhalando el aroma a agua de mar. Siendo del sur, él estaba acostumbrado a ese tipo de olores, y a menudo se olvidaba de lo que tenía que significar para un chico como él poder pasear por la playa, jugar con la arena o respirar el aroma del mar a diario.

- Sí, muchas gracias – respondió, con una forzada sonrisa, para luego sentarse en la tradicional manta de cuadros ante el gesto de Ignacio - ¿Seguro que esto está bien? ¿No le llamará la atención la Jefa de Estudios por venir con un alumno a la playa?

Era evidente que el muchacho se sentía algo incómodo por la situación, lo que no iba a ayudarle en absoluto a traspasar la coraza emocional que se había forjado desde que había llegado. Sin embargo, Ignacio comprendía su reticencia: la playa era uno de los pocos sitios no vigilados por Jeffrey, y era lo suficientemente adulto para saber de lo que eran capaces algunos adultos cuyas inclinaciones sexuales eran poco habituales.

- No te preocupes, cada una de mis sesiones está adecuadamente registradas por Jeffrey y tanto la Jefa de Estudios como el Director saben que hoy íbamos a estar aquí. Ten por seguro que si hubiera algún problema, no me habrían dejado montar todo esto – dijo, conciliador. Sabía que asegurar que Pánico estaba al tanto de todo aquello le iba a permitir tranquilizar a Salvador – Así que empecemos, si te parece bien.

"Lo que me interesaría saber, sobre todo, es el por qué de tu actitud. Entiendo que estás pasando por una época difícil. La adolescencia es brutal para cualquier chico, y además tú tienes unas habilidades únicas, lo que lo hace todo mucho más difícil. Pero me juego el pellejo a que esto viene de antes. Dime, ¿cómo fue descubrir lo que… bueno, que eres un escultor?"

El muchacho suspiró. Era algo que seguramente había repasado una y mil veces, quizás planteándose la posibilidad de que fuera algo pasajero y que podía regresar a su vida anterior. Cuando Ignacio le preguntó, dejó la mirada fija en el horizonte, justo donde el mar abrazaba al cielo con dedos de espuma.

- Cuando éramos pequeños – dijo, al fin – jugábamos a ser superhéroes. Daba igual de dónde fueran, porque todos teníamos nuestros favoritos. A mí me gustaban los de aquí, quizás por eso mismo, por ser españoles. Mi madre es funcionaria, así que he mamado desde pequeño lo que significa trabajar para el Estado. Me encantaba encarnar a Ladrillo, a Látigo, incluso al Alquimista, y hacer ruidos con la boca mientras jugaba en el Parque de las Tres Culturas con mis amigos. No nos planteábamos que algo así nos pudiera pasar a nosotros. No hasta que poco antes de cumplir doce años, mi amigo Fernando dejó de venir al colegio de repente. Al principio pensábamos que estaba enfermo. Luego, que lo habían trasladado de colegio. La verdad era que lo habían trasladado, sí, pero a una institución del Gobierno que formaba… bueno, como la Fundación, pero pública, usted ya me entiende.

Ignacio asintió. Una de las ventajas de trabajar en la Fundación era que disponía de acceso a según qué información que afectara a niños especiales como Salvador. El sitio en cuestión era la División M, una institución relativamente secreta que reclutaba a jóvenes que pueden resultar un peligro para la seguridad nacional, educándoles para aprender a controlar sus habilidades y, según las malas lenguas, convertirlos en agentes al servicio del Gobierno. Ignacio rechazaba ese tipo de prácticas. Esos jóvenes necesitaban ser educados y permitirles elegir su propio destino. Convertirles en armas era un grave error.

- Entonces fue cuando nos dimos cuentas que ese mundo no nos quedaba tan lejos. Que quizás un día nos despertaríamos y veríamos que éramos… bueno, especiales. Yo ya había aprendido en el instituto que las anomalías genéticas se transmitían de padres a hijos, y bueno, nadie de mi familia tiene poderes, somos bastante aburridos. Así que no tenía miedo de que a mí me pasara algo así. Era… feliz.

Salvador narraba su historia como si en realidad no fuera suya. Como si fuera el invisible titiritero que manejara los personajes tras el telón, observando cómo el público se deleita con sus desventuras. Sin embargo, esa forma de evadirse le estaba permitiendo exprimir su historia con ganas, contando cada pequeño detalle, permitiendo a Ignacio conocerle íntimamente.

- Fue hace dos años, en el verano, cuando tenía trece años. Mi padre se había vuelto a ir a uno de sus viajes de negocios, y mi madre aprovechó para que nos fuéramos al pueblo de mis abuelos unos días. Allí apenas tenía amigos, pero me hacía sentir bien, ¿sabes? Por aquel entonces no sabía por qué era, pero ya empezaba a percibir las impresiones de las cosas. Cuando íbamos al pueblo, allí había campo, bosque, montaña… no me dolía la cabeza, no tenía náuseas… Una noche, después de comerme un helado, me acosté con fiebre. Mi madre no le dio mayor importancia, pero mi abuela me puso unas compresas frías en la frente y me canturreó hasta que me quedé dormido. Tuve unas pesadillas horribles, en las que soñaba que me hundía en arenas movedizas, o que intentaba escapar de unos monstruos y la tierra me tragaba. Lo malo era que en realidad no estaba soñando. Cuando escuché los gritos de mi madre y mi abuela, me desperté y vi que toda la habitación estaba fundida, como si estuviera hecha de cera. Sólo se salvó el somier, que era de madera, de los antiguos. Tuvieron que llamar a los bomberos para sacarme de allí, mientras no dejaba de llorar. Mi madre también lloraba. Y mis abuelos me miraban como si no me reconocieran. Fue horrible.

Una lágrima se escapó y recorrió la mejilla, abriéndose camino por su mentón hasta caer en la arena. Sin embargo, Salvador no había cambiado la expresión. Era evidente que el recuerdo era muy doloroso, pero el joven había aprendido a dominar sus emociones hasta tal punto que podía estar sufriendo lo indecible por dentro y no manifestarlo. Ignacio le entregó un pañuelo y propinó un suave apretón en su hombro para confortarle.

- ¿Fue entonces cuando se enfrió la relación con tu madre? – preguntó finalmente. Había sido la madre quien había solicitado la estancia permanente de Salvador en la Fundación Costa, y dudaba que lo hubiera hecho si amara a su hijo.

- No, qué va. Mi madre me quería mucho. Incluso después de lo del primer día, me seguía tratando de la misma forma. Me compró incluso un ordenador portátil para que me entretuviera durante aquellos días en casa de mis abuelos. No sé, era como si quisiera compensarme con algo. Eso me hizo sentir bien. Era… bueno, soy un maldito mutante pero mi madre me sigue queriendo, ¿sabes? Allí apenas había cobertura, así que me padre no se enteró de lo que había pasado hasta que no llegó… y  bueno, entró en shock. Cuando mi madre le contó lo que pasó, al principio no se lo creía, luego me miró a los ojos, quizás buscando algo ahí dentro, y salió de casa dando un portazo. Regresó a las pocas horas, ya de madrugada, y les oí discutir. A la mañana siguiente su coche ya no estaba, y mi madre me dijo que se había ido. Que era mi culpa. Me culpaba de todo. De que mi padre se hubiera marchado, de su discusión… Me decía que iba a ser imposible seguir con su estilo de vida sin el sueldo de mi padre, y que tendría yo que ponerme a trabajar. Luego se enteró de la Fundación y la beca… y bueno, el resto es historia. Fue como… - nuevas lágrimas salieron buscando la libertad – como si pese a que apenas le veía, mi padre fuera todo su mundo. Me juego el cuello a que cuando subí al autobús cogió el coche y se fue a buscarlo.

- Tuvo que ser duro – dijo. Era lo poco que podía decir. La crudeza de su historia era tal, que le resultaba difícil encontrar las palabras adecuadas – Pero, ¿te has parado a pensar que quizás no fue por tu culpa? ¿Qué quizás la relación de tus padres estaba ya deteriorada, y que esa discusión fue la gota que colmó el vaso? ¿Qué tu madre pagó contigo su frustración, y que ahora se siente tan culpable que prefiere no afrontar una conversación con su hijo, y lo encierra en este sitio para no verlo nunca más?

Salvador alzó la mirada, clavando en el psicólogo sus tristes ojos azules.

- Y dime, Ignacio. ¿Crees que eso me hace sentir mejor?

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17/07/2015, 12:25
Salvador

Sueños del Escultor

Lágrimas en una Noche de Octubre

Las maletas llevaban preparadas una semana, quizás para asegurarse de que nada impidiera a Salvador coger ese autobús. El billete comprado. Un billete sólo de ida. Su madre ya había incluso empezado a mirar revistas de decoración para saber qué haría con su habitación, sin preguntarse siquiera cómo podría afectar al muchacho ver lo fácil que a ella le resultaba deshacerse de todo lo que recordaba a Salvador.

El verano había sido un infierno. Era el verano del despertar de las habilidades únicas del joven. De las pesadillas. De las lágrimas de su madre mientras seguía mirando a la puerta esperando a que él regresara. De las copas a las 10 de la mañana. De los reproches. De las comidas preparadas en el microondas. De repasar una y mil veces la web pública de la Fundación Costa. De despertarse en mitad de la noche con los gritos de su madre navegando en los vapores de la ginebra recordándole por qué no eran una familia feliz. De los incómodos mensajes de móvil explicando que ya no regresaría al instituto en Septiembre, que algo había pasado, que todo había cambiado.

Pero sobre todo, había sido el verano en el que la hizo llorar por primera vez. No a su madre, sino a ella. A Samantha. La joven que despertó en Salvador sus primeros sentimientos románticos, convirtiéndose en su musa secreta. La joven que le había ayudado a tener amigos en el instituto, a no sentarse a solas durante los recreos, a recorrer las empedradas calles de Toledo cantando a la luna trilladas canciones de Platero y Tú. Era una parte tan importante de su vida, que cuando le dijeron cuál sería su nuevo destino, en lo único que pensó era que no la volvería a ver. Amor, amistad, devoción, entrega. No sabía bien qué era lo que sentía por ella, pero sí tenía claro que no quería perderla. Y así se lo dijo.

Era principios de Septiembre y aún hacía calor. Sentados en las gradas de la pista de atletismo de la Escuela de Gimnasia, Salvador no encontraba el momento de soltar la bomba. Ella le conocía, por supuesto. Le conocía mejor que él mismo, así que sólo tuvo que mirarle a los ojos con su enigmática sonrisa y las palabras brotaron de sus labios sin que él pudiera controlarlas. Me voy, le dijo. Me voy y no creo que pueda volver nunca. Ella le miró, quizás esperando que él siguiera hablando, explicando el motivo de aquella noticia. Esperando que le dijera que se marcharía fuera a estudiar una carrera. Esperando que le dijera que seguirían viéndose los fines de semana. Esperando palabras que nunca salieron de sus labios. Le explicó lo que había pasado en casa de sus abuelos. Le enseñó lo que sabía hacer, lo que sentía en el asfalto, en el cemento, el ladrillo y el plástico. Le explicó que su madre había entrado en una espiral de autodestrucción por la marcha del cabeza de familia. Le explicó que debía ir a la Fundación a aprender sobre sus habilidades y sobre sí mismo. Pero que se quedaría allí. Le explicó que no tendría un hogar al que regresar.

La sonrisa inicial de Samantha se fue desdibujando lentamente a medida que Salvador destruía todo con cada palabra. Y pronto sus ojos se llenaron de lágrimas. Hasta entonces él no lo había aprendido, pero ella era muy discreta para llorar. No se estremeció desencajada como una actriz de telenovela o se abrazó a él buscando consuelo. Sólo se quedó ahí, mirándole imperturbable mientras las lágrimas desbordaban y caían por sus mejillas, escuchando cómo Salvador le dejaba claro que en pocas semanas saldría de su vida, quizás para siempre. Y ella hizo lo que debía hacer, dedicarle la más cándida de sus sonrisas mientras aún manchaba su camiseta de lágrimas, dándole la enhorabuena, asegurando que él sí que tendría una vida feliz ahora que podía salir de aquel pueblo grande. Pero Salvador sabía que algo se había roto en su pecho. Samantha habría podido tener los amigos que quisiera, el chico que quisiera, pero había preferido tener a aquel chico tímido como mejor amigo, y ahora ese chico la abandonaba. No porque quisiera, pero la abandonaba. Y eso le hizo sentirse peor que saber que no la volvería a ver. El móvil sonó y ella se despidió con un abrazo, obligándole a prometer que quedarían antes de que se marchara. Haciéndole prometer que irían a ver aquella película al cine y a probar esa hamburguesa nueva. Haciéndole prometer un último paseo por las murallas bajo la luz de las estrellas.

Los días pasaron y se transformaron en semanas, y Salvador no encontraba el valor para volver a ver sus ojos. No hubo película, ni hamburguesa, ni paseo por las murallas. No hubo llamadas, y el teléfono de Salvador acumulaba decenas de mensajes sin leer. Un teléfono que ya apestaba a tristeza y soledad, y que provocaba náuseas al muchacho con sólo tenerlo en sus manos. Sentado en su cama, con las maletas en un rincón y el billete junto a la puerta, Salvador pasó su último día viendo cómo el sol se hundía en el horizonte manchego. Sin fiestas de despedida. Sin abrazos. Sólo una frase lapidaria de su madre asegurando que saber que mañana estaría lejos de allí será lo mejor que le ha pasado nunca. Una despedida acorde a un verano para olvidar.

Los grillos trinaban cuando Salvador salió del portal de su casa aquella noche. No podía dormir, pero aunque hubiera estado muerto de sueño, le habría resultado imposible hacerlo. En su mente sólo estaba la sonrisa bañada en lágrimas de Samantha. Y sabía que debía cambiar esa imagen antes de marcharse. Las calles estaban llenas de silencio, roto esporádicamente por las risas cómplices de parejas abrazadas y los coches que alumbraban la figura de un Salvador que recorría el camino hasta su casa por centésima vez. Ella vivía con sus padres en una antigua casa restaurada de gruesos muros y ventanas estrechas con una vista espectacular de la Escuela de Infantería. Tan parecida a un castillo que la imagen de una princesa atrapada en su torreón asomó en la mente de Salvador cuando la vio sentada en el alféizar mirando a la luna de Otoño. Has tardado, dijo ella, cuando salió por la puerta con su pijama de verano. Sabía que tardarías en venir pero has esperado hasta el último momento. Sabía que vendrías a buscarme y te has asegurado de exprimir hasta el último minuto antes de hacerlo. No es de caballeros hacer esperar tanto a una chica, le dijo, cruzándose de brazos con mal fingida molestia.

Lo siento, dijo él finalmente. Siento haber tardado tanto. Siento haber destruido lo que había entre nosotros. Siento haberme convertido en un monstruo. Sus palabras fueron interrumpidas por un abrazo sincero, uno que borró toda pena de su alma, uno que le hizo estremecer. Quizás el primer abrazo de verdad de toda su vida. No eres un monstruo. Eres mi amigo, mi mejor amigo. Y luego se quedó ahí, a poca distancia de su rostro, mirando a sus ojos azules iluminados por la luna, con una sonrisa triste que le pedía que no se fuera. Y él se perdió en los suyos, ignorando el calor y el cansancio, disfrutando del sonido de su respiración, del tacto de sus brazos alrededor de su cuello, del olor de su champú perfumando la noche. Y finalmente, ella se separó, limpiando con la manga sus lágrimas pero dedicándole la mejor de sus sonrisas para que él nunca la olvidara. Una sonrisa que se grabaría a fuego en su memoria y que plasmaría una y mil veces en barro y en papel. Una sonrisa que le recordaría que, al menos durante unos minutos, aquella noche de Octubre, no había Fundación, no había poderes, no había instituto ni despedida.

Aquella noche de Octubre sólo estaban ellos.

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20/07/2015, 20:38
Alejandro
Sólo para el director

Conversaciones

El viaje inesperado

 

- ¡Será cabrón!

El grito resonó en la estancia, rebotando en las paredes y volviendo hacia su emisor. Alejandro, confuso, sacudió la cabeza. ¿Qué hacía allí?

Parecía encontrarse en una especie de habitación completamente blanca. Estaba sentado sobre una cama con dosel. El lugar estaba decorado con gusto exquisito, e incluso había una alta ventana que iba desde el suelo hasta al techo. Se levantó lentamente y se acercó a ésta.

En el exterior no pudo ver más que el cosmos infinito salpicado en estrellas. ¿Se encontraba en el espacio?

- ¿Qué coño es este sitio…? – se preguntó a sí mismo en voz alta.

No pasó mucho tiempo hasta que la puerta de la habitación se abrió. Alejandro ni siquiera había tratado escapar de allí, se había quedado embobado observando el paisaje.

- Mi señor.

- ¿Brujo? – la voz del joven se quebró con la sorpresa mientras se giraba para mirar a su guardián. Allí estaba, frente a él, el Hechicero de la Orden. Pero Alejandro no estaba manteniendo invocación alguna, de eso estaba seguro -. ¿Qué haces aquí? ¿Dónde esto…? ¿Dónde estamos?

- La verdad es que no esperaba veros por aquí tan pronto. Es una sorpresa tanto para mí como para nuestro Maestro. Sed bienvenido a la Letze Grenze.

- … ¿Qué?

- Última Frontera. Esta es la sede de los Caballeros de la Orden. Aquí vivimos, y desde aquí protegemos las dimensiones del avance de las Huestes Negras.

- Vosotros… ¿vivís aquí?

Brujo, de pronto, comenzó a reír. Aquella reacción sorprendió a Alejandro, que pensó que quizá había preguntado algo que no debía.

- ¿Creíais que mientras no estamos a vuestro servicio no existimos o no hacemos más que esperar en el vacío a que nos llaméis? – Brujo se apoyó en el marco de la puerta, en una posición más desenfadada – No, aquí vivimos y nos entrenamos constantemente. Y sí, cuando nos llamáis acudimos. Por suerte este lugar está desplazado en el espacio y en el tiempo, por lo que no es un problema para nosotros acudir siempre que lo deseéis.

Alejandro procesó toda aquella información en silencio, sin desviar la mirada del yelmo de su guardián.

- Y cómo… ¿Cómo he llegado yo aquí?

Lo último que recordaba era estar en aquel juego de balón prisionero. Brujo acababa de hacer un gran lanzamiento, y estaba a punto de eliminar al miedica de Salva cuando… La explosión de Brayan.

Ese imbécil me las pagará…

- Será mejor que me acompañéis. Maestro podrá responder a todas vuestras dudas, y está interesado en hablar con vos.

Alejandro inició, siguiendo a Brujo, un recorrido por el extraño palacio. Todas las estancias eran de un blanco impoluto, y sus pasos resonaban por los marmóreos suelos como si aquel lugar fuese increíblemente grande e increíblemente vacío. Pero realmente no faltaba gente que poblase aquel lugar. Cuando pasaron junto a unas ventanas, Alejandro pudo ver a una docena de caballeros entrenando en un patio interior.

- ¿Quiénes son?

- Oh. Son caballeros de la Orden, mi señor. Además de nosotros cuatro – dijo, refiriéndose a los guardianes que Alejandro ya conocía – hay muchos más. Nosotros somos, por así decirlo, los de más alto rango después de Maestro. Normalmente los Soberanos principiantes comienzan invocando los rangos más bajos, pero vos sois todo un experto, si me permitís el halago.

- Ya… claro… - aunque se sentía algo mejor con su poder, Alejandro no estaba del todo contento con el hecho de depender de los caballeros para todo. Sólo había hecho falta una amenaza de la que no le podían proteger directamente para dejarlo fuera de combate durante el partido…

- Ya hemos llegado.

El trayecto se le había hecho muy corto al joven, que había andado ensimismado y se había distraído con la conversación de Brujo. Ahora se encontraban frente a una gran puerta de doble hoja de madera oscura, decorada con plata y marfil. Sobre ésta había un grabado en la pared, cinco espadas cruzadas. El caballero posó una mano sobre la puerta, que se abrió sin estrépito alguno. Las hojas simplemente cedieron, dando paso a una habitación circular de escaso mobiliario. Frente a él había una mesa circular con cinco sillas dispuestas en un pentágono. Justo frente a él había una silla, por lo que al otro lado de la mesa quedaba un espacio vacío. Pero más allá había un sexto asiento, un trono sobre el que había otro caballero de imponente armadura. De alguna manera, ese caballero desconocido resultaba mucho más impresionante que sus cuatro guardianes.

Alejandro se sorprendió al ver en ese lugar a sus otros caballeros: Vanguardia, Bastión e incluso Sombra. Todos estaban sentados, y Brujo no tardó en dirigirse a su sitio también. El joven no pudo evitar darse cuenta de que quedaba un asiento sin ocupar. Pensó que quizá sería para él, pero cuando dio un paso hacia el lugar vacío Brujo carraspeó.

- Mejor sentaos en el mío.

El chico obedeció sin preguntar nada. Y cuando se hubo sentado el caballero desconocido comenzó a hablar.

- Sed bienvenido a mi humilde morada, mi señor. Hace mucho tiempo que no recibimos la visita del Soberano del Pacto.

- ¿Quién eres? – preguntó de pronto Alejandro, con indebida impertinencia.

Brujo volvió a carraspear y un incómodo silencio llenó la sala, por lo menos hasta que Sombra chasqueó la lengua y negó con la cabeza.

- Soy el Maestro de la Orden, mi señor. Yo dirijo este sitio y comando a los caballeros cuando no están bajo vuestras órdenes directas. Yo, mi señor, firmé el Pacto con el primer Soberano haca poco más de quinientos años. Es corta la historia de vuestra estirpe, pero encomiable el trabajo que ha hecho a lo largo de estos cinco siglos. Siempre ha habido altibajos, por supuesto, aunque debo admitir que vuestra situación me resultó… extraña.

Alejandro miró a Brujo, en busca de ayuda. No sabía qué responder en aquella situación. Acabó decidiéndose por lo obvio.

- ¿Extraña, Maestro?

- Así es – el caballero entrelazó los dedos sobre su regazo -. Jamás habíamos tenido un Soberano sin entrenamiento alguno en la magia. Según me ha contado Brujo, vuestros progresos aún son pequeños.

El joven mago sintió un ardor en el rostro. Como cuando el director le dijo que sus notas podían ser mejores. Se moría de vergüenza.

- Y lo más impresionante es que, pese a vuestra nula experiencia, conseguisteis invocar a los Cuatro la primera vez.

Ante la mención de aquel título Sombra se cruzó de brazos, molesto, y Bastión agachó la cabeza lentamente.

- Todo esto me resulta extraño, ¿jamás habíais aprendido sobre vuestra naturaleza?

- N-no… Antes de… aquello yo era un chico normal. No sabía nada de mi padre hasta que Brujo me lo contó.

Maestro aguardó unos instantes, reflexivo, antes de relajar su postura.

- Entiendo…

- Maestro… ¿Cómo he llegado hasta aquí?

- Buena pregunta. No es difícil para un mago experto atravesar el sutil manto que separa las dimensiones para venir a parar a este lugar. Letze Grenze se encuentra en un punto desde el que es fácil el tránsito entre dimensiones. Pero vos… no estáis aquí al completo. Vuestra presencia aquí no es más que una manifestación incompleta de vos, tan solo una parte de vuestra alma ha viajado hasta nuestro palacio.

- ¿Pero por qué?

- Quién sabe, joven señor… En ocasiones los caprichos de la magia escapan al entendimiento de sus meros siervos. Quizá teníais un asunto pendiente que resolver aquí…

Alejandro miró a Sombra, contrariado. El caballero le devolvió la mirada, el joven sabía que estaba frunciendo el ceño a través del yelmo.

- ¿No vas a decir nada, Sombra?

Durante unos instantes, Alejandro creía que el caballero respondería a su provocación. Pero se levantó, dedicó un gesto con la cabeza a Maestro, y se largó. Ni siquiera cerró la puerta dando un portazo al salir. Como si nada. Alejandro se mordió el labio inferior.

- ¿Cómo vuelvo… a casa?

Casa, en aquel momento significaba muchas cosas. Su dimensión, su pueblo, su escuela…

- Llegará el momento, joven señor, llegará. Mientras tanto aprovechad para ver el lugar, puede que no volváis en mucho tiempo.

Alejandro salió de la sala, acompañado de Brujo.

- ¿Por qué sobra un asiento? – preguntó nada más cerrarse la puerta a sus espaldas. No podía resistir más la curiosidad.

- Esa es una pregunta peliaguda, mi señor – respondió Brujo, parecía apesadumbrado -. Hace mucho tiempo que pasó aquello y no nos gusta hablar de ello.

Zanjada la discusión, los dos pasearon por las inacabables estancias blancas, mirando por las ventanas y parándose a apreciar la arquitectura del lugar.

- Brujo. Antes no me habéis podido proteger del ataque de Brayan. Sé que se supone que soy muy poderoso, pero no me gusta estar ahí de pie sin hacer nada, esperando que lo hagáis todo por mí.

Se detuvieron, y Brujo miró a su señor con sorpresa. Era la primera vez que le oía hablar directamente del tema. En aquel momento de sinceridad, Brujo decidió que era el momento apropiado. Su yelmo se desvaneció en el aire, formando un brillante polvo dorado que no tardó en desaparecer. Alejandro abrió mucho los ojos. ¡Su rostro! Parecía… ¿humano? Sus rasgos eran angulosos, su piel de un apagado tono dorado, sus ojos de un intenso verde que parecía refulgir con luz propia. Y su cabello… Era de un blanco níveo, bien recortado. Parecía apuesto, pero de una manera extraña y estilizada.

- Mi verdadero nombre es Soran – sonrió, y aquel gesto animó a Alejandro -. Y creo que sé la manera de que os sintáis poderoso sin renunciar a vuestro poder sobre nosotros. Pero tendréis que conseguir que los otros caballeros os confíen sus nombres verdaderos.  

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21/07/2015, 18:23
Salvador

Sueños del Escultor

Muletas Emocionales

Afortunadamente, Salvador no se encontraba siempre solo. Por suerte o por desgracia, tenía la obligación de compartir dormitorio con otros dos chicos, lo que le obligó a socializar a la fuerza. Los muchachos se llamaban Héctor y Yapci. El primero era un estudioso joven de morenos cabellos que dedicaba interminables horas a preparar sus exámenes. Provenía de una familia de pescadores de Santander, y sabía perfectamente lo costosa que era la educación en la Fundación Costa, por lo que evitaba cuanto podía las fiestas y las distracciones. La beca que le permitía estudiar en aquellas instalaciones dependía principalmente de sus resultados académicos, así que siempre que Salvador pasaba por su cuarto fuera de las horas de clase allí estaba Héctor, comiéndose los libros con los ojos. Tenía la facultad de cubrir su piel con una sustancia similar a la goma, tremendamente resistente al fuego y los impactos, y las pocas veces que había hablado con él al respecto de sus habilidades especiales, Salvador había descubierto que lo que Héctor quería era terminar sus estudios y regresar a su casa para utilizar lo aprendido en la Fundación en recuperar la economía local. Al joven le sorprendió que alguien tan joven tuviera las ideas tan claras sobre su futuro. Aunque tuvo que reconocer que más que sorpresa, era envidia sana.

Yapci era la otra cara de la moneda. Al contrario que el santanderino, él era todo vitalidad, lo que sumado a su piel morena y sus cabellos castaños, regalo de su herencia tinerfeña, le hacía parecer más un surfista que un estudiante de la Fundación. Utilizaba todo el tiempo libre de que disponía para organizar fiestas, celebrar cumpleaños, gastar bromas y nadar en la playa. Las noches, sin embargo, eran sagradas, sobre todo entre semana. Yapci tenía una novia esperándole en Alemania, y Salvador miraba cómo el joven se restaba horas de descanso sólo para poder hablar por Skype con la chica que le había robado el corazón. El joven isleño pertenecía a un antiguo legado de campeones con una mutación genética que les permitía absorber luz solar y transformarla mediante procesos químicos, obteniendo más fuerza, velocidad y resistencia. Según contaba con orgullo, su clan era la primera línea de defensa contra las fuerzas enemigas del Atlántico, y hasta la fecha no habían sido nunca derrotados. Qué tipo de fuerzas enemigas había allí fue algo que no le quedó muy claro a Salvador, pero prefirió no preguntar.

Cada uno, a su manera, hizo más llevadero el primer año de nuestro tímido protagonista. Con Héctor apenas si cruzaba palabra, pero se sabía de memoria los cauces necesarios y las puertas que había que tocar para realizar cualquier trámite burocrático en la Fundación. Además, su entrega y dedicación al estudio impregnaba la habitación de impresiones que relajaban a Salvador. No había ira, no había tristeza ni malestar, sólo horas y horas de satisfacción por el trabajo bien hecho y la alegría por los buenos resultados. Héctor había convertido su dormitorio en un colchón de silencio psíquico que le recibía con los brazos abiertos al final del día.

Todas las conversaciones que no tenía el santanderino con Salvador, las tenía Yapci. El energético joven había tomado como misión personal en llevar al muchacho a cada fiesta que pudiera, a cada reunión, cada concierto y cada asamblea. Su entusiasmo era contagioso, lo que hizo que Salvador se volviera algo más sociable, llegando incluso a ampliar su círculo de amistades. Ninguno llegó a convertirse en íntima amistad, pero al menos sabían sus nombres y podían sentarse juntos a la hora de la comida. Para el toledano eso era todo un logro. A cambio, él le ayudaba con sus estudios, sobre todo química y física, que eran campos que Salvador conocía íntimamente debido a sus habilidades especiales.

Ambos, Héctor y Yapci, Serenidad y Alegría, Planificación y Espontaneidad, ayudaron a Salvador con su primer año en la Fundación Costa. Nunca fueron amigos de verdad, de esos que llamas en pleno verano sólo para saber qué están haciendo, o a los que acompañas en un funeral para saber que no estarán solos. Se convirtieron en apoyos, en unas muletas emocionales que Salvador sabía a ciencia cierta que necesitaba. Sin ellos, la tristeza y la autocompasión le habrían devorado hasta dejar solo una carcasa vacía.

Terminado el primer año tocaba cambio de dormitorios, pero sobre todo, cambios en sus vidas. Héctor tuvo que marcharse antes de acabar el curso por problemas familiares y nunca más regresó a la Fundación. Yapci fue elegido tutor de un grupo de recién llegados, y en ocasiones Salvador y él se cruzaban en los pasillos preguntándose las últimas novedades. Pero ambos sabían que todo había cambiado, que se habían distanciado.

Pero Salvador sabía que era sólo que su función había terminado. Que ambos eran el primer empujón que necesitaba para empezar a valerse por sí mismo, y que habían hecho su trabajo.

Un buen trabajo.

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18/09/2015, 03:31
Ian Luna

Spoiler Alert: Este post contiene información parcial e imprecisa de narraciones del capítulo uno y dos en la que no todos os jugadores estuvieron presentes, así como conversaciones en la mente del personaje principal de esta narración. Queda a discreción y responsabilidad de los jugadores abstenerse de la lectura o no metajugar en caso de realizarla.

Familia I

Ian y Stitch

- ¿Cómo dices?

En aquel mundo onírico Ian podría haber pensado y así se hubiera hecho escuchar. O podría haber alzado la voz hasta que esta atravesara el cielo con la fuerza de derrumbar montañas. No recibió respuesta del parásito, por supuesto. Stitch no era humano, no tenía la necesidad humana de hacer que todo lo que salía por su boca fuera más interesante. Tampoco conocía la empatía, no el Stitch puro, sin la influencia del chico, no, si el parásito no le había dado más información no era porque temiera dañar la sensibilidad de su huésped, si no le había dado más información era porque simplemente no quería hacerlo y ante eso Ian tenía la batalla perdida, no le compensaba seguir preguntándole a una pared.

Ian cerro los ojos y tomo aire profundamente. El aroma a trigo lleno sus fosas nasales mientras sus pulmones se llenaban de limpio aire. Extendió sus manos y pudo tocar con sus palmas los bellos de la espiga del trigo, el cual le estaba por la cintura.

- Es agradable hermano ¿De dónde has sacado esta imagen? Nunca he estado en un sitio así.

Cuando Ian abrió los ojos había ante él y en medio del prado un pupitre, de la altura justa para un niño de parvularios y sobre este un cuento. Se sentó en la silla, pero esta era pequeña así que su cuerpo encogió y hasta su ropa cambio. En ese momento tenía 5 años y la mesa y la silla no le quedaban pequeñas. Cogió una pintura de un amarillo dorado, abrió el libro y vio un dibujo, las espigas del trigo. Se puso a pintarlas.

Ian pestañeó y ya no era un niño, volvía a ser él mismo en medio del prado con sus palmas aun rozando las espigas. Sonrió pues en la lucidez de su sueño podía alcanzar partes de su mente que de otra manera y si Stitch no hubiera podido alcanzar.

- Es un buen escenario para hacerme sentir tranquilo, pero permíteme que sugiera algo mejor, a los humanos nos gustan los lazos afectivos, los lugares conocidos. Un prado o un frondoso y verde bosque son preciosos, pero “no hay ningún lugar como el hogar”.

Nuevamente cerró los ojos y esta vez se dejó caer de espaldas. No choco con el suelo y el vacío y la oscuridad lo engulleron. Callo por segundos, por siglos y su velocidad se mantenía constante, como si estuviera en un espacio vacío en el que ninguna materia le frenara por fricción. Entonces, la velocidad descendió, y en su espalda noto la agradable sensación de un colchón. Abrió los ojos y ante ellos estaba el inclinado techo de su cuarto en la buhardilla, con su póster de Iron Man, Toni Stark, clavado en él. Sintió también el roce de su pijama favorito en su piel.

 

Ian se sentó y miro a su alrededor. Vio las paredes empapeladas de posters de superhéroes tanto ficticios como reales así como el de algún grupo de rock infiltrado entre los demás. Vio su escritorio con sus libros de texto apilados y desorganizados. El tablón de corcho con innumerables fotos de familia y amigos, en todas en las que él salía, se le veía haciendo payasadas con la cara. Sonrió.

Respiro esta vez profundo y a su nariz llego el tenue olor de la cocina. Olor a huevos, a bacon muy crujiente. Olor a Scones, pasas, nata acida, mermelada de albaricoque y mantequilla. Olor a domingo. Solo una persona hacia tanta cantidad de desayuno un domingo.

- ¡Mama!

Salto de la cama y corrió por la casa. Se sentía más ligero. ¿Qué tendría? ¿Tres años menos que en la vida real? Salto los escalones de cuatro en cuatro y atravesó el salón saltando por encima del sofá. Sabía que también estaría su padre, tomándose un café de esos fuertes que solo un español era capaz de tomarse. Sus padres estarían tonteando, posiblemente él buscando un beso que ella no querría darle alegando que el aliento le apestaba a cafeína.

Abrió la puerta de golpe y entro en la estancia de un salto. Pero no vio la ventana que daba al jardín trasero ni la mesa de caoba. Ni sintió en sus pies el frío de las baldosas del suelo. Tampoco sintió la calidez del sol dominical en su rostro. No, entro en la oscuridad de un recuerdo vedado y tras él se cerró la puerta, apartándole del resto de la casa.

- ¿Por qué?

Calló de rodillas en la oscuridad mirando al suelo. Sabía lo que era, Stitch no era el colmo de la discreción, aunque no se lo dijera directamente. El parásito dejaba los recuerdos en recuerdos y no le permitía rememorar viejas vivencias. No le dejaba llorarlos, no le permitía sentir dolor. No entendía que eso podía ayudar a superarlo, para él era más fácil directamente anular la fuente de dolor y pasar directamente a la calma, saltándose la superación. Aquello era una bomba de relojería.

- Está bien.

Ian se secó unas lágrimas que no habían llegado a caer y se puso de pie. Su peso, su altura, su voz. Volvía a tener dieciséis años, volvía a estar sereno, tranquilo, feliz, positivo.

- Trabajemos, veamos las imágenes.

Ante sus ojos aparecieron las imágenes de los sucesos de esa noche, pero no las veía en primera persona. En aquella recreación las veía como un espectador omnisciente, capaz de controlar el avance y retroceso como una película en tres dimensiones, incluso se veía así mismo en esa película. Era algo fácil para una mente capaz de asimilar toda la información de todas las fuentes, capaz de almacenarla y atesorarla. Toda, hasta el más ínfimo reflejo que a su alrededor proyectara algo.

- Parece que estamos solos con el dragón, ¿Esta toda las información visual?“Todo lo que pudimos captar.”- Lo que dijo ¿Crees que es cierto?“¿Tenía motivos para mentir?”Un ser racional siempre tiene motivos para mentir, solo tiene que inventárselos.

Con un pensamiento cambio la escena, la playa. Ahí también había cosas que analizar. Aunque Stitch no fuera a darle más información, no le impediría investigar. A su “hermano” le resultaba divertido y estimulante que su huésped se esforzara de esa manera, además, no le negaría la información si la averiguaba por su propia cuenta.

Durante el suceso había tenido tiempo de sobra para mirar la nave y los fragmentos que se desprendían de esta y caían sobre la playa antes que el aparato. “Algo familiar” Pestañeo y la imagen se amplifico enormemente sobre uno de los fragmentos. Ian comenzó a ver borroso y tuvo que apartar la vista del zoom.

- Joder Stitch.“Es lo que hay, esto no es CSI: Las Vegas, no puedo sacar pixeles de la nada.”Tal vez deberías incluir  una mejora de visión en las modificaciones que me haces. “Tienes una fantástica vista dentro de los cánones humanos, no es necesario mejorarla para perfeccionarte ni para aumentar tu supervivencia en este país”. -  ¡Ah! Pero si es necesario es necesario esterilizarme.“Es por seguridad”.Ante que ¿Cuál es el riesgo de que tenga hijos en un futuro?

Ian sintió el estirón y salió de su sueño de golpe. Abrió los ojos y a su alrededor vio la habitación de la enfermería en la que había sido confinado durante dos días junto a Xur. Por su seguridad, decían.

- ¡Hijo de perra! – Susurro para sí mismo. 

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18/09/2015, 20:03
Ian Luna

Spoiler Alert: Este post contiene información parcial e imprecisa de narraciones del capítulo uno y dos en la que no todos os jugadores estuvieron presentes, así como conversaciones privadas del personaje principal de esta narración. Queda a discreción y responsabilidad de los jugadores abstenerse de la lectura o no metajugar en caso de realizarla.

 

Familia II

Ian e Ignacio

- ¡Hijo de perra! – Susurro para sí mismo. 

Ian se sentó en la cama. Al parecer sus compañeros dormían o al menos fingían hacerlo. El chico entendía que no todo el mundo podía, tras un día como el que habían vivido, descansar tranquilos y a pierna suelta. No todos tenían control sobre sus sueños y pesadillas.

Salto de la cama y silencioso, descalzo y en pijama abandono la enfermería sin que nadie se diera cuenta. Poco tardo su tablet de la escuela en pitar. Era Jeffrey.

- Señor Luna, el curso de acción que está llevando a cabo es incorrecto. Le pido por favor que regrese a la enfermería y se mantenga ahí hasta que el personal docente considere que la observación preventiva ha finalizado.

- Escúchame gelatina, voy a ver a Ignacio sí o sí. Puedes intentar impedírmelo con tu cansina verborrea o puedes avisarlo para que no le pille durmiendo. Pero como se te ocurra avisar a quien no toca prometo que la próxima vez que valla a llevar a cabo “un curso de acción incorrecto” fundiré tus discos de memoria.

- Señor Luna, las amenazas conmigo son ineficientes. – Ian no respondió a la IV de la escuela. – Avisare al señor Cruz.

Ian termino de recorrer los pasillos de la fundación a zancadas y se persono en el cuarto de Ignacio. No en su despacho, o en un aula, en su cuarto. Abrió la puerta sin llamar e invadió la habitación. Pillo al psiquiatra hablando incrédulo con Jeffrey, pues no podía creer que Ian estuviera enfadado, como la IV afirmaba. Lo comprobó al ver la actitud con la que el chico entraba y se sentaba en una butaca.

- Ian, ¿Eres consciente de que no estás haciendo las cosas bien?

- Ignacio, leí las probabilidades en nuestra reunión con un dragón de otro plano. No eres consciente de las veces que puedes ver morir a tus compañeros de clase en tan solo unos minutos. Tras eso nos calló una nave encima y para colmo, Stitch me oculta información descaradamente, o me da verdades a medias, como prefieras verlo. ¿Crees que me importa algo que no sea correcto presentarme en tu cuarto cuando necesito hablar?

- Vale, estas enfadado de verdad, cuéntame.

- Son idiotas, estúpidos e infantiles. Son unos homínidos sin cerebro, involucionados completamente.

- ¿Tus amigos?

- No son mis amigos, no creo que tengan intención de llevarse bien con nadie, solo mirar su propio ombligo. Les advertí, les dije que el lugar era peligroso, que estábamos en otro plano, que aquello parecía ir más allá de una broma. ¿Crees que me escucharon? No, claro que no. El idiota de Salva se dedicó a minar la confianza del grupo. Mira, me parece bien que piense como quiera, pero el empezó a faltarnos al respeto por fantasear. La siguiente fue Rebeca, se dedicó a machacar a Salva como venganza por lo que había hecho ¿De verdad pensaba que lanzar bombas sobre terreno quemado iba a hacer algo? Tras lo cual salió como una estúpida corriendo. Al parecer ella tampoco entendió la simple advertencia de peligro. ¿Y Naiara? La segunda en separarse del grupo. Normalmente soy indiferente ante sus constantes muestras de desprecio hacia los demás, todos, sin excepción tenemos nuestras cosas, ¿Pero separarse del grupo? ¿Y Alejandro? Por dios, Alejandro es el más inteligente, parece nacido para ser un estratega. ¿Cómo se le ocurre invocar a sus caballeros para intentar lanzar un ataque rápido? No estamos jugando a Dungeons & Dragons, esto es el mundo real, no podemos ir matando a todo lo que parezca un enemigo porque si, en esta vida también hay grises.

- Espera, espera, espera. – Interrumpió Ignacio. – Me estas contando muchas cosas y creo que me falta información.

Ian respiro profundamente, cerró los ojos para centrar sus pensamientos y se calmó. Tras eso miro a Ignacio y comenzó a contarle, con calma, paciente, de manera pausada todo lo acaecido durante el suceso, desde que acabo la cena hasta que todo termino. Se aseguró de emplear su perfecta memoria para no olvidarse de nada, ni la advertencia del dragón sobre el traidor. También le hablo del sueño lucido que acababa de tener.

- Nadie se dejó aconsejar, nadie se dejó ayudar. Incluso cuando llegamos a nuestra realidad al primero al que intente ayudar fue a Salva, considere que alguien capaz de crear una barrera tenía que ser llevado primero y más rápido. Se soltó, prefirió ir corriendo tras perder unos valiosos segundos mirando como caía el objeto. Podría haber empleado esos segundos ayudando a otros. ¿Y si por esa pérdida de tiempo hubiera muerto alguien?

- ¿Estas enfadado porque no pudiste hacer más? Es eso ¿Cierto? Dejas de lado tu neutralidad acostumbrada y arremetes contra tus compañeros porque en un momento de confusión no confiaron en ti, pero realmente eres consciente de que les has escondido tu inteligencia. Ellos no tenían manera de saber que podías prever las cosas si no se lo dices.

Ian se froto nervioso las palmas contra el pantalón del pijama, como secándose el sudor. Después se llevó el pulgar derecho a la boca y comenzó a morderse las uñas. Ignacio había dado en el clavo. No era adivino, su teoría no la había sacado de debajo de una piedra. Ian visitaba rigurosamente a Ignacio todos los días antes de cenar. Era posiblemente el único alumno que lo hacía. Por tanto el psiquiatra tenía un buen perfil del chico.

- Si le pasa algo a Alejandro… si le hubiera pasado algo a alguno de ellos sin haberme esforzado por hacer algo…

- Pero hiciste, recogiste a todos los rezagados, hiciste un montón de viajes y fuste el último en abandonar la playa a tiempo para que Salvador cerrara la barrera.- Ian ya no respondió. Ignacio le dio unos segundos y después volvió a tomar la palabra. – Ian, lo que me has contado ahora es más información de la que diste antes.

El chico aparto la vista y miro por la ventana a la oscuridad de la noche. Sabía que había escondido información. No sabía que habían hecho sus compañeros pero el considero peligroso contar el cien por cien de la historia. Igual que su lucido sueño, solo se lo contaría a Ignacio.

- Después de hoy no sabía si fiarme de alguien más. Ni siquiera sé si puedo fiarme de ti.

- Y sin embargo lo haces.

- Si no lo cuento estallo, además si alguien más se entera sabré que eres tu quien lo ha contado y que has roto la privacidad entre paciente y profesional. – Ignacio asintió. El argumento era infantil pero valido.

- ¿Qué piensa Stitch?

- Esta tan confundido como yo, me imagino que no tiene que ser fácil ser parte de mí cuando toda su existencia la ha pasado subyugando la mente de sus anfitriones.

Y ambos guardaron silencio, uno que se extendió por minutos enteros. Nuevamente Ian necesitaba reorganizar sus pensamientos más profundos e íntimos e Ignacio sabía que el chico necesitaba tiempo antes de proseguir.

Ian se había desahogado y relajado con respecto a los sucesos de la playa, pero había más, estaba su sueño. No la advertencia de Stitch, si no lo de su familia. Ian, a pesar de haberlo contado ya, aun necesitaba centrarse en eso, o hablar de temas relacionado.

- Ignacio. – Dijo manteniendo la mirada en la ventana. - ¿De cuántos alumnos eres tutor legal?

La pregunta pillo por sorpresa a Ignacio, que pareció sentirse un poco incomodó. A pesar de ello siguió la conversación.

- Pocos. – No quiso concretar, Ian se dio cuenta.

- Lo que hace la Fundación está mal. En España una empresa privada no puede tener tutela sobre un menor y Costa ha encontrado la manera de torear a la pobre ley española.

- Ian, la fundación hace eso porque los chicos necesitan un lugar donde poder seguir siendo chicos.

- Necesitamos.- Le corrigió Ian

- Correcto, necesitáis.

- Ignacio, eres un profesional, posiblemente de los mejores de Europa o el mundo, solo hay que entrar en Google para verlo. ¿De verdad crees que un adolescente al que sus padres han repudiado y han regalado a una fundación como si su vida no valiera nada, necesita un tutor legal? Yo tengo dieciséis años, pero hay niños mucho más jóvenes. Ignacio, los críos necesitan padres.

Las palabras de Ian arrinconaban más y más al psiquiatra que en su día tuvo que dejar de lado su estricto código ético para hacer lo que consideraba un bien mayor. ¿Era cuestión de tiempo que el bien mayor les estallara en la cara?

- Una madre, un padre, dos padres, dos madres. ¿Qué más da? Un crio necesita una figura de ese tipo. Yo hablaba todos los días con mis padres. Mientras hacían la cena me sentaba en la cocina y les contaba el día. También me habría castigado mi padre sin videojuegos si se me hubiera ocurrido escaparme de la enfermería y recorrerme a hurtadillas todo el instituto habiéndoseme prohibido salir. ¿Me vas a castigar?

- Ian, las cosas son más complicadas que eso…

- Tienes razón. – Ian sonrió y se levantó. – Te dejare dormir.

- Ian… - Dijo Ignacio deteniendo al chico. – Estas castigado una semana sin Starcraft, por escaparte de la enfermería.

Ian sonrió, algo dentro de él se sintió mejor, raro, pero mejor. Asintió y sin replica salió del cuarto de Ignacio. Camino a la enfermería donde entro con el mismo sigilo que había salido y se acostó. Cerró los ojos y fácilmente se durmió volviendo a su onírico y lucido mundo.

- Trabajemos, veamos Mackenzie.

Ante sus ojos cientos de números, líneas, letras se hicieron presentes. Innumerables cálculos incomprensibles para la mayoría. Ante él, su mayor obsesión.

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21/09/2015, 18:17
Xur Laven Tolerio

Transiciones 1

Pequeña anotación del fin de la escena 1, que me quedé con ganas de rolearlo ;P

Xur salió de la cueva como todos, con expectación ante lo que había ocurrido y con el cuerpo temblando por completo, pues el alien estaba hecho un manojo de nervios. Se deslizó, pues no se podría llamar correr a lo que hizo, hasta el lugar del impacto y se quedó ligeramente fascinado con lo que ocurría; pero entonces se percató que no estaban ni Rebeca ni Negare, habían desaparecido durante el "evento del dragón", y entonces se acordó de que se suponía que era una broma.

Entonces se giró buscando a Brayan, se puso de un color rosa intenso, que casi hacía daño a los ojos de los presentes por la intensidad, y el ojo cambió a un color verde lima. Abrió la boca dentada, pero se abrieron junto a esta otras ocho, una en la base de cada tentáculo, y hablaron todas a la vez- ¡¿TE PARECE GRACIOSO?! ¡A VER QUE TE PARECE CUANDO YO TE GASTE UNA BROMA DEVORÁNDOTE! 

Su cuerpo empezó a temblar por completo, el ojo desapareció y su masa empezó a aumentar de tamaño y su masa. El suelo se resquebrajó ante el peso que estaba tomando y su cuerpo aumentaba. Cuando estaba cerca de la masa corporal de un elefante africano, cuatro grandes patas surgieron de él y levantaron su peso como si nada. Estas patas parecían cuatro pilares rocosas, sin garras, sin uñas y sin forma de pie en sí, solo alzaron esa masa que seguía temblando. Poco a poco las patas empezaron a tomar un color marrón rojizo sucio y se endurecieron, pareciéndose a una mezcla de escamas, quitina y roca mientras el torso seguía cambiando y una parte se alargaba hacia arriba. Empezaba a tener el tamaño de un bulldozer de esos gigantescos que tienen ruedas que miden casi cuatro metros de diámetro; pero en ese momento se escuchó un disparo y una descarga eléctrica le recorrió entero mientras se volvía una masa informe y parecía "derretirse".

Un hombre enorme, formino y con aspecto de no andarse con tonterías apareció armado y se dirigió hacia Xur- Si sigues así tendré que aislarte de nuevo, y no me valen excusas. Sabías lo que estabas haciendo y lo que podías hacer -tras eso, el hombre esperó a que le llevaran a la enfermería y, aunque intentó aislarlo por completo, lo metieron en la misma habitación que Ian, su compañero de cuarto.

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23/09/2015, 02:22
Salvador

Al joven no le habían pasado desapercibidas las reacciones de Rebeca cuando le veía, pero en vez de preguntarle directamente, asumió que era por algo que había dicho o hecho. Tras dos días encerrado con Alejandro, durante los cuales ambos jóvenes tuvieron tiempo para hablar largo y tendido, Salvador decidió pasar el mayor tiempo posible a solas en la zona del bosque. Por eso cuando aquel pequeño drone llegó hasta él con una nota, supo exactamente dónde ir.

- ¿Esta nota es tuya, Rebeca? - dijo, desde lejos, cuando divisó a la muchacha en el claro del bosque. No se acercó a ella, sino que se mantuvo a distancia prudencial. Como si temiera que aquello fuera otra encerrona, como en la playa. 

Rebeca estaba cabizbaja, cuando escucha a Salvador suspira y mira, no dice nada y asiente a lo que este le dice, se fija en que no había nadie más en el claro y dice, sonaba muy insegura y se notaba que algo le preocupaba:

- Tengo que contarte algo... pero antes, que es lo que visteis que me paso cuando apareció ese dragón?

Hablaba sin mirar a su compañero, realmente no sabía si contarle eso o no, pero había reunido el valor, no mucho, pero si el suficiente como para hablar claramente con el.

Era evidente que Salvador se sentía algo incómodo por estar a solas con una chica en el bosque. Se movía constantemente, cambiaba su cuerpo de posición y no sabía dónde poner las manos. 

- Todo fue muy rápido, la verdad - hizo memoria - Cuando ese... bueno, el dragón salió de la hoguera, os escupió fuego a Naiara y a ti, y antes de quedar nosotros encerrados, vimos cómo os dejaba encerrados en una especie de cúpula. Nosotros también estuvimos en una. Pensamos que era una especie de manera de... bueno, de evitar que saliéramos de allí.

Se rascó la nuca, el muchacho no sabía bien cómo explicarse.

- ¿Estás bien? Desde que pasó aquello... ¿he hecho algo? 

Rebeca escucha lo que dice Salvador seria, entonces le pregunta si había hecho algo y ella niega con la cabeza y empieza a hablar despacio:

- No… no has hecho nada… pero yo si… dicen que soy una reencarnación de una diosa… Nuwa, ella se presento ante mi cuando estábamos en esa esfera…

Se queda unos segundos callada mirando al suelo como esperando la respuesta o posible reacción de su compañero, suspira y dice:

- Me… me dijo que tenía que elegir… que me iba a poseer y yo…yo dejaría de existir

Rebeca se frota los ojos claramente apartando unas lágrimas que no quería que se vieran y dice entonces:

- Me dijo que tenía que elegir entre dos opciones… no tuve opción… en una Vero…nica parecía sufrir… ella vestía las ropas de Nuwa y parecía infeliz y era arrastrada al fuego, en la otra te vi a ti

Rebeca suspira profundamente y finalmente dice:

- Estabas con tus padres… feliz y contento, pero, una gran piedra te arrastraba y decía que ese no era tu destino… no me dejo opción y tuve que elegir

Rebeca se tapa los ojos mientras niega con la cabeza y llora, se sorbe la nariz y dice:

- Y… me dio una canica…

Al joven le costaba seguir la explicación de Rebeca, y sin darse cuenta, se había acercado un par de pasos.

- Rebeca, perdona... pero no entiendo lo que quieres decir. ¿Qué tengo que ver con una diosa? ¿Y con una canica? - dijo, extrañado.

Rebeca le mira con los ojos llorosos y dice:

- Ella me dijo que… tenía que cambiar el destino de alguien para que yo no dejara de existir… me dijo que tenía que elegir entre tú y Verónica, me mostro un destino donde Verónica sufría y otro en donde tú estabas con tu familia y eras feliz… y después de lo que contaste… elegí

Mira a Salvador y añade:

- Pero… pero está mal, ese no era tu destino, me mostro que no es el destino que tienes reservado.. y… me dio esta canica para que ese destino donde estas con tus padres, pero que cargas una roca que dice que no es tu destino, se hiciera realidad

Rebeca muestra una canica aparentemente normal y dice:

- Desde que he vuelto no veo mi reflejo la veo a ella, si tiro la canica vuelve, si la intento romper aparece, me persigue, en mi reflejo, en sueños… no puedo más, pero… pero no tengo derecho a decidir por ti… no tenía derecho a hacerlo cuando lo hice

Estira la mano y coloca la canica para que el la coja y dice ya llorando:

- Perdóname…

El muchacho estaba confuso, pero más que intentar comprender lo que Rebeca tenía que decirle, se mostraba preocupado por el dolor que embargaba a la joven. Por su postura corporal era evidente que quería hacer algo, consolarla, pero se sentía torpe y no sabía bien qué hacer. Alguien más experimentado habría abrazado a Rebeca y la habría dicho que no pasaba nada, que primero se tranquilizara. Pero Salvador no era más que un niño inexperto en un cuerpo cargado de hormonas.

- Lo que entiendo es que alguien, esa Nüwa, te dio a elegir entre tu propia vida o la de otras dos personas, ¿no? - una sonrisa triste asomó en su rostro - ¿Y te sientes mal por hacerlo? Pero Rebeca, nadie habría hecho lo contrario. No tienes que preocuparte por haber sido humana. Mira, precisamente eso es lo que eres, un ser humano.

Se acercó un poco más, lentamente.

- Mira, no sé nada del Destino, ni cosas así. Hasta hace un par de días, si alguien me hubiera hablado del Limbo y de dragones, le habría tomado por loco - se pasó la mano por el cabello rebelde - Si dices que mis padres volvían a estar juntos, y que por coger esa canica ya no lo harán... bueno, tengo asumido que es una vida que no tendré. ¿La otra opción era que Verónica sufriera? Pues mejor, ¿no?

Las palabras de Salvador no eran todo lo convincentes que debieran ser, pero al menos intentaba decir lo correcto.

- Yo te perdono, de verdad. ¿Pero qué pasa si cojo esa canica? - estaba a un par de pasos de Rebeca.

Cuando Salvador le dice eso ella niega y dice:

- No… no soy un ser humano… yo solo soy… ella me reemplazara y dejare de existir…

Entonces Salvador dice lo de sus padres y ella dice:

- No… eso no es, en la imagen yo te vi que estabas feliz con tus padres, pero ese no era tu destino y no lo sé, pero creo que si te doy esta canica puede darse ese destino aunque no era el tuyo…

Se frota los ojos de nuevo y añade:

- No se que pasara, creo que… podrás estar con tus padres, pero ese no es tu destino… no se de verdad que puede pasar.

- No, no pasará nada de eso - dijo, conciliador - Estás aquí para aprender a controlar tus poderes, como todos nosotros. Aprenderás, y cuando esa diosa venga a reclamar tu cuerpo... le plantarás cara. Y si nosotros podemos echarte un cable, pues te ayudaremos.

Al moverse tanto, su pelo estaba revuelto, dándole el aspecto de haberse levantado hace escasos minutos.

- Mira... lo que me dijiste... lo que me dijísteis todos en la playa, en parte tenéris razón, creo. No tiene sentido luchar ahora porque mis padres vuelvan a estar juntos. Como he dicho, no sé nada del Destino, pero creo que cada uno puede forjar su futuro - aquellas fueran las palabras más firmes que había dicho en toda la conversación - No necesito esa canica, pero si te hace sufrir, quizás podríamos hablar con nuestro tutor.

Rebeca mira a Salvador y dice:

- Pero.... ella ya ha venido... no se... no sé qué hacer... de verdad

Cuando dice lo de la canica mira al suelo y dice:

- Si... yo creo que es mejor hablar con el tutor... no quiero seguir viéndola cada vez que veo mi reflejo y no quiero que os haga daño.

Rebeca se acerca a Salvador y le abraza mientras aun lloraba y dice:

- Gra... gracias y perdóname

El abrazo le pilló completamente desprevenido, y se quedó ahí, quieto, con los brazos separados del cuerpo, temeroso de tocar a Rebeca. La joven pudo sentir cómo el corazón de Salvador se aceleraba, probablemente por la sensación de no saber que hacer, por tener a una chica tan pegada a su cuerpo.

- No te preocupes, todo saldrá bien - dijo, con una sonrisa - No tengo nada que perdonar, pero si necesitas oirlo: Rebeca, te perdono.

Rebeca era una chica que siempre tenía los sentimientos muy a flor de piel, tanto alegría como tristeza y en esos momentos lo que necesitaba era un abrazo y por ello abrazo a su compañero, cuando este hablo se quedo unos momentos más abrazada, incluso agacho la cabeza, tras unos segundos ella se aparta un poco y dice:

- Gra...gracias por ser tan comprensivo, me encuentro mucho mejor... pero, me acompañarías a hablar con el profesor después de la clase? me da un poco de cosa ir sola vale?

Termina de frotarse los ojos y con una sonrisa sincera de agradecimiento.

- Claro, sin problemas - respondió. La verdad es que no sabía bien qué pintaba él con el profesor, pero hasta para alguien como Salvador era evidente que Rebeca necesitaba su apoyo, y no era ningún monstruo como para rechazarlo. Además, aunque no quisiera reconocerlo, le picaba la curiosidad respecto a lo que había dicho sobre su destino. Fuera lo que fuera.

Rebeca mira a Salvador y asiente agradecida, le mira y dice:

- Muchas gracias por todo... si necesitas algo solo dímelo, ahora me iré yendo y gracias otra vez.

Rebeca empezó a caminar lentamente alejándose, seguía preocupada pero al menos se había abierto una pequeña luz de esperanza para ella o eso era lo que quería pensar en esos momentos.