Partida Rol por web

James seguía apuntando a su viejo amigo cuando se produjo la transformación. A esas alturas, ya tenía claro que quien fuese su interlocutor, no era Pierre Grimaud sino alguien o algo que se estaba haciendo pasar por él. Fue por ello que, si bien la transformación le sorprendió, no lo hizo tanto como cabía de esperar. Quizá su amigo nunca habría tenido intención de traicionarles sino que alguna fuerza más antigua y perversa, se había aprovechado de su esencia para sus propios fines.

Haciendo acopio de valor, James dio un paso al lado para cobijarse, contuvo la respiración y acarició suavemente el gatillo apuntando a la cara del monstruo. Si había algo de Grimaud en él, esperaba que entre todos pudieran otorgarle su merecido descanso.

Los disparos de Michael hicieron que me volviese cuando iba camino de desatar a esas personas. Observo cómo lo acribilla a balazos. No me da ninguna lástima. Cuando Pierre retrocede perdiendo sangre me limito a esperar a que muera. Pero nada sucede. No cae, no se lamenta. Y entonces es cuando se empieza a reir

-Definitivamente, está totalmente loco- comento en voz alta, a nadie en especial, mientras observo con sorpresa como Pierre se enfrenta a su muerte a carcajadas.

-¡La madre de Dios!- se me escapa cuando algo empieza a asomar de su cabeza "No puede ser, no puede ser" Pero cada vez se ve más claramente. Son cuernos, cuernos de ciervo. Una cosa grotesca y monstruosa va tomando forma. Me llevo las manos a la boca intentando impedir un grito que se está formando en mi garganta, pero no lo consigo y un sonido sordo, de horror, se me escapa.

Doy pasos hacia atrás al mismo ritmo que esa cosa avanza hacia delante, mientras escucho las voces de Pancho que dice no se qué del Diablo.

Desenfundo mi arma y la amartillo pero, por primera vez en años, creo que me tiemblan las manos al sostenerla enfrente mío y amenazar con ella al monstruo. 

"Pancho tiene razón, es el mismísimo Diablo"

Comienzo a dispararle sin pararme a pensar en que Michael ya lo ha hecho y no ha servido de nada.

Jack observó como el francés recibía los disparos de Maverick, y tras unos segundos su risa y su cuerpo acabaron transformándose en un ser monstruoso y que parecía salido de la febril mente de un desquiciado. Por un momento consideró si aquello que estaba ocurriendo no era más que un mal sueño del que podría despertar en cualquier momento, o si lo que había mencionado Pancho sobre aquella "hierba del diablo" era algún tipo de sustancia esparcida por aquel raro ambiente alrededor de la hoguera, que pudiera producir alucinaciones de tal calibre. También recordó las palabras de advertencia de la joven india cuando el francés pronunció el nombre de uno de aquellos dioses que la mujer les nombró en aquella reunión a los pies de una hoguera, ese tal Yietso.

Pero cuando aquel ser infernal que antes había sido Pierre Beaumont avanzó hacia ellos, Lonegan dejó sus reflexiones aparte, desenfundó su otro revolver y abrió fuego contra aquello.
-¡Vuelve al infierno del que saliste, engendro!

Iron Maiden - The Number of The Beast

Si pancho estaba desquiciado antes, ahora estaba fuera de si. La transformación de Pierre Grimauld en lo que sólo podría describirse como un engendro no podía más que confirmar sus mas profundos terrores. Aquello no era el chupacabra si no algo mucho peor, el mismísimo Satán traído a este mundo por un hombre que había hecho un pacto con el demonio.

Pancho temblaba como una hoja. Estaba ahora de rodillas mirando al demonio acercarse. Todo cobraba sentido. Aquello era el resultado natural y lógico de sus correrías. El ajuste de cuentas había llegado. 

Tal como había descendido por el túnel de la mina hasta el mísmisimo infierno en el que ahora esta se había transformado (porque aquella caverna, las llamas rojas, el mismísimo Satán, que otra cosa podía ser ese lugar), así había sido su vida. Un descenso a las tinieblas repleto de violencia, alcohol, dejadez, puterío y sangre derramada. Mucha sangre derramada.

Por todo ello el mismo Lucifer había venido a buscarle ahora, al igual que a sus compañeros. Ladrones. Mentirosos. Asesinos. Pecadores todos ellos. ¡Era la hora de pagar por sus pecados!

Mientras sus compañeros descargaban una salva de ira y fuego sobre el ser infernal, el mexicano sabía que eso no serviría de nada, y que sólo la piedad de Dios podría salvarles en ese momento. Por ello agarraba el pequeño crucifijo con las dos manos, apretándolo con fuerza, aunque sin esperanza alguna, pues ninguno de ellos merecía la salvación.

Pancho rememoró aquél vergonzoso momento en el que el padre Agustín se sacrificó para salvarle. Y él, en vez de aprender del ejemplo, malgastó la oportunidad dada para, en vez de hacer borrón y cuenta nueva, seguir con sus correrías. No había nada que pesara más en su corazón, de lo que se sintiera mas culpable, que aquél lejano suceso. 

Hermano Agustín, si aún sigues ahí, lo siento. Lo siento mucho.

Pero la banda de Lonegan no merecía ser perdonada, no. Así que todos caerían allí. En su cobardía y pánico, el rostro de Pancho estaba surcado de lágrimas, que corrían por su sucia cara. Y cerraba los ojos con fuerza para no ver al monstruo mientras este se aproximaba de forma ominosa cada vez más a él.

Gemía como una niña, y se mantenía de rodillas en el suelo temblando.

Sólo cuando el demonio estuvo frente a Pancho, y este sintío su sombra cerniéndose sobre él y la gélida mirada del demonio observándolo desde las alturas, Pancho abrió los ojos, e intentó un amago de levantarse y salir corriendo de pánico. Pero ya era demasiado tarde, pues las garras del diablo se extendían con intención de arrancarle el alma.

Con un rostro totalmente desencajado, Pancho pegó alaridos ante lo inevitable: -¡NO! ¡NO! ¡NOOOOOOooooo....! ¡ARGGHHHHHH..!-

Michael había recorrido media sala disparando contra el francés, sin poder ver el efecto que causaban sus disparos, cegado por la rabia y el humo de la pólvora. Cuando los martillos empezaron a golpear casquillos vacios bajó las armas y abrió ambos tambores provocando un sonoro repiqueteo de latón.

Había empezado a reponer la munición mientras seguía caminando cuando las carcajadas del francés le hicieron levantar la vista sorprendido. Estaba tan seguro que el francés caería que ni siquiera le había mirado mientras lo hacía. La transformación del francés dejó a Michael con la boca abierta y borró de un plumazo el velo de furia que se había apoderado de él tras la muerte del jefe de los forajidos.

Miró sus revólveres aún humeantes y miró de nuevo al demonio encarnado. Sin duda aquella no era la vía para acabar con el monstruo. Cerró los tambores a medio recargar y corrió hacia las figuras atadas. Liberaría a las niñas y saldría con ellas de alli, llevándolas a ambas en brazos si hacía falta.

Mientras la bestia se acercaba todos podíais sentir el creciente pánico en vuestro interior. Algunos acertásteis a empuñar vuestras armas y disparar, mientras que otros, como el pobre y creyente de Pancho, simplemente permanecieron inmóviles, paralizados de horror. Y para colmo de males, como sentenciando vuestro destino, el tambor del revolver de Lonegan quedó encajado a medio disparar como si la propia pistola se hubiera acobardado.

Los disparos casi no parecían surtir efecto en el animal diabólico. Solo el potente rifle de McReady consiguió atravesar su piel y provocarle una herida sangrante en su enorme cuerpo, pero aquello no bastó para detener la carga del monstruo, que gruñendo como una bestia salvaje se arrojó sobre Pancho, y con una de sus enormes manos como mazas le asestó tan tremendo golpe que lo arrojó varios metros contra una piedra cercana y allí se quedó, sangrando profundamente por la herida abierta.

La bestia volvió a gruñir amenazadoramente y os miró alternativamente, en busca de su próxima víctima.

MORRICONE-"Harmonica/ Man With A Harmonica/ Death Rattle" (1968)

La espalda del grandullón se partió con un sonoro crack contra la piedra. Y desde una postura desencajada, el pendenciero mejicano se miró al vientre contemplando sus propias costillas sobresaliendo de la carne.

Todo había sido tan rápido, tan inesperado. Se llevó las manos al vientre, desesperado, intentando tapar el estropicio que el engendro había causado con su fatídica garra, cerrándose torpemente el desgarro en la camisa, que no en la piel.

Pero le era imposible. No había forma de cerrarlo. Cuanto más lo intentaba, más se pringaban el vientre y las manos de sangre.

No sentía las piernas y el frío le helaba ya los huesos.

Sus ojos se volvieron rápidamente vidriosos cuando levantó sus palmas ensangrentadas a la altura del rostro, y el tono de este empezaba a palidecer a ojos vista perdiendo el caracterítico cobrizo de la gente del sur.

Aquí estaba la Santa Muerte y su alma al infierno sería llevada. Esperaba campanas fúnebres o el tañído de trompetas apocalípticas. Pero nada de eso ocurrió. El tronar de los disparos, la furia, los gritos a su enrededor se fueron volviendo silencio y su vista fue emborronándose hacia la oscuridad de las tinieblas.

Antes del último suspiro, sólo pudo decir, con voz débil:

-Pues vaya perra vida esta, compadreeeessss....-

Y la cruz que con tanta fuerza apretara cayó de su mano inerte.

Por toda la caverna se multiplican los ecos de los disparos hasta que el sonido es ensordecedor. El olor de la pólvora me llena la nariz pero, para cuando se hace el silencio, no ha pasado nada. Esa cosa apenas si tiene una herida que, por la zona en que está, deduzco que es del rifle de James.

"Creía que le había dado, juraría que le di" Con sorpresa y temor, veo que no soy solo yo. Jack tampoco le ha hecho nada. Pero antes de que tenga tiempo de pensar nada más, esa cosa se centra en Pancho y le golpea. Veo como él, un hombre más bien pesado, sale disparado como si fuese ligero como una pluma. Pero el sonido que hace al golpear contra la pared no es el de algo etéreo. No, suena más bien como un caballo que se golpee al fondo de un precipicio. El sonido me pone la carne de gallina. Pancho se lleva las manos al estómago y estas se tiñen de rojo. Tiene una enorme herida.

-¡Oh Dios mío!- Si ha podido hacerle eso a él, puede hacérnoslo a todos. No tengo ni tiempo de pensar qué es esa cosa. Sólo sé que no quiero morir a sus manos, no quiero morir en una mina asesinada por un demonio. Mis dedos van, instintivamente, hacia la bolsa de cartuchos. 

La cara de James se desencaja cuando ve como la criatura coge a su compañero, lo retuerce y lo lanza como si se tratase de un despojo, contra el suelo. El ver a Pancho en ese estado hace que se le hiele la sangre. Pero no es momento para llorar a los caídos. El disparo anterior parece haber dañado a la criatura, así que a falta de otra idea mejor, decide abrir fuego de nuevo. Una gota de sudor frío cae por la frente del exmilitar que sigue apuntando a la criatura. Sin apartar la mira, acciona el pasador para meter otra bala en la recámara y vuelve a abrir fuego.

Michael llegó hasta donde estaban las figuras atadas. La bestia parecía haberse olvidado de él cargando, más allá de donde él se encontraba, con la cabeza por delante. Michael quitó la capucha a las dos figuras más pequeñas, comprobó que las niñas estuvieran bien y con destreza liberó las ataduras, primero de la mayor y luego de la pequeña. Con dificultad se puso a cada una sobre uno de los hombros e intentó escabullirse hacia uno de los extremos de la sala, donde poder dejarlas a cubierto, lejos del demonio y de la lucha, que seguía resonando a su alrededor. Luego, buscaría una salida (sin duda el francés había entrado por alguna parte) y sacaría a las niñas o mataría al demonio intentándolo.

Jack se quedó sorprendido cuando, tras lanzar su bravata contra aquel monstruo infernal, no se produjo la detonación que seguía habitualmente al momento de apretar el gatillo. Miró sorprendido hacia su arma, se había encasquillado. Por unos instantes miró rápidamente en todas direcciones, como buscando algo a su alrededor que parecía no estar allí.
Espero que esta broma no haya sido cosa tuya, maldito viejo cabrón.

Y cuando creía que había llamado su atención lo suficiente como para que se enfilara en su dirección, para su sorpresa, la criatura se acercó a Pancho. El grandullón mexicano parecía haber sido sobrepasado por la transformación de Beaumont y solo había reaccionado para arrodillarse y susurrar algunas palabras, tal vez algún tipo de oración para expiar sus pecados. Pero aquella bestia no tuvo piedad para Pancho: De un solo manotazo lo lanzó por los aires y el cuerpo de su compañero se estampó con violencia contra una de las rocas cercanas. Ni un corpachón como el suyo podría sobrevivir a semejante impacto.

En la cabeza de Lonegan no había tiempo para la compasión, la pena, ni el miedo. Arregló lo antes posible el revolver encasquillado y descerrajar otro tiro sobre la abominación que hace apenas unos instantes tuvo la forma de Pierre Beaumont, sin pensar en lo que acababa de suceder con Pancho ni en el aciago destino que podían correr todos los demás a continuación.

- ¡Maldito malnacido!- Estoy muy nerviosa. Pienso aún con menos serenidad de la habitual. Sin darle dos pensadas ni plantearme lo peligroso de hacer esto con todos nosotros aquí dentro, enciendo un cartucho y lo hago rodar hasta donde está esa cosa, confiando en que el saliente que hay a su espalda y que sobresale de la pared, por encima suyo, caiga sobre él con la explosión.

Sin perder un instante Maverick aprovechó la ocasión para escabullirse de allí tan pronto como pudo, acudiendo en auxilio de los secuestrados y amordazados. Las primeras a las que rescató fueron dos niñas pequeñas, que al instante de sentirse libres y reconocerlo después de quitarles el saco de arpillera de sus cabezas se refugiaron llorando en un abrazo sobre su sucia y maltratada chaqueta, inconsolables.

La bestia debió de verse atraída por el llanto de las niñas, ya que giró su enorme y terrorífica cabeza hacia ellas, momento que aprovecharon Lonegan y McReady para disparar. El veterano del ejército estaba más preocupado de recargar su rifle que de lo demás, y en su intento de apresurarse apenas apuntó, provocando que el disparo fallase a la criatura por escasos centímetros. Sin embargo, Lonegan esta vez logró un disparo certero que volvió a atraer la atención de la bestia hacia ellos. Pero quien causó mayor conmoción fue Juanita...

Aparentemente medio enloquecida por lo que había hecho aquél demonio con Pancho, la mexicana encendió con rapidez un cartucho de dinamita y lo arrojó a la criatura. La explosión de por sí bastó para que la criatura aullara de dolor cuando parte de su carne fue arrancada brutalmente de su anatomía, pero peores fueron las consecuencias de la explosión sobre la propia caverna. Estalactitas del tamaño de vigas comenzaron a desprenderse y hacerse añicos contra el suelo desde casi una decena de metros de altura, alguna estuvo cerca de caeros encima, pero dos de ellas perforaron sin piedad el cuerpo de la criatura al caer directamente sobre su enorme cuerpo. La bestia aulló, ahora parcialmente clavada al suelo por una de las gigantescas estacas de piedra que le atravesaban, y mortalmente herida.

Incluso en ese estado la criatura continuaba gruñendo y forcejeando por liberarse, pero sin lograr arrancar de sus entrañas la estalactita que lo aprisionaba. Incapaz de liberarse, la bestia alzó del suelo un enorme pedazo de piedra que se había desprendido del techo de la caverna y lo arrojó en venganza contra Juanita; durante unos momentos solo se pudo ver la enorme nube de polvo que la roca había levantado del suelo, pero entonces Juanita apareció a salvo, derribada a unos palmos de donde había caído el pesado proyectil, ilesa.

Los peñascos de la caverna caían cada vez más grandes y a intervalos más cortos; la caverna también comenzaba a temblar, varios de los fuegos de un rojo intenso se apagaron al caer sobre ellos una tonelada de tierra y el suelo parecía capaz de desmoronarse bajo vuestros pies en cualquier momento. Todo se venía abajo y la criatura chillaba de agonía más y más con cada piedra que caía sobre él.

La bestia no podía sobrevivir, sin embargo ahora debíais escapar si vosotros no queríais morir enterrados vivos con ella.

Aunque James sabía que se jugaba su propia vida al hacerlo, no podía dejar que el resto de los prisioneros muriesen sepultados bajo las rocas, de modo que aprovechando que la bestia estaba atrapada y herida de muerte, corrió junto a donde estaba Maverick y le ayudó a liberar al resto de los prisioneros que quedasen por liberar, cortándoles las ataduras.

Cuando hubo terminado, intentó orientarse para buscar la salida de la cueva.

Michael no pudo ver como se desarrollaba el combate a sus espaldas y cuando explotó el cartucho y retumbó toda la cueva le pilló desprevenido y sólo pudo abrazar con fuerza a las dos niñas que empezaron a llorar a moco tendido, devolviéndole el abrazo sin percatarse de que la chaqueta de Michael estaba asquerosamente sucia, empapada de barro y sangre seca.

El instinto del jugador le hizo levantarse y estaba a punto de salir de allí con las niñas, dejando allí a los demás prisioneros, a los que no conocía y no pretendía conocer. Justo entonces llegó junto a él el viejo soldado y empezó a desatarles, por lo que Michael, incapaz de dejarle sólo allí tranquilizó a las niñas, les pidió que les esperaran justo donde estaban y ayudó a McReady a desatar a los que quedaban, trabajando lo más rápidamente posible.

A pesar del miedo, la prisa y las rocas que se desplomaban, las manos de Michael, con la muerte de la bestia habían dejado de temblar y habían recuperado su habitual destreza y volaban sobre los nudos. En cuanto el último de éstos estuvo suelto. Recogió a las niñas, cogiendo a la menor en brazos y sujetando a la mayor de la manita.

La bestia infernal había encajado su disparo como un perro haría con una pedrada: Le había hecho daño, pero no era algo especialmente grave. James también había vuelto a disparar, pero la bala pasó rozando y no impactó contra el cuerpo de aquel monstruo. Tendríamos que vaciar todos nuestros cargadores sobre él, y aun así creo que necesitaríamos una recarga de munición completa para conseguir abatirlo.

Mientras Lonegan calculaba todo el daño que necesitaban hacer, se vio sorprendido por Juanita. Su compañera, espoleada por la muerte de Pancho, tras maldecir a Beaumont, o lo que fuera aquello, lanza un cartucho de dinamita a sus pies.
-Jua...-El forajido se quedó con su nombre entrecortado en la boca. Temía que todo aquello se derrumbara sobre ellos a causa de la explosión, pero tal vez fuera un final mejor que caer en las manos del demonio que se había apoderado del francés.

Tras unos segundos de tensa espera, la dinamita explota produciendo una afortunada combinación. La bestia esta vez sí parecía especialmente dañada por la explosión, que fue rematada con un certero derrumbamiento de fragmentos del techo de la caverna, que lo ensartaron contra el suelo. Los segundos de felicidad tras observar que habían acabado con el ser demoníaco pronto dieron paso a la preocupación. Como Jack temía, aquel lugar se estaba viniendo irremediablemente abajo con la explosión. Observó como James y Michael se encargaban del resto de prisioneros del lugar, así que él se centró en su prioridad en esos momentos. Cogió a Juanita de la mano y mientras se esforzaba por vislumbrar cual era la mejor vía de escape para salir de allí, le dijo brevemente.
-Vamos Juanita, hay que salir de aquí.

Esa cosa horrible se retuerce en el suelo, clavada al mismo por las rocas caídas del techo. Pero el maldito ser infernal pretende llevarme con él al averno, como ha hecho con Pancho y me lanza una piedra enorme. Ni siquiera soy consciente del movimiento que hago para esquivarla, sólo se que sigo viva, aún no he muerto en esta mina.

"Y no pienso hacerlo" pienso mientras Jack tira de mí para salir de allí. Busca una salida y yo intento ayudarle lo mejor que puedo, intentando orientarme sobre por donde vinimos y dónde debería haber posibles salidas. Hay polvo por todas partes y gente que se mueve. Y, además estamos con el tiempo contado.

-Por allí,  es más lógico que sea por allí...- le digo a Jack

En un intento de salvar a los inocentes, McReady y Maveric continuaron desatando y liberando al resto de personas atadas y amordazadas; uno de ellos resultó ser Adler Letiner, el tabernero del Kalter Bier, ninguno reconoció al otro hombre y la mujer, pero por cómo se abrazaron con las niñas, debían ser sus padres.

Los fragmentos de roca que se desprendían del techo ya eran del tamaño de carretas, ya no quedaba ni rastro de la bestia diabólica bajo los escombros y las llamas de las hogueras estaban bajas y casi consumidas por completo o habían sido ahogadas por los escombros. En pocos segundos, Lonegan, que había arrastrado a Juanita fuera de peligro en busca de una salida, gritó desde un extremo de la cueva a una docena de metros.

- ¡Aquí, una salida! -

No se trataba de un túnel de la mina u otro abierto por manos humanas; más bien se trataba de una profunda grieta en la tierra, con tamaño suficiente como para que la atravesara una multitud, un sinuoso y escarpado recorrido que zigzagueaba en ascenso por una pared, casi tan empinado como para ser una escalada. Y lo más esperanzador, al fondo, un pequeño brillo de luz solar.

Los que habían sido secuestrados no esperaron más, el hombre y la mujer auparon cada uno a una de las niñas en brazos y comenzaron a correr en dirección a la salida, seguidos por Adler Leitner, que apenas pudo pronunciar un débil "gracias" antes de comenzar la desesperada huida de la caverna.