Partida Rol por web

Levantando la vista, veo el carruaje del noble, seguido de Bonifacio. Sabía que no era buena idea traer a ese tipo. No obstante, decirlo no valdría de nada.

Pero había cosas que sí podrían valer de todo esto. Así, digo por lo bajo—. Puede que ese noble sea tan noble, como yo aprendiz de Ventura.

—Vámonos. No hay nada que ver ni hacer. Al menos, yo no pienso quedarme más por aquí —comento al resto del grupo. Permanecer aquí podría ponernos en problemas, cuando antes saliésemos de aquí, mejor.

Poco tardarían en dar la voz de alarma...

Apresuradamente, entráis en la posada y requerís todas las posesiones que habéis guardado en las habitaciones. En un primer momento os preocupa que Bonifacio haya podido tener acceso a ellas, pero siguen allí en sus arcones. Mateíllo os ayuda a cargarlas de nuevo en vuestras monturas, mientras que el posadero, al ver que tenéis prisa por salir de allí, os pide cuentas por los servicios prestados: aunque accede a no cobraros el alojamiento, ya que no habéis hecho uso de él finalmente, la comida, la bebida y los establos ascienden a un total de 50 maravedíes, que es, precisamente, justo lo que Pierre os dio para cubrir los gastos. La comida y bebida de Bonifacio, por supuesto, van incluidas.

- ¡Por mí que se meta el carro por el culo!- dijo el vascón de mala gana -vámonos de aquí ya no vaya a ser que encima nos persigan esos por robo. Hay que volver al campamento y avisar a Pierre de que probablemente ese tocacojones ya habrá delatado nuestra posición.

Observo al séquito que somos, y entre dientes les digo:

-Estáis teniendo un comportamiento propio de las ratas cuando un barco se hunde. Salir en estampida es algo bastante sospechoso...

Doy varios pasos en círculo y les digo:

-Mejor emprendamos una huida escalada, saliendo en grupos tal y como entramos. Yo saldré el último. Pero antes, buscad al maldito andaluz y si es necesario sacadlo a patadas del pueblo, es el único que sabe nuestro plan y no es de fiar, por varios vasos de vino es capaz de cantarlo todo... No debe andar muy lejos de cu carro cargado de mierdas.

No puede creer lo que está oyendo

- ¡Pero si se lo han llevado dentro del castillo! ¿Qué quieres? ¿Levantar más sospechas aún y que entremos en el castillo como quién entra en una mancebía?

-Estará borracho en cualquier esquina... como mínimo que sepamos donde se esconde el malnacido.

Me giro hacia ellos:

-Quien tenga miedo ya sabe donde está el arco de salida...

Ventura que sabe de cuentas et maravedis que fablé con el de la posada para que nos reste monedas  del cobro.

Alguno  que no sea muy ducho en armas, que marche pal campamento con el carromato del andaluz, y que salga él el primero, y con calma et tiento, pues pegas no deberian de ponerle, pues el posadero debiera fablar a   favor nuestro.

Bien que me parece que el resto echemos un ojo a la huida del del carromato, y luego marchemos a buscar al andaluz por las esquinas y puterios.

Simulo andar haciendo cuentas con los dedos y frunzo el ceño extrañado.

—No es mi afán desconfiar de sus cuentas, señor, pero la cosa no me cuadra. A mi juicio el precio debieran ser 40 maravedies y no los 50 que habéis calculado. ¿Acaso hemos roto algo y nos lo está penalizando? ¿O es que nuestro querido desconocido hizo alguna que debamos pagar?

—Nunca he estado en un barco, así que no sé que hacen las ratas en él —contesto al noble. En la cuadrilla de rufianes que formamos, la pureza de su sangre por la gracia de Dios importa más bien poco—. Pero sí sé que no quiero quedarme aquí.

—Quedarnos a buscar al andaluz puede que haga que nos apresen... Y eso es lo último que quiero. No quiero que me cuelguen antes de tiempo. Deberíamos de marcharnos ya —termino de decir. Si no les gustaba... Qué le íbamos a hacer. Yo no era un valiente hombre de armas, como ellos.

Dicho todo, y antes de salir, sólo me queda por decir—. Si queréis, me llevo el carro, pero yo lo dejaría aquí. O, al menos, cogería cualquier cosa de utilidad que vea en él.

Así, antes de salir de allí, espero por si tienen que decir algo más. Pero permanecer allí más tiempo, e imaginarme a la guardia persiguiéndome, hace que me den escalofríos.

-Ya os he rebajado mucho el precio -asegura el posadero-. Ni siquiera os he cobrado la estancia, aunque habéis hecho uso della durante unas horas, guardando en ella vuestra impedimenta. Cincuenta maravedíes no es un precio justo para mí, pero como gesto hacia vuestro señor no os cobraré más. Mas no me pidáis encima que os lo rebaje más.

En el transcurso de la discusión entre Ventura y el posadero, a Ruperto, que en estas situaciones siempre está más nervioso de lo normal y se mantiene muy alerta, le da por mirar por la rendija de la puerta de entrada a la posada, junto a la cual os encontráis; y casi se queda mudo cuando ve salir del castillo a un grupo de cuatro alguaciles armados con lanzas que se dirigen directamente hacia vosotros. No os han visto, ya que es de noche y la puerta se interpone, pero no tardarán más de un minuto en llegar.

Rápidamente, les digo a los mercenarios

-Mantened la calma, no son muchos. Hagamos como que no sabemos nada, ¿o preferís una estampida?, yo por ahora mantendría distancias con el mobiliario hasta que se aclare todo un poco...

Puto andaluz...

No puedo más que tragar saliba, y pensar en cuales son mis opciones. Sean cuales sean las intenciones de esas gentes, no pienso quedarme a averiguar lo que va a pasar...

El grandón de la lanza, Simplicio, dado su tamaño seria muy dificil que fuera capaz de marcharse, asi que se queda esperando a los soldados.