Partida Rol por web

Tu superoído te permite escuchar el sonido de dos disparos realizados sobre los vagones, aunque el primero más que un sonido es un murmullo de corriente eléctrica. Escuchas el sonido de tres cuerpos que se golpean contra el tren y un leve grito de dolor. Parece que arriba la acción ha transcurrido en cuestión de unos segundos.

Ballesteros obedece la orden de Azucena*. El hombre se mueve con celeridad para comprobar si ha subido al tren otro polizón y si se encuentra o no en los vagones adyacentes.

Mientras, Azucena, busca una forma de subir al techo y ayudar a Díaz. La única forma es a través de la escalerilla entre vagones o desde alguna ventana pero para lo segundo habría que tener un buen entrenamiento ya que el tren se mueve a cierta velocidad aunque no como si fuera un moderno AVE. 

Lográis llegar a esa zona del vagón, mientras Ballesteros revisa la otra zona...

Escucháis un golpe seco, y el sonido de un cuerpo humano caer contra el suelo tras recibirlo. Está a unos metros delante de vosotros y a pesar del traquetear del tren es audible. Parece que hay una pelea en curso o la hubo delante vuestra.

Cuando te acercas a realizar las comprobaciones en el otro vagón escuchas la estática de una radio, parece que hay alguien en lo que el cuarto de baño del vagón y tiene una radio en uso. Intentas escuchar el idioma pero no lo entiendes, te parece recordar a las viejas películas de Bruce Lee que ponían en la Uno de Televisión Española los fines de semana de madrugada. 

No sentí lástima al ver caer del tren a aquellos hombres. Eran soldados, como yo, y todos sabíamos el tipo de vida que nos había tocado vivir, o que habíamos elegido. Pero tampoco sentía alegría al verles casi con toda seguridad fallecer, ni había sentido odio alguno hacia ellos. Hacían su trabajo, como yo el mío. Sentía algo parecido a la resignación, bajo la premisa de que aquellos hombres merecían mi respeto. Habían dado su vida por su patria, no había nada más honroso que eso.

Aterricé sobre el tren y puse el seguro a Tizona, guardando el arma en su funda. El aire me golpeaba con fuerza, algo que podía sentir variar en función de la posición de mi casco cada vez que giraba la cabeza. Los problemas sobre el tren habían sido neutralizados, pero aquellos tres agentes tan sólo cubrían a su compañero, aquel que se había dirigido a mí en primer lugar. Y sabía por dónde había descendido aquel hombre, de modo que el siguiente paso era evidente.

Caminé hasta la unión de ambos vagones y me descolgué para comprobar qué dirección podría haber tomado, si adelante o atrás. Echaba de menos un comunicador como Dios mandaba, para poder compartir información con el resto del equipo.

Por lo que podía escuchar, en el exterior, sobre el vagón, las cosas estaban poniéndose bastante feas. Sólo esperaba que fuera el enemigo quien se estaba llevando la peor parte, y no Díaz, al que esperaba poder ayudar cuanto antes.

Finalmente, Ballesteros acudió a hacer algunas comprobaciones mientras el doctor y yo nos dirigimos a auxiliar al líder de nuestro grupo, antes de lo cual le di a Fischer el arma que habíamos encontrado.

Al llegar al vagón sobre el que debía encontrarse el Señor Díaz, analicé rápidamente cómo acceder al techo, concluyendo que usar la escalerilla entre vagones era la mejor opción. Llegamos hasta el acceso a la escalera y me giré hacia el doctor Fischer.

- Vigile por si viene alguien. - comencé a indicarle, cuando pudo escucharse un golpe seco a pocos metros de nosotros. - Voy a subir. Estaré escuchando, así que si ve algo raro, llámeme. - le dije tratando de mantener la sangre fría, aunque me resultaba complicado, era la primera vez que me veía en una situación tal sin ser un ejercicio de entrenamiento.

Entonces comencé a subir por la escalerilla, dispuesta a asomarme al exterior para comprobar qué estaba sucediendo y valorar cómo podía ayudar.

- Entendido – asintió el Doctor ante la petición de su compañera y, aunque no estaba muy nervioso por la situación en la que se encontraban, el sudor empezaba a empapar su frente obligándolo a pasarse un pequeño pañuelo que guardaba en el bolsillo interior de su traje de forma regular.

Leopoldo Fischer era un científico y como tal, hacía muchos años que su vida pasaba dentro del laboratorio, alguna reunión ocasional de trabajo, dos o tres convenciones anuales pero siempre sabía el orden del día por adelantado, el tiempo a destinar a cada tarea y descanso, a las charlas importantes y a las más banales, pero esta situación le sacaba realmente de quicio… la situación vivida en el tren le traía demasiados recuerdos de su juventud nazi en la que todo escapaba a su control.

Aún así tragó saliva, metió la mano en su chaqueta para asegurarse que la pistola seguía en el mismo sitio y tras secarse de nuevo el sudor, se quedó en el espacio que había entre vagones vigilando y cubriendo la espalda de Azucena.

Azucena asoma la cabeza y puede ver como el capitán Azor camina hacia ella con su traje de faena. Parece ileso. Tras ella se ve la cabeza Leopoldo que vigila sus espaldas y echa un vistazo a su alrededor esperando que nadie les coja intentando subir al techo del tren.

El viento molesta pero podéis ver que ahora mismo solo está el capitán sobre el tren, aunque Azucena sabe que antes había más personas. Su paradero está claro, el capitán los ha tirado del tren. Parece que todo está saliendo bien de momento, aunque podría haber algún polizón más pero es difícil de saber ahora mismo.

Ballesteros casi no podía contener la respiración. Estaba escuchando.. ¿qué? ¿Otro espía? Estaba hablando por radio con... ¿quién? ¿Para qué podían usar una radio unos tipos que podían literalmente desvanecerse y rematerializarse en cualquier otro lugar? A menos... que estuvieran pidiendo refuerzos. 

Germán volvió a activar su poder de intangibilidad. Debía atravesar la puerta del baño y detener a ese tipo. A cualquier precio. Así, tomó uno de sus puñales y se dispuso a irrumpir en el excusado.

Caminar sobre aquel tren en marcha resultaba más complicado que sobrevolarlo, pero pude acercarme hasta la unión de los dos vagones sin contratiempos, aunque de cada pocos pasos miraba hacia la locomotora para asegurarme de que no hubiera ningún obstáculo en el camino, como un túnel, puente o similar.

De repente, vi movimiento entre aquellos vagones. De forma casi instintiva, llevé la mano a mi arma, pero no la llegué a desenfundar. Se trataba de la señorita Ruiz y del doctor Fischer, que se asomaban. Les hice un gesto, señalando hacia abajo, indicando con ello que volvieran a bajar y me dejasen sitio para hacer lo mismo, de modo que pudiéramos hablar en la parte inferior, en aquel espacio entre vagones. Así podría informarles de mis "progresos" y ellos podrían contarme si habían descubierto algo.

Había cuatro agentes, creo de la Inteligencia china. -Informé escuetamente, en cuanto descendí y pude quitarme el caso unos instantes, dejando que el aire nocturno me refrescase el rostro- Tres de ellos ya no serán un problema, pero un cuarto ha logrado escapar y sigue a bordo. ¿Ustedes han descubierto algo?

Al mismo tiempo que asomaba la cabeza por encima del vagón y mi rostro era golpeado por el viento, vi al Señor Díaz caminando en mi dirección; o mejor dicho, al Capitán Azor. Sentí alivio al ver que todo parecía haber acabado y el líder de nuestro equipo se encontraba bien, pero aquello no significaba ni mucho menos que el peligro hubiera terminado. No sólo podía haber algún polizón más a bordo, sino que aún podíamos encontrarnos con muchas desagradables sorpresas.

Tan sólo llegué a asomarme, y es que Díaz en seguida me indicó con un gesto que bajara, cosa que hice de inmediato. Una vez abajo, me volví hacia el doctor para informarle, aunque no tardaría en ver a Díaz aparecer.

- Parece que todo ha acabado ahí arriba. Por el momento. - señalé, aguardando tras ello a que el Señor Díaz hiciera acto de presencia.

Aquello en seguida sucedió, y este nos ofreció la información de la que disponía antes de preguntarnos por lo que nosotros habíamos descubierto.

- Interceptamos a un polizón asiático que intentaba hacerse pasar por el revisor, pretendía llegar hasta la locomotora para matar a los maquinistas y hacerse con el control del tren. La idea era atarlo y registrarlo. Logramos hacernos con sus pertenencias, pero mientras el Señor Ballesteros y el Doctor Fischer trataban de atarle, desapareció. Así, sin más, entre volutas de humo... - me encogí ligeramente de hombros. - Me dio la impresión de que se transportaba o era convocado por alguien, pero no sabría decirlo con seguridad. - apunté. - A juzgar por el arma que llevaba, pertenece a una agencia M extranjera, La Senda Roja, no sé si la conocerá. - comenté antes de mirar al doctor. - Enséñele el arma, por favor. - le pedí, aguardando a que sacara la pistola para continuar con la explicación. - Es una Norinco Type 59, seguro que le resulta familiar, se trata de una copia de la Pistolet Makarova. - se trataba del arma auxiliar que durante mucho tiempo habían usado en las fuerzas armadas de la Unión Soviética, con lo que supuse que alguien como Díaz tenía que conocerla. Yo había hecho una especie de curso acelerado sobre armas no hacía mucho tiempo, pero él tenía una exitosa carrera militar a sus espaldas. - Había dos cosas más. Un manojo de llaves, y una tarjeta de una casa de té en París. - anuncié antes de sacar ambos objetos y mostrárselo a nuestro jefe de equipo. -  Envié a Ballesteros a hacer algunas comprobaciones mientras veníamos en su ayuda, pero me alegra ver que no le ha hecho falta nuestra intervención. - concluí con una comedida sonrisa.

El alemán no hizo otra cosa más que asentir y dejar espacio para que el resto pudiesen bajar mientras su canoso pelo, que hasta ahora había permanecido pulcro, ondeaba sin control alguno.

Como ya parecía costumbre, Leopoldo había dejado a su compañera tomar el mando y dar las explicaciones de lo ocurrido y finalmente tendió el arma al líder del grupo por si quería revisarla más detalladamente. Sin embargo, poco más podía añadir, así que permaneció en silencio, respirando esta vez más tranquilo gracias a las aclaraciones del Capitán.

-Será mejor volver dentro - comentó con su voz profunda- sería sospechoso si alguien de seguridad nos encontrase hablando aquí fuera. - aunque sentir el aire fresco era de agradecer, el doctor sabía que se meterían en problemas a de la Cierva si eran descubiertos, por muy nobles que fuesen sus intenciones.

Echas un vistazo en el cuarto de baño y ves a un hombre de espaldas que parece estar escuchando la radio. El sonido no es muy alto, y ahora más cerca no puedes saber a ciencia cierta cuál es el idioma en el que se escucha aunque por la latencia de las palabras y la poca sonoridad que te llega crees que es chino o un idioma similar.

La radio parece normal, de recibir información. No de transmitirla. El hombre viste como un trabajador del tren, como el asiático con el que habíais peleado antes.

Germán avanzó lentamente. Era invisible e intangible con lo que realmente era como si un fantasma se arrastrase por el suelo del vagón. Sin embargo no quería otra cosa que no fuese pillar desprevenido a aquel espía. Los chino... ¿qué relación podrían tener ellos con el asunto del virus que habían de interceptar? ¿Trabajarían para el Gobierno Chino o efectivamente eran un grupo paramilitar involucrado?

De cualquier modo, Ballesteros debía detener aquella transmisión. Dijese lo que dijese.

Dicho esto se materializó justo con uno de sus cuchillos a un dedo del cuello del sujeto y el otro en el costado a la altura del hígado. Un solo movimiento y aquel baño se convertiría en un matadero.

- No muevas ni un músculo. Apaga la radio y coloca las manos detrás de la nuca. Y si no entiendes mi idioma... peor para ti.

El hombre apaga la radio y se la quita, pone las manos sobre la nuca y sigue esperando instrucciones. Ves como tiembla, realmente muchísimo. En tu idioma ves que dice:

- No me haga daño señor...no he hecho nada, sólo quería escuchar el partido de China contra Vietnam...clasificación para copa del mundo...sé que está prohibido pero soy forofo y además he apostado algo de dinero en el partido...

No tenéis noticias de Ballesteros aunque presentís que se encuentra cerca y que puede que haya dado con el otro polizón. Si es así puede que tengáis alguien a quién interrogar, además la temperatura es más agradable que en el exterior aunque el capitán debería cambiarse antes de aparecer de esa guisa en medio del tren.

Ballesteros rió en un estertor parecido a la tos de un fumador empedernido. No se creía ni una palabra y, para demostrárselo hizo un poco de presión en la parte baja de las costillas con el puñal que allí reposaba. No lo suficiente como para cortarle pero sí para recordar a aquel tipo que estaba yendo por un camino equivocado. 

- Vamos... camina. Sal del baño y regresemos al pasillo. 

Escuchas a Ballesteros en el vagón contiguo diciendo:

- Vamos... camina. Sal del baño y regresemos al pasillo.