Partida Rol por web

Los sonidos que llegaban del interior pusieron al camarada Alfa en alerta. - Eh, parece que ahí dentro hay marcianos atrapados. - Gruñó. - Pues qué coñazo, no vamos a entrar todos en el buggie de los monos. - Al parecer, incluso la legendaria solidaridad obrera sindical tenía límites, y estos límites los parecía imponer la codicia. 

Alfa observó las huellas que señalaba Dólar. - Ummm... - dijo, mientras echaba mano de su vara de 10 pies. - Esas cosas del suelo me suenan a trampa de pozo. Había muchas en una fábrica en la que trabajé, los patrones las activaban cuando queríamos ir a hablar con ellos de algún tipo de subida salarial... - Miró a sus compañeros. - Si pasamos por ahí, voy yo primero con la vara, a ver si se activa la trampa.

La cosa estaba clara hasta para su cerebro de d4. Los monos entraban y salían por la puerta lateral, habían atrapado a otros carroñeros y los tenían presos ahí dentro a saber con qué sacrílego y grotesco propósito.

Tenemos el buggy. Señaló al susodicho Ya hemos sacado algo. Hasta ahí no había discusión.

Ese agujero debe estar infectado de monos, conocen bien el sitio y deben ganarnos en número y, después de todo no sabemos si hay algo de valor dentro aparte de piojos y liendres… Así que voto por largarnos hacia el siguiente hexágono y ver que hay. 

Siempre podemos volver 

-Tonterías. Hasta ahora no he visto nada que me haya parecido ni remotamente peligroso. Esos póngidos, sin duda habrán atesorado innumerables riquezas en su guarida y ni siquiera sabrán lo que son. Los desgraciados que encontramos en el tubo metálico obtuvieron botín sin estar sobreaviso como nosotros. ¡Nuestra ventaja táctica es indiscutible!

Iestoy de acuerdo con él. Hemos venido aquí a saquear, hemos encontrado el lugar perfecto, no podemos marcharnos ahora, hemos gastado mucho en el billete que nos ha traído - Rackhir, una vez más, temía sus propias palabras y empezaba a creer que dentro de su mezcladísimo adn no debía haber ni pizca de instinto de supervivencia

Era la hora de decidir si tomar al asalto del Templo del General Grodd o replantearse la situación vista la manifiesta inferioridad numérica del grupo, el lamentable estado del buggy -aún operativo, no obstante- y lo desconocido del campo de batalla. Ante esta situación, Eleven hizo lo que cualquier fría máquina programada con un sistema operativo WARMARS^TM habría hecho en esa tesitura atendiendo a criterios de fría lógica-deductiva.

Apelar a la codicia.

-Tenemos combustible para avanzar, pero no para volver rápidamente. Deberíamos considerar que los simios están ocupados sacrificando a sus deidades paganas a esos desgraciados. Podríamos cogerles por sorpresa, o, simplemente, saquear todo lo que podamos. Usemos el buggy como medida de huida llegado el caso. Pero considerando que no podremos regresar pronto, abogo por agotar nuestras opciones aquí. Tenemos una buena pista de que aquí está el mecanismo de apertura de aquel dispositivo que encontramos antes en el que estaban atrapados la tal Chounda y el tal Menguele-.

J0e se alisó su corbata mientras esperaba la conclusión de sus compinches.

Os sigo dijo a la vez que hacía un gesto con la mano invitando a los demás a que avanzaran hacia el templo. Por mucho que esos mequetrefes pensaran que ese agujero estaba lleno de tesoros, él seguía pensando que allí solo encontrarían piojos, liendres y algún sacrificio caníbal como mucho. Así que si querían seguir adelante, vale, de acuerdo, pero él se quedaría en la retaguardia

- Perfecto. - dijo Alfa, entusiasmado. - Venga, yo voy primero. 

Con el sigilo propio de un sindicalista acostumbrado a esquivar los ojos del patrón al escabullirse para salir antes de la fábrica, Alfa lideró el grupo hacia la entrada del templo. Eso que estaba en el suelo no podía sino ser una trampa de las gordas, así que cogió su vara de 10 pies y fue dando golpecitos con ella por el suelo, delante de ellos. Se preocupó mucho de pisar por lugares por los que hubiera pasado antes con la vara.

Al llegar a las extrañas marcas en el suelo que les había indicado Dólar, el marciano golpeó primero suavemente y luego con más brío, para ver si saltaba de una vez la dichosa tramp... ¡oops!

-Vamos, vamos-el doctor Atomik pinchaba a Alfa en los riñones con su dedo metálico-El sigilo nos retrasa, no es una prioridad. ¡Esa nave no nos esperará siempre!

Típico de los esclavos. Se obcecaban tanto con su propio bienestar que olvidaban el beneficio del grupo en su conjunto. En Marte, Atómik había popularizado uno de sus inventos, un pequeño microchip que se implantaba en los trabajadores para poder tenerlos localizados, monitorizar sus constantes vitales para adelantar cuidados médicos, permitirles acceso a diferentes áreas según sus cargos y volarlos en pedazos con un detonador nuclear miniaturizado cuando se ponían farrucos. Lamentablemente, los costes de producción eran demasiado elevados: resultaba más barato tener esclavos que persiguieran a otros esclavos.

Nuestros marcianos favoritos avanzaban lentamente por el reducto lateral siguiendo al decidido Alfa, quien iba dando toquecitos como un invidente más en su camino a la panadería de la esquina... Pero hacía aquello acuciado por una sospecha más siniestra que el repasar mentalmente a cuantos pasos estaba el siguiente paso de peatones... Por las barbas de Leníncristo ¡ALLÍ TENÍA QUE HABER UNA PUTA TRAMPA! y él iba a encontrarla.

Tap... Tap TAP

¡¡¡¡ZAGARRRASKPCRUNCH!!!!

Los ecos de voces seguían llegando de las entrañas del templo, así como el desagradable olor de heces en avanzado proceso de fermentación. La limpiezxa no brillaba por... La limpieza no brill... No, coño, que no había limpieza, simplemente... Recorrían el ano de una bestia largamente indispuesta.

Un resorte conectado a un enorme muelle, como los empleados en la suspensión de vehículos pesados, había saltado haciendo que un ensamblaje de palés del que sobresalían unas afiladas picas oxidadas golpease violentamente la punta de la vara de alfa, rompiéndola en el acto. Así pues esto era con lo que se protegían los gorilas del lugar, primitivo pero resultón, eso si, debía de saltar a la mínima de cambio, con cualquier ratón mutante o alimaña biohazardosa que pasease por allí. Ya imaginaban a los peludos habitantes del templo echando a piedra papel tijera a quién le tocaba ir a darle al tono para volver a dejarla preparada.

La tropa fue capaz de caminar fácilmente por encima de aquella estructura encontrándose con un tramo de unos cuatro metros más hasta llegar al interior del pasadizo, donde les esperaba una reja maltrecha pero pesada que aún así les permitía ver la primera sala de aquella estructura: un recibidor en el que habían tirado varios tabiques dejando un espacio del ancho del edificio en el que destacaba una jaula mugrienta en la que se apilaban los compatriotas marcianos y varias formas de vida nativas, revolcándose entre las heces y restos de comida que cubrían el suelo de su celda.

- ¡Eh... Tíos... Tíos... Hay otro en el lateral... EN EL LATERAL!- les berreaba un fulano con ciberimplantes de color carmesí destacando bajo una venda endurecida por la sangre reseca. Hacía señas a un área en la que el pasillo ocultaba con planchas metálicas lo que había a la izquierda de la panda. 

En las planchas había agujeros por los que podíais percibir movimiento, el ambarino ojo de un gorila mutante os oteó desde el otro lado de una de las perforaciones antes de que el cañón de un arma lo sustituyese, apuntándoos. 

El simio disparó a la altura de sus cabezas sin alcanzar a ninguno, como si aquello fuese un mero aviso, antes de ponerse a rugir como un energúmeno al que le hubiesen clavado un pie al suelo. 

Alfa se tiró al suelo al escuchar el grito de advertencia del compañero marciano atrapado al otro lado de la reja. Ah, la típica trampa de pasillo con plancha y monotiradores apostados al otro lado. Se imponía ser rápidos. - ¡Cubridme! - gritó, mientras echaba mano de su palanca (*). Se acercó hasta los barrotes que les impedían avanzar y empezó a trabajar para doblar alguno y poder abrirse paso hasta el botín los prisioneros.

Alfa puso su palanca entre dos barrotes y empezó a hacer fuerza para doblarlo. Desgraciadamente, parece que la palanca de acero marciano no era rival para el metal terrícola. Quizá era la posición, tirado en el suelo, que no ayudaba precisamente a hacer muy buena presión.

El cañón volvió a asomarse por otro agujero que los aventureros no pudieron precisar antes de escuchar la detonación de su carga, con tan buena suerte que el disparo se coló entre los tobillos de Joe y Rackhir.

Joder Dólar que estaba en la retaguardia intentó poner su culo a salvo alejándolo lo más posible de la línea de fuego. Agarró su rifle y apuntó hacia las planchas metálicas llena de agujeros. Ya os dije que esto estaría lleno de trampas dijo y se preparó para disparar en cuanto algo (ojo o cañón) asomara por alguno de los orificios

-Mpf-refunfuño Atomik apartando a Alfa de un codazo-Aparta, esclavo. Aqui se impone la sutileza.

Extrajo su turbopala del receptaculo magnetico de su arnes estabilizador con un cataclik. Era un modelo Kavamuch-IV, una herramienta noble de tiempos mas sencillos en el que los marcianos cavaban trincheras en el Planeta Rojo para sus amos cyborg que inevitablemente acababan sulfatadas con gas venenoso. Incluia un corrector de inclinacion, un espejo retroactivo, dos gatillos bipolares y un medidor de tecnofrecuencia giroscopica. Tambien dolia bastante si te daban en la cabeza con ella.

KLANG

Los barrotes ni se inmutaron. Las vibraciones subieron por los codos de la armadura de Atomik hasta darle un dolor de cabeza.

-Vaya, se trata de una aleacion desconocida de increible dureza. Si tuviera una muestra y mi laboratorio podria elaborar un acido que la corroyese pero, claro, para eso necesitamos romper su estructura primero. Y estar en Marte. Que ironia, compañeros.

Mientras las dos Aes (Atomik y Alfa) se peleaban con los barrotes del acceso, Dólar alcanzó un punto zen al que solo un tuerto con una cuenca llena de hojas puede aspirar, cerró los... el ojo... respiró profundamente y esperó pacientemente a que el rojo que veía tras su párpado se tiñese de oscuro antes de apuntar y descargara un certero disparo, con tan buena suerte que dio de lleno al ojo (Y la masa cerebral y pelos y de más cosas que hubiese detrás) del gorila que se escondía tras la plancha oxidada, observando cómo los agujeros a ras de suelo eran cubiertos por la figura del simio caído, no podía haber sobrevivido a aquello.

Tras ver aquello, los presos pasaron de animarles e indicarles dónde estaba el peligro a chotearse de ellos por sus problemas con las barras.