Partida Rol por web

A Partir de Ahora.

Capítulo IV

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08/08/2009, 03:41

Los soldados ahoran discutían entre sí, mientras uno de ellos arrastraba al ruso de vuelta a la Iglesia en medio de los insultos del muchacho que ahora tenía un ojo morado. El otro joven que había tratado de atacar a la guardia, también era impulsado hacia dentro por dos hombres más. Los cinco soldados que custodiaban el interior de la Iglesia parecían no estar tan seguros de cual sería la acción correcta, mientras que el capitán daba órdenes a los otros dos (aquellos que se hallaban en la parte de afuera junto con el capitán, custodiando) de terminar de entrar a Alexander y Damien y de cerrar "las malditas puertas, por Dios". A todo esto nadie parecía reparar en Byron, quien todavía estaba afuera, hasta que el capitán lo vió y le gritó:

-¡¡O se va ahora o lo meto también adentro!!

El doctor Robins se agarraba la cabeza, tan preocupado como su mente podía permitirle. No cabía duda de que tenía cosas que hacer, pacientes que atender y no tenía ninguna gana de dejárselos a un loco como Vinthervill. Por otro lado el Padre Thomas estaba arrodillado, cerca del altar de la Iglesia rezando sonoramente.

Uno de los cinco hombres que guardaban el interior bajó su arma y dijo:

-No... no es correcto...

Los otros titubeaban pero el capitán pegó el grito en el cielo, nuevamente:

-¡¡Soldado usted va a obedecer la maldita orden o le juro que voy a limpiar el piso con su trasero amoratado!! ¿¡ME ENTIENDE?!

En el aire había tanta tensión que se podría decir que se podía rasgar la atmósfera con un cuchillo...

 

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08/08/2009, 22:37
Edmund Banks

Edmund mira con malestar la escena de la entrada, pero se gira repentinamente al oir la exclamación de la joven hacia otra de las damas.

- Disculpen mi atrevimiento- se dirige a la joven con la que había hablado previamente- ¿Se encuentra mal la señorita? Porque aunque este no es sitio ahora mismo para ninguna de ustedes, si se encuentra mal, mejor que la acompañen a algún lugar donde descansar. - Habla suavemente, con un tono de cariño en su voz, y a continuación se acerca a la puerta.

Desde la entrada mira con desagrado todo lo que está sucediendo:

-¡Señores! ¡Esta es la casa de Dios, y además están importunando a unas damas en un momento difícil! ¡Entren o vayanse, pero dejen de montar escándalo de una vez!- Habla en tono imperioso, con su pontente voz retumbando hacia fuera.

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09/08/2009, 17:28
Claire Windsor-Hancock

Apenas puedo creer lo que está pasando, mi hermana parece tan callada que seguramente por su cabeza pasan las mismas cosas que por la mía. Me detuve al ver lo que sucedía con el médico y con los demás. Estuve tentada a alzar la voz pero habría sido inútil, sólo esperaba que mi padre por alguna razón apurara su viaje y llegara cuánto antes. Sabiendo que mi padre estaba cerca, estaríamos más tranquilas ambas; por suerte el color de mi hermana había vuelto y eso me hacía pensar que estaría mejor.

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09/08/2009, 21:14
Anabel Cornwell

-Dios Santo...- musita atónita Anabel al asomarse a través de la puerta de la sacristía y contemplar el espectáculo, llevándose la mano a la boca al distinguir un par de cuerpos sin vida en el suelo. Por suerte ninguno de los dos pertenecía a Elisabeth.
-Maldita sea Sue, ¿no puedes estarte quieta?- musita a su hermana menor cuando ésta llega hasta su altura, seguida enseguida por la llegada de Liz.

-¿Qué está pasando aquí?- le pregunta entonces a la más pequeña de las Cornwell intentando encontrar un sentido a todo ese caos desproporcionado y violento, aprovechando para sujetarla y tirar de ella hacia la sacristía, donde las tres pasan más desapercibidas de la atención, y por tanto los disparos, de esos soldados desquiciados.

 

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11/08/2009, 19:25
Elizabeth Cornwell

La joven se gira al hombre que le ha hablado...

-Lo entiendo...-Señala en tono tranquilo, a la disculpa que él acababa de proferir...-Pero... Bueno... No se preocupe, no tiene usted la culpa...-Sonríe leve, tras lo cual, se sienten los gritos de los hombres y aparecen sus hermanas...

Liz pregunta a su hermana qué hace allí, pero se distrae con otra cosa...
Abre mucho los ojos al ver al despiadado capitán...

-¿Pero quién se cree qué es...?-Inspirada por la inconsciencia, la rebeldía, y algo de estupidez, va a decirle un par de palabras, furiosa, luchando un poco por lo que "cree", pero en ese momento, Anabel tira de ella...-¿¿¿Es que no se da cuenta de...??? ¿Eh? Anabel... ¿Qué haces? Ese hombre está loco, hay que pararle los pies... ¡Espera!-Susurra, viendo que se la lleva...-Aunque, Sue... No sé por qué te has levantado... Te pondrás peor...

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11/08/2009, 19:43
Patrick Collins

La cosa se ponía fea, y no era para menos. El capitán estaba nervioso por el intento de asesinato de sus soldados, lo que era un motivo más que justificado para emplear fuerza letal si persistía la actitud ofensiva. Conocía a oficiales ingleses que disparaban a prisioneros en la cabeza por mucho menos que eso.

Susanne y Anabel aparecieron, la primera con muy mal aspecto, recién salida de la cama. Se acercó a ellas al punto, y vió como el padre Thomas rezaba. "Así no se va a solucionar nada", pensó. Habló de forma respetuosa a las hermanas, sobretodo cuando tiraron de Elizabeth para atrás, impidiendo que se fuera de la lengua.

-Señoritas, ruego que se vayan a la sacristía... la situación es bastante tensa, y la señorita Susanne no está en condiciones de permanecer de pie mucho tiempo, por lo que observo.

Tras inclinarse brevemente, y mirar los ojos de Susanne como en una disculpa, se dió la vuelta y caminó hacia el capitán, mostrando las palmas de las manos. Lo hizo despacio, sin ser brusco, y se detuvo a una distancia prudencial.

-Caballeros... -comenzó a decir- Se que todos estamos nerviosos, porque es a la muerte a lo que nos enfrentamos. Cuando se es militar, se está dispuesto a pagar ese precio de modo más sereno, como parte de la disciplina inherente al trabajo.

Miró a los hombres del capitán, de reojo, y luego a él.

-Lo se porque yo mismo he sido oficial, ahora en la reserva.

Señaló con el mentón a los hombres apaleados.

-Todos tenemos miedo a la muerte, porque es algo que está en nuestra naturaleza. Ustedes mejor que nadie saben que este tipo de situaciones sacan lo mejor y lo peor de cada cual. La tensión, el miedo, la incertidumbre, la impotencia... todo eso es lo que estamos viviendo aquí, y lo que viviremos.

Miró al capitán, fijamente.

-Pero no se engañe, señor. Ustedes están tan presos aquí como lo estamos nosotros, por orden de la reina. Ahora solo es cuestión de tiempo y suerte, ver si moriremos o viviremos.

Respiró hondo, como si estuviera cansado de aquella situación.

-No vamos a ganar nada peleándonos entre nosotros, descargando nuestra frustración. Por eso, ni nosotros intentaremos salir por las bravas ni usted debería ser demasiado estricto con nosotros. Todos estamos prisioneros aquí, y tenemos gente enferma que no podría escapar aunque lo intentara, y si lo hiciera se correría el riesgo de contagiar a toda Inglaterra.

Miró al señor Damien, al que habían golpeado fuertemente.

-Como he dicho, todos tenemos miedo a la muerte, unos más y otros menos. Sin embargo, capitán, usted lo sabe, que hombres como usted y como yo, que han visto la cara de la muerte una y otra vez en lejanos campos de batalla, se vuelven frios e insensibles ante ella o aceptándola como parte de la vida.

Sonrió un poco.

-Pues bien, yo la acepto. Si mi muerte puede servir para que personas buenas y que merecen la vida, algunas de las cuales están aquí presentes en esta iglesia, moriré sabiendo que hice lo correcto. No me tengo en alta estima, señor, como parece que se tienen estos caballeretes. Mi madre me dijo de pequeño que hemos venido a esta vida a sufrir, y que el único camino posible era intentar encontrar la propia felicidad, estuviera donde estuviera.

Bajó las manos, despacio.

-Podemos matarnos entre nosotros, pero eso no solucionará esta situación. Pierda cuidado, señor, pues yo mismo impediré que nadie haga otra estupidez semejante en el futuro. Palabra de soldado.

Luego, miró el ataud de la señora Cornwell, que yacía cerca del altar.

-Ahora, si son tan amables, nos gustaría que nos ayudaran a enterrar a nuestros muertos, como el señor Byrne o la señora Cornwell. Así es como se evitan las epidemias, y no encerrando personas junto a cadáveres.

Miró los ojos del capitán, como solicitándole ese favor personal. A esas alturas de la disertación, esperaba que estuviera más calmado. Entonces, giró el rostro y sonrió de modo enigmático, desusado para su persona.

-¿Sabe? Yo he pagado este entierro de mi propio bolsillo, y ahora quizá será mi tumba. ¿Paradójico, verdad? Sin embargo, aquí me tiene, dispuesto a colaborar con usted para que nuestra estancia aquí sea lo menos traumática posible... porque de nada sirve perseguirnos por la campiña como perros y gatos. Aquí solo hay personas, personas como usted, como yo o como el difunto señor Byrne. Y como tales debemos tratarnos.

Parpadeó, guardando silencio. Estaba sorprendido, ya que creía que jamás en su vida había hablado tanto y tan seguido. Pero siempre hay una primera vez para todo.

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11/08/2009, 20:49
Ethan Byron

   

 ¡Pero que modales son estos! Me dije ensalzando el mentón con una mirada aguileña hacia el sargento, apretando la mandibula inferior contra la superior, haciendo que el labio sobresaliese apenas un centímetro, y mi mirada de ceño fruncido se clavase en él como en la de un siervo y no como un defensor de la reina y de Inglaterra.

  A punto de responder a sus vanalidades y amenazas absurdas, ya recuperado de la visión de sangre y muerte, crecido ante la idea de que no eran gente de tan preciado porte, ensalzado por la casta y el ingenio, adelanté mis pasos rehuyendo de adentrarme en aquella iglesia, si el Señor me lo permite, de mala muerte, en la que sólo yacían furcias, rameras y buscones, intolerables bravucones como aquel que habló, negandome la palabra con su expresión de igualdad ante aquel rango del ejercito, como si supiese más que nadie y por haber pagado mereciese honores y respetos. Si a mi me rindiesen respeto por todo cuanto pago ahora sería algo parecido a Dios, y que Éste me perdone, pues no osaría intentar una hazaña divina con mi condición de hombre.

   Fruncido el ceño hasta que las arrugas en mi rostro amenazaban con dejar marca permanente, ya con atisbo de hacerlo, a lo largo de mi fructifera vida, esperé a escuchar sus socarronerías y artes de engaño, propias de un ladrón más que de un soldado, por lo tanto de la calaña de aquel militar, que de seguro evadía los impuestos y las tasas requeridas, para alimentar a un flatulento hijo que no sabría nada y seguiría su mismo destino, abandonar el seso para morir por la Reina o por obeso.

  

Tres intentos de inmiscuirme en su degradante conversación, tentado a irme como me ofrecían, decidí esperar unos minutos más, que se antojaron como horas ante aquella verborrea llena de falacias. Que sólo oía a un perro, ladrando, buscando que le azotasen con la vara y le reprendiesen por una conducta que no debería llevar, como siervo que sin duda era, aquella pretensión por creerse más, merecedor de títulos quizás.

  La voz fue...cansada, áspera y vibrante, bronca:

  - ¡Eh! Eso es cierto, Señor...si, señor. -Terminó, despectivo- Todos los tontos tienen miedo a la muerte, pero no hace falta discutir por ello. Es algo que aceptabamos ya desde hace tiempo, ¿Por qué no solicitais un arma y dais fin a vuestra vida? Es una hermosa forma de terminar el día.

 Su rostro reflejaba un enojo tranquilo, y su voz acababa por quitarle hierro al asunto, como si se lo esperase de gentios tan maleducados, por su parte, aquellos hombres podían irse al infierno - ¿Presos? ¡Panplinas! Oh vamos...¿Dónde guarda vos los grilletes? - Le dijo al sargento. - ¿Usted tampoco los ve? Se ha debido de volver loco...después de pagar esa fortuna...- Miró con una sonrisa de sorna a aquel defensor del pueblo - Pero...

 Mantuvo silencio, unos segundos, suficientes como para esperar réplica y poder tener el placer de dejarles con la palabra en los labios.

 - ¡Caballeros! Armense con una espada o un fusil y zanjen esto como soldados. Posiblemente muera alguno y logremos librarnos de su incompetencia.

  Manteniendo sus movimientos líquidos, rectos y elegantes, los miró por encima del hombro alzando el mentón y se dispuso a retirarse.

 - ¿Personas? - susurró en tono de mofa...

   Ja...

  Y con rostro tranquilo les dio la espalda, habiendo decidido entrar en la iglesia y no huir como le habían ofrecido. Las manos sobre las solapas del traje, orgulloso, sin temor a que le reprendieran.

 

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11/08/2009, 21:26
Damien Louis de Murvile

Escucho a ambos hombres con el ceño fruncido negando con la cabeza, el último es aún peor que el primero, intentando mostrar valentía con sus palabras y arrogancia con sus movimientos y, así poder ocultar la cobardía y el pánico que sentía al verse en una situación complicada. Lanzo un suspiro y me adentro en el interior, acercandome a quienes identifico como las señoritas Hancock, ante las que me inclino avergonzado - Señoritas... - susurro apoyando mi mano derecha sobre mi pecho - Siento haberles fallado, debí haber sido capaz de sacarlas de este sitio y... - suspiro de nuevo mirando la resquebrajada iglesia - Llevarlas a su casa. - termino quedandome ahi quieto, esperando un perdón que a lo mejor no merezco.

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11/08/2009, 23:05
Claire Windsor-Hancock

Estaba allí parada, observando como la pesadilla podía volverse aún peor, sintiéndome más indefensa que nunca, maldiciendo la idea de haber salido de casa a pesar de todo lo que ocurría en ella. Una lágrima resbaló por mi mejilla, tibia y nitída, una que precedió a muchas otras mientras mi pecho se movía con un ritmo anormal. No sentía miedo, sentía impotencia y rabia... Algo con lo que no estaba acostumbrada a lidiar.

Levanté la vista unos instantes, sólo para toparme con los ojos del joven Louis de Murville. Vi como puso su mano sobre su pecho y esbozó una disculpa que me parecía totalmente fuera de lugar, no porque viniera de él, no, sino porque él no tenía culpa de nada. Miré a mi hermana unos instantes y luego de nuevo al joven. Di un saltito y luego otro hasta quedar más cerca de él y olvidándome de todo protocolo, alargué mi brazo y con mi mano tomé la suya.

-No, por favor. No hay culpables aquí y si los hubiera, no seríais vos, señor Murville...-dije sollozando.-Sólo hemos estado en el lugar equivocado, en el momento equivocado.

Apreté su mano con suavidad, intentando contener el llanto, cosa difícil e improbable pero al menos intentaba hacerme la fuerte. No, no era su culpa, ni la de mi hermana o mía, ni de las pobres Cornwell y tampoco de aquel que había muerto, ni de la anciana herida, no... El destino era muchas veces cruel, aquella no tenía por qué ser la excepción.

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12/08/2009, 00:08
Susanne Cornwell

-No... imposible que me esté quieta sabiendo que alguna de ustedes puede estar en peligro -respondió Sue a Anabel cuando ésta la increpó por no haber permanecido en la habitación-... Mi lugar está aquí, con ustedes, no en una cama esperando ser atendida y mientras más pronto dejen de tratarme como si fuese una inválida más pronto podré demostrarles que me siento mejor... La señorita Mary Ann también está enferma y nadie hay tratándola como si fuese un cristal invaluable, no veo por qué conmigo ha de ser diferente.

Susanne estaba decidida a quedarse contra viento y marea. Se sentía mejor, no estupendamente bien, pero se sentía mejor. Que tendría que ser cuidadosa, sí; que no tenía que abusar de su estado y someterse a demasiado esfuerzo físico, eso también era cierto, pero si se hubiera tenido que quedar esperando en esa habitación, aguzando el oído para intentar escuchar lo que afuera estaba ocurriendo; si se hubiera tenido que quedar esperando a que las cosas pasaran, con el alma pendiendo de un hilo la misma desesperación de la incertidumbre, temiendo por las personas que amaba iba a terminar matándola o cuando menos empeorando su estado de salud. Necesitaba estar allí, ese era su lugar, junto a sus hermanas, junto a él, junto al cuerpo de su madre. Tenía que luchar, por ellas, por todos, pero en especial por el descanso eterno de su progenitora, y si esa lucha implicaba poner en riesgo su propia salud ni modo, correría el riesgo porque bien lo merecía. Ellas, las Cornwell, nunca fueron unas niñitas que se quedaban esperando que todo les fuera dado en bandeja, que papá o mamá hicieran las cosas por ellas, no fueron así cuando niñas... o quizás sí lo fueron, pero el día que su padre murió esa parte consentida en ellas también lo hizo. La vida las hizo convertirse en mujeres antes de tiempo, independiente que quizás biológicamente hubieran seguido siendo unas niñas. Aprendieron a luchar, a salir adelante solas y llegaron a convertirse en lo que ahora eran y ese algo no incluía, en ninguna parte, el quedarse esperando a que las cosas pasen. Eran unas luchadoras y Sue estaba decidida a demostrarlo.

-No me pondré peor, no estando con ustedes -dijo luego a Liz cuando ésta se acercó, pero también se les acercó Patrick y sus palabras también fueron para él-... Estoy en condiciones -se apoyó bien en el bastón que había conseguido en la habitación- y de aquí no me moveré, no mientras ustedes estén a... quí... -y ese ustedes lo incluía a él.

Lo que vió en los ojos de Patrick la hizo enmudecer. Lo siguió con la mirada, inclusive adelantó un par de pasos con intención de seguirlo, pero la mano de una de sus hermanas la detuvo al cogerla del brazo. Se quedó allí, de pie, ayudándose del bastón para mantenerse erguida, sintiendo que las piernas le temblablan pero esta vez no debido a la debilidad a causa de la enfermedad, no, esa vez su piernas flaqueaban porque tuvo la sensación que él se estaba despidiendo, que se despedía para siempre y por supuesto las palabras por él pronunciadas reafirmaban todavía más esa funesta sensación.

Los ojos de Sue se llenaron de lágrimas, tenía miedo, mucho miedo, pero también rabia. Rabia por todo lo que estaba sucediendo, por la injusticia, por la falta de respeto, porque consideraba una aberración que esas gentes, esos carceleros, porque no podía llamarlos de otro modo, no tuvieran el más mínimo respeto por la mujer que estaba en ese ataúd; porque veía que habían otros muertos, pero que esas muertes no habían sido causadas por enfermedad alguna sino por los disparos, sí, aquellos disparos que las habían alertado, aquellos disparos que hicieron que Sue temiera por la vida de sus seres queridos y por todos cuantos estaban en esa iglesia.

Y como si no tuviera razones suficientes para perder el aliento, como si ya nada pudiera sorprenderla, no de buen modo al menos, lo increíble sucedió. Increíble no porque dudara que él fuera capaz de semejante gesto, increíble porque sabía, o al menos así intuía su corazón, él no contaba con los medios para poder hacerse cargo del entierro y sin embargo lo había hecho. Se zafó de la mano que la sujetaba y caminó hasta él al mismo tiempo que, ahora sí, una de las personas que menos esperó ver en ese lugar alzaba la voz y hacía notar su presencia.

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12/08/2009, 01:19
Edmund Banks

Edmund asiste a todo el intercambio de palabras entre los presentes. No sabe bien cuál es la situación, aunque ya se ha dado cuenta de quiénes son las hermanas Cornwell, que hoy entierran a su madre. También le ha quedado patente que una de ellas, la que llaman Sue, no se encuentra bien, y que la jovencita es intrépida, valiente y rebelde.

Por todo lo que ha oido también se dá cuenta de que el caballero que dice hacerse cargo del entierro, además de haber hecho un noble gesto, también trata de cuidarlas, y de que es valiente.

Edmund se dirige a él, hablándole con cautela:

- Caballero, sé que no es momento de formalidades. El señor Damién y yo vinimos con intención de ayudar a las señoritas, sin conocer exactamente la situació que aquí se está viviendo. Si me lo permite, yo si le voy a ayudar en cuanto esté en mi mano. Si la señorita se va a sentir mejor- hace un breve gesto hacia Sue Cornwell- si la acompaña usted con su hermana a la sacristía, vaya sin problema. Entraremos el cuerpo del señor Byrne, para que se le impongan los santos sacramentos y- mira interrogante al capitán- supongo que se nos permitirá llevar ambos cuerpos al cementerio a enterrarlos. ¿O estoy equivocado en eso?

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15/08/2009, 23:12

Habían pasado ya varias horas desde el incidente. Los cinco soldados que antes guardaban la puerta de la iglesia desde el interior, ahora estaban parapetados afuera y, el capitán y sus dos hombres fieles guardaban este sector. Lo que el irlandés, Patrick, había dicho al capitán no parecía hacer mella en él sin embargo, se veía en la cara de su oficial de la izquierda, un poco de angustia. Faltaba ahora esa mirada gélida y fría, en su lugar habían dos ojos castaños bastante llenos de incertidumbre. Se podría decir que el capitán carecía del poder inquebrantable que tuvo cuando empezó a cumplir las órdenes del dr Vinthervill, ya que incluso sus hombres más cercanos no tenían cara decidida, es como si ellos también empezasen a ver que todo ésto era una locura.

Mas atrás de la sala principal, en un pequeño cementerio que había en el lateral de la iglesia, se estaban dando las últimas despedidas a la señora Cronwell.  También se estaban enterrando los cuerpos de Grégoyre y de la señora Esme. Todos estaban cabizbajos, incluso Lord Byron; esta situación, la impotencia de saberse desprotegido y el nivel que podía alcanzar la maldad humana superaba a cualquiera en este recinto. El propio doctor Robins se veía como si se fuese a desplomar de un momento a otro. Mary y Claire estaban más pálidas que de costumbre, una de ellas ansiaba el regreso de su padre pero con todo lo pasado ni siquiera tenía la certeza de que el hombre podía acabar con tanta locura. Damien, aún con el cuerpo adolorido, contemplaba la escena con un mudo pesar, querría haber hecho algo más pero ¿quién podría haber esperado todo lo sucedido? ¿Quién en sus justos cabales podría haber previsto la mitad de lo que pasó??

El ruso, por su parte, se sentía despedazado al ver a esa anciana tan dulce que conoció hace unos días y que ahora iba a ser sepultada luego de una salvajada irónica y terrible. Las tres hermanas se sentían más unidas y separadas que nunca, jamás habrían pedido tanto la vuelta de su madre. Parecían huérfanas de la vida. Para Susanne, de todas formas, fue un hermoso y esperable alivio el saber que Patrick fue el que pagó el entierro. Eso al menos era una especie de alivio.

Avon, Edmund y el padre Thomas esperaron a un costado hasta que comenzó la ceremonia. Eran exactamente las diez de la noche y bajo la luna plateada, el sacerdote comenzó su plegaria.

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15/08/2009, 23:37
Padre Thomas

-Queridos hermanos. No tengo prácticamente fuerzas ya para decir como mi corazón se resquebraja ante tanta impotencia. Era mi intención darle el último adiós a la señora Cronwell, mujer ejemplar y ahora... ahora he de darle el adiós a dos personas más a quien Dios aún no había llamado a su diestra. La señora Esme y el señor Grégoyre... No tengo palabras adecuadas, hermanos. Sólo sé que debemos resistir... de no ser así su sacrificio sería en vano. Que Dios se apiade de todos nosotros, que nos ayude a hallar la luz en este momento de oscuridad, que guíe a los soldados a través de su verdad y que podamos salir de ésto. Dios tome en sus brazos a estas tres almas y las guíe hasta su cielo, que la muerte de nadie hoy haya sido para nada. Y vosotras, señoritas Cronwell, sabed hoy más que nunca que estamos todos del mismo lado y entre todos, y sólo entre todos, hallaremos la salida, la paz y la cordura nuevamente.

Dios los bendiga a todos...

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15/08/2009, 23:45

Cuando el sacerdote concluyó con su prédica, se retiró y dejó que dos hombres de la Iglesia ayudaran a bajar a los ataúdes, todos compartirían una fosa común ya que aunque Patrick había pagado para que la señora Cronwell tuviera una parcela en la Iglesia, nadie sabía que iba a haber, en el mismo día, dos decesos más. Todo mundo calló y luego, cuando fue evidente que ya la tierra había sido puesta en su lugar y que allí no había ahora más que un recuerdo amargo, nadie se dió cuenta que ya estaba amaneciendo. El cielo tenía nuevamente un color plomizo pero había dejado de llover. Todos estaba sumamente cansados y debían repartirse los lugares para dormir: había una sola habitación, la del sacerdote, la sala principal de la Iglesia, donde los bancos podían servir de camas, una biblioteca pequeña con dos sillones y la cocina (pero no se podía dormir allí)

El padre Thomas besó la frente de Susanne, quien estaba ahora sin temperatura y se retiró a dormir en la sala principal.

Notas de juego

Hay un baño rudimentario pero nadie puede dormir allí, por eso no lo he agregado a la lista.

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18/08/2009, 00:03
Susanne Cornwell

-Gracias padre -susurró Sue cuando éste la besó en la frente y al ver que él decidía quedarse a dormir en la sala principal ella se le acercó-. Padre Tomas, por favor, duerma en su habitación, yo permaneceré aquí con mis hermanas, eso sí le agradecería si pudiera facilitarnos algunas mantas.

Inclinó la cabeza de forma respetusa y volvió tras sus pasos para dirigirse luego hacia el lugar en el que se encontraba Patrick con ese hombre, necesitaba agradecer al primero, pero también cerciorarse de que el segundo era quien ella creía.

Caminó apoyándose en el bastón, un bastón que nadie hubiese imaginado el día anterior que ella iba a necesitar. Observó al hombre, era él, sin duda, el mundo no podía tener la desgracia de contar con dos personas igual de arrogantes que él, las veces que para su desgracia ambos se habían cruzado en Londres en algún evento textil a nadie le había quedado lugar a dudas que ninguno de los dos se simpatizaba, por lo mismo tenerle allí, justo ese día, contribuyendo a empañar aún más tan doloroso día, no resultaba en lo absoluto agradable para Susanne.

-Lord Byron -dijo a éste con forzosa cordialidad-, he de admitir que es usted la última persona a la que me hubiera esperado ver... -miró entonces a Patrick y su expresión se dulcificó, lo mismo que su voz al hablar- Gracias... en nombre mío y el de mis hermanas muchas gracias.

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18/08/2009, 05:19
Alexander Varsatof

Con sus ropas llenas de tierra y barro por la contienda con el capitán, y uno que otro moretón, el ruso escucha la segunda misa como ido, con la mirada perdida en algún vitro, se mueve mecánicamente de la capilla a el cementerio y de nuevo dentro de la capilla.
Cuando tuvo la oportunidad, tomo una vela y se refugio en silencio en la biblioteca... donde los sonidos de desaparición y suspiros podrían traspasar sus muros.

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19/08/2009, 03:16
Patrick Collins

Patrick miraba la fosa, aún despues de que la hubiera tapado.

Recordaba muy bien como los soldados que morían en batalla, sobretodo los del enemigo, eran desnudados y cubiertos con cal, arrojados a una fosa muy similar y tapados con paladas de tierra. El ser humano moría de forma poética, fundiéndose con la naturaleza, como retornando a los orígenes de una forma más simple, elemental, dando fe de la poca valía de su existencia. Los sacerdotes hablaban de la trascendencia del alma, pero él había visto asesinar, mutilar y torturar, y había llegado a creer que el alma no existía.

En su mundo, solo existían las personas buenas, y las personas malas. Y él creía firmemente que las primeras tenían más derecho a gozar de todo lo que la vida puede ofrecer, más que las segundas. Desafortunadamente, en aquella iglesia se mezclaban personas de los dos tipos, según parecía. El instito de conservación del hombre era una cualidad que compartían con los animales, pero la capacidad de sacrificio es lo que les convertía en humanos.

La señorita Susanne se acercó a él y al misterioso noble, petulante, que había hablado hacía un rato, dejando clara su postura: pisaría las cabezas necesarias para salir de allí, porque se consideraba superior. Escuchó las palabras de la joven, pero no le quitó ojo. Le preocupaba ella, quería que se recuperara. No soportaría que ella muriera, porque no lo merecía.

-No tiene por qué dármelas -dijo- He causado el suficiente arrobo a su familia como para compensárselo. Primero dejé agraviada a su hermana, y luego la puse usted en un apuro en más de una ocasión, por ser un irlandés simple que todavía no domina los modales correctos, y que no sabe controlar a veces los impulsos y arrebatos de su corazón.

La miró a los ojos, pensativo. No estaba muy animado, la verdad. La situación le superaba, y aunque intentaba ser positivo, el asunto era muy serio.

-Espero que comprenda, que yo no deseo ningún mal para sus hermanas, ni para usted -la trataba así en presencia de un lord- Solo deseo que salgamos de aquí los más posibles, y sanos. Pero sobretodo, me importa que usted esté bien, que se recupere.

Sonrió un momento.

-Usted merece salir al verde prado cuando todo esto haya terminado, y aspirar el aroma de la mañana en día soleado y despejado. Seguir su vida, y ser feliz.

Miró sus propias manos.

-Y si pudiera salir de aquí también, con usted...

Respiró hondo,y parpadeó. Intentó alejar la pena.

-Deberíamos entrar dentro, aquí hará frío cuando termine de irse el sol. Hay que preparar el cobijo, y animarse un poco. El tedio y la tristeza matan más que las balas o la enfermedad, en este tipo de situaciones.

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19/08/2009, 23:40
Edmund Banks

Edmund asiste en silencio al intercambio de palabras entre Sue y el sr Collins, no pudiendo evitar alzar las cejas al oir que "agravió a una de sus hermanas". Desistió rapidamente las ideas iniciales, ya que no podía ser nada de lo que imaginaba. Con mirada afectuosa se acerca al resto del grupo de damas:

- Señoritas, creo que el señor Collins tiene razón sobre todo en que deben entrar. Está refrescando, y debemos acondicionar un lugar para que puedan descansar.

Mira con cariño a Elizabeth Cornwell, la joven de temperamento con la que habló en la iglesia:

- ¿Vamos? Seguro que si me echa una mano, su hermana Sue aceptará entrar antes. He visto que se cuidan mucho ustedes tres, y eso es maravilloso.

Con la mano indica el camino ante él para que ceder el paso a las damas, y camina a la par que la joven, comentándole:

- Quizás podría usted explicarme cuál se supone que es el motivo por el que tenemos que permanecer en la iglesia. Yo sólo vine para intentar sacar a la gente que estaba aquí, pero parece que si  que existe una razón para quedarnos, ¿no es asi?

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22/08/2009, 02:50
Elizabeth Cornwell

Liz permanece durante todo el entierro en un absoluto mutismo.
Junto a sus hermanas, se dedica a observar la ceremonia, mientras el cielo les acompaña con el sentimiento...

Una vez señalan que tendrán que dormir allí, la joven atiende a lo que dicen, para buscar un buen sitio para Sue, por lo que se adelanta, pero entonces es intercedida por el hombre de antes...

-Oh, claro... Lo cierto es que quería ir a buscar un sitio para ella... Ya que se niega ir a la cama...-sonríe leve, pero algo preocupada.-Pero bueno... Esperemos que todo salga bien...

Entonces él le hace otra pregunta, y ella, tras meditarlo tan sólo unos segundos, responde:

-Lo cierto es que nos acusan de estar contagiados de la enfermedad de que, quizás, causó la muerte de nuestra pobre madre... Pero... Por supuesto... Tanto el médico que vino con una "orden de la reina" para encerrarnos aquí, como todos esos soldados que nos vigilan... Si de verdad estamos expuestos, ellos también... Y si no se encierran, de nada servirá nuestro propio encierro... Y, claro, todo el pueblo estará en las mismas condiciones...-se explica la joven, aunque, realmente, la frustración e impotencia la dominan un poco, por lo que, quizás, diga las cosas un tanto desordenadas... Baja un poco la voz, y añade una última frase:-No saben lo que hacen... Deberían hacer las cosas bien... Algún día...