La Señora Patamás se giró al escuchar los gritos antes de salir del Comedor y vio a Bermejo haciendo gestos y gritando palabras ininteligibles.

- ¿Sacrilegio? ¿Brujasma? ¿Pero qué chiste está haciendo ahora? - torció el morro y negó con la cabeza - En fin... cuánto más entretenido sería tener en el castillo un mono de esos de la selva que a este bardo intentando rimar por aquí... - se fué diciendo por lo bajini.

A cualquiera se le llama bardo hoy en día. Malditos tiempos modernos - dije, santiguándome.

Tengan cuidado todos, no se fíen de nadie... algo me dice que esto no ha hecho más que empezar. Ojalá me equivoque.

Ya lo dijo Mateo...

Y entonces, el escribano, sacó unos rollos de pergamino de su túnica y los extendió sobre la mesa, siguiendo los preciosos trazos de la sagrada escritura mientras leía en voz queda...

Exsurgent enim pseudochristi et pseudoprophetae et dabunt signa magna et portenta ad decipiendos, si fieri potest, etiam electos *

Puso los ojos en blanco al escuchar al bardo.

- Demasiado claro parece tener que la muchacha es culpable. O mucho sabe y no dice ni pío, o le conviene echarle mierda por algún motivo. -Musitó mirando al bardo.

Nuevamente le dio la razón a la señora Patamás afirmando bastante efusivamente con la cabeza.

- Ay sí, de verdad qué pereza. Ojalá ser sorda para dejar de oir sus intentos de cantar y las demás sandeces que suelta. Él y el resto, claro. -Continuó quejándose como si estuviesen las dos solas en el comedor, aunque sabía de sobra que no era así-. A la gente le gusta mucho mandar -se dio varios toques en la boca con el dedo índice- pero en cuanto les toca arrimar a ellos el hombro desaparecen como ratas. Nada nuevo, nada nuevo, ya sabe.

- Yo continuaré con lo que estaba -le lanzó una mirada a Arne que claramente indicaba que no le gustaba un pelo que le hubiesen interrumpido en medio de sus tareas-, que el carro no se arregla solo. -Agitó en el aire el mazo que tenía en la mano.

-¡Dejadme en paz!. -Gritó el bardo desde la lejanía- ¡Ningún buen hombre de Dios usaría sus habilidades de atravesar paredes para hacer las camas!. ¡Seguro que fue a buscar a alguien perdido y solitario para matarlo y comerlo!. ¡O lo que hagan las Brujasmas!.

El resultado tan ajustado en las votaciones del día anterior había dejado muy pensativo al Consejero de la Moneda, quién buscaba una explicación lógica y racional del por qué habrían votado hasta cinco de los presentes en contra de Mary Really. Sin que ninguno saliese a contradecir su rol de favorecida del señor Gueuse, ¿Por qué votarían hasta cinco de los vasallos en su contra? Los votos de los posibles impostores eran más que evidentes, querrían reducir el número de los presentes hasta que la hacienda cayese en manos de los esbirros del lord Impostuh pero... ¿Y el resto? ¿Serían como Bermejo Russus? ¿Llevados por el miedo incondicional y comportándose de forma irracional? 

- ¿Brujasma? ¿Atravesar paredes? ¿Sortilegios a mi persona? - expresó en tono de burla, ironizando ante las burdas tonterías que se acababan de verter y que por poco habían acabado con la joven Really - Por lo que a mí respecta, y salvo que demostremos lo contrario, la joven Really no ha cometido ningún crimen que merezca la muerte o destierro por ser conocedora de los pasillos secretos de este castillo. Reitero que nuestro Lord Amoins Gueuse mencionó haber confiado a alguien de su plena confianza entre los presentes, tal información al respecto. ¿Por qué no ha salido ninguno a contradecir a la joven si fuese él o ella poseedora de dicha información? 

La sonrisa sibilina de Rudeus Greyrat se dibujó nuevamente en su rostro, dejando que todos usasen la sesera por una vez.

- Es obvio que a un impostor del que nadie sospecha no le conviene llamar la atención... Y de salir alguien al paso en este mismo momento, incluso siendo un impostor y tratando de mentir, solo nos quedaría encerrar a ambos y tendríamos el problema, o gran parte de él solucionado. ¿Por qué debemos sentenciar a la joven si nadie se le ha opuesto? ¿A caso el verdadero favorecido de nuestro señor sale ganando con algo de mantener el anonimato?

Rudeus Greyrat tenía claro que más adelante, a posteridad, no apoyaría ni secundaría a nadie que se hiciese pasar por el verdadero confiable de su señor Amoins Gueuse. No hablar ahora solo indicaba no querer apoyar a los verdaderamente inocentes y ayudar de forma indirecta, o más bien directa, a los impostores infiltrados.

- No seguiré cual perro guardián a la joven Really, señora Patamás. ¿A caso cree que usted es la única de los presentes que tiene labores que atender? Todos las tenemos, de puño y letra de nuestro difunto senescal, así que sí. Deberíamos ponernos cada cual manos a la obra para mantener el correcto funcionamiento de la hacienda hasta el pronto regreso de nuestro señor, incluida la joven Really.

Claire no entendía lo que pasaba. Y prefería no entender. Sólo quería volver a sus tareas, a su rutina... Sin pensar en que cualquiera podía morir en cualquier momento. - Eso eso, al trabajo por favor, como dicen las señoras. Me se hace tarde ya. Y nada de pasadizos, brujas, fantasmas y muertos... Dios nos libre. 

Salió hacia el ala Sur, santiguándose. Necesitaba sal, laurel o una cabeza de ajo para alejar el mal fario.

Un nuevo día amanecía sobre la Hacienda de Aimons Gueuse.

La muerte por ajusticiamiento de Armand había dejado la incertidumbre sobrevolando al grupo. ¿Habían acertado? ¿No? Sea como fuere, había habido algo bastante próximo a la unanimidad.

Por otro lado, la interrupción del día anterior en las tareas había traído retrasos e incertidumbres a partes iguales, por lo que ahora era necesario retomar las actividades con energía y disposición: La Haicenda no se iba a cuidar sola.

Las tareas repartidas por el Senescal antes de su trágico fallecimiento seguían pendientes de ser resueltas y todos tenían su listado. 

Como cada día, el servicio se reunió en el Comedor, aunque las suspicacias estaban a la orden del día.

Se iniciaba un nuevo día.

Rudeus Greyrat había amanecido aquella mañana francamente satisfecho y realizado, a sabiendas de que en el anochecer del día anterior se habían desecho tanto de un mugroso esclavo rondando los pasillos del castillo, como a su vez de un traidor y asesino al servicio de Lord Impostuh. Sentado en su cómodo sillón del comedor y degustando el desayuno con placer, pan recién hecho al que había untado mermelada de albaricoque y un copa de vino reposando en la mano, no pudo más que cerrar los ojos y regodearse con deleite de la imagen vivida el día anterior, de la cual ahora hacía memoria.

Forzado a arrodillarse frente al tocón, después de instarle reiteradas veces a confesar y delatar al resto de impostores, finalmente la cabeza del esclavo Armand cabeza fue separada de sus hombros después de que el fornido herrero, a petición popular, blandiese el hacha con fuerza dejándola caer con todo su peso. Se había hecho en parte justicia para Claire Verte y Mary Really, quizá para el senescal Deadfate, pero el consejero de la Moneda sabía que todavía quedaba una amenaza más que debían subsanar.

- Magnífico día ha amanecido hoy en la hacienda, ¿no creéis? Ahora todos deberíamos poner de nuestra parte para concluir las tareas que nuestro buen senescal nos asignó y terminar de hallar evidencia del resto de impostores. - expresó con tranquilidad y confianza, terminando de apurar el último trago de su bebida y levantándose para ponerse en movimiento - Es gratificante ver desde la ventana como la cabeza de ese vil asesino al servicio de Lord Impostuh está clavada en la picota, para desesperación de los infames que nos asedian y que harán lo posible por complicarnos la existencia, pero no podemos bajar los brazos y relajarnos si queremos lograr nuestro propósito...

Aunque no era algo seguro, probablemente no sería uno si no dos los siervos del enemigo infiltrados, por lo que si técnicamente habían hallado al primero, solo restaba uno más pero, ¿A caso no estaba claro ya en la mente de Rudeus Greyrat cual era el impostor que faltaba?

- No penséis que por no haber logrado anoche concluir vuestro caso con las suficientes certezas y testimonios de los presentes en vuestra contra, estaréis exentos de la justicia divina. Agradeced a Dios o a quién quiera que adoréis el que podáis disfrutar de unas horas más hasta que definitivamente hallemos respuestas definitivas en vuestra contra, señor Urquhart - expresó el consejero con un esbozo de sonrisa en su rostro, y los ojos afilados clavados en el anciano del cual estaba seguro había traicionado a su señor y al resto del vasallaje - Medid vuestros pasos con cautela, buen señor.

Ya nada más alegaría el Consejero de la Moneda, el cual se quedaría en el comedor para terminar de recoger los platos servidos, y así completar la tarea asignada por el senescal. En mente tenía pensado dirigirse posteriormente en dirección al Claustro, donde sabía que ni Angus Urquhart ni el ya difunto Armand habrían realizado su labor desatascando la fuente.

A la mañana siguiente, los resultados de la votación bailaban en su cabeza inundando su mente de dudas y preocupación. No pegó ojo, pero sí tomó su buen desayuno recobrando fuerzas.

—Está claro que la gran mayoría quisimos por su muerte, mas no deja de sorprenderme el resultado ¿se podría hablar de ello? —preguntó dubitativa mirando al escribano y al consejero. Aun dudando, prosiguió—: hubo un voto en blanco y otro para ustedes, señores Greyrat y Urquhart. Yo, aunque di el beneficio de la duda al esclavo por repartir las luces, al final voté por él, de modo que la única persona que se resistió a decapitar a alguien debió ser la que se mantuvo al margen en todo momento, la señorita Merygold, ¿verdad? ¿Cómo se encuentra? ¿Está bien? —consoló, pasándole un trapo limpio.

»El voto para Greyrat debió ser del esclavo. Si fuese inocente, además de defenderse mejor, me hubiese hecho caso en que tenía una coartada bien zurcida y habrían dos votos en blanco. No queda otra que realmente se trataba de un villano, pues prosiguió con su venganza. En cuanto a Urquhart las dudas son mayores, si no es una molestia decirlo, ¿quién votó por él y por qué? ¿Usted, señor Russus?

Bermejo no parecía del todo alegre tener que ver la cabezabcolgada del esclavo; si hubiera sido por el, el método de ejecución sería lanzarlo fuera con una catapulta para no mirarlo por delante. En ese entonces preguntaron por su voto.

-No. Yo voté por el esclavo como dijo el De las Monedas. Y creo que deberíamos volver a votar para echar al mentiroso que nadie vio en vez de dejarlo estar... pero no voy a ser yo quien os convoque, que tengo muchas tareas por hacer y esto me ha dejado un poco inspirado y no creo que pueda hablar hasta terminar mi canción... a las musas no se las puede hacer esperar.

No, señor Greyrat, no lo creo. Sin duda es un día triste, un buen hombre ha sido ajusticiado sin razón, y espero que más pronto que tarde todos ustedes se den cuenta de ello.

Apuré lo que me quedaba del frugal desayuno mientras observaba los rostros del resto de los presentes. Se veían caras satisfechas, en general, y eso me entristecía aun más. Con cada siervo de Lord Gueuse que cae, estamos más cerca de nuestro final.

Y le recomiendo que siga usted el propio consejo que me ha dado, pues cuando quede demostrado que Armand no era un asesino del Indeseable, usted será el máximo exponente de... usted... usted será señalado, sin duda. Y también nuestro buen bardo - añadí, enfatizando la palabra "buen", pues era evidente que no creía que de bueno tuviera nada.

Ya lo avisé - me apresuré a finalizar, mirando al resto - estos dos se traen algo entre manos... como si no, en la primera deliberación se encargaron de que la señorita Reilly cayera en desgracia, incluso Bermejo la llamo bruja en varias ocasiones. Ahora está muerta. Y eso después de que la señora Patamás pidiera a Greyrat que la acompañara para protegerla, cosa que no hizo. Sabía que tenían que matarla, pues conocía los pasajes secretos de la hacienda y era peligrosa para su misión, o como quiera que la llamemos. Y sabía, muy propio de alguien acostumbrado a las intrigas, que si la acompañaba y Mary moría, todos le señalaríamos.

Greyrat, usted mismo dijo que solo la señorita Reilly y los impostores conocían los pasadizos... pues bien que sabía de ellos para medir los tiempos del resto de buenas personas.

En fin. Lo pasado, pasado está. Ahora toca... y en esto no me queda otra que estar de acuerdo con usted... continuar con nuestras tareas. Am, y no se preocupe, vigilaré mi espalda, pues temo encontrarme con un cuchillo clavado en ella.

Que tengan un buen día.

No saber completamente la traición del esclavo no tranquilizaba al herrero y esa nueva mañana fue tan mala como la anterior, solo podía esperar hacer sus tareas y que todo aquello terminara pronto con el regreso del señor y poder volver a casa.

-Hay aun interrogantes sin respuesta: Donde esta el segundo cuerpo, Porque Dilaila a esta tan callada toda la deliberación. Como podemos estar seguros de que no hemos metido la pata. Que pasa con las tareas que debía realizar el esclavo... Todo esto es tan precipitado. -Arrugo la nariz molesto por todo aquello y salio del comedor tras desayunar sin prisa aun pensativo si había hecho bien o no.

Día 5

El día siguiente reunió a los 6 vasallos con vida en el Comedor, como cada mañana: El herrero, el juglar, el consejero de la moneda, el chico para todo, la cocinera y el ama de llaves.

Los mismos que habían segado 3 vidas con violencia. Cortando cabezas, prendiendo fuego o despeñando a sus víctimas.

El desayuno fue silencioso y unos se miraban a otros con desconfianza. ¿Había terminado todo? ¿O quizás no?

Sea como fuere, aquella Hacienda no se mantendría sola. Aún había muchas tareas que realizar antes de que Seigneur Aimons Gueuse llegase de vuelta alertado por las misivas de alarma enviadas el primer día.

¿Cuándo llegaría al fin Seigneur? ¿Llegaría a tiempo de salvarles o deberían seguir siendo sus propios guardianes y buscar impostores infiltrados?

Por su parte, Bermejo Russus se encontraba bastante alicaído, echando alguna que otra mirada al Consejero de la Moneda, pues dícese ser el que tenía el talismán aquel por el que todos le habían confiado sus destinos para que diera con las amenazas, los asesinos y los traidores de la hacienda...

-Después de todo esto... ¿Vendrán más damas?. -Preguntó al aire, centrado en lo que no debía centrarse- Me refiero, supongo que sí, un castillo sin damas no es un castillo, es un convento... Pero... ¿Tan hermosas como Dilaila Merygold?. Eso será complicado de superar...

Inquieta por ver si había hecho bien en optar por ir por la señora Marygold, la señora Patamás se preparaba a irse a continuar con sus quehaceres antes de que el consejero se lanzase a darse caricias a sí mismo con la voz de nuevo - Patamás, sal de aquí antes de que empiece...

Pero el joven Bermejo hizo un comentario que no le gustó nada y se giró para cortarle de raiz.

- ¿Pero cómo que un castillo sin damas? ¿Y qué somos nosotras? ¿Alacenas? - le dio un codazo a su compañera - ¿Pero usted a visto a semejante petimetre Bavard? ¿Seremos candelabros? ¿Cojines bruñidos? - gritó golpeandose el pecho -  ¿No seré yo quizás un seto? ¿Me ha visto cara de cazuela acaso? - continuó levantándose la cofia como si la tapa fuera.

Menuda imagen tiene de sí mismo el cantarín lechoso. Que entre que a sus treintaintantos ni ha desarrollado ni sabe aún vestirse como un adulto. Que tiene la misma cara que un enfermo que, estando convaleciente, aún enfermara de algo peor. Más quisiera usted que una de estas dos damas se dignase siquiera a mirarle al caminar por la finca. ¡Ja! ¡La señora Marygold apenas sabía que de su existencia! ¡Pero si no le prestan atención ni los perros del Seigneur! Sepa, caballero, que lo único que llegó a decir en vida la señora Merygold de usted es que se preguntaba si la razón de sus holgados pantalones no sería que a su edad aún no había abandonado los pañales.

Y fue en aquel momento cuando la puerta del comedor se abrió y entró en la sala alguien inesperado.

¡Seigneur Gueuse! ¿Es usted?

Efectivamente, el señor de la Hacienda había regresado.

Alertado por la misiva enviada por Trevor Deadfate, Aimons había virado el rumbo y regresado a su Hacienda tan pronto como le había sido posible, lo cual le llevó 5 días.

Su voz grave y poderosa cortó el aire lanzando una única cuestión

¿Dónde está Trevor?

Llevó algo de tiempo explicarle lo sucedido. Al parecer los mensajes que distintos miembros del vasallaje habían intentado enviar a su señor no habían sido recibidos por él, quizás porque habían sido interceptados o quizás porque para entonces ya se encontraba de regreso hacia su hogar.

Cuando la narración se completó, el amo de la Hacienda volvió a tomar la palabra.

Comprendo... han sido muy valientes y les estoy muy agradecido, señores. Y señoras. - Añadió acompañando de una inclinación de cabeza dirigido hacia sus dos experimentadas criadas. - Pero ya no tienen nada que temer. Hemos regresado y el perro ruin de Lord Umpostuh huirá sin duda alguna presa del pánico.

Empecemos por honrar a los caídos. No importa si eran o no fieles. Ahora ya no importa. Todos serán enterrados con ceremonia y respeto. Por favor, Windsbraut, encárguese de recuperar los cuerpos o, si no es posible, de preparar unos féretros simbólicos para enterrarles. O Lantern le ayudará.

¡Greyrat! De usted necesitaré que sustituya al buen Trevor mientras no encuentre otro que ocupe su valioso lugar. Por favor, encárguese de organizar todo lo necesario y de contratar personal para reforzar el servicio. Las señoritas Patamás y Bavard le ayudarán a entrevistar personalmente a los candidatos. Estoy seguro de que los tres harán un buen equipo dado lo estrechos que deben haberse vuelto los lazos entre ustedes en un episodio como este.

Por último se giró hacia Bermejo Russus y le miró unos segundos intentando encontrar algo que encomendarle o alguna forma de premiar al bardo.

Y vos, Bermejo... em... esto...

Al final se rindió.

Me alegro de veros.

Se giró sobre sí mismo y se encaminó a la puerta.

Ya pasó todo... el señor ha vuelto a casa.

¡Se alegra de verme!. Bueno, tampoco es que Seigneur Gueuse pudiera haber llegado con una damisela con las pocas luces como para caer por los encantos del bardo autodidacta, o una cuerda para su laúd; por lo que mantener el status quo en aquella hacienda era más que suficiente para él.

-¡Seigneur Gueuse! -Exclamó sorprendido el bardo saltando a abrazarle una pierna- ¡Nos han asesinado!. ¡Nos han apagado las velas!. ¡Y no me han dejado terminar mis tareas con sus constantes llamaditas a reuniones urgentes!. P-Pero... ahora que vos está aquí... Ya no tengo que hacer esas cosas... ¿No?. ¡Llevo tres días llevando la comida encima!. ¡Tengo una colonia de ratas siguiéndome allá por donde paso!.

Arne no parecía tener ganas de hablar o discutir, tan pronto desayunara se marcharía a continuar con su interminable lista de quehaceres, pero para su sorpresa la rutina seria alterada por la llegada del señor a la casa. Finalmente había terminado aquella invasión y al parecer pronto podría volver a casa a reunirse con su familia.

-Si señor, enseguida. -Fue las únicas palabras que saldrían de sus poblados labios antes de salir en busca de los cuerpos y la leña. Su familia aun tendría que esperar un poco para reunirse con él y recibir el cálido abrazo del herrero.

La señora Bavard había acudido al comedor bastante confusa. ¿No había acabado todo? Nos la ha liado, pensó mientras le clavaba la mirada a Greyrat.

Ante los comentarios de la señora Patamás no pudo más que reirse.

- Mire Patamás, si el hecho de que no nos considere damas hace que me evite que intente dedicarme una de esas cosas a las que llama canciones, me doy por satisfecha. ¡Eso que ganamos!

Cuando se abrió la puerta y vio al Seigneur Gueuse cruzarla, sintió cierto alivio. Otro cretino más. Aunque al menos es nuestro cretino.
Afirmó con la cabeza cuando escuchó su nueva tarea junto a Patamás y Greyrat, aunque por dentro se la llevaban los demonios, pues sabía que ahora Greyrat iba a estar más insoportable que nunca al haber tenido razón en todo momento y al haber destapado a los impostores. ¿Que prefería que hubiesen ganado estos últimos antes que tener que aguantar ahora a Greyrat aún más subidito? Bueno, pues puede. Pero no había sido así, y si se comportaba como un cretino en las entrevistas siempre podía empaparle en orín las sábanas.