Partida Rol por web

- Hola, yo soy Eloy - responde el chico, mientras se acomoda en la cama. No parece encontrarse muy mal, aunque comienza a estornudar sin remedio.

- ¡Josemi! - llama al chico, mientras observa como la anciana pone la vista en blanco -. La anciana está entrando en shock, deberías...

- ¡¡Paisana!! - se pone en pie a su lado, sacudiéndole la mano con preocupación - ¿Que pasa? ¡Faigan algo!

Se alza sobre la cama, erguida de pronto. La chica, inconsciente, se aparta de ella, sin comprender que el dolor no importa. Los huesos rotos de María Lucia ya no le molestan. No importa para nada, porque lo está viendo. O sí, lo ve. Se acerca.

No va a llegar a tenerlo delante. No va a ser tan afortunada. Pero no importa. Incluso un rayo de luz en su horizonte haría entrar un mar en erupción. Incluso un reflejo rebotando entre infinitos espejos sería la mayor de las revelaciones. O sí. Y ella lo ha visto, porque se acerca a él. 

- Ya viene - dice, con dulzura, con felicidad -. Solo estará ahí un momento, perdido, pero ya está. Viene. ¡¡OH SÍ!! ¡¡ALABADO SEA!! ¡¡YA VIENE!! - y entonces, contempla al niño y lo entiende -. ¡Tú! ¿Vas a verlo? ¿No? ¿Lo verás?

Se ríe. Todos la observan, sin comprender, pobres ilusos. Ya comprenderán.

- Ahh... Lo que daría por poder verlo con mis ojos - suspira, antes de derrumbarse sobre la cama. Muerta por fin, en puro éxtasis de felicidad.

- Que... ha... - dice, cojeando hasta situarse junto a Gero, los ojos desorbitados mientras contempla a la anciana muerta. 

El rostro de la mujer está retorcido, en una expresión de puro goce. Su falda... Está mojada. Su rigor mortis tenso, sacudido, en una expresión de puro placer. Su marido la observa entre dolorido y sin comprender, pero todos los demás, estáis profundamente perturbados por la escena.

Mientras caminan por el pasillo no para de pensar en el frío que hace allí dentro, "menos mal que encontramos este refugio, fuera no podríamos estar". Hay un montón de cuadros en las paredes, mientras avanzan va observándolos.

-¿Creéis que habrá línea telefónica? Espero que si, necesito una manta y llegar a casa cuanto antes....

Cuando llegan a la recepción Alejandro no pudo evitar entrar en el baño para cerrar la ventana, como si de un acto reflejo se tratara. -El maldito viento habrá abierto la ventana, será mejor que la cierre.

-¿Creéis que habrá línea telefónica? Espero que si, necesito una manta y llegar a casa cuanto antes....

Carlos observaba el camino que habían recorrido por si encontraba algo de su interés.

Alejandro, creo que no va a ser posible. Si te fijas... Ahí afuera está cayendo una buena, por lo que dudo que haya alguna línea telefónica disponible... -comentó con un suspiro. Él también quería llegar a casa en cuanto antes y olvidarse un tiempo de practicar alpinismo-.

Carlos comprobó el teléfono, adelantando el paso antes que Ana, para ver si él tenía razón y, de así serlo,  buscar otra alternativa. 

Con sumo cuidado Sandra se acercó a las puertas para decubrir qué había detrás. Sintió su mano temblar cuando la apoyó en una de las hojas, seguramente sugestionada por todo lo ocurrido y, sobre todo por aquel lugar frío, abandonado y enorme que tanto la imponían. No sabía qué iba a encontrarse tras las puertas, quizás en su imaginación se hubiera visto ante la mismísima entrada al infierno, pero lo único que vio fue el gran comedor abandonafo como todo allí y una luz al fondo.

Sandra se acercó a la zona iluminada para encontrarse con que la música era mucho más estridente allí ya que habían puesto el volumen a tope. Vio también la mochila y entonces se dii cuenta que, quien fuera que se encontrara allí, también debía haber entrado buscando refugio de la tormenta.

-¡HOLA! -Gritó para hacerse oír sobre la música- ¿Hay alguien ahí?

Miro con cara de sorpresa. Rígido, como un palo.

Me santiguo mientras susurro: -Padre nuestro, tenla en tu gloria...

Me acerco enseguida a su marido, me coloco a su lado, mirando el cadáver de la mujer. Cruzo las manos bajo mi vientre. -El señor la ha cogido el su gloria. Jamás había visto una defunción tan eufórica. Siempre es difícil separarse de un ser querido, pero tenga por seguro que está en un lugar mejor. Además ha tenido la suerte de ver al Señor o a alguno de sus sagrados ministros.

Me santiguo de nuevo. Miro al hombre. -Me quedaré a su lado para velar a su mujer. Y si todo va bien y tiene usted a bien, mañana haré una misa en su honor. -Agacho la cabeza y me separo del hombre, para dejar que se despida de su mujer.

Se quedó helado al ver morir a la anciana. No solo la muerte, sino lo que ocurre instantes antes. ¿Cuanta gente había muerto ya? Entre los que falleciesen en el accidente, y más tarde, ya iban unos cuantos. Varias de esas muertes las había presenciado ya en persona.

-Su puta madre... - notaba sudor frío cayéndole por la frente. Al ver a Esperanza acercarse a él le cogió la mano y la apretó con fuerza - Necesito... necesito salir un momento... - la miró un instante, antes de darse la vuelta y caminar hacia el pasillo. 

No se alejó demasiado, apenas unos metros, antes de sentarse en el suelo con la espalda apoyada en la pared. 

Alejandro avanzas hasta cerrar la ventana, cruzando el aseo. Este es pequeño, con dos inodoros tras dos pequeñas puertas de madera, y un lavabo. Cuando llegas a la ventana, que se balancea con el viento y el frío desolador, observas que da a un lateral del edificio, cercano al punto donde la puerta principal estaba cubierto de nieve. Sin embargo, permite acceder al exterior sin ningún problema, y no parece haber mucha nieve en esa zona. 

Coges el teléfono. No te sorprende ver que no hay línea. Por no haber, ni siquiera parece haber la clásica señal continua. El teléfono no emite ningún ruido.

Tras cerrar la ventana del baño, Alejandro se reúne con Carlos y Ana en el recibidor. El gesto de Carlos al colgar el teléfono deja claro que no hay señal. Ahora mismo, aunque el ruido de la tormenta se escucha desde las paredes, la sala transpira mucha más calma que hace unos momentos, cuando el tañido de la tormenta azotaba el exterior. En ese mismo instante, la música que proviene de la sala al otro lado de la planta se detiene.

Permanecéis unos instantes en el recibidor, cuando de pronto el ruido de la tormenta vuelve a golpear con fuerza desde el baño. Aunque no podéis observar el interior del aseo desde donde os encontráis, parece que se ha vuelto a abrir la ventana.

Sandra apaga la música. Es curioso, los altavoces parecen muy modernos. Son muy pequeños, y no ves donde están enchufados. El botón de encendido también es bastante llamativo, casi no se presiona. 

En cuanto la melodía se detiene, el ruido de fondo de la tormenta se convierte en un rumor casi inexistente. Solo el viento resuena muy de fondo. Lo que si se oye es el zumbido que provoca la lámpara de gas.

Sin embargo, en la sala nadie responde. Sea quien sea, no parece haber nadie. Quien sea, quizás no esté tan cerca y tarde en aparecer, o ya no se encuentre allí. Llama la atención que los papeles están desparramados por la mesa sin mucho orden. La mochila está llena, parece que de varios utensilios, que su dueño no ha decidido llevarse consigo.

Se hace un profundo silencio en la sala. Especialmente, después de que Jose Antonio hable. El anciano no parece mirarle con mucho respeto, y de inmediato el cura nota un profundo rechazo a sus palabras. Algunos en la sala se santiguan y asienten, otros miran en otras direcciones. Esperanza sale caminando tras Gerardo, que espera junto a la puerta, y que sigue oyendo todo lo que pasa dentro.

- Oiga, padre, nun creo en sus patrañas ni la paisana creía tampoco - le dice con voz tensa y afectada el anciano-. Así que cállese. Dé su opinión a quien sei la pida.

-Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad así en la Tierra como en el cielo. El pan nuestro de cada día dánoslo hoy; y perdona nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores; y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal - recita, una y otra vez en un susurro afectado y aterrorizado.

Esperanza sale al pasillo. Observa a Gero sentado, y se coloca a su lado, sentada. No dice nada. Tampoco sabe que decir. Aunque recuerda que no solo esta mujer dijo... Cosas raras. El hombre ensartado en el autobús. Él... Él también dijo algo parecido.

- Queda poco tiempo - dice en voz alta de pronto el niño regordete, mientras sigue mirando su GameBoy. Algunos le miran al no entender. Nunca van a entenderlo. Le gustaría tanto pasarse esa mazmorra... Pero no va a poder.