Partida Rol por web

Miro a Rufino un poco afectado por su comentario. No es la primera vez que alguien me manda a freír espárragos o que rechaza la religión católica. Estoy acostumbrado a ese tipo de comentarios, que con éste mundo avanzando, cada vez son más frecuentes. Lo que no quiero es molestar a la gente. Intentaré que no vuelva a pasar.

-Discúlpeme, señor. -Sonrío de manera forzada. -No quería importunarle, sólo quería llevar a cabo mi obligación como pastor y atender a un alma cristiana. No volveré a molestar a ninguno de ustedes con mi verborrea religiosa. Y, por cierto, le acompaño en el sentimiento.

Obviando las palabras del niño, salgo fuera de la sala también. Me han entrado unas ganas terribles de fumar. Abro la puerta y veo a Esperanza y Gero. Salgo, cierro la puerta y les hago un gesto con la cabeza. Me froto las manos por el frío. No les digo nada para no molestar, me alejo un poco y me siento también en el suelo. Miro al frente.

-No me queda ni un cigarillo. No sé cómo voy a pasar la noche así. Me voy a ver en la obligación de pedir uno. La gente está muy afectada por todo ésto y me van a mandar a paseo, pero bueno, una vez más, ¿a quién importa?, tengo que intentarlo. -Giro la cabeza hacia los dos muchachos.

-Ejem... Perdonad chicos. ¿Tendréis un cigarro para un cura con el mono?

Mientras caminaba para ponerse al lado de Ana, observa como cuelga el teléfono Carlos. -No hay línea, ¿verdad?. Lo que suponíamos...- Hace un gesto de resignación. En ese momento se deja de escuchar la música. -Deberíamos ir a decírselo al resto del grupo que no hay línea, parece que ellos han encontrado el origen de la maldita música. ¿Habrán encontrado más gente?- De repente se escucha el ruido de la tormenta con fuerza, desde el baño. -Pero que cojones, acabo de cerrar esa ventana.- 

Ligeramente confusa por la situación que encuentran al seguir el origen de la música, Marina se mantiene en un discreto segundo plano mientras Sara se adelanta para desconectar los altavoces.

Wow. ¿Qué pilas llevarán?

Resulta evidente que alguien ha estado allí y ha dejado sus cosas desparramadas por el lugar.

-Qué raro... -dice con apenas un hilo de voz.- ¿Dónde estará el dueño de todo esto?

Con el ceño ligeramente fruncido, Marina rodea la mesa para tratar de leer los papeles que se encuentran sobre esta para intentar hacerse una idea de la clase de persona que allí se encuentra. O se encontraba.

El joven se retuerce incomodo durante unos minutos cerca de Sandra. ¡Vale! Estalla finamente nervioso. Sé que mirar las cosas de los demás no está bien. Pero no aguanto la curiosidad. Con cuidado comienza a mirar que hay en la mochila y que son todos los papeles que hay encima de la mesa.  Si Bastian no hubiera sido curioso y no hubiera leído el libro de La historia interminable nunca habría conocido a Atreyu y nunca habría vivido grandes aventuras.

Nadie había respondido al grito de Sandra lo que indicaba que el que fuera que estuviera allí y hubiera dejado la música y sus cosas, o bien estaba en la otra punta del parador o simplemente se encontraba tan asustado que no se atrevía a salir al ver tanta gente, algo extraño ya que si estaba en problemas lo más lógico sería pedir ayuda. Pero... ¿y si quien fuera el dueño de aquellos objetos estaba herido?

A Sandra no le hacía ninguna gracia revolver en las cosas que, con toda seguridad, tendrían un dueño que no andaría lejos, pero dadas las circunstancias tampoco impidió que el jovencito tan simpático que las había acompañado lo hiciera, así que acercándose tanto a Marina como a Miguel, ella también se dedicó a mirar los papeles sobre la mesa y a curiosear un poco a su alrededor con cierta curiosidad.

—Estos altavoces tienen que ser muy caros. Es increíble que siendo tan pequeños suenen tan bien —comentó ahora que la música había dejado de sonar—. Espero que el dueño de estas cosas no aparezca de repente, o sino vamos a tener problemas para explicar qué hacemos revolviendo su mochila y... ¿estos papeles serán del misterioso desconocido?

Por no haber, no hay ni siquiera el sonido de comunicar... -comentó llevándose los dedos pulgar e índice a la sien. Déjala, en las películas de terror no es conveniente volver a ir al lugar donde se ha ido antes... Así pues... ¿Recuerdas de dónde procedía el sonido?

Gero se había quedado un poco trabado con algo que acababa de decir Esperanza. Era algo en lo que no había reparado, pero ahora que ella lo decía... joder, si que era raro... y no era lo único raro que estaba pasando allí... 

-No te preocupes, todo a a salir bien...   - le agarró las manos para tratar de tranquilizarla una vez más, aunque en este caso no le hablaba solo a ella, también a si mismo. Cada vez estaba menos seguro de que todo fuese a salir bien. 

Iba a decir algo más, pero le interrumpió la llegada de José Antonio. El cura parecía no ser demasiado bienvenido por la familia de la fallecida. 

-Lo siento padre, nada de nada - negó con la cabeza - perdí la mochila en el accidente. Llevo conmigo un walkman y poco más - se señaló a los auriculares. 

Durante un momento, observáis la puerta del baño desde el recibidor. El ruido del exterior lo inunda todo, incluso la corriente fría desde la ventana se percibe a metros de distancia.

Y entonces una figura cruza el umbral.

Es un hombre alto. Muy alto. Más de dos metros. Le cubren de los pies a la cabeza un traje polar gris claro, junto con las botas de montaña. A la espalda lleva una escopeta de dos cañones, colgada de una cuerda, y un enorme machete de casi medio metro de hoja pende de su cinturón. Todo esto ya resultaría amedrentador si no fuese por dos detalles más llamativos.

El rostro del hombre está cubierto por una máscara de gas. 

Y un conejo pende de su cuello, enganchado por una cuerda. Como un amuleto. El conejo sangra de una de sus piernas, amputadas, y se sacude. Vivo, o casi. Tiene los ojos rojos, encharcados en sangre que mana sin cesar, y salpica el abrigo del hombre de manchas carmesís.

Da un par de pasos hasta situarse en el centro del pasillo, junto a la puerta del baño. Bloquea la salida del vestíbulo, y con cierta desidia pero con bastante rapidez, coge su escopeta. No os apunte. Solo os mira.

- Pero... ¿Qué cojones? - dice Ana, retrocediendo hacia atrás con expresión aterrorizada. Unas gotitas de sangre del conejo salpican el suelo cerca de donde se encontraba.

Desde el otro extremo del pasillo, junto a las escaleras, Felipe había permanecido mirando uno de los cuadros. En ese momento, cuando ve al hombre, abre los ojos con expresión desorbitada. "QUE COÑO".

-¡EH! - grita- ¡Qué pasa! ¡Quién eres!

- Ahh - suspira. Su voz, suave, casi dulce, contrasta con su aspecto enorme y descarnado -. Se suponía que estabais arriba. ¿Por qué teníais que estropearlo todo? ¿Eh?

Sin más alza el rifle, apunta a Ana y dispara.

Con un grito de dolor y terror, Ana se derrumba en el suelo. Su rodilla está hecha pedazos, destrozada, su pierna, una amalgama de sangre y huesos. Ana la observa un momento mientras comienza a arrastrarse fuera del alcance del arma del chiflado.

Todo pasa... Muy rápido. Ninguno sabe muy bien que hacer hasta que el hombre dispara y entonces todo se desencadena. La escopeta aún debe tener otra bala cargada, y vosotros estáis justo frente a él. Quizás os dispare. Si os metéis en el recibidor os cubriríais de su arma, aunque puede que por poco. Si avanzáis hacia él, os exponéis a que os dispare en el proceso, y parece difícil de derribar.

Y luego está el terror. El miedo a la muerte. No es algo que sea tan fácil de doblegar.

La gente sigue charlando, esperando. Carlos observa la consola. Apenas queda nada. En ese momento, nota que la música que sonaba antes ha parado.

- Ya no hay música - comenta. Su madre le acaricia el pelo pero Carlos no la mira. Sigue observando la consola.

La mujer les ha dicho lo que iba a ocurrir, pero tampoco lo sabe todo. No puede saberlo. Si se lo dice tampoco cambiará nada, y puede que sea la última posibilidad que tengan de entender algo. Así que Carlos levanta la vista y les dice en voz alta a todos, haciéndose oír.

- Se acaba el tiempo. Si queréis verlo, va a salir ya - dice, y señala hacia el pasillo. 

Escucháis al niño, tras notar que la música se ha parado. Dentro discuten, y fuera, Esperanza aprieta la mano de Gero y asiente. Nadie le ofrece un cigarrillo al sacerdote, porque quizás no fumen, o simplemente porque están preocupados por otra cosa. Y entonces todo ocurre. 

Primero, es la voz de un hombre. Creéis que es Felipe. Grita, y aunque viene de un par de plantas abajo y se oye algo atenuado, no dejáis de entenderlo bien.

"¡EH! ¡Qué pasa! ¡Quién eres!".

Os volvéis. Pero antes de que podáis discutir...

Se oye el estruendo de un disparo. Proviene de la planta baja. Seguido de un grito, o varios, de dolor. O de horror. Pero el eco del estallido todavía reverbera.

"Oh, joder". Seguro que algún puto tarado estaba haciendo lo que no debía. "Tenía que haber bajado".

- ¡¡María, quédate aquí!! ¡Cuida al niño! - grita y sale corriendo hacia las escaleras.

Abres la mochila, curioseando, para ver si encuentras algo. Y vaya si hay algo.

Una pistola. Y parece de verdad.

Además hay una cantimplora, bengalas, y un pequeño libro de cuero negro. También lo que parece una brújula, aunque algo extraña, y un mapa doblado.

Os volvéis unos segundos hacia los papeles. Al instante, os dejan confusas. Están, principalmente, escritos a mano. La mayoría son ecuaciones matemáticas que ninguna de las dos comprende, menos aún con un simple vistazo. Parecen cálculos bastante complejos. Si a eso se le añade que están todos embarullados, sin ningún orden, y letras caóticas... Y que encima tienen un montón de garabatos dibujados alrededor, y cosas absurdas escritas. "AMANECE PRONTO" repite mucho. Y otra hoja solo tiene escrito, enorme, sobre las ecuaciones: "NEGRO. NO. VACÍO. NO. SIN".

Hay muchos más papeles, pero... Antes de que os de tiempo a leer más en profundidad...

Os gustaría poder investigar más, pero... Antes de que pasen más de unos segundos, todo se desencadena a velocidad de vértigo. 

Primero, es la voz de un hombre. Creéis que es Felipe, el hombre de gafas de sol que se quedó junto a las escaleras. Grita, y desde la sala, al haber apagado la música, se oye bastante bien.

"¡EH! ¡Qué pasa! ¡Quién eres!".

Os volvéis. Pero antes de que podáis discutir...

Se oye el estruendo de un disparo. Muy cerca. Viene del pasillo mismo, al otro lado de las puertas. Seguido de un grito de una mujer, o varios, de dolor. O de horror. Pero el eco del estallido todavía reverbera.

No veis lo que ocurre. Las puertas dobles que dan al comedor están cerradas.