Partida Rol por web

La canción empieza con el principio y el final de nuestra historia. Una melodía que se acopla durante unos instantes al golpe de viento que sacude el autobús, al enorme vendaval de nieve y hielo que sacude el vehículo, la carretera y la cima de la montaña de forma repentina e inclemente. Como si un huracán apareciese de la nada, arremete contra vosotros con fuerza desproporcionada.

De nuevo. 

Porque estáis de nuevo en el autobús, sentados en vuestros asientos, como si nada hubiese cambiado. Como si todo hubiese sido un mal sueño.

El conductor, sorprendido, suelta el volante y ni siquiera pisa el freno, lanzando un chillido asustado. El autobús supera al coche sesgado por la mitad a su paso y continua en línea recta contra el guardarraíl del borde de la carretera y, frenado únicamente por la nieve, choca de frente y os propulsa contra los asientos delanteros. Es un impacto fuerte aunque menos dañino que el de la vez anterior. 

Y así, el autobús se detiene, sin haber volcado esta vez. Humeando, con el morro roto y con la luna delantera destrozada, el cuerpo del hombre que iba en primera fila la ha cruzado, de nuevo, quedando estampado contra el capó. 

Entonces comienzan las carcajadas y los gritos.

Hay horror en ambos lamentos, solo que, quizás, las risas tienen un punto de celebración. 

Y los cuerpos caen o se desploman en múltiples lugares del autobús.

En la segunda fila, el hombre de la gorra derrumba su cabeza sobre el regazo de Lola. Sus ojos sangran sobre la falda de la mujer, encharcándola de sangre, mientras los estertores sacuden su cuerpo en un temblor irreverente y su boca se tuerce, por un mísero instante, en una mueca de placer.

Lola abre la boca para gritar. Pero el horror la detiene. Los ojos sanguinolentos del muerto la miran mientras tiembla. Con lentitud, con absoluta y parsimoniosa lentitud, coloca sus manos sobre la cabeza del tipo, y la aparta de su regazo. En la falda ha quedado una mancha de sangre extraña, similar a una imagen de un test de Rorschach. 

El hombre se derrumba, mientras sus ligeros temblores siguen sacudiendo su cuerpo. Lola, todavía con una calma infinita se pone en pie, observando la mancha y al cadáver. Y el autobús. Y camina hacia la puerta. 

- No. No. No. No. No. No. Dios todopoderoso. No, no. No.

La puerta se abre y sale fuera. A la nieve. Lejos de ese lugar. Lejos del horror.

No puede ser.

Cierto.

No.

Puede.

Ser.

Está sentado en el autobús de nuevo, en el asiento del conductor. El cinturón y la nieve acaban de salvarle la vida. No ha habido impacto. Esteban está bien. La luna está rota, y el hombre que viajaba a su lado... Julián, había dicho que se llamaba, yace inmóvil encima del capó. Esteban trata de decir algo, pero entonces nota que está llorando y que durante todo este instante, no ha cesado de repetir lo mismo.

- No puede ser, no puede ser, no puede ser.

Una señora camina junto a él. Pulsa el botón que abre la puerta y sale andando hacia el exterior. El frío que entra por la puerta y por la luna destrozada es demoledor. Esteban la observa, pensando en decir algo para detenerla, pero no puede parar de repetir lo mismo.

- No puede ser, no puede ser...

Muerto, su rostro completamente destrozado contra el capó del vehículo, sacude sus piernas en un leve pataleo. Muy leve. Y aunque nadie lo oye, parece soltar una risita incómoda. O quizás son sus tripas revolviéndose en un cuerpo roto.

Karina tiembla, sangrando por la mirada, sentada en su asiento. Su sonrisa es plácida, tensa pero plácida. Los ojos se pierden en el infinito.

Y en su interior, flotando en un mar amniótico, su bebe sangra por unos ojos que jamás verán la luz del sol. 

"Inspira".

Ana toma aire, con calma. Se toca la rodilla destrozada por el disparo. Pero no hay nada. Ni rastro de sangre, ni rastro de daño alguno. Está bien.

"Expira".

Ana expulsa aire, con calma. Está bien. En el autobús. En una situación imposible, sin sentido, atrapada en el frío incesante del exterior. Con cuidado se pone en pie. Esta vez el vehículo no ha volcado, solo ha chocado de frente. Echa la vista atrás por un segundo, observando a Alejandro.

"Hijo de la grandísima puta". 

A su derecha, un chico parece aturdido y trata de desperezarse. Sin decir nada, sin pensar en nada, Ana avanza hacia él y comienza a tomarle el pulso. "Primero ayudar. Luego pensar". Así que eso hace.

Por primera vez, Francisco entiende lo que está ocurriendo.

Como si flotase en una historia que no le pertenece, Francisco jadea. Una mujer se acerca a preguntarle si está bien, le toma el pulso, pero él asiente.

- Sí - asiente, y comienza a reírse a grandes carcajadas - Claro que sí.

Las risas inundan su garganta, desesperadas. La mujer se aparta de él con disgusto, pero no puede contenerse.

Joder. Está perfecto.

Nadie ve sus ojos. Las gafas de sol le cubren, pero su cuerpo se inclina levemente hasta caer en mitad del pasillo. Y aunque nadie puede ver sus ojos, los surcos de lágrimas rojas que cubren sus mejillas se perciben con claridad.

Sin comprender nada de lo que pasa, Paloma lanza un grito asustado. Y luego se vuelve hacia Josemi, sentado a su lado.

"¿Ha sido un mal sueño?". No lo parecía, pero... ¿Quizás sí?

El rostro de su novio es toda la respuesta que necesita. Mientras su corazón se acelera a toda velocidad, abraza a Josemi y comienza a llorar entre lamentos incontenibles.

"Esto es imposible".

Ella le abraza.

Claro.

Como no. No tiene ningún sentido, pero allí está, abrazándole, llorando. Josemi recompone una expresión natural, en que su mandíbula se encaje donde debe, y la abraza.

"Claro". Ese es su castigo. Atrapado en ese limbo de infelicidad, para siempre. De muerte, y frío. Eso es lo que pasa.

- Claro - dice. Y asiente, mientras palmea la espalda de Paloma, con la vista perdida en el infinito.

Edu ha visto cosas.

Cosas que algunos no creerían. Y no deberían. Durante gran parte de su larga vida, ha sabido que quizás nada de lo que había visto era real. Quizás imaginaciones enfervorecidas. Temores surgidos de sus deseos no satisfechos. Una vida entera ocultándose, negando la realidad de sus deseos. Trepando a cimas, surcando senderos que pocos se atreven a recorrer, para poder ocultar que toda su vida es una mentira.

Y ahora sabe que todo lo que ha visto es verdad.

Tarda unos instantes en comprender, pero entonces se vuelve hacia Carlos. Este tiene la vista perdida en ninguna parte, con lágrimas cayéndole de los ojos. Agarra su rostro y le planta un beso en la frente.

- Carlos, chico - susurra. Basta ya de mentiras -. ¿Estás bien?

Esperanza toma aire, mientras un dolor en lo más profundo de su estómago la azuza. "No ha podido ser real, ¿verdad?"

Sus sueños se habían esfumado. Estaba de vuelta en un lugar donde no correspondía, atrapada en una irrealidad terrorífica. 

Busca con su mirada alrededor. Y allí está. Gero. ¿De verdad había ocurrido todo? 

- Gero... ¿Que ha ocurrido? - pregunta. Él no puede tener la respuesta, ¿pero que puede hacer aparte de preguntar?

María trata de entender lo que acaba de ocurrir. Ha sido una pesadilla.

Es la única explicación racional. Se ha llevado un golpe y ha sufrido una pesadilla.

- ¿Carlitos, estás bien? - le pregunta a su hijo. 

De vuelta a unos momentos atrás, al principio de la mazmorra. Sabía que no podría pasársela. Carlos escucha a su madre preguntar si se encuentra bien y asiente.

- Sí, mamá - responde, y vuelve a encarar el viaje tortuoso de Link.

Alfonso observa a su mujer y a su hijo, con la vista perdida.

Hace unos momentos corría por su vida ante un chiflado, y ahora...

No. Nada de eso había ocurrido. No podía haber pasado.

Luego clava su vista en Esperanza. "Que chica más guapa", piensa. ¿Es cierto, no?

Es guapa.

Se pone en pie.

- Venga, gente - afirma -. Tenemos que buscar refugio. El frío del exterior y la nieve... Nadie vendrá en nuestra ayuda, y hay que ayudar a los heridos.

Rufino contempla a su mujer. Los ojos le sangran, la sonrisa tensa. No dice nada, solo la abraza en silencio. 

Hay muchas explicaciones pero ninguna tendría sentido alguno. Lo único que sabe es que su mujer está muerta. Así que llora de nuevo, abrazando el cuerpo de la anciana.

Su cuerpo muerto y tembloroso se zarandea cuando su marido la abraza, y la sangre de sus ojos gotea en la espalda del abrigo del anciano.

André mira en derredor. Se santigua, y da un salto, con un grito absurdo para un hombre tan grande. 

¿Están... de vuelta?

- Pai nosso, que estais no céu, santificado seja o vosso nome, venha a nós o vosso reino...

Grita.

Paco grita, mirándose las manos. 

Sus dedos. El dolor. No está ahí. El frío. Los ojos. 

No puede ser. Todavía lo recuerda. El frío. Dios santo. Este es su infierno. Es el infierno de sus pecados.

El frío. Los dedos inmóviles, convertidos en carámbanos. 

Paco vuelve a gritar, y se hace un ovillo sobre si mismo, abrazándose en posición fetal, reclinado sobre el asiento. Y grita y llora.