Partida Rol por web

Duermes. Y sueñas.

El sueño es interesante. Como todos los sueños. Este, sin embargo, se evaporará de tu memoria a los pocos minutos de que te despiertes... Como la mayoría de sueños.

Lo que lo hace especial es que en esta ocasión, olvidarlo acabará por volverte loco. Eso es algo que sabes, mientras sueñas. Que olvidarás, cuando despiertes, y que eso te destruirá. Y es que en este mundo hay detalles inesperados, como un sueño, que acaban conduciendo a la locura. Y tu lo sabes bien. 

¿De que es el sueño?

De la oscuridad perpetua. De la negrura que se extiende por el filo del horizonte, como las garras de una nada que raspa todo lo que tu siempre has creído que era perpetuo.

Y sabes que lo olvidarás. Porque lo has olvidado antes. Pero lo que has visto... Aunque la respuesta esté en el sueño, lo que has visto, momentos atrás, no podrás olvidarlo.

Así, con ese sueño, despiertas, jadeante, aterrorizado, muerto por dentro, y al mismo tiempo totalmente perdido por lo que acaba de pasar, de nuevo, en tu asiento del autobús.

Retrocedes, casi por instinto.

Y parpadeas.

La luz difusa de la lámpara de gas da paso al tenue brillo del día que se filtra entre la ventisca, por el cristal del autobus. El silencio da paso al vendaval, la palpitación y el pánico de tu cuerpo renacen sobre un cuerpo en perfecto estado.

Jadeas. Boqueas, tratando de recuperar la respiración. Los auriculares con la música siguen anclados en tus oídos. Tienes ganas de chillar.

Atrás, te vuelves. Hay gente a tu alrededor, hablando, gritando, pero ves como el cuerpo del hombre de gafas de sol se derrumba en medio del pasillo... Y como la chica embarazada sangra desde su asiento, por los ojos. Muerta.

Casi te tropiezas, cuando tu instinto hace que tus piernas hagan el ademán de seguir corriendo. Te agarras como puedes al asiento delantero, y esperas el impacto sin comprender.

No entiendes nada. Tardas unos segundos en ubicarte, mirando en derredor mientras recuperas un aliento que nunca has perdido. Esperanza te llama, sentada en su asiento, con una confusión notoria en su voz. Y hay gritos, lamentos en todas partes. Risas. Alguien dice que deberíais buscar refugio, como si fuese lo más normal del mundo.

No entiendes nada.

Tu vista se queda perdida en el infinito. En la lejanía. En un horizonte que ya no está ahí, pero que en tu mente, no se ha ido. En una zarpa de nada, negra, que lo cruza todo. Que parte el mundo en dos y lo arrasa y lo devora.

Lloras. Dios, que pequeño eres. No eres nada. Una mísera mota de nada.

Notas un beso en la frente, y observas el rostro de Edu, mirándote con preocupación y lágrimas en los ojos. No es suficiente para sacarte del páramo de horror en el que te hayas sumido, pero, al menos, si que despeja tu cuerpo lo suficiente para reaccionar.

El conejo desaparece.

El enmascarado también.

Te zarandeas en su asiento, tratando de apartarlos, con un terror como jamás has sentido. Ante algo peor que la muerte: dudar de todo lo que crees.

Y de pronto estás allí, en el autobús. Te palpas la cara, sin comprender, y no hay sangre; los dientes siguen en su sitio. ¿Cómo ha podido pasar? ¿Ha sido un sueño? ¿Solo eso?

Una rápida mirada en derredor te deja claro que si hubiese sido un sueño, habríais soñado todos juntos.

Un hálito. 

Un hilo que te sostiene entero, vivo. Eso te trae de vuelta. 

Gritas, de dolor, llevándote la mano a la cara. Tu ojo izquierdo sangra, y notas un temblor en la mano. Con el derecho sigues viendo alrededor, pero el izquierdo... El izquierdo sigue sumido en la oscuridad.

La comprensión de la muerte se disuelve como un azucarillo en una taza de café. Ahora, solo queda el miedo, el dolor, el no saber nada, y el pavor de reconocer que lo que ha pasado ha sido real. Te has muerto. Solo quedaba una mota de ti mismo, aún sostenida en la existencia. Quizás por eso sigas vivo y la señora que está a tu lado no.

Te sientes diminuto. Roto, y diminuto. Incapaz de entender, o razonar con claridad. 

La pistola desaparece en tus manos, que de pronto se encuentran tapando tu cara. No entiendes nada, pero acto seguido llega el impacto. Te zarandeas, y cuando levantas la vista... Allí estás, de nuevo. En el autobús. 

Delante de ti, Miguel grita. A tu izquierda, el hombre de gafas de sol se comporta como si hubiese vivido el horror más grande que se pueda presenciar. Y tú... Tú tratas de comprender.

Estás allí, sentada, de vuelta. ¿Es acaso posible?

Todos oís al chico, Miguel, gritar desde su asiento, llevándose una mano a la cara. Uno de sus ojos sangra; el otro no.

De vuelta al autobús. De vuelta a revivir el accidente. De vuelta al horror...

Pero... ¿qúé? ¿Ha sido una pesadilla?

Marina no puede dar crédito a lo que está ocurriendo. Se encuentra profundamente agradecida por estar viva y no delante de ese psicópata enmascarado pero... ¿cómo es posible? Es imposible que fuera una pesadilla...

La joven se quita los auriculares que cubren sus oídos al tiempo que mira a su alrededor. Caos. Gritos. Muerte. Sangre. Frío... Las lágrimas luchan por brotar de sus ojos y a duras penas es capaz de contenerlas. Está asustada. No. Atemorizada. Un ligero temblor, no sabe si a causa del miedo o del frío -o ambos-, se ha adueñado de sus manos.
 

-¡¿Hola?! -grita a pleno pulmón obligándose a ponerse en pie. -¡¿Alguien?!

Me palpo, nervioso, me tiemblan las manos e hiperventilo. 

-No, no, no, no... Este no es el cielo, no, no, no puede ser... ¿Es el infierno? ¿Estoy ya muerto? ¿Cuándo he muerto? -Miro a mi alrededor, a los demás, con cara de terror. Muevo rápidamente la cabeza de un sitio a otro. Veo al portugués que grita, a la mujer mayor que le sangran los ojos, como al conejo...

-¿Ustedes están muertos? -Pregunto. La respiración alterada. ¡Estamos todos muertos! -Ahora susurro mirando hacia mis pies: -Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino... ¿Dónde estás, oh, señor? -Me pongo de pie y comienzo a andar hacia la parte delantera del autobús, el rostro asustado aún permanece.

Me he añadido un punto más de incoherencia. El total que tengo es 2. Dime cuántos más me sumo por fallar la tirada.

Uno más :)

Había conseguido coger la pistola y, a pesar de que no tenía ni idea de cómo se manejaba un arma ya que era la primera vez en su vida que veía una en vivo y en directo, se decidió apuntar con manos temblorosas al responsable de la muerte de Miguel y del otro tipo. Levantó el arma a la altura de su cara y... de repente la pistola desapareció y sus ojos sólo veían las palmas de sus manos.

Un vehículo en movimiento, un golpe, gritos y de nuevo... el accidente. ¿Qué estaba pasando? ¿Acaso de verdad todo había sido un mal sueño?

Le dolía todo el cuerpo por el impacto que acababan de sufrir pero, ¿era el mismo dolor que se repetía o era uno nuevo? Sandra ya no sabía distinguir lo que era real de lo que había imaginado, si es que un sueño tan vívido como el que había tenido era producto de su imaginación, pero fuera lo que fuera aquel accidente sí era real. Miró a su alrededor y sólo vio miedo, sufrimiento y muerte. Ojos rojos de sangre, seguramente debido al fuerte impacto y el grito estridente de una joven voz justo delante de ella.

Con el eco del grito de Miguel, ¿por qué sabía su nombre?, Sandra se levantó para saber qué tal se encontraba el muchacho y cuando lo vio con la sangre resbalando de su ojo que intentaba cubrir con la mano, se quedó paralizada por la impresión. Como un sonido muy lejano llegó hasta ella la voz de alguien que rezaba en dos idiomas distintos pero en esos momentos Sandra era incapaz de apartar la mirada del rostro de Miguel.

Consiguió salir de su abstracción al escuchar una voz que le resultó conocida y fue cuando vio a Marina, ¿pero cómo era capaz de saber sus nombres?, que parecía tan desconcertada como lo estaba ella misma. Sandra, levantada de su asiento, echó un vistazo al resto de pasajeros comprobando, para su asombro, que muchos de ellos tenían los ojos rojos y que incluso estaban sangrando.

—¿Quién necesita ayuda?  —Se obligó a decir a pesar de que ella no tenía ni idea de primeros auxilios.

Aquel era un buen momento para echar un cigarro que la calmara, la pena era que no le quedaba tabaco.

Gero miró a su alrededor, confuso. Estaba de vuelta en el autobús ¿Que ostias había pasado? Acababa de correr escaleras arriba escapando de un loco, pero estaba de vuelta en el autobús, agarrado al asiento delantero ¿Ha sido un puto sueño? ¿Una alucinación? Esperanza estaba también allí, sentada en su asiento. Su pie ¿estaba bien? Era todo en lo que podía pensar en ese momento. 

Miró hacia ella, confuso, sin reparar demasiado en las voces que sonaban a su alrededor. Lo tenía todo aun fresco en la cabeza, el accidente, el autobús volcando, los muertos... el refugio, la música que sonaba, el loco... Respiró aliviado al darse cuenta de que su mochila seguía con él. 

-Yo... no lo sé... ¿estás bien? - le preguntó a ella - ¿Tu pie está bien?

A su alrededor algunas personas empezaban a levantarse. El tipo de al lado parecía muy clamado, como si aquello fuera lo más normal del mundo. Él se levantó también, como si aquello fuera un reflejo automático. 

-Vamos, salgamos de aquí... - le dijo a Esperanza, necesitaba salir de aquel autobús - ¿Tienes ropa de abrigo? Ahí fuera está helando...  

No puedo ver la tirada oculta, pero conociendo mi suerte voy sumando la incoherencia xdd

Al saltar por la ventana del baño pudo sentir un pequeño alivio, estaba lejos de las manos del encapuchado. Aunque no le duro mucho, la ventisca era tan fuerte que se estaba helando cuando de repente todo se vuelve negro, oscuridad.

Siente como va cayendo lentamente, una caída sin final. No puede ver nada, no alcanza a tocar nada, no siente nada. Simplemente cae, no sabe si baja lenta o rápidamente por la oscuridad. Cada vez más profundo, un pozo sin fondo.

Hasta que siente como se golpea fuertemente contra algo y despierta. Otra vez en el autobús, aterrorizado. ¿Todo lo que había pasado sucedió de verdad? Quién sabe, Alejandro sólo estaba seguro de una cosa, está vivo. Le tiemblan las manos sin saber la razón, el miedo que siente no le deja ni moverse. 

-Él, el encapuchado... ¿dónde está?. Él, el encapuchado... ¿quién es? ¿Soy yo? No puede ser, yo soy yo. Tiene que ser Paula, sí seguro que es ella. Quiere quedarse con la casa... No la dejaré- susurra en un tono casi imperceptible.

El chico se queda quieto y callado en su asiento. La sangre le corre por la cara pero no hace nada por limpiarse. Simplemente, respira con grades bocanadas irregulares mirando al infinito. Su cerebro no es capaza de asumir que ha pasado.

En alguna de sus queridísimas películas de acción dirían que el pobre Miguel estaría en shock, o como diría su abuelo “este chico esta en las nubes, con la mirada de los tres mil metros”.