Partida Rol por web

«Una segunda oportunidad», el pensamiento toma forma en tu mente con naturalidad, «para vengarte. Para volver a hacer que esos cabrones de mierda que enviaste a este lado paguen lo que se merecen. Panda de basura».

Peter no se sintió intimidado por el general, es más, le aguantó la mirada mientras este seguía enfocando su atención en él. 

Pensó en aquella nueva y extraña habilidad que había desarrollado espontáneamente cuando los soldados abortaron su intento de huída, y no pudo evitar la tentación de utilizarla sobre él, movido por la curiosidad sobre cuáles serían los deseos de aquel hombre... 

Si lo conseguía tal vez entendería mejor el porqué de aquellas extrañas advertencias. Nada tenía sentido; primero quería saber lo que había ocurrido con todo lujo de detalles para después instarles a que no contaran lo mismo a quienes los esperaban dentro de la fundación. ¿Acaso no estaba toda esa gente en el mismo barco? Si todos luchaban contra el marqués y otros como él, ¿por qué demonios lo sucedido debía permanecer en secreto para algunos?

Doug trató de recordar lo que había ocurrido, pero le costó un poco: la voz en su cabeza, su "Sombra", como la habían llamado, no hacía más que comerle la oreja, pero... ¿realmente era su Sombra la que le proponía aquellas ideas? ¿No sería él mismo? A veces le costaba ver la diferencia. Cuando en su mente se dibujó por fin la lamentable desbandada de la Legión Siniestra ante la espada del marqués, el ex-convicto se animó a contestar él mismo al general. Aquel suceso en particular le planteaba una duda bastante importante. 

—El marqués le cortó el cuello —su tono no hacía mucho por disimular el desdén que sentía hacia el "doblemente difunto" capitán—, y él, el caraquemada se... se derritió, joder. Se derritió allí mismo, en la acera. 

La verdad, no se le ocurría una descripción mejor que la que había dado. El tío se había deshecho como si fuera una estatuilla de hielo, sin dejar absolutamente nada tras de sí. Como si nunca hubiera existido. 

—¿Es eso lo que te pasa aquí cuando estiras la pata? ¿Te derrites, y dejas de existir? ¿O vas a parar a otro sitio? 

Visto lo visto, ya no sabía qué pensar. 

Kutner asintió cuando el General le corrigió.

—Capitán Greene, por supuesto.

Hubiera creído que era una mujer; pero ya daba igual. Hombre o mujer, los tenía bien puestos: era el único que se había quedado a dar la cara.

Tras mencionar al saco de mierda de Frank, Kutner se volvió a sentir revitalizado, y aquel extraño fulgor volvió a recorrer su cuerpo. Sonrió satisfecho. Si había conseguido que jodieran a ese gilipollas, había merecido la pena el esfuerzo.

Escuchó la oferta de Hertz con atención, pero había tres problemas para aceptarla. El primero era que no sabía si podían ponerse de acuerdo todos: algo que los gruñidos subhumanos de Doug hicieron aún más patente. Y el segundo, que no eran los únicos que habían visto algo.

Pero el tercero era el más grave: Kutner no se fiaba. ¿Por qué les avisaba? ¿Porque estaban en peligro? Y una mierda. Y una puta mierda. El que estaba en peligro era el culo del General. Quizá le iban a pedir cuentas acerca de por qué sus tropas eran incapaces de hacer frente al "Marqués", y habían huído en desbandada. Quizá el Anacreonte se iba a pedir los huevos del General para desayunar.

—Gracias por la oferta, mi General — respondió Eric, aunque con menos amabilidad que antes — Pero comprenderá que sólo podremos guardar el secreto si nos convence a todos para que lo hagamos; bastará que uno de nosotros cuente lo que ha visto, para que el silencio de los demás no tenga ningún valor.

Miró intencionadamente a Doug: si alguien iba a decir "no" a todo, con o sin motivo, iba a ser él.

—Además, no somos los únicos que hemos estado allí: con nosotros venían dos mujeres, Caroline y Amelia; y un viejo, un tal Victor. El trato les tiene que incluir a ellos.

Sostuvo la mirada del General: no quería retarle, ni estaba en posición de hacerlo, pero tenía que quedarle claro que aquella mierda no le iba a salir gratis.

—En cuanto a lo que ocurrió, fue tal y como lo cuenta éste — dijo señalando a Doug con la cabeza — Además, antes de caer, el Capitán Greene dijo algo acerca de que el "Marqués" no podría destruirles a todos, y que su juego sólo acababa de comenzar. Que, cuando terminara, el "Marqués" se quedaría solo en las calles de Londres. Que me jodan si sé a qué se refería.

—Si le salvo el culo a Amelia, me ayudará — se dijo — Ella estará agradecida, y, si sabe algo de Lucy, me lo dirá, seguro.

—Eres tú el que lleva rajando de todo y de todos desde que ha despertado —espetó a Eric—, así que cierra la puta boca de una vez y déjame en paz. 

«Qué cruz, joder». 

—No haga caso a ese gilipollas —le dijo entonces al general—. No soy un chivato. Si lo que quería era que no se corriera la voz, llega tarde. El viejo y todos los demás ya han pasado al registro. 

«Todos quieren utilizarnos. Esconden, mienten», es el pensamiento que toma fuerza en tu cabeza, «Fingen que es por nuestro bien, pero quieren algo. No te fíes, pero aprovéchate de ellos para llegar a ese registro y llévate a la yonki contigo. Tenemos que confirmar qué le ha pasado a Lucy. Es lo primero».

Doug no era el más hábil leyendo a la gente pero, tal vez fuera por su experiencia en interrogatorios y juicios pasados que empezaba a intuir que en esa situación lo mejor iba a ser seguirle el rollo al general. Era lo que más le convenía, y mantener la boca cerrada solía ser siempre la mejor opción. Que el general —o Marty, o quien fuera— saliera ganando era lo de menos: lo importante era saber que no te habías vendido. Lo sentía por los demás, pero si lo que el estirado decía era verdad, entonces ya estaban perdidos. 

«Sea quien sea el Anacreonte, es evidente que manda más que este cabrón», pensó, mientras miraba al general. «Y si no nos la está jugando y los demás ya han contado toda la historia a los de dentro... entonces lo que sea que les vayan a hacer es lo que nos harán a nosotros si decimos lo mismo». 

No soy capaz de dar respuesta a su pregunta, ¿cómo lo he hecho? No tengo ni la más remota idea y eso, en cierta forma, me exaspera, quiero saber qué ha ocurrido.

«Supongo que sería terrible», le digo antes de que un montón de nuevas preguntas vengan a mi mente. «¿De verdad sería así?» pregunto, «quizás no se esté tan mal si nada ni nadie vuelve a molestarte, ¿por qué crees que lo estaría?».

Aunque no es eso lo que quiero, no deseo ser olvidada, lo que me gustaría saber es qué me ha pasado y cómo se lo ha tomado mi familia. ¿El mundo ha seguido funcionando sin mí? Eso por descontado, a nadie le importo lo suficiente para que detenga por completo su propia vida, y mucho menos lo hará el mundo. Algunos me habrán llorado o me llorarán, pero eso con el tiempo se olvida, igual que todo.

«¿Será ese el verdadero olvido?»

«Maldito poli tocacojones. Deberíamos abrirle la cabeza de muerto gilipollas que tiene de una jodida vez. Pero aquí está pasando algo, alguien nos la quiere colar. ¿Quieres saber qué? Te ayudaré».

La pregunta del general hace que mis ojos se muevan hacia arriba, buscando ese recuerdo que preferiría no tener. La imagen es aun muy reciente. Jugueteo nerviosa con mis uñas y me giro hacia el convicto. Asiento a lo dicho por él, apoyando sus palabras, luego me vuelvo hacía el policía y vuelvo a hacer un gesto de asentimiento tras su explicación.

—Los dos desaparecieron como si no hubieran estado nunca —añado, por decir algo y que no parezca que no me enteré de nada.

Después de eso sigo atendiendo a sus explicaciones; la verdad es que la idea de estar en peligro después de muerta se me hace bastante extraña e incluso difícil de creer.

Entiendo, si no decimos nada a ese anacreonte, él intercederá por nosotros y dirá que somos de valor por haber colaborado. Lo miro con suspicacia y sacudo la cabeza en una clara afirmación; de momento es el mejor plan que tengo, ya veremos qué va sucediendo, ni siquiera sé qué es lo que ocurrirá más tarde.

—Disculpe, General —digo, haciendo un pequeño gesto para atraer su atención—. ¿Qué es un anacreonte?

Doug escuchó el susurro en su cabeza y nada más terminar este, lo que Leto les había hecho hacía apenas unos minutos. No sabía muy bien cómo podía joderle el decirle que sí, claro que tampoco comprendía como una voz en su cabeza podía ayudarle como ya lo había hecho. Había sentido una fuerza extraña y muy real acompañándole cuando le dio —¿dieron?— la hostia a Eric, así que sabía muy bien que en eso no le mentía, y aunque la sensación que vino después no había sido en absoluto agradable, no había ido a más. La pregunta era, por tanto, cómo podía joderle su Sombra. La falta de respuestas se sumó a la incertidumbre ansiosa que le llevaba acompañando todo el viaje en su riña con la advertencia de Leto, y al final fueron las pintas del general las que terminaron por decidir la cuestión. «Nadie está tan limpio», se dijo, al tiempo que aceptaba la oferta de Bull.

«Bull». Si iba a tenerla en su cabeza dando la murga las 24 horas del día, más le valía darle un nombre, ¿no? 

Le sorprendió enterarse de que el Marqués había acabado con Caraquemada, y se sintió aliviado por no haber corrido la misma suerte. Por su parte no había problema. El no había sido testigo del final, por lo que no tenía nada que ocultar (a parte de su intento de huida) y, si tenía que hablar del asunto, les diría lo mismo que había contado al general.

- Por mí no hay problema. Al fin y al cabo yo no fui testigo del final de Careque... del Capitán Green, y si me interrogan sobre el asunto les diré lo mismo que os he contado a vos - explicó, y le pareció correcto utilizar esa forma de cortesía arcaica, viendo el aspecto del general - Pero hay algo que me gustaría preguntarle. ¿Por qué razón el haber sido testigos del ataque nos pone en peligro? Nosotros no tuvimos nada que ver, también somos víctimas de lo que pasó. O más bien pudimos haberlo sido. Por lo poco que pude ver y lo que cuentan mis compañeros me alegro de seguir aquí...

El general parece estar esforzándose genuinamente en ayudaros y protegeros. La razón no puedes dilucidarla del todo, pero ciertamente haya una extraña mezcla de sentimientos, y un sentido del honor que no recuerdas haber percibido en muchas personas, aún estando vivas. Mientras lo examinas, descubres que el general te mira fijamente y por un momento, tienes la extraña impresión de que de alguna manera sabe lo que estás haciendo. 

Los gestos del general son serios y templados, su caracter y su expresión hace que sea verdaderamente difícil de leer sus intenciones. No te da la impresión de que esté mintiendo, o al menos, no miente como otras personas que conocías en vida. Parece preocupado, sí, pero no tiene el aspecto de alguien que esté simplemente tratando de embaucarte.

Los gestos del general son serios y templados, su caracter y su expresión hace que sea verdaderamente difícil de leer sus intenciones. Parece preocupado o inquieto por algo, no de una forma nerviosa o sospechosa, sino como si necesitara pronto una respuesta. Os mira a los ojos mientras habla y se comporta con respeto, lo que te hace pensar que además intenta empatizar con vosotros de alguna manera.

La respuesta de Doug hace que la actitud del general cambie hacia él. Insiste interrumpiéndole con un —Capitán Greene— cuando el ex-convicto dice "caraquemada", pero cuando explica las circunstancias, asiente con un —gracias— pero su expresión se nubla con preocupación ante lo que acababa de decir el grandulón. Al mismo tiempo, Peter se queda observándole y todos véis como su ojo izquierdo se enciende con un reflejo verdoso apenas notable. El general le mira fijamente, pero si ha notado aquel resplandor tóxico, no lo dice en voz alta ni hace referencia a él.

—No. Es más difícil destruir lo que somos que cuando estábamos vivos a menos que...— dice, pero no termina la frase. Guarda silencio. —Lo que habéis visto me llena de intranquilidad. No puedo revelaros demasiado, y por ello me disculpo, pero no quiero poneros en más riesgo del que estáis. Agradezco vuestra franqueza— dice, dirigéndose a Doug y a Leah en alguna medida.

La siguiente intervención de Eric y la respuesta de Doug hizo que el general levantara la mano. —Por favor— le dice al exconvicto para acabar la discusión, luego mira fijamente al antiguo policía.

—En efecto. Es por eso que tenéis que tomar una decisión, y pronto. No solamente tenéis vuestra existencia en vuestras manos, sino la de vuestros compañeros.— dice repasando a cada uno. —No conozco a las personas que menciona, Eric Kutner, pero si son los otros infantes que han entrado ya, me temo que es muy tarde para ellos. Las cosas habrían sido diferentes de haber llegado antes, pero ahora mismo no hay nada que pueda hacer por ellos.— reveló de forma lúgubre y solemne. Entercerró los ojos unos momentos. Las últimas revelaciones de Eric sólo acrecentaron esa sensación sobrecogedora que parecía haberse apoderado del general.

—Esto que reveláis es aún más grave.— pero al igual que antes tampoco continúa explicándose. Se nota que hila ideas a gran velocidad y vuelve a mirar hacia la puerta del edificio. Lo que sea que pasa por su mente, parece ser suficiente para enturbiar su ánimo de forma visible.

—Entiendo vuestros reparos y sois libres de negaros a lo que os pido y decir la verdad que me habéis revelado al anacreonte. Sólo os pido que, si esto es lo que decidís, respetéis a los que acepten mi oferta y no les mencionéis en lo absoluto en cuánto entréis— sentencia mirando gravemente a Eric.

La pregunta de Leah rompió un momento la tensión. Miró a la chica y empezó a hablar —No tengo mucho tiempo para explicaros todos los detalles. Pero el imperio Estigio está dividido en ocho legiones, al mando de cada legión hay un señor o una señora. Y en cada necropolis, un anacreonte les representa. Su señoría, el anacreonte Morceas, representa en Londres al Señor Sonriente, lord de la Legión Siniestra.— dice apresurando un poco las palabras.

Asiente positivamente cuando Peter parece aceptar cooperar, y su pregunta hace que niegue suavemente. —Me temo que es difícil de explicar en detalle, en parte, porque todavía no he encontrado las piezas que hacen falta en el misterio de la identidad y las intenciones del Marqués. Es justamente allí donde vosotros...— dice, pero su explicación es interrumpida por la aparición de un guardia por la puerta, al igual que en las ocasiones anteriores. El rostro del general toma un aire grave y severo.

El guardia no dice nada, pero señala a Peter inmediatamente. El General da un paso adelante y el guardia baja la mano. 

—Hay un cambio de órdenes... aguardad un momento— y el guardia asiente en respuesta. El general se gira y habla en voz baja para vosotros.

—Es el momento de tomar una decisión. Eric Kutner, si prefiere contar la verdad al anacreonte, le invito a tomar el lugar de su compañero— dice señalando a Peter. —Pero recordad, respetad la decisión de los demás— advierte seriamente, y con la mano parece indicarle que decida si da un paso al frente o se queda con el resto. Y aunque parece esperar la reacción de Eric, tenéis la impresión de que espera una confirmación similar a la que ha dado Eric.