Partida Rol por web

Pelayo se lanzó al ataque tratando de partir por la mitad a la criatura y a su vez de romper el circulo que la criatura estaba haciendo. Fuese lo que fuese que intentase con aquel extraño comportamiento el caballero no se lo permitiría.

Miró en dirección al bosquecillo haciendo visera con la mano cubriéndose de la luz, no obstante no era un cazador ni un hombre de monte, así que no divisó nada.

A lo lejos, en aquel linde de árboles, ves a un tipo montado en caballo, con una espada en la mano. Por su silueta parece Pelayo, y alrededor de éste parece como si un perro corriera dando vueltas sobre el sujeto y el caballo...

Hice un gesto con el brazo, señalando a la linde:

-Allí, es Pelayo -dije secamente.

Pelayo iba montado a caballo y un perro corría a su alrededor. Según había dicho Damián, había salido en busca de Brisco, pero parecíame que no hacía gran cosa y que anduviera de caza con aquel can. ¿O acaso el perro le estaba atacando?

Por si acaso, eché mano de mis cuchillos, desenfundando ambos al mismo tiempo.

-¡Mi Señor Don Pelayo!- Exclamó Damián, desenfundando inmediatamente la espada y arrancando a correr hacia su señor.-¡Rápido! ¡Aprestémonos a auxiliarlo!-. Aún así, Damián observó el can que rondaba el caballo de su señor y lo que le rodeaba. Que un perro solo atacara a un caballero era poco más que extraño, por lo que no descartó que hubiera una manada.

Damián nada pudo discernir desde la distancia mirando al punto donde estaba, tan sólo la silueta de un caballo. Sin duda que a la voz del pequeño escudero y con la previa alerta de Tariq, Potencio tampoco dudó en irse hasta allí, ni por supuesto Fulgencio. Incluso Xisca, tomada por éste último con severidad del brazo, aceleró el paso un poco.

Y poco a poco, mientras os íbais acercando, vislumbrábais el relucir de la armadura del de Arbás, el gran Pelayo miembro de Calatrava, montado en la bestia que tenía la Xisca en la cuadra del tal Brisco. Pero, ¡ay mis señores!, que nada de canes ni perros había allí, sino que al acercaros a la pequeña multitud de árboles de la lejanía, lo del animal de cuatro patas fue tan sólo percepción del musulmán; que ni más ni menos que allí encontrábase algo parecido a un perro y parecido a un hombre ¡como se lo cuento!:

lo que corría en torno a don Pelayo y el caballo no era sino un fulano con cara de lobo, o quizá como de oso... ¡de demonio más bien! Hacía como círculos alrededor del calatravo, arrastrándose como uno de esos que le dicen monos (que sus manos pisaban al igual que sus patas). Su piel era negruzca y tenue, casi como el azabache, y sus fauces, ¡Santo Cristo!, ¡que sus dientes no eran normales ni poco afilados, sobresaliendo terroríficamente de su hocico lleno de sangre goteante!:

Y estaba Pelayo allí montado sobre el caballo, espada en mano, y en esos momentos llegaron sus tres compañeros: el moro Tariq, el ladronzuelo Potencio y su fiel pupilo y aprendiz de caballero, el joven Damián. Iba con ellos la Xisca, la amante de Brisco, y asiéndola del brazo aparecía Fulgencio, el de Salete, el leal a don Ramiro de Estebanillos.

Y al llegar vieron a su amigo el de Arbás, y a la "bestia" (por llamarlo de alguna forma) que no hacía sino correr en círculos alrededor del caballo y caballero. Los nuevos allegados vieron que la espada de Pelayo llena de sangre estaba, y que el suelo y la propia bestia estaban impregnados también de aquel líquido...

PNJOTIZADO.

¡¡Ay la Vihensita!! -murmuró el pillo de Potencio al ver a esa cosa junto al Pelayo-.

-...Por todos los santos…- El joven Damián poco pudo más que tragar saliva de una boca reseca y quitarse el sudor que de golpe le había impregnado la cara. Aún así, asió la espada como si se le fuera la vida en ello, pues tal podría ser el caso al ver la bestia que azuzaba a su Señor.

Iniciativas:
Potencio: 28
Ente: 26
Tariq: 25
Pelayo: 24
Damián: 21
Fulgencio: 18

PNJOTIZADO.

Potencio ataca y esquiva

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No lo dudé un instante y dispúseme a darle al fiero demonio a probar de mi terciado. Poca gracia hacíame, pero al ver a Pelayo allí metido en medio de la olla, que no podría sacar el cucharón él solo de la puchera...

Aquella criatura intentó apartarse a un lado cuando vio al ladrón de pelo revoltoso proceder, echándose a la carrera sobre sí y atravesándole el terciado de parte a parte del brazo, por debajo del hombro. Aquel demonio estaba ya muy malherido por las heridas que el calatravo de Arbás le había proferido, y el embiste de Potencio fue la gota que colmó el vaso, y que, a su vez, lo hizo llenar de su maldita sangre...

El demonio se llevó su otra mano sobre los tendones negros que hallábanse ahora colgados, y en cuestión de segundos, estando encorvado, se desangró rápidamente. Finalmente la criatura cayó yaciente a un lado, con sus fauces temibles, y regando el caminillo con su propia sangre.