Partida Rol por web

Faliar... ese hombre tenía algo que Nahia no sabía describir, pero la sensación al encontrarse con él se reducía a una palabra: Paz. No era muy intensa, no cambiaría la vida de Nahia radicalmente, pero cerca de el habría una tranquilidad inusitada, muy parecida a la que sentía cuando estaba cerca de Catherine.

En cambio, la sensación que trasmitía el apuesto chico rubio era muy distinta, temor, inseguridad... ¿sería eso lo que habría atraído a Nahia desde el principio?

Levantándose rápidamente, Catherine trató de arrebatar el diario de manos de Quint. 

-Nahia, veo que ya has decidido, no voy a discutir más. Si quieres venir, adelante, pero ten mucho cuidado.

Además, creo que así olvidarás durante un rato a tu madre, será bueno un poco de adrenalina, espero que no pase nada malo.

Un nuevo hálito de energía había tomado el cuerpo de Cath, quería desentrañar el misterio que le había dejado el padre, quería llegar hasta el fondo, tanto por él, como por las gentes del pueblo.

Miró el cuerpo de Scott. Cerró los ojos y le mandó un beso con la mano.

-¿Podéis volverlo a enterrar? Creo que se ha ganado el descanso eterno, y con creces. Vamos a solucionar esto ¿Verdad?

Quint se echó la pala al hombro para dirigirse de nuevo al agujero que era ahora a la tumba del padre mientras dejaba escapar un suspiro.

-No me parece buena idea que nos acompañe la niña, Catherine. De hecho, si no fuera por que el diario te señala como un posible objetivo del marqués, símplemente te pediría que nos dijeras cómo llegar a la catedral y que después volvieras corriendo a casa. Algo me dice que las cosas se van a poner muy feas, y parece que esa cría no merece ver más sufrimiento.

O sufrirlo... -Un escalofrío le recorrió la espalda al recorrdar las heridas que le infringió Émil en el duelo.- Puede que esta sea la prueba más dura a la que me haya enfrentado hasta ahora.

El cazador colocó la tapa del ataúd de nuevo en su lugar y lanzó la primera palada de tierra sobre la caja.

Descansa padre... Parece que el destino me guió a esta isla para ayudarte, pero temo haber llegado tarde.

Después de una intensa discusión sobre el destino del colgante que Aaron había recogido de entre las entrañas de la tierra, en su extraño cautiverio, el chico decidió que le compensaba más seguir acompañado de la música, que quedarse solo, y con el colgante. Lo había dejado a regañadientes, pero al fin y al cabo, las condiciones de Xerine eran tajantes.

La extraña pareja se encontraba caminando en dirección... ¿Este? buscando unas colinas lejanas que aparecían en el horizonte. Después de unas dos horas de marcha, Xerine seguía decidida a continuar andando, pero Aaron parecía perder ritmo.

Cuando pensaban que tendrían que hacer un campamento para pasar la tarde y la noche detrás de una cortina de árboles apareció un claro... 

Una catedral gótica se erigía en el centro del claro, y tras ella un desfiladero llevaba bajaba el nivel del suelo, hasta casi el del mar, pues la costa se veía desde el borde, puede que a unos cuatro o cinco kilómetros. 

El edificio religioso estaba esculpido en el más negro mármol, y, aunque parecía ruinosa y destruida, conservaba gran parte del esplendor de tiempos pasados. El camino hasta ella estaba plagado de destrozos, piedras caídas, esculturas derrumbadas, y jardines destrozados, pero la catedral seguía en pie, majestuosa, en medio de todo ese desastre.

Aaron no podía con su alma. Había intentado no ser un estorbo y seguir una marcha más o menos constante, pero las heridas y el cansancio psicológico habían acabado por hacer mella en él y se había visto obligado a reducir la marcha. Una vez llegaron, apoyó la mano en un árbol cercano y tosió un par de veces.

-¿Que hace una iglesia aquí en medio?

Miró con desconfianza la estructura que tenía delante. Siniestro era el mejor adjetivo que se le ocurría para describir lo que tenía delante, y no era para menos. Un edificio como aquél en mitad de la nada no auguraba nada bueno.

-No me inspira demasiada confianza-Dijo en voz baja, de tal forma que sólo la música le oyera-Pero puede venirnos muy bien. Podemos echar un vistazo y, si resulta que no hay nadie, pasar la noche aquí. ¿Que te parece? 

Xerine estaba, literalmente, sin palabras. Aquella titánica construcción se erigía en medio de la nada, sin ceremonia ni aviso previo, entre hiedras, gravilla, y tiempo, como un gigante dormido de eras ya pasadas, de mundos prohibidos e historias olvidadas. Algo tan majestuoso, y, a la vez, tan aterrador, solo podía conseguir que el alma de la música se encogiera temblando, como el ratón que se encuentra de frente con un león durmiente. Un león que, de alguna manera, parecía estar esperando a que lo despertaran

Los angulosos picos, las eclécticas figuras que adornaban las fachadas, todo se conjugaba en una especie de oculta armonía, algo que solo un artista podría haber llegado a percibir. Porque, de alguna manera, y a pesar del silencio reinante, la catedral tenía música. Una música que solo los ojos podían percibir, y que solo podía ser entendida con el alma

Aaron había preguntado algo. Xerine cerró los ojos, intentando centrarse. Sí, decía algo de pasar la noche allí. Intentando que la turbación no se trasluciera en su rostro, se giró hacia al chico y asintió

Sí... Sí. Tú... Quédate aquí. Descansa un poco. Voy a echar un vistazo

Como hipnotizada, comenzó a deslizarse hacia la catedral, pisando sobre la hierba sin hacer más ruido que el de un tímido susurro ahogado. Sus sentidos, alerta de nuevo

Aaron frunció el ceño, preguntandose en silencio que le pasaba a Xerine.

Una tos seca le invadió, y no tuvo más remedio que taparse la boca con la mano y alejarse unos pasos de aquel lugar por temor a que le escucharan. Necesitaba encontrar ropa.

El convocador se abrazó y comenzó a frotarse los brazos, intentando entrar en calor. Tiritaba incontroladamente, y la tos ya era una compañera de viaje habitual. Si seguía así acabaría por enfermar y no le extrañaría nada.

Retrocediendo hasta un árbol cercano se hizo un ovillo y comenzó a preparar un ritual para llamar al loco. Si tenían que entrar en aquella iglesia lo mejor sería estar preparados para lo peor.

La música se alejó como una sombra a través de los escombros hasta la catedral. La puerta parecía abierta, o al menos no fírmemente cerrada. Pero Xerine intentó acercarse por un lado, escrutando los amplios ventanales que había a a los lados de la puerta.

Pero lo que vio fue menos de lo esperado:

nada.

Parecían totalmente opacos, como si no se pudiera ver a traves de ellos, y pudiera ser por una escasez de luz en el interior, o porque estuvieran sucios, o tapados por algún mueble interior... pero lo cierto es que a través de los ventanales no se veía nada.

Aaron vio como Xerine se acercaba a la catedral sin hacer el menor ruido, pasando por las ruinas como si de una forma se tratara. Al llegar al lado, en vez de pasar por la puerta se asomó a una ventana cercana para ver algo de su interior.

Nunca le había gustado entrar por la puerta principal. Y, sin embargo, parecía ser la única opción para introducirse en la catedral. Así que hizo de tripas corazón, y se acercó a la entrada frontal, preguntándose por dentro que diablos estaba haciendo. Sí, aquel era un buen refugio, y probablemente podrían conseguir aprovechar algo pero... ¿Una iglesia deshabitada, allí? Demasiada suerte

Había algo que no encajaba

La música entró en la iglesia por la puerta principal, después de comprobar que no había ninguna otra manera de penetrar en su interior. La puerta chirrió al abrirse, y una bandada de murciélagos salió asustada de su interior. 

La iglesia parecía tener planta de cruz latina, y Xerine acababa de entrar en el habitáculo central. Una enorme sala de unos cien metros de longutud por cuarenta de ancho. La habitación tenía un inusual esilo arquitectónico y estaba repleta de cristaleras, lo que en su conjunto le daba al lugar una apariencia tenebrosa y escalofriante. Todo estaba muy sucio y abandonado, como si hubieran pasado años desde la última vez que alguien entró allí.

En el centro de la estancia hay una grandiosa columna con tres extraños paneles metálicos. Cada uno de ellos tiene una extraña combinación de seguridad con ocho dígitos, donde se pueden poner letras, números o espacios en blanco gracias a una rueda giratoria interna. 

Un par de puertas se abren en la habitación, una en el lado izquierdo, casi al comienzo del ábside, y otra al lado derecho a unos 20 metros más cerca de la puerta de entrada que la otra.

Admiración. Ese era el único sentimiento que en esos momentos ahondaba dentro Xerine. Admiración y respeto por aquellos diseñadores de sueños (O pesadillas) que habían plasmado sus ambiciones en fría piedra y oscuras cristaleras. Aquella obra de arte era algo que admirar, pues solo el esfuerzo, el sudor, y la constancia, habrían podido levantar una maravilla como esa. Repleta de tinieblas, sí, pero una maravilla, al fin y al cabo. Y Xerine era una de las pocas personas capaces de valorar la belleza que destilaban las tinieblas... Y lo benignas que podían llegar a ser, llegado el momento

Aún así, no dejó que su embelesamiento se prolongara demasiado: Había entrado por un motivo, y estaba decidida a llevarlo a cabo. Así que empezó a inspeccionar la zona: Piedras, maderas y cristales se amontonaban por doquier, formando pilas de escombros que reforzaban la ilusión de un abandono completo y tajante. Sin embargo, las cosas nunca eran lo que parecían, y lo que menos deseaba Xerine era que un grupo de extraños les sorprendiera desprevenidos. Así que comenzó a buscar signos de vida: Primero, en el ala principal. Luego, decidió echar un vistazo a las alas laterales. Comenzó por la puerta de la izquierda

Aaron realizó el ritual, y de pronto unas gotas de lluvia empezaron a aparecer a su alrededor tocando el suelo y desapareciendo en una pequeña explosión carmesí. Pero... de cada una de esas gotas, tras reventar quedaba un polvillo extraño en color rojo. 

Poco a poco, las gotas empezaron a rodear al convocador, quien miraba a su alrededor confuso, cada vez había más humo rubí en torno a él. Sin embargo, el humo iba tomando forma, lo que tranquilizó al convocador... un bufón con cara sonriente aparecía ante él, saltando encima de un muelle.

-¡Huola Aaron! ¡Cuanto tiempo sin verte!

Lo que Xerine vio al apartar de su camino una vieja puerta casi destruida fue maravilloso. Parpadeó un par de veces para que sus ojos pudieran echar a las posibles visiones que pudiera tener y contempló lo que allí residía:

Era una estancia amplia y sin ventanas, llena de columnas repartidas caóticamente por todas partes. En el centro una majestuosa estructura de cristal, hilos y madera, parecida a un inmenso atrapasueños, se izaba hasta varios metros por encima del suelo, entre lazos color zafiro atados a todas las columnas. Palpitaba con brillos intermitentes, demostrando una energía interior grandiosa.

De pronto, el corazón de Xerine sintió un soplo de aire fresco, y no pudo evitar sonreir. Ese lugar traía a la mente la paz, la tranquilidad y el bienestar que toda la isla succionaba. 

Aaron sonrió al loco con cansancio.

-Si, últimamente he estado muy ocupado. Me alegro de verte.

Estuvo tentado de preguntarle que que tal estaba, pero dudaba de que sintiera algo. Al fin y al cabo no era una persona de verdad, sólo era la manifestación etérea de un sentimiento. El chico supuso que ese sentimiento sería el que dominase la vida de los arcanos, aunque importaba bien poco.

Sonrió al bufón.

-Creo que voy a necesitar tu ayuda, las cosas se han puesto un poco peliagudas.

Mientras pensaba en su próximo movimiento, Aaron chistó a Xerine, instándola a acercarse a él. Con un poco de suerte no tendrían que arriesgarse a entrar en la iglesia para saber si ésta era segura o no, y para que negarlo, Aaron estaba deseando estrenar los nuevos poderes que tanto le había costado adquirir.

Cuando Aaron se dio la vuelta para avisar a Xerine de que ya estaba preparado, vio la puerta entreabierta y a nadie fuera de ella. La música ya había entrado en la catedral.

Aaron maldijo en voz baja en intentó vislumbrar algo del interior de la iglesia. ¿Por que habría entrado sin avisarle? No es que le sorprendiera especialmente, pero habría sido un bonito detalle...

Resistiendo el impulso de llamar a los cuervos, se acercó lenta, muy lentamente hasta la puerta de la iglesia y echó un vistazo al interior. El convocador sabía que tenía lo mismo de sigiloso que un carruaje, pero con un poco de suerte si había algo dentro estaría lo suficientemente ocupado para no oírle.

Lo cierto era que el edificio tenía un siniestro encanto. No habría sabido decir por que, pero le gustaba admirarlo, y aún le gustaría más saber que había dentro. Al fin y al cabo, si iban a pasar la noche entre aquellas paredes lo mejor sería conocer todos y cada uno de los rincones que guardaban.

Aaron entró por la puerta principal, no sin antes otear un poco el exterior, sin ser capaz de ver nada por las cristaleras, pues parecían totalmente opacos, como si no se pudiera ver a traves de ellos, y pudiera ser por una escasez de luz en el interior, o porque estuvieran sucios, o tapados por algún mueble interior.

La iglesia parecía tener planta de cruz latina, y Aaron acababa de entrar en el habitáculo central. Una enorme sala de unos cien metros de longitud por cuarenta de ancho. La habitación tenía un inusual estilo arquitectónico y estaba repleta de cristaleras, lo que en su conjunto le daba al lugar una apariencia tenebrosa y escalofriante. Todo estaba muy sucio y abandonado, como si hubieran pasado años desde la última vez que alguien entró allí.

En el centro de la estancia hay una grandiosa columna con tres extraños paneles metálicos. Cada uno de ellos tiene una extraña combinación de seguridad con ocho dígitos, donde se pueden poner letras, números o espacios en blanco gracias a una rueda giratoria interna.

Un par de puertas se abren en la habitación, una en el lado izquierdo, casi al comienzo del ábside, y otra al lado derecho a unos 20 metros más cerca de la puerta de entrada que la otra. Al parecer, la puerta de la izquierda estaba ya abierta.

Xerine escuchó pasos amortiguados que venían del interior de la catedral, de la nave principal. Sonaban poco pero consiguió escucharlo gracias a estar alerta. Había alguien más allí.