Partida Rol por web

Tywyll se llevó las manos a la cabeza y se acercó en un par de zancadas hasta Quint.

-¿Y acaso salvar a unos cuantos desgraciados que ni siquiera conoces compensa todas esas desgracias? ¡Ni siquiera un humano podría ser tan estúpido como tú! ¡Nunca vi nada semejante! ¿Qué clase de ser eres tú que compartes mi alma?

Quint sonrió. La respuesta estaba en su mente, pero no había forma de que no sonara ridícula. Aunque... ¿Qué importa hacer el ridículo ante ti mismo cuando ya estás muerto?

-Yo puedo ver lo que tú piensas, Tywyll. ¿Por qué no intentas hacer lo mismo?

El rubio extendió su mano para que su homólogo oscuro la tomara.

-Es hora de que ambos sepamos todo el uno del otro, ¿no crees? A fin de cuentas, a partir de ahora iremos juntos a donde sea que vayamos.

Tywyll vaciló.

-Mis recuerdos te harán mucho daño. Mucho más del que podrías siquiera imaginar. ¿Por qué quieres hacerlo?

-Porque ambos tenemos lo que el otro quiere. Tú un pasado feliz, la capacidad de creer en la gente y confiar en ellos, de tener amigos y de amar. Yo, la capacidad de eliminar el dolor y sacar felicidad incluso de "una mierda de vida". Y la respuesta a tu pregunta:

¿Qué soy?

Tywyll suspiró.

-Desde luego, eres un bicho raro. Luego no digas que no te lo advertí. ¿Qué demonios eres?

Tywyll extendió su mano y Quint la agarró con fuerza. De pronto, una nueva vida se abrió ante sus ojos. En un instante era capaz de recordarlo todo, desde los más tiernos momentos de la infancia del Duk'zarist hasta los interminables siglos prisionero en una gema en el fondo de un pantano. Una gran cantidad de dolor, tal y como Tywyll había avisado, pero acompañada de más felicidad de la que Quint había experimentado en toda su vida.

Sin embargo, era mucho el dolor que Tywyll tenía para compartir, y súbitamente, aún sujetando la mano de su gemelo, el alma de Quint se resquebrajó. Sus ropas blancas y su pelo claro fueron recorridos por multitud de grietas negras como la noche, y unas llamas oscuras comenzaron a consumirlo desde su interior a medida que asimilaba toda una vida en cuestión de segundos.

Por su parte, Tywyll vió la corta vida de Quint pasar por delante suya. Se puso en la piel del rubio, y vivió cada una de sus desgracias. Parecía imposible que pudiera decir que esa vida estaba bien, porque a cada paso que daba se hundía más en la tristeza y en la miseria. Solo una luz al final del túnel le hacía continuar: al principio era venganza, pero luego se convirtió en otra cosa. ¿Cómo llamarla? Era una luz muy brillante, tanto que hacía daño al propio Duk'zarist.

El dolor le hizo aferrar con fuerza la mano de Quint igual que él hacía con la suya. E instantes después que Quint, el alma de Tywyll también se resquebrajó. Esta vez, en el ser creado de la oscuridad miles de pequeñas gritas luminosas partieron de su brazo rodeando su cuerpo, e instantes después, a la vez que su alter ego, su cuerpo quedó envuelto en unas llamas blancas de pura luz.

Quint cayó de rodillas a la par que Tywyll, como si en lugar de darle la mano estuviera apoyado en un espejo. Sin soltar su mano, jadeando, levantó la cabeza para mirarle.

-Ya sabes quién soy. ¿Satisfecho con tu respuesta?

-Yo no pregunté quién eras. Pregunté qué eras. En qué se ha convertido la mitad de mi alma.

-¿Y en qué te convertiste tú?

Tywyll bajó la cabeza, avergonzado. Las gritas de ambos se iban expandiendo a cada instante que pasaba, y algunos pequeños fragmentos comenzaron a desprenderse de sus cuerpos. Fragmentos que se desintegraban pasto de las llamas de colores opuestos que les envolvían.

-En un monstruo. Un engendro producto de la magia nigromántica. Un... Un...

-Un demonio.

Quint terminó la frase por su homólogo oscuro.

-Naciste como un protector, un guerrero que defendía a su pueblo y amaba a sus gentes. Pero intentaste llegar más allá de lo que un mortal podría, y para ello te convertiste en un demonio que fue repudiado por sus hermanos.

-¿Me estás juzgando tú? ¿Tú, que asesinabas a todo aquel que te parecía sospechoso de poseer un don que no había pedido?

Tywyll levantó de nuevo la mirada y apretó el brazo de Quint, enfurecido.

-¿O tengo que recordarte a todos los que mataste antes de aprender a diferenciarlos?

Quint respondió asintiendo con la cabeza.

-Tú lo has dicho. Antes. Pero al igual que tú, yo cambié. Persiguiendo una meta que ningún mortal podía lograr, me abandoné a un camino sin retorno para poder cambiar el mundo. Y fui yo el que cambió.

El rubio dejó que una sonrisa se dibujara en su rostro.

-¿Qué soy ahora? Un protector nacido de las sombras. Un ángel sombrío.

Las almas de ambos chicos seguían fragmentándose en trozos más pequeños cada vez. Sea lo que fuera lo que estaba pasando, acabaría pronto.

-Basta. Eso que dices es una estupidez.

Tywyll intentó soltarse de la mano de Quint. La conversación no le estaba agradando nada. Él no era mejor que él. Pero no pudo soltarse. Antes sus ojos, sus manos eran ahora una sola: en los agujeros donde los fragmentos de alma se habían desprendido de una encajaban perfectamente los que quedaban de la otra.

-¡¿Qué?! ¿Qué está pasando?

Quint intentó hacer lo mismo y separarse, pero tampoco pudo. Lo volvió a intentar otra vez antes de pararse a pensar, y una idea se le cruzó por la cabeza.

-Lo que tenía que pasar. Un alma no puede estar fragmentada al unirse al flujo de almas, o algo así leí. Ahora ambos tenemos los mismos recuerdos; somos uno. No hay vuelta atrás.

-¿Uno? ¡Pero si acabas de decir que somos lo contrario! ¡Tú dices ser un ángel, y yo un demonio!

Tywyll se puso serio.

-¡Aclárate!

Quint negó con la cabeza.

-No, solo somos las dos caras de una misma moneda. Yo soy la redención que necesitabas al final de tu vida, y tú todo lo que yo me perdí en la mía. No podríamos haber cruzado el uno sin el otro.

-Pero si nos juntamos... ¿Qué seremos a partir de ahora? No podemos ser un ángel y un demonio a la vez. No podemos disfrutar de la vida y sacrificarnos al mismo tiempo.

Sus imágenes siguieron haciéndose una cada vez más rápido. Se les acababa el tiempo para charlar.

-¿Acaso eso debería preocuparnos? Hemos muerto. Al fin todo ha acabado. Ya no tendremos que preocuparnos por nada de eso nunca más.