Partida Rol por web

- Maestro.

Me giro hacia él.

- Tengo una idea, y creo que puede servir. Si logra usted quitar las cadenas, podré levantar el grimorio y atraerlo con la Mano del Mago. ¿Lo ve posible?

"¿Confío en mi maestro o confío en este libro que no conozco para nada? Sin embargo, el no pudo pasar la gárgola... No se..."

Encaramado y con la bestia ignorándolo; estaba decidido a que nunca volvería a tomar una amenaza tan a la ligera. Preparo sus armas mentalmente y se dispuso al ataque. Se acordaría de Guilles el resto de su vida si vivía mucho mas.

Mortarius es la razón de que tú seas un mago. Cuando solo eras un niño que vagabundeaba desnutrido por las oscuras sendas del bosque negro, fue él el que te encontró y te acogió en su casa. Cuando diste muestras de tu capacidad innata para la magia fue el que consiguió que el gremio de magos te aceptase y durante tu entrenamiento, siempre fue tu maestro hasta el día en que te nombraron mago de pleno derecho. Fue Mortarius el que te ayudó a sobreponerte al odio visceral que sientes hacia los acechadores del fango, responsables de la muerte de tu familia y siempre ha estado ahí cuando has necesitado ayuda y consejo. En pocas palabras, ha sido como el padre que no llegaste a tener. Siempre ha sido calmado y metódico. Nunca da nada por echo y siempre busca el significado de todo misterio que aparece ante él. No recuerdas haberle visto enfadado nunca.

Mortarius asiente y tras remangarse la túnica, alza las manos delante de él, mientras comienza a concentrar poder mágico en la punta de sus dedos. Mientras recita los salmos, un leve fulgor le nace de la punta de cada uña y se va volviendo más brillante, un ligero viento se eleva a su alrededor sacudiendo su ropa y su barba grisácea. A medida que la magia crece en su interior, así lo hace el salmo y las palabras mágicas que usa.

Con una última palabra, el archimago abre los ojos y lanza sus manos hacia delante. De la nada, dos líneas cerúleas nacen de sus manos y salen disparadas hacia las cadenas,, enroscándose a su alrededor. Cuando las tiene bien sujeta, Mortarius extiende los brazos en cruz lo que provoca que al mismo tiempo las cadenas chirríen, estallen en rayos violetas y finalmente se desenrosquen del libro, liberándolo momentáneamente.

-Nostradamus, lo que tengas pensado hacer, ¡hazlo ahora!-

Tu maestro te apremia mientras unos hilos de sudor brotan en su rostro, testigos del enorme esfuerzo que le está suponiendo el hechizo.

Regathix ataca con sus espadas atacando a la garra que tiene el dragón aprisionada. esquivando sus embestidas, lanza sendos ataques contra la imponente bestia. Su primer golpe solo rebota contra las escamas, pero la segunda consigue colarla entre medias de dos, de modo que puede sentir como se hunde un poco en su carne. La criatura se gira hacia él, fulminándolo con la mirada mientras intenta liberar su pata de la trampa donde la tiene presa. Regathix, que ve que está a punto de conseguirlo, se aleja a una distancia prudencial

Marcus y Millicent se abalanzan sobre la criatura intentando ayudar a su compañero, sin embargo, Guilles en vez de saltar alza su cuchillo y tras un sobrio movimiento, apuntalando sus piernas en las escamas de la criatura, le lanza un fuerte tajo en dirección al ojo. El filo silba en el aire mientras realiza un arco pronunciado. El Wyvern apenas puede reaccionar cuando se da cuenta, y el filo gris del arma es lo último que ve su ojo derecho que se apaga escupiendo pus negra hacia fuera.

La bestia ruge por primera vez de dolor, sacudiéndose con extrema violencia en un intento por quitarse de encima al responsable de su herida. El pícaro, que ya se esperaba esta reacción, se agarra con fuerza al cuello, manteniéndose firme sobre ella. Sin embargo, Marcus y Millicent no tienen la misma suerte. Debido a la furia del momento, el Wyvern libera su garra y lo lanza sobre el guerrero que no puede evitar recibir el impacto. Marcus siente como su cuerpo se eleva y surca el aire hasta que golpea contra Millicent arrastrándola consigo. Ambos luchadores caen doloridos al suelo por el ataque. El dragón los mira y prepara su aliento para congelar a la pareja en el suelo.

Regathix, gracias a su decisión de alejarse, evita por completo el ataque de la bestia.

- ¡Sí, maestro!

"Cómo he podido dudar de él..."

Avanzo un par de pasos, y concentro mi energía arcana en mi mano. Mi brazo sube, alzándose, mientras mis ojos se mantienen cerrados. Palabras de poder salen de mis labios en susurros, mientras la energía que me envuelve se despega de mí, y se adelanta hasta alcanzar el libro. Cierro mis dedos en torno a él. No lo toco, pero si mi poder, y lo noto vibrar en mi mano, tanto física como espiritual. Pronuncio las palabras para que sea atraido hacia mí, presintiendo el momento en que lo toque y el poder arcano del grimorio recorra mi cuerpo.

"Pero no pasó la gárgola."

Ese pensamiento cruza mi mente a una pasmosa velocidad, y el libro se tambalea en el aire. Me asquean esos pensamientos, pero no puedo evitar que crucen mi cerebro a toda velocidad.

"No pasó la gárgola, o sea, que quiere el grimorio, y el poder que atesora, para él..."

Rechazó esos pensamientos con la cabeza.

"Ya me ocuparé de él más tarde. Debo agarrar el grimorio."

Lo atraigo hacia mí.

 La situación es crítica, pero Regathix intuye que sólo tiene que provocar una distracción más para ayudar a que sus compañeros se puedan poner a salvo. Para ello coge una cimitarra con las dos manos y de un salto trata de clavarla en la pierna del monstruo.

Al ver al monstruo cargar su aliento de nuevo mire que podía hacer, la verdad es que atacarle era complicado, asique me levante y me lance a la columna donde antes nos habíamos cubierto de su ataque intentando evitar su aliento infernal.

Maldita sea, esto es demasiado peligroso, este bicho nos va a causar demasiados problemas.

Veloz como un lince, Marcus toma la iniciativa y corre hasta la columna que nos cubrió en un primer momento.
Yo trato de seguirlo.
¿Qué vamos a hacer?
Millicent percive las intenciones del merodeador.
No debería exponerse así -pìensa, a pesar de que sabe que es la única opción que tienen para escapar al gélido aliento.
¡¡Piensa, piensa, piensa!! -se repite una y otra vez.
Pero es inutil, si la treta de Regathix no surge, de poco le servirá su ingenio...

Tu plan parece funcionar a la perfección y mientras invocas una mano espectral tu antiguo maestro mantiene las cadenas abiertas para ti. Cuando la mano es totalmente sólida, la lanzas contra el objeto. La fantasmagórica figura recorre velozmente el espacio vacío del centro y parece detenerse uno segundo cerca del libro. Con una mano extendida, la conminas a coger el grimorio.

Entonces algo ocurre. Cuando la mano se cierra sobre el objeto, de pronto no es la mano fantasmagórica la que lo sujeta sino la tuya. Tu cuerpo parece haberse transportado hasta el libro y ahora son tus verdaderos dedos los que se cierran sobre sus tapas. Al mantener el contacto, sientes que un torrente de magia te recorre el cuerpo, tu piel empieza a brillar a la vez que el libro. Mortarius, al no poder aguantar más, pierde el control sobre las cadenas que se abalanzan sobre ti, sin embargo, tu mente se llena de palabras de poder y tu voz comienza a recitarlas. Las cadenas quedan a escasos centímetros de tu piel, temblando, como si lucharan contra una barrera invisible. Y cuando la última palabra es dicha, las cadenas estallan en cientos de pedazos que son lanzados a todas partes. Sorprendentemente, te encuentras levitando sobre el vacío, mientras murmuras nuevas palabras y tu cuerpo se mueve hacia el borde. Cuando por fin llegas al filo, tu cuerpo se desploma sobre la piedra y las palabras, antes claras como el agua, se difuminan en tu mente y desaparecen, como si nunca hubieran estado en tu cabeza.

No entiendes que ha pasado, pero sonríes a tu maestro que te observa con el rostro preocupado. Cuando te ve incorporarte, suspira aliviado y una débil sonrisa se dibuja en su rostro. Está a punto de decir algo cuando los símbolos de las paredes, antes inertes, se agitan violentamente los unos sobre los otros. Mortarius abre mucho los ojos cuando una enorme columna de fuego azul nace entre él y tú. Nuevas lenguas de fuego se avivan a tu alrededor, cerrándote el paso.

Mortarius grita al mago con urgencia.

-¡Rápido Nostradamus! hemos activado una trampa. ¡Dame el libro para que pueda detenerla!-

Su voz suena apremiante.

De nuevo, la extraña voz resuena en tu cabeza

-Yo que tú, no haría eso-

parece más una observación que una orden.

El Wyvern descarga su bocanada de hielo sobre los dos luchadores, pero su rápidos reflejos les permiten ocultarse tras una columna unos segundos antes de que el ataque impacte sobre ellos. Confusa, la criatura busca su presa con el único ojo que le queda. Aprovechando esta oportunidad, Regathix lanza un poderoso ataque sobre las pezuñas de la criatura, consiguiendo introducir su espada entre dos escamas y tras hacer palanca con todas sus fuerzas, conseguir que esta salte del cuerpo del monstruo. Cuando la escama sale desgarrada de su cuerpo, la criatura ruge de dolor, pero esta vez lo hace con autentica furia y odio, inundando el ambiente con su bramido.

El grito os taladra los oídos y os marea al tiempo que un incesante pitido se instaura n vuestra cabeza.

"..." Los sucesos se agolpan a mi alrededor. Aquella intrusión arcana a mi cerebro es bestial, marea, quema por dentro, es difícil no morderse la lengua, todo sucede demasiado rápido y al mismo tiempo con una claridad genuina. "Demasiado... poder...". Las palabras salen de mi boca sin que mi voluntad las active. Deslizándome por el aire, caigo bruscamente al frío suelo. Tiemblo levemente y ahogo un vómito, arrodillado y sudoroso frente a Mortarius. Me ha salvado. Le observo sonriente. "No, espera..." Mi sonrisa flojea, cuando de pronto todo estalla a nuestro alrededor. Mortarius me urge a darle el grimorio. Esa prisa, unida a la advertencia del grimorio me pone en alerta. "Aún no. Aún no."

"Y mantén la conciencia en silencio, grimorio; aún no me fío de ti ni un pelo".

- ¡No hay tiempo, maestro! ¡Huyamos!

Me levanto como puedo y corro al pasillo cerrado.

- ¡Unidos podemos destrozar el muro! ¡Maestro, vamos!

Me preparo para lanzar una Flecha Ácida.

Tu ataque mágico surca el aire en dirección a la pared, cargado de toda la energía mágica que has podido acumular, un grito de terror desgarra el aire mientras Mortarius sigue la flecha con la mirada, una risa burlona nace en tu cerebro como mofándose de ti. Entonces el ataque impacta.

Sin embargo, la pared no estalla, la piedra no se derrite. Los extraños símbolos se arremolinan en el punto de impacto y comienzan a brillar con mayor intensidad, las palabras, antes extrañas cobran sentido ante ti. "Retención y Devolución". Lo entiendes unos segundos demasiado tarde. Del punto de impacto nace una nueva flecha ácida más grande y corrosiva que la que tú creaste y sale disparada hacia ti.

Estás demasiado sorprendido y cansado para reaccionar a tiempo, el ataque sobreviene y solo puedes cruzar los brazos frente a ti. Y entonces la flecha impacta, pero no sobre tu cuerpo, sino sobre una barrera invisible que hace que el ácido se esparza en todas direcciones, cayendo algo sobre tu anciano maestro que alza su bastón mientras recita un cántico para protegerte con la barrera.

Mortarius intenta aguantar el dolor del ácido que le corroe la piel mientras mantiene el tiempo suficiente la barrera para impedir que Nostradamus reciba daño alguno. Cuando se ha cerciorado de que el ácido se ha extinguido, baja los brazos.

-¿Estás bien Nostradamus? uff, no podemos lanzar ataques contra los muros, las runas de contención están hechas precisamente para reabsorber y devolver cualquier magia lanzada contra ellas. Solo tenemos una posibilidad. ¡Dame el Grimorio!-

Su voz se entrecorta por el dolor.

La voz vuelve a resonar en tu interior

-Pregúntale por qué no pudo pasar la gárgola. Vamos, te mueres de ganas por preguntárselo.-

El libro sigue con su incesante cantinela.

El grito de El Wyvern taladra sus oídos y la marea con su incesante pitido.
Millicent tarda unos segundos en reponerse. Se siente mareada, con la mirada desenfocada y el cerebro palpitante, a causa del terrible aullido de la criatura.
Piensa, piensa... ¡¡PI-EN-SA!! -se repite aún, tratando de centrarse.
En parte, saber que el ataque del merodeador ha producido efecto le otorga las fuerzas necesarias como para volver a tomar las riendas de la situación.
No os precipitéis -indica-. Tomaos un tiempo para respirar.
En seguida volveremos a la carga.