Partida Rol por web

Como ando solo, me gustaria echarle una ojeada a la iglesia, o lo quie quede de ella.

Creo recordar que echaron al cura¿ verdad?

Simplemente, me dejo llevar. Sabe Dios cuándo me veré en otra.

Ventura se dejó hacer. La muchacha se daba buena maña y el pobre diablo de Ventura tenía más bien olvidado el tema.

Durante el tiempo que duraron los cuidados de Elicia el hombre observaba con detalle la delicada figura de la mujer; era hermosa pero más hermosas eran las caricias y los besos. El tiempo pasó rápido probablemente causa del poco hábito de Ventura pero antes de que quisiera darse cuenta Elicia había terminado su trabajo y ambos reposaban sobre el lecho disfrutando del silencio.

Elicia se limita a yacer a tu lado, abrazándote. Pensando en tus cosas, escuchas su respiración profunda. No sabes si solo está relajada o se ha dormido, pero disfrutas de este momento sin prisas, pues al fin y al cabo sois invitados de Genoveva y podéis pasar aquí la noche sin detrimento de la bolsa; cosa bastante singular por otro lado, entrar en un burdel y salir desahogado, descansado y con el estómago lleno y sin un solo maravedí de menos.

Entonces, en medio del silencio, oyes un crujido prolongado, y reconoces en él el sonido que hace la puerta de entrada a la cabaña al abrirse. Sin embargo, no oyes pasos. No puede haber sido el viento, porque Simplicio cerró bien cuando se fue...

Caminas hacia la parte norte del castillo y te plantas frente a la iglesia. Es bastante austera, toda hecha de piedra y con un campanario adosado a la muralla. Una pasarela une el piso de arriba con los aposentos del comendador, lo cual indica que debe haber unas dependencias arriba, tal vez las del cura. Se accede a través de una puerta de madera que está cerrada.

Cuando arda la iglesia... ¿Realmente echará a arder de un momento a otro este edificio? Por ahora todo está bastante tranquilo: los soldados hacen sus ronda por el adarve, los criados andan atareados de aquí allá, y nadie parece preocupado por los negros vaticinios de Genoveva.

Sin embargo... no deja de ser extraño que Esteban haya desaparecido de esa manera.

Con cuidado de no despertar a Elicia, Ventura se levantó de la cama y se calzó sus vestiduras con premura. Un instante después se acercó a la puerta de la habitación y la abrió despacio para evitar que hiciera ningún ruido. Una vez consiguió abrirla un par de dedos echó un vistazo al exterior.

En cuanto abres la puerta, ves que algo se mueve entre las sombras; ese algo se da la vuelta y le ves el rostro claramente, a la luz que entra por la puerta abierta: es un hombre armado con un bracamante, que te mira con unos ojos crueles y, sin pensárselo dos veces, se lanza hacia a ti enarbolando su arma.

Procuro entrar en la iglesia, de la manera más "civilizada" posible,  preguntando a alguien por la llave si la hubiere, por si fuera necesaria.

Si no hay forma de dar con nadie que pueda darme la llave, entraria de una manera más "contundente", esto es, por una ventana o forzando una puerta, todo con las precauciones necesarias para no ser visto ni oido. Me gustaria ver lo que hay dentro.

—¿Y este que viene a buscar? —pensó mientras miraba a su alrededor valorando las opciones que tenía.

Un segundo después miró de nuevo al intruso y echó mano al cinturón buscando su cuchillo. Agarró fuertemente la puerta y miró fijamente al hombre observando cada uno de sus movimientos, preparado para estamparle la puerta en las narices al primero que se acercara a la habitación.

—¡INTRUSO! —gritó— ¡Atrancad las puertas, está armado!

Completamente extasiado, te dejas llevar por el desenfreno de Bárbara, que te introduce en un reino donde el placer y el dolor se confunden hasta dejarte sin sentido. Tanto el suave tacto de su piel como sus afiladas uñas sirven al mismo propósito. No puedes -ni quieres- resistirte; todos tus sentidos se centran en ella, olvidándote de todo lo que te rodea, como si solo existiera ella en el mundo. Te parece oír algo fuera, pero no prestas la menor atención.

De repente, la puerta de la habitación se abre y una sombra se acerca a la cama como una exhalación. Aún sin saber muy bien lo que pasa, ves a Bárbara chillar y volar hacia atrás por los aires hasta caer al suelo. Un hombre enorme armado con un bracamante acaba de quitártela de encima y ahora se dispone a atravesarte la piel. Tú, desnudo y estupefacto tanto por las artes de Bárbara como por la rapidez de los acontecimientos, tardas más de lo normal en reaccionar.

Cuando te echas la mano al cinto, te das cuenta de que no llevas encima tu cuchillo, ya que estás medio desnudo después de yacer con Elicia. Sin embargo, en un instante decides que vas a estamparle la puerta al intruso. Este, a pesar de que se lo huele y se prepara bien para superar tu treta y abrir la puerta de un empujón, no puede contigo y consigues hacer la fuerza suficiente para cerrarle la puerta y dejarle fuera de la habitación.

En cuanto miras hacia atrás, ves a una Elicia horrorizada que se protege instintivamente con las ropas de la cama. Observas rápidamente alrededor, pero no hay ninguna ventana por donde puedas salir; solo ves tus ropas en un montón frente a la cama.

Un golpe en la puerta te avisa de que debes actuar con rapidez; el intruso pretende echar la puerta abajo a base de patadas, y no tardará mucho en hacerlo, dado que no es más que un delgado tablón de madera.

Preguntas al primer criado que te encuentras, y este te dice que esa iglesia solo la usa don Fernando y su familia y allegados, y que el resto de la gente del castillo tiene que acudir a la iglesia del pueblo. La llave la suele tener el propio Fernando, o alguno de los dos caballeros del castillo.

Está visto que vas a tener que entrar furtivamente. Queriendo echar mano a tus ganzúas, rebuscas en tu zurrón, pero no las encuentras; tampoco las tienes en tu cinto, ni en ningún otro lugar. ¿Cómo puedes haberlas perdido? ¿Te las habrán quitado los soldados cuando te devolvieron tus pertenencias? El ladrón también podría ser alguno de los sirvientes del castillo, ya que vuestras cosas os las dejaron en una habitación a la que todo el mundo puede acceder con suma facilidad. En cualquier caso, se trata de un objeto prohibido, y no puedes andar reclamando unas ganzúas que llevabas para abrir cerraduras ajenas; quien te las haya arrebatado, ha sabido muy bien qué podía quitarte que no pudieras reclamar.

Maldiciendo para tus adentros, olvidas de momento las ganzúas y te concentras en encontrar una manera de acceder a la iglesia. Después de observarla durante un rato, llegas a la conclusión de que la mejor forma de entrar sería a través del campanario; para ello podrías atravesar la pasarela y trepar desde el piso de arriba, ya que así la tendrías mucho más cerca. Pero, ¿cómo vas a hacerlo sin que te vean los soldados?

Ventura corrió hacía donde estaban sus ropas y se calzó los pantalones rápidamente. Sacó instintivamente el cuchillo del cinturón y lo agarró fuertemente.

—¿Alguna salida secreta, muchacha? —dijo mientras empuñaba el cuchillo a la espera que el valentón derribara la puerta.

Elicia te mira nerviosa, con el miedo patente en su mirada, pero también la duda. Se ve que cada golpe que da ese bestia en la puerta lo siente como si se lo dieran a ella. Finalmente, incapaz de aguantar más la presión, salta de la cama.

"¡Ayúdame!", te pide, y comienza a retirar de la pared el pesado camastro.

Ambos lo movéis hasta dejar al descubierto una trampilla en el suelo, debajo de donde estaba el lecho. Acto seguido, Elicia busca nerviosamente en la funda de la almohada hasta sacar una pequeña llave oxidada.

Algunas astillas saltan en la puerta por los golpes del intruso, que se concentra en la parte dañada para ir abriendo un boquete cada vez más grande.

Elicia se pone nerviosa; corre hacia la trampilla, y con la mano temblorosa trata de meter la llave en la cerradura. En cuanto la abre, observas que la madera es mucho más gruesa que la de la puerta, y por tanto muy difícil de romper sin los instrumentos adecuados. Elicia baja rápidamente por una escalinata de madera, y tú la sigues y cierras la trampilla desde dentro. Entonces se hace la oscuridad. Haces suelo y extiendes las manos tratando de no tropezar, pero aún así, con los nervios, golpeas varios objetos con tu cuerpo; encuentras apoyo en lo que al tacto parece una mesa, pero al tocarla empujas algo que al caer produce un sonido de cristales rotos.

"¡Por aquí!", grita Elicia.

Tratas de orientarte con su voz, ya que no se ve absolutamente nada.

Imagino que no habrá ventanas por las que entrar, ni puertas que forzar sin ganzuas, ¿ verdad?

Me olvido de la iglesia, y echo una ojeada a la zona de la muralla "maldita", la del supuesto suicidio.