Partida Rol por web

Mala noche había vuelto a pasar. Y que ya era la segunda. Y que esta vez el sueño me había impresionado en demasía. Malos sudores empaparon mis ropajes tras la mala experiencia. Intenté que no se me notase mucho una vez me levanté más las caras de mis dos acompañantes dejaban claro, aún cuando no lo dijeran, que estaban al tanto de mi... Problema.

Cómo iba más absorto en mi ensoñamiento casi que en el camino que nos llevaba al poblado no puse inconveniente en parar en la posada. Después de dejar las bestias a la puerta busqué un asiento en el que pasar lo más desapercibido posible pero que a su vez tuviese buena visión de quien entrase o saliese de aquél lugar.

El tabernero, una vez os miraron desde la distancia, asintió a las palabras de Fermín. Habló algo en euskera con su mujer, y sonó a que allí no solían parar forasteros como vosotros, tan evidente vuestra aparición que era tal. Faustino no tuvo ocasión alguna de observar sospecha alguna, pues no había gentes suficientes para ello, que todas andábanse a las labores, seguramente, de sus oficios en aquellas horas de la mañana. Toribio ya estaba sentado, acusado por el rostro pálido y tal vez algún tipo de malestar que le tenía en vilo casi constantemente. Cuando los tres os acomodásteis en la mejor silla y mesas que os parció (que había de sobra para ellos), el tabernero os trajo una bandeja redonda donde había varias piernas de carnero, queso, huevos y una jarra de contenido blanco: leche. Os comentó que era el desayuno, casi siempre sobra del día anterior, pero que las gentes del lugar y los pocos viajeros que pasaban siempre agradecían.

¿Y a qué se debe el gusto, señores? -"de que estuviérais allí", quiso decir, haciendoos ver que evidentemente no érais de por allí-.

Nos acomodamos en una mesa con vistas a la entrada de la taberna y nos trae la comida que huelo con placer.
- Creímos encontrar su taberna llena de gente viendo el ajetreo de las calles. Si bien es cierto que a estas horas no es habitual que las gentes hagan parada para comer. ¿hay más tabernas en Elizondo? Nuestra visita se debe al encargo de nuestro señor de encontrar tierras por esta zona y un poco más al norte. Y hemos andado un buen trecho y comido poco. Así que antes de seguir el camino debemos coger fuerzas. En las tabernas se hacen buenos negocios pero viendo que hemos llegado en mala hora deberemos ir a llamar a las puertas para encontrar un señor dispuesto a negociar. Usted debe saber quien es el propietario de las mejores tierras de por aquí - dejo la frase al aire invitando al tabernero a responder. Y sin darle plena atención me sirvo una pierna de carnero y queso para empezar, mientras escucho al tabernero. Cuando voy a servirme de la jarra veo algo asqueado que aquello no es vino sino leche. - Perdone, nos cuentan que en estas tierras se hace muy buen vino. Si eso es cierto pónganos una jarra y llevese esta leche. Pues los tres ya llevamos tiempo destetados de nuestras benditas madres - hago un gesto con la mano como apartando esa jarra llena de leche.

Había quedado claro que no era esta la mejor hora para encontrar gente en un taberna. Que era temprano y todos andaban a sus quehaceres. Eso era bueno para que no reparasen en unos forasteros. 

Decidiose Fermín a hablar. Y la excusa que dio pareciome buena. Así que me quedé en silencio esperando la contestación del dueño y agradeci la idea del vino que solicitaba mi compañero.

Los tormentos de mi cabeza parecían no querer abandonarme y no tenía ganas de pensar.

Pues su Majestad el Rey Sancho gobierna en estas tierras, y por bajo de él, el concejo de esta ciudad, que es pequeño y nada más necesitamos... -aclaró el tabernero mientras cambiaba la leche por vino, hablando mientras iba y venía-. Aquí tienen poco que hace, me temo. Es el consejo del Rey quien una vez al año recorre el reino vigilando todo este valle, y atendiendo a vecinos y demás peticiones.

Las palabras de aquel tabernero era certeras, y a buen seguro que nada allí tomaríais por bueno, que no vivía alma en esos momentos y que no era hora para ello. Aquella localidad de pastores y labradores de montaña era el lugar más poblado antes de llegar a Zugarramurdi.

Comísteis y bebísteis aquel desayuno y a buen entendedor que pocas palabras bastaban: el vino de aquel lugar era bastante bueno (al menos no era añejo ni aguado, cosa de normal en éstos dias aciagos).

- Esto está mucho mejor - digo mientras me sirvo un vaso del vino que nos acaba de traer el tabernero. Un vino oloroso que también comparto con Faustino y Toribio que parece necesitarlo más que nosotros dos. Y sin darle más importancia, o queriendo disimular mi supuesta decepción por no encontrar las tierras que buscamos le despido con un escueto.
- Gracias.
Cuando el tabernero se aleja hablo.
- Parece que se nos ha acabadobla excusa en este pueblo. Sigamos el camino y acerquémonos más al destino - obvio el nombre de Zagarramurdi para evitar que cualquier oreja bien puesta pueda oírlo - evitaremos sospechas peligrosas y nos acercaremos donde sí podamos cumplir nuestro encargo.
Acabando nuestro ágape me dirijo al tabernero y pago los tres maravedíes que hemos desembolsado entre los tres.
- Tengan ustedes un buen día - deseo al matrimonio.

Afirmé con la cabeza las ideas de Fermín. la excusa no había sido mala del todo mas la contestación del tabernero dejó claro que aññí nada habíamos de poder hacer sin levantar sospechas utilizando aquella treta.

- En lo cierto estás, buen Fermín. Mas creo que deberíamos tomar el vino con mesura y calma. No creo que sea bueno que tras esta simple conversación hubieramos de irnos con prisas. ¿Quién sabe en que se quedarían pensando al vernos entrar solos e irnos igual, sin nadie más que entretuviese la mirada del matrimonio?

Así la jarra y vertí un poco más de vino en mi cacillo. - Bueno está este vino, vive Dios. - Dije mirando por el rabilo del ojo con disimulo al matrimonio por si aquella referencia al Altísimo incomodaba a alguno.

Poco o más bien, ninguno (del todo así) hubo de poner el inquisidor Toribio en aquel matrimonio*, el cual hubo de entender que les miraba pese a que no dijeron nada.

Nada conseguí con la mención al Señor. Más aún que me vieron como les miraba. Todo lo contrario a lo que me proponía. - Bueno es el vino de estas tierras. No cabe duda. - Dije alzando mi escudilla a modo de saludo, en un intento de que nos viesen como simples viajeros. - Mucho mejor que ese agua sucia que se bebe en las Galias.

Cuando, por fin, dejaron de mirarnos hice un gesto a Fermín para que se me acercara un tanto mas. - No cabe duda de que hemos de irnos raudos de éste pueblo. Bien parece que llevamos campanas en derredor nuestro indicando por dónde vamos. Terminemos, pues, nuestras viandas y aceleremos el paso hacia Zugarramurdi. - Con información o sin ella, claro estaba que nos íbamos a encontrar con los problemas. Mejor no levantar polvo a nuestro paso que nos delatara.

Saliendo de la taberna, que preferísteis no dar cuenta de lo que allí pudieran deciros. Y no fuera porque no quisiéraislo oir, sino porque notábais que aquellas gentes (el tabernero y su esposa, así como otros tantos vecinos que veíais nada más salir de aquel lugar) os miraban fríamente. Aquel valle no parecía ser el mejor lugar para hacer turismo en grupo, y eso se dejaba notar. Durante esa mañana, en torno a las doce del mediodía, llegásteis finalmente hasta el pueblecito de Zugarramurdi. Se trataba de un lugar en plena montaña donde, al igual que en Elizondo, las gentes parecían tener el mismo "corte": pastores, campesinos y labriegos, todos ellos habitantes del pequeño pueblo. La gente, pese a callada, no parecía especialmente extraña. Al entrar en el pueblo, bastantes de ellos parecían no importarle vuestra presencia (presencia forastera) y seguían dedicándose a sus ocupaciones habituales. Casi todos ellos se dedicaban a criar vacas.

Llegamos a destino. Un pueblo como éste puede albergar muchas intrigas de puertas para adentro. Pero que me quemen en la hoguera si sé como descubrirlas en tan sólo unos días.

- Bonito pueblo. Podríamos dar un paseo por sus calles y ver si al menos encontramos un sitio para dormir. Y para comer, que el desayuno de Elizondo ya ha quedado muy lejos.

Al fin llegamos a nuestro destino, Zugarramurdi. En apariencia, parecido era al anterior pueblo del que habíamos tenido que irnos para no levantar sospechas... más de las que ya habíamos levantado. Pero algo había que era distinto. No nos hacían tanto caso. Casi no reparaban en nosotros. O no les importabamos o estaban ascostumbrados a los forasteros. Era extraño.

Me quedé quieto mirando a todas partes a ver si descubría algún indicio de algo o si empatizadba con el espiritu de la localidad. No sé. Algo.

La mirada del inquisidor Toribio por doquier era esa mirada típica de los de su oficio, que claman la mentira en la boca y ojos ajenos antes de recurrir al hecho verídico que la demuestre. Y de ese olfato debió valerse Benavente, pues no gozó para sí de buena opinión al respecto de aquel pueblo (a priori). Fuera porque según vuestras pesquisas os habían dicho que aquel debía ser buen foco de brujería o bien por la propia sugestión del momento y la presión de la llegada de la noche de San Juan; el caso es mal espinazo diérale don Toribio, seguramente, a los habitantes de aquel pueblo. Y no sabía porqué, pues de nada habíase cerciorado más allá de su instinto sabuesil.

Estábais allí, parados en mitad de la aldea montañosa. Bella pero fría, y los cuerpos no se calentaban al aire libre, ni tan siquiera al mediodía.

Me voy a buscar una posada donde mojar el gaznate, como bien a dicho Fermín, el desayuno ya va camino de los pies. Sin esperar que sus compañeros aceptaran o vetaran su proposición el pícaro comenzó a caminar hacia el centro del pueblo en busca de una posada. En su camino, el rascabolsas iba franjándose en los individuos y las casas del pueblo. Fijándose sobre todo en las casas de más calidad, una de las pistas de la investigación indicaba que había gente de calidad metida en el ajo.   

Faustino secunda mi propuesta y, a la vez que él, empiezo a andar a su lado en busca de la posada del pueblo. Veo como no saca ojo de nuestros alrededores y sus gentes al igual que Toribio que con el semblante muy serio parece analizar, casi enjuiciar, a todos cuantos no cruzamos.
Ya que estamos de investigación, aparto mis pensamientos de mi próxima pitanza e intento descubrir
en las puertas, ventanas y espacios visibles desde la calle del interior de las casas algún símbolo o artilugio sospechoso de ser usado o que indique adoraciones paganas o de brujería. Como tampoco conozco con detalle lo que se usa en los rituales paganos, cualquier cosa fuera de lo común será sospechosa.

Antes siquiera de urdir un plan entre todos, mis dos acompañantes decidieron irse por su lado. Para variar irían a para a una taberna o a algún lugar parecido.

Por mi parte decidí acercarme a la igesia del lugar en busca de la información que pudiese proporcionarme el párroco del pueblo. Por el camino traté de observar a las gentes con las que me cruzaba, sobretodo si atraía miradas hacia mi persona.

Fue entonces cuando Faustino y Fermín se despidieron de Toribio. Ello era únicamente para hacer investigación, cada cual por su cuenta y a su modo, y de ningún modo podrían perderser en aquella aldea.

Nada encontraron los ojos de Fermín ni de Faustino en las casas de la aldea, pues tan sólo había diferentes tamaños en ellos como diferencia principal; que ni símbolos extraños ni otras sucesiones de mal calibre llegaron a vuestros ojos, oídos o percepción. Tras adentraros a una calle que se bifurcaba de la principial, subísteis una cuesta y a mitad de vía había una taberna, la cual reconocísteis por ser sitio grande y de estilo totalmente diferente a las casas anexas. Estaba hecha de piedra y madera y parecía un lugar muy robusto.

A esas horas no había demasiada gente, tan sólo, y en mayor medida, algunos viajeros extranjeros o gente que viajaba por aquel remoto lugar de las montañas. Algún que otro lugareño, deducido por sus ropas, bebía vino con otros vecinos en una esquina.

Por tu parte, viste desembocar a tus dos compañeros, camino hacia delante, por una callejuela a derechas, que hacía cuesta. En tu caso, tenías visualizado el punto más alto de la aldea, que no era sino el pequeño campanario de la iglesia. Aquello te guió durante unos minutos hasta que llegaste a la mismísima puerta. Era un templo de mampostería simple que, a todos los efectos, se encontraba ahora cerrado. Un par de tipos te miraban, los cuáles estaban esperando en plena calle con su carreta y su buey tras de sí.