Partida Rol por web

El pícaro escruto el lugar en busca de gente de su gremio, ladrones de poca monta y fulleros. Pero parecía que esa era una aldea demasiada pequeña para albergar a algún pícaro, así que busco al consabido borracho del pueblo. Aunque mientras realizaba estas pesquisas, se acercó a la barra y le pidió al tabernero una jarra de vino y algo de picoteo, un poco de queso o unas lochas de carne curada.

Me uní a la petición de Faustino menos con el vino del que preferí no abusar y pedí sólo una escudilla. El tabernero me sirvió rápido y empecé sin espera a comer. Entre mordisco y sorbo de vino (también sirvió un gustoso vino este tabernero) ponía la oreja en todas las conversaciones que me llegaban. Sobretodo en las que se hablaba más bajo.

No lograte ver absolutamente nada en el interior del templo. Por más que indagaste las ventanas del mismo, todas estaban cerradas con los postigos y tablas interiores. Pareciera que allí no se diera misa en mucho tiempo.

Si harto rara y poco habladora era la gente de montaña para con los extraños en cualesquier lugar del reino, no iba a ser menos en esta ocasión. Los habitantes de Zugarramurdi estaban a sus cosas, mirandoos de reojo de vez en cuando como tipos venidos de fuera que érais. No hizo ademán alguno el tabernero por interesaros por vosotros más allá de serviros comida y vino, pero que parecía que vuestra presencia no era grata allí. ¿Qué diantres hacían aquellos dos tipos, uno de ellos portando lanza, en aquel lugar remoto de montañas?

Que una mala piedra nos dé en la cabeza si sabemos a que han venidos vos... -dijo un tipo que rompió el silencia sentado junto a una mesa cerca de la vuestra...- ¿son viajeros?

Era evidente el recelo que tenían los presentes hacia nosotros. Y no era extraño en un pueblo pequeño. Aunque aquello no me intimidaba en absoluto.
Llegó el momento en el que el más atrevido se dirijió a nosotros. Lo tenía de espaldas, pues yo seguía gozando de mi almuerzo en la barra. Sin ninguna prisa me giré acabando de masticar un pedazo de cecina.
- Eso mismo, viajeros. Y ya que es tan amable de interesarse por nosotros, nos podría decir donde podríamos pasar la noche. Hace días que no dormimos en una cama y nuestros huesos lo agradecerían. Tragué los restos del último mordisco con un trago del vino y me limpié con la manga.

Viajeros que deseamos cruzar cuanto antes esta tierra. Comento con cierta suspicacia el pícaro. Solo he oído historias lúgubres sobre esta sierra, y no desearía demorarme más de lo necesario.  El pícaro lanzo el anzuelo con el cebo a la espera de que el posadero se lo tragase y respondiera con alguna información de provecho, pero con estas gentes de montaña nunca se sabía.

El tabernero levantó la mirada unos instantes, en dirección a Faustino, tras su comentario. No dijo nada, sólo se dedicó a sus tareas, que eran limpiar la pequeña barra y ordenar el tugurio entre otras.

Vaya... con que uno desea pernoctar bajo techo, pero el otro marcharse por miedo a este lugar... ¿Y qué hacen vos dos juntos, si puede saberse? -el tipo rió, y con él algunos que estaban en al lado, en otra mesa-. En fin..., aquí al lado, pregunten por Ostatxu, mi sobrina. Su casa es grande y alquila a viajeros habitaciones de varios tamaños. Tal vez sean de su gusto -dijo con algo de sorna y entre risas...-.

El pícaro miro con desprecio al “espabilado” posadero. Si, ya veremos quien ríe el último. Recogió las viandas y el vino, y se fue a una mesa a beber tranquilo. Luego iría con Fermín a la susodicha casa, puede que la propietaria de la casa fuera más amable.  

Cuando Faustino se sienta en la mesa acercándome un poco al terco tabernero le digo como si fuese una confidencia - es mi hermano. Ya sabe, los amigos se escogen, la familia no. Vamos a ver a nuestra madre que está en el lecho de muerte y tenemos prisa por partir. Pero dicen que por estas tierras hay reuniones de brujas que invocan al diablo y sacrifican niños... y a no tan niños también. Yo prefiero ir descansado por si tenemos que defendernos de ellas. Porqué si bien es cierto que vamos con el tiempo en contra, las batallas hay que librarlas bien dormidos y con el estómago lleno si se quiere ganar. Él no atiende a razones, va desesperado por llegar, pero a los mayores, aunque sean hermanos, hay que deberles respeto y obediencia. Él es el pequeño, y aunque tenga la lengua muy larga, ahora le toca callar y obedecer - hago una pausa, bebo un sorbo de vino y añado aún en voz más baja - pero dígame usted que es de aquí. ¿Es cierto lo que nos han contado de camino hacia aquí? Eso de las reuniones de brujas en los bosques...

Suelto el anzuelo sin mucha esperanza, pues no se le ve un hombre de mucho chismorreo. Pero cualquier indicio que pueda darme será bueno.

El cliente indiscreto anduvo muy pendientes de las palabras del "hermano mayor" Fermín, que a buen seguro así se pareciese; que en éstas el tabernero negaba con la cabeza en el sentido de aquella pregunta (la de los rumores que Fermín decía haber oído del lugar que pisábais). El tabernero aseguró que de ser así, de haber reuniones de brujas en los bosques, tiempo ha habrían venido a indagar la Santa Iglesia, pero que nunca había oído ni escuchado nada. Acto seguido se marchó a atender a unos clientes que habían entrado en su negocio. Cuando os dísteis la vuelta, el tipo que antes os había hablado había desaparecido (se había marchado).

Nada más logras saber de aquella iglesia. Pareciera que el párroco estuviera en otra localidad, y que en aquella jornada no hubiera celebración al Señor.

¿Y a quíen busca vos? -te espetó uno de los tipos de la carreta, que llevaba prendas de aldeano, al verte tan interesado en el santo templo-. Pareciera que era natural de allí. Dios está en todas partes, pero el señor cura hoy no está aquí.

Fermín, voy a salir a la calle. Voy a tratar de averiguar dónde va el cotilla con tanta prisa…. Dijo en voz baja, ya que como temía parecía que todo el pueblo anduviera en contubernio con las brujas.

Avisado su amigo, el pícaro salió con paso normal a la calle, excusándose en que iba a tomar el aire y a vaciar su vejiga. Una vez en la calle recorrió con paso sigiloso y tratando de no llamar la atención de los transeúntes los alrededores de la posada buscado al cotilla. Al cual, solo pretendía seguir en sigilo.

- Encuentra ese tipo, hermano... - le digo a Faustino en susurros y guiñándole un ojo le despido con media sonrisa. Cuando en realidad me preocupaba un poco perder la pista de ese hombre que tal vez era un simple cotilla o alguno de los cómplices del grupo que estábamos buscando.  Si se nos escapaba sin conocer su identidad perderíamos la iniciativa.

El anzuelo estaba lanzado y tarde o seguramente temprano, todo el pueblo estaría enterado de esos que dicen ser hermanos en pos de su hogar materno que sospechan de la brujería de alguno de sus aldeanos.

No fue difícil dar con la iglesia del pueblo. Al ver el campanario en lo alto del lugar ascendí hasta ella en poco tiempo.  Al llegar constaté que estaba cerrada desde hacía tiempo y que allí no se había celebrado la Palabra del Señor en mucho tiempo. Con las manos cruzadas en la espalda rodeé el pequeño templo en busca de alguna señal extraña o cualquier cosa que me indicase si había sido profanada. Mas nada encontré en mi búsqueda.

Al volver a la parte de la entrada me encontré con un par de aldeanos que me miraban delante de su carreta.

- Al cura, si. Buscaba al cura. Pero parece que el cura no está como bien decís vos. Hablar con Dios es fácil pero creo que hablar con el cura va a ser más complicado. ¿Tienen alguna idea de donde se puede encontrar? – Pregunté al que me había dicho que no estaba el cura allí sin separar mis manos de la espalda.

Faustino salió como alma que lleva el diablo; y cuando vió a aquel indiscreto vecino del pueblo marcharse (que lo hacía sin prisa alguna, por cierto), no hubo más que echarle el guante por atrás. Tras un ligero zarandeo, el tipo comenzó a dar voces.

¿Qué quieres de mí? ¿Otra vez vos? ¿O es que aún pregunta por la mía sobrina? -decía el tipo, que ahora tenía un sombrero de cuero en la cabeza-.

Al oir este jolgorio, tanto Fermín y algún otro parroquiano salieron a la calle, y el encuentro andábase unas varas más allá, pero no muy lejos de la taberna.

Elizondo, Tanatxu y otras aldeas, señor. El señor cura va y viene, ya sabe -cierto era que había párrocos itinerantes-, y que no siempre había misa de manera regular en lugares de montaña y difícil acceso como éste. Estuvo aquí el viernes, y estará al caer en unos días, supongo -acabó diciendo mientras tomaba las riendas de su bestia para continuar el camino con el carruaje.-.

Y fue en éstas que, desde alguna calle más atrás, se oía algo de jolgorio a viva voz; como si alguien gritase un poco.

Di un último vistazo a la pequeña iglesia confirmando las palabras de aquel aldeano. Hacía tiempo que no se daba misa por allí y quizá la razón que no había hecho llegar allí fuese la culpable. 

Oí como desde más abajo llegaban voces y gritos. Con cierto cuidado fui siguiendo el sonido hasta dar con el y quedé resguardado por la esquina mirando hacia donde procedía el griterío.

No ha bien tuvo Toribio de Benavente de llegar hasta donde un tipo voceaba, y no lo tuvo tampoco a mal porque no era agravio alguno el que se sucedía: tan sólo Fermín estaba encarado con éste, no lejos de la entrada de la taberna del pueblo, sin ninguna mala intención; pero el vecino (un aldeano corriente y moliente) se sentía incómodo por él (y Toribio no sabía porqué). Otro par de vecinos y el propio Faustino, que estaban a un lado, veían la pequeña escena (la cual acababa de comenzar).

¿Otra vez vos? Aun os atrevéis a pregúntame. Comento con sorna el pícaro. Si sois vos quien me seguís. ¿Y de que sobrina habláis? Venga, contar. Apremio Faustino viendo que la gente se congregaba a su alrededor.

Venga hablar. Si no tendré que invitarnos a mi compañero y a mí a una ronda.