Partida Rol por web

Tampoco veis a Krishnarj y, mientras vuestras miradas se deslizan por la superficie arenosa del lugar, advertís que, poco a poco se os acerca un grupo numeroso de presos con miradas poco amistodas. El grupo es bastante numeroso, dos presos por cada uno de vosotros.

Todo apunta a que la mañana va a ser entretenida.

Entro en los barracones visiblemente molesto -Qué ganas tengo de terminar con todo esto- sentencio con un soplido -Temo que los nuevos, los que van a trasladar, revolucionen al resto de presos.- Veo en los ojos del mis compañeros que son muchos los que opinan igual. -Sólo deben pasar de esta noche, mañana se los llevarán- me recuerda uno de los guardias y asiento -un día y una noche muy largos-

En ese momento veo que entra otro de los soldados y me entrega un documento -del alcaide- me dice. Enarco una ceja y lo leo. Mi rostro cambia de semblante y los que allí se encuentran muestra un creciente interés -nuevas órdenes- me limito a decir. Me acerco a mi puesto y guardo el documento. Me siento sobre la cama para reflexionar, visiblemente preocupado. Tras ello salgo resuelto a hablar con el alguacil.

La situación te resulta intrigante. ¿Qué le habrán notificado al capitán? Buscas con la mirada a Cisco para saber si desde su perspectiva pudo ver algo más, pero no lo encuentras. El escurridizo Kovold no está tras de ti. Lo buscas algo preocupado y tu corazón da un vuelco cuando lo descubres descendiendo por una de las paredes sobre el lecho en el que duerme uno de los guardias. Si se escurre, caerá sobre su cara...

-Debo demostrar mi valía- pienso para armarme de valor y sigo descendiendo, muy despacio. A esta altura aún no se me ve, pero si alguien entra y camina hasta el centro de la sala... por lo que desde este trabesaño debo hacer una escalada rápida pero firme.

Nada más bajar del trabesaño me escurro y caigo sobre el soldado que duerme. Rápidamente me escabullo para ocultarme. Pero el guardia me ve -¡Eh!- escucho el grito a mi espalda -¡¡Guardias!!- Llama el soldado mientras corro buscando una grieta, un escondrijo o cualquier cosa que sirva para defenderme. Con mirada nerviosa recorro la estancia, veo las armas pero ir hacia alguna, e incluso llegando a alcanzarla, sería una muerte segura por lo que corro hacia la puerta de los barracones.

Siento lo cerca que ha estado uno de los guardias de darme una patada, pero consigo salir. Echo una mirada para advertir que tres más corren tras de mí por lo que sé que los barracones ahora quedan vacíos.

Aquel tipo tenía cojones, esto estaba claro, y como había supuesto era tan bueno escondiéndose como él mismo. Y tampoco se le daba mal trepar. Ahí estaba, trepando por una pared en busca de vete tu a saber que. Hacerse con las órdenes del alcaide era su mejor baza, era muy probable que estuviese allí la información que necesitaban. 

Internamente se debatía, sabía que el goblin les iba a traicionar. Era poco de fiar y eso estaba claro. Había pensado en matarlo y cargarle el muerto al kobold. Así el vendría con ellos y tendrían un problema menos pero si hacía eso borraba de un plumazo la posibilidad de escape. La opción de acabar con el grandote era... difícil. 

Pero ahora debía actuar. Aprovechó la distracción del kobold para hacerse con dos cosas antes de salir de allá. Un par de dagas de alguno de los guardias que estaban dormidos y el papel con las órdenes. El sitio estaba vacío, debía bajar leer las órdenes, coger el par de armas y salir de allí corriendo sin ser visto. Era factible que los guardias pasasen revista a los internos y no podía faltar a esa revista. 

Tu corazón late con fuerza al presenciar tan deplorable espectáculo por parte del Kovold y adviertes el motivo de que sus compañeros le hayan dejado atrás. Una lástima.

Desciendes sin problema pero sin detenerte. Coges las dos primeras dagas que encuentras y corres hasta las órdenes. Te ocultas tras el camastro para leer, en previsión de que alguien pase por la puerta mientras escuchas el escándalo que está armando Cisco por los pasillos. -Lo siento, lo siento, dejad que vuelva a mi celda- escuchas gritar al infeliz.

Al capitán de la guardia:

Sospecho del traslado de estos reos y es mi deseo que se supervise la operación. Coja a uno de sus mejores hombres, en quien más confíe y acompañe a los presos hasta su nuevo destino asegurándose de su llegada.

Firmado:

Dismsuera Aerismso
Alguacil de Matadero

Dejaste de nuevo las órdenes en su lugar y subiste, pero cuando estuviste a punto de regresar al patio escuchaste al capitán...

-...de los guardias que han ido escoltando a este tipo de presos ha vuelto.- Entro de nuevo en los barracones -Sé que sólo son rumores pero me dejan intranquilo. En cualquier caso el alguacil ha insistido y tú, buen amigo, eres en quien  más confío. ¿Me acompañarás?- le pregunto al joven que contesta rápidamente -¡Siempre!- me dice dejándome más tranquilo.

-Bien, según las últimas noticias el traslado llegará antes. Puede que esta misma tarde estén aquí así que prepárate. Desconozco si saldremos durante la noche o esperarán a mañana. Coge ropa de abrigo y despídete de tu familia.- Le pongo una mano en el hombro en gesto de gratitud y lo dejo marchar. Voy hasta las órdenes, las cojo, y yo mismo voy también a ver a los míos.

Te arriesgas buscando algún documento adicional. Cualquier pista que os revele vuestro destino, pero no encuentras nada. El vacío en este aspecto es tan contundente que te hace sospechar: Ni siquiera los soldados saben a dónde vais, puede que ni el alguacil... ¿o quizá sí?¿Cómo se pusieron en contacto con Matadero para indicar qué presos solicitar?

Vas a los tejados y, a través de algunas ventanas o por los sonidos, sigues el rastro de Cisco. Un Kovold cada vez más acorralado. Con los soldados siguiéndole los talones...

En el patio se escurren los minutos mientras varios presos se reúnen para tener una charla no amistosa con los que allí quedáis. Poco a poco se agrupan en torno a Alona, Hazir, Ishrad, Serge y Pain. Alona mira desafiante apretando los puños. Contáis a dos reos para cada uno. Pero antes de que nada empiece, el revuelo vuelve a llevar vuestra atención a los portones. Al otro lado, a través de los barrotes, veis a un kovold diminuto que sale trastabillando, corriendo hasta ocultarse detrás del gran bahúl y mirar con ojos desorbitados dónde esconderse o cómo huír.

Tras él, cuatro guardias salen en su captura. El pequeño no tiene tiempo para pesnar y corre hacia el exterior. Los cuatro guardias apostan sus virotes en las ballestas y disparan a Cisco.

El kovold grita de dolor y cae de bruces al suelo. Los guardias se preparan para volver a disparar al indefenso.

La muchacha distante de todos, veía como el kobold se lanzaba a lo loco. Negó con la cabeza con un pensamiento de "mejor te hubieras escondido dentro del baúl". Tal vez buscaba crear una distracción, pero no se tiraría a lo kamikaze ella. - que cobardes! - dijo en alto buscando llamar la atención de los guardias en un momento de generosidad, para ver si el hacer que giraran el rostro, permitía huir al pequeño o tal vez, ser apresado sin mas daños.

Parecía que su presencia había sido el desencadenante para que todos los demás decidieran moverse; era algo que no le importaba, incluso le hacía sentir bien. Pero no tuvo tiempo, por supuesto, para deleitarse en aquella sensación que producía. Ni siquiera pudo, en verdad, detener a Tizoc antes de que se llevara al pequeño kobold, pues Alona decidió que estaba más dispuesta a jugar que antes. 

No le pasó desapercibido el tono con el que dijo aquello antes de salir del comedor, pero no importaba. Era algo distinto de la inicial actitud amenazadora que no iba a ir a ningún lado, y aunque le habría gustado ser él mismo quien borrara aquella intimidatoria forma de ser de la mujer, decidió rápidamente que aquello podía ser igual de divertido llegado el momento. 

Así que la siguió, fue tras ella a apenas dos pasos de distancia observando por el rabillo del ojo al resto de "compañeros" que iban también al patio. Algo le decía que iba a tener problemas, por eso vigilaba a los otros que habían permanecido con el hobgoblin y, por tanto, con la bárbara, pero no llegó ninguna traición por parte de aquellos.

No. La sorpresa no llegó desde atrás, sino desde uno de los extremos del lugar, exactamente allí donde les habían descargado. Nickar estaba allí, algo que no era extraño viendo lo que también había. El cofre donde habían llevado sus pertrechos permanecía allí, sin nada más que una pareja de guardias que rápidamente se alejaron. ¿Era una prueba? No tenía ni idea, pero por la reacción de Amok, no parecía ser algo común. ¿Quién dejaba las armas al alcance de los presos? Era una pregunta para la que su maquiavélica mente pronto encontró respuesta. 

Acostumbrado a las torturas, a infligir dolores no sólo físicos sino también otros más profundos, no era ajeno a las ventajas de romper la voluntad de sus víctimas, de darles algo sólo para que la esperanza naciera en sus ojos y ver después como el brillo desaparecía dejando un vacío que lograba aplastar cualquier sentimiento de rebeldía, de fortaleza, que uno pudiera albergar. Poco después el kobold fue un perfecto ejemplo de aquello.

Si alguno recogía su arma, si la sostenía en sus manos, volvería a saborear la libertad. Pero igual que el pequeño reptil había visto sus planes de huir quebrados al darse cuenta de que los ballesteros esperaban que alguno corriera por los portones abiertos para abatirle, ellos sucumbirían igual a la misma trampa. ¿Quién les decía que si cogían el hacha, por ejemplo, no les convertirían en una diana? Para aquellos taimados soldados aquello bien podría ser un juego. ¿Los nuevos morirían intentando coger sus armas, o lo harían aplastados por la turba que, de golpe, se había reunido en torno a ellos? Tal vez ni siquiera era cuestión de ser los nuevos, sino los que se iban a aquél otro agujero que nadie conocía. Sonrió. Qué más daba, a lo mejor habían sido incluso elegidos al azar, no importaba.

Para él lo único importante es que no iba a morir de ninguna manera, al menos no por la mano de uno de aquellos carceleros, y de ningún modo a causa de aquellos harapientos presos.

- Por supuesto que no. - Dijo en voz alta aunque para sí mismo, mientras se colocaba en posición de combate, cerrando los puños a la par que sentía la áspera arena moverse bajo sus pies.

Oh, oh... 

Hazir vio cómo la situación se complicaba rápidamente. En cuanto salieron del comedor, Tizoc se llevó a Cisco antes de que pudiera impedirlo, y, poco después reapareció, acompañado del cofre de sus pertenencias, y corriendo por su vida. Hazir quiso gritarle que se cubriera, en vez de correr como una gallina sin cabeza, pero para cuando quiso hacerlo ya había pasado el cofre y los ballesteros comenzaban a acribillarle. Observó consternado cómo un virote le alcanzaba, perforando su pequeño cuerpo. Esperó que fuera lo suficientemente resistente como para no morir solo con eso, aunque de un kóbold no se podía esperar demasiado. 

Sin embargo, un movimiento le hizo darse cuenta de que tenía sus propios problemas de los que preocuparse. Varios presos se acercaban a ellos con evidente hostilidad. Aunque Hazir prefería hablar primero, no era ningún ingenuo, y sabía que a veces no había otra solución que la de los puños. Ir hacia las armas no parecía buena idea, teniendo en cuenta cómo habían acribillado a Cisco. Así que se quedó allí, y cerró los puños. Aunque eran muchos, tenía a buenos compañeros a su lado, estaba seguro de que todos eran peligrosos. Alona tenía pinta de poder no con dos sino con cuatro, y Pain probablemente no se quedara atrás. Había peligro en aquello, más del que nadie se imaginaba. Hazir dio un pequeño paso hacia el kobold, sin separarse de los demás, y le habló rápidamente:

-Deja de correr, trata de cubrirte tras algo y no te muevas. No te saques el virote o te desangrarás. Tranquilo, te ayudaremos en cuanto hayamos solucionado esto. 

Te acercas a la cornisa, nadie depara en tu presencia, antestos (algunos disfrutando) con la situación y el futuro incierto de la pequeña criatura. Inspiras profundamente el aire seco y polvoriento de aquel lugar, contienes el aliento y lanzas una de las dagas. El arma gira por el firmamento y te sorprende la trayectoria que el arma adopta, directa a la nuca del soldado más rezagado que se afana en volver a cargar la ballesta.

Como si el tiempo se ralentizara, el corazón te late con fuerza cuando percibes la punta de la hoja entrando por la base del cráneo del humano...

En el momento en que los guardias vuelven a cargar las ballestas, sólo los más atentos, perciben algo que cae sobre el humano más rezagado. Un curioso sonido de succión provoca que el hombre se enderezca dejando caer la ballesta. Va a dar un paso pero cae de bruces al suelo. El resto de guardias se gira. Claramente la empuñadura de una daga le sale de su nuca y la sangre emana suavemente de la herida.

Al momento todos se ponen a cubierto, mirando incrédulos hacia los tejados sin atreverse a escudriñar por temor de un nuevo ataque -¡¿Cómo ha podido pasar esto?!- gritan sorprendidos -¡¡¡Fuga!!!- se oye decir.

Las parejas de reos que se acercaban a vosotros se detienen. Aquel hecho, unido al globo de oscuridad de primera hora de la mañana, traería problemas, traería a los guardias arcanos. Las miradas amenazadoras se esfuman y, a los pocos segundos, todos vuelven a sus asuntos, por el momento.

Presencio sorprendido el hecho y advierto que es esa mi oportunidad. El miedo y el dolor hace que mis movimientos sean torpes. Miro hacia el muro exterior, la libertad está demasiado lejos como para que pueda llegar. Miro el bahúl con las armas y al resto de reos. Sin duda podría alargar alguna de ellas hasta las rejas... pero tengo demasiado miedo y me arrastro hacia los portones del patio mientras el revuelo de los guardias queda a mi espalda.

Mi cuerpo pequeño, no sin esfuerzo, cabe por los barrotes. Veo a la presa más cercana -Nickar- pienso al recordar (si no me equivoco) que es su nombre. Meto la cabeza entre el hueco inferior, luego un hombro, el otro con dificultad y me agito pasando poco a poco hasta que un dolor intenso y agudo me recorre el cuerpo. -El virote- pienso al escuchar cómo se parte la madera.

-Aaaaaauuuuuuh- sigo agitándome aunque más lento hasta que todo mi cuerpo está dentro del patio. Sudoroso y ensangrentado, la arena se me queda incómodamente pegada. Escuece. Intento levantarme pero sólo acierto a avanzar a gatas hacia el interior, alejándome de los guardias.
 

Ni de broma. Nada importaba de lo que ocurría a su alrededor. Ni los gritos de alerta de los guardias, ni el alarido del kobold. Nada. Aquellos hombres le habían amenazado con su simple presencia. Les habían rodeado y puesto en un aprieto. No iban a marcharse. Seguía sin perder de vista a esos dos que, más o menos, había tenido frente a él, y en cuanto movieron un pie, se lanzó como un ave de presa sobre el conejo.

Fue un movimiento rápido, aunque algo indeciso porque se dio cuenta de que aquellos hombres no le atacaban, sino que se daban la vuelta. No importaba, estaba hecho, y cada uno debía de ser responsable de sus acciones. Un puño envuelto en algo similar a llamas se estampó contra el más cercano de los enemigos y sonrió.

La situación pintaba peliaguda, pero de pronto alguien mató a uno de los guardias, y todos empezaron a alejarse. Aprovechando la confusión, el kóbold corrió de nuevo, y logró pasar entre los barrotes, partiendo el virote en el proceso. Hazir no pudo dejar de admirarse: no era fácil hacer lo que el pequeño ser acababa de hacer. Los reos que iban a atacarles se retiraron, pero Pain hizo caso omiso y cargó de todas maneras. Hazir vio el momento adecuado, con los guardias distraídos por un lado y los reos recibiendo el ataque de Pain, y dio gracias por la agresividad de aquél hombre. 

Moviéndose bastante más deprisa de lo que podría pensarse al verle, corrió hacia el kóbold, levantando la arena con los pies, y le cogió en brazos mientras giraba derrapando sobre la arena para volver con el grupo. Ahora solo faltaba saber qué había sido de Tizoc, Hazir esperaba que no le hubieran pillado. 

Todos bastante ocupados atacando a aquel pobre kobold, y Nickar que se sentía compasiva, aprovechó que las miradas se dividían entre el pequeño reptil, el guardia recién asesinado y el grupo de reclusos, escogió al ballestero que vio más factible y su aterciopelada capa se abrió en un par de magníficas alas. Sin dudarlo, y aprovechando que su concentración se centraba en el lagarto, cargó a toda prisa contra él. Embistiendo al hombre por tal de empujarlo y hacerlo caer de la muralla. - capturad vivo a ese animalillo imbéciles, los kobolds son eficaces servidores si no les tratáis mal! Acto seguido solo cerraría sus alas y se sentaría a esperar, tal como había dicho, si no tuvieran a sus compañeros como rehenes, ya se habría marchado.