Partida Rol por web

- Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación,- recita muy de corrido Emilio al tiempo que se santigua- y líbranos del mal. Amén.

Lleno de horror, el jovenzuelo permanece salmodiando plegarias sin apartarse de sus camaradas. Sus vivos ojos azules abiertos como platos no pierden detalle de la figura, apercibiendo deprisa todo lo que los relámpagos les permiten. Pues aunque aterrado hasta los tuétanos, no todos los días se cruza uno con quien pudiere ser el mismo Luzbel, y aunque mejor fuera no cruzarselo, mal estaría perderlo de vista o aún darle la espalda.

No, Don Álvaro, no era..., es..., no se qué es... - afirmo dubitativo - No puede ser, pero es, ¿es?..., es lo más extraño que he visto en mi vida - interrumpo mi brillante discurso al oír el padrenuestro entonado por lo bajo por el de Vizuete, lo que me parece darme una idea y me persigno rápidamente.

Tal vez deberíamos seguirle, sea lo que sea... - digo no demasiado convencido - Podría tener relación con nuestro asunto, y siendo así sería interesante saber donde para...

Un escalofrío recorre mi cuerpo y la espada ha aparecido en mi mano, como por arte de magia y de forma casi involuntaria. Una inútil herramiento contra el demonio. Oigo rezar a alguien y yo también en lo hago, muy bajito.

¡Era! -contesto únicamente a las preguntas.

Acabamos de ver al diablo caminando de un modo más o menos secreto, ocultándose de las miradas ajenas, ¿por qué el diablo tiene miedo? ¿Por qué se esconce? ¿Y si no es ÉL? ¿Y si es un siervo?

Sí...-digo no muy confiado-sigámosle

Pero pienso mantener mi espada lista.

Al ver la valiente reacción de Don Rodrigo no puedo sino avergozarme por mi primera vacilación.

- Pues... ¡Sea entonces! Será un encuentro digno de narrar en cualquier taberna: ¡la noche en la que cruzamos acero con el mismísimo diablo! Digno de aquel barón francés que conocí en Flandes... ¿cuál era su nombre? ¡Munchäusen! ¡Un tipo singular sin duda!

Y arranco con Rodrigo en pos del príncipe de las tinieblas. ¡Santiago y cierra España!

Vayamos pues, en pos suya... - digo más animado por la bravata inesperada de Don Rodrigo, comenzando a correr calle arriba, no sin antes echar un vistazo para asegurarme de que los demás me siguen - Al menos veremos dónde se dirige si nos damos prisa...

Cuidado Ambrosio que te pierden las bravuconadas, no seas cebollón que siempre acabas mal parado... - pienso, sin detener por ello mis rápidos pasos.

Corréis un trecho con la mano en la herreruza hasta girar la primera calle por donde la extraña figura dobló la esquina.

Una decena de pasos más adelante podéis ver de frente a la figura, mirando hacia vosotros. Os quedáis un poco sobrecogidos por el recibimiento. En las cuencas oculares del monstruo brillan con claridad las llamas del mismísimo infierno.

Un instante después, se gira y vuelve a correr calle arriba y en ese mismo instante cuatro embozados de los de a tanto la estocada os cierran el paso con los hierros al aire.

Persiguiendo al demonio, envalentonados por unas frases oportunas nos lo encontramos de frente, mirándonos, la idea de perseguirla ya no es tan buena, y mi voluntad empieza a flaquear. Me santiguo con la mano izquierda repetidas veces.

¡Santa María Virgen! ¡Voto al mismo Dios! ¿Es eso acaso ÉL?

Así parece ser, es él. Mas parece que también se ha asustado y sus esbirros le ayudarán a huir. O más bien a no perder tiempo con nosotros, tiene asuntos más importantes que cuatro españoles. Eso me consuela en parte, a mi parte cobarde.

Vuelve aquí Satán...-digo en lo que ha empezado siendo un grito y no ha resultado sino parecer una súplica, una súplica para que no viniera.

¡Oh, Dios mío! ¿Qué he de hacer?

Las espadas de los valentones me dan una respuesta, hemos de solucionar los asuntos mundanos. La idea de que escape me hace pensar en la pistola, una forma muy rápida de acabar con la refriega. Miro a mis compañeros, decido tomar iniciativa en los asuntos de espada, que son realmente lo mío. Pero dudo, y mucho.

- Padre misericordioso...

Emilio frena bruscamente la carrera con un breve traspiés cuando se encuentran al maligno, sus ojos ardientes fijos en sus personas poniendo en brete las asaduras de sus perseguidores. Mas por algún motivo, continúa carrera, quien sabe si para consumar alguna villanía o para ponerse a cobro, ya que contra todo lo esperable cuatro matasietes desembarazando blanca de entre capa y embozo les han salido al paso.

Más encorajinado ante lo mundano que lo sobrenatural, el muchacho se guarda unas cuantas preguntas para más adelante. Nunca es bueno distraerse pensando cuando pueden rajarte las tripas de lado a lado.

- ¡Voto a bríos camaradas, que he aquí a cuatro hombres que carecen de miedo, de vista o de cuidado!- el joven ejecuta una simple floritura con la ropera, pues con más se notaría su falta de escuela, y continúa la pulla a los recién llegados- Dejen paso vuestras mercedes, que por no encontrarse en donde debe no podremos mandarlas al diablo.

Cuanta facilidad goza la sangre joven para olvidar los miedos cuando al cambiar de tercio los lances tienden a celebrarse allá donde más les concierne.

Plantado con los dos pies firmemente en el suelo, tras haber calculado la distancia necesaria para acertar con precisión con mi acero en el hombre que tengo enfrente apenas desenfundado, escucho con una mueca que podría parecer una media sonrisa las bravatas del jovenzuelo.

Y yo que pensaba que ya había visto bastante sangre por hoy... - comento simplemente, esperando la reacción de nuestros enfrentados.

No me molesto en decir nada... En realidad mi habla está enmudecida por lo que acabamos de atisbar e intento no pensar en aquellos ojos llameantes entreteniendo mi mente con los devenires del duelo. Mi espada sale de la funda de forma instintiva trazando un amplio arco que espero que coja por sopresa a uno de esos truhanes. Sin dejarlo respirar ataco nuevamente buscando el corazón de mi oponente. ¡Batirse en duelo con Lucifer! ¡Que gran atrevimiento! Pero primero debo abrirme camino entre estos lacayos del demonio.

El hidalgo de la herreruza presta abre los lances raudo y sin dudarlo, a lo que Emilio, ya habiendo escogido matarife con quien reñir, se lanza con denuedo a dar tajadas que aparten semejantes estorbos de por medio, eso sí más precavido que su compadre don Álvaro que con poca preocupación por su pellejo se ha lanzado a agujerear el ajeno.

El destello del acero de Don Alvaro es la señal que estaba esperando. Como una exhalación, mi propia espada sale de su funda y busca el cuerpo de mi enemigo, quien sorprendido no puede evitar ser ensartado en este primer lance.

No tenemos toda la noche, más os valdría buscar pastos más verdes ahora que aún tenéis piernas que os lleven...- bravuconeo mientras retiro el brazo armado con premura, preparando el cuerpo para recibir un contraataque - En caso contrario, os ruego que muráis pronto...

Espada en mano y viendo la reacción de mis compañeros, que me parece apropiada y digna de hidalgos españoles, me uno al intercambio de estocadas, con excesiva furia. Mas todo se debe a mi intento de equilibrar rápidamente la balanza a nuestro favor y mis esfuerzos se andan encaminados a mellar la salud ajena, aún a riesgo de la mía propia. Todo sea por ser rápidos.

¡Santiago!

El recuerdo de los combates sobre las frágiles tablas en los mares de Levante asalta mi mente, y diríase -pardiez- que estoy encantado con la situación. Pues una sonrisa aparece en mi rostro.

El primer lance de don Álvaro pilla por sorpresa al primer hombre y antes de poder chistar ya tiene una toque de don Álvaro en la muslada. La segunda estocada, más prevista, es desviada. Con poco tino intenta devolver el ataque pero la oscuridad de la noche y quizá el dolor en el orgullo nublan la vista del embozado que no hace más que menear la blanca sin éxito.

A imagen y semejanza de don Álvaro, don Ambrosio lanza la misma maniobra sobre el espadachín con el que le toca reñir. La ropera de don Ambrosio levanta el sombrero del embozado dejándole el rostro al descubierto. Un par de pasos hacia atrás y el golpe en la cabeza hacen que el valentón tropiece y caiga de culo al suelo. Un tanto descolocado lanza su estocada desde el suelo pero un ágil gesto de don Ambrosio detiene el desesperado golpe. A la desesperada mueve la ropera al aire sin más éxito que el de espantar malos humos.

El lance de don Emilio va a parar sobre la espada de su contra pero la fuerza de la estocada es lo suficiente para hacer tocar la punta sobre el costado del matarife. De vuelta la ropera de va a dar sobre la rodilla de don Emilio que no puede hacer más que mover la blanca tratanto de evitar la mojada.

Al grito de Santiago le siguen dos feroces estocadas del Caballero Don Rodrigo. Del otro lado el valentón trata de mover rápidamente su blanca tratando de evitar la que le viene encima. Un movimiento presto del brazo para parar primera envestida no hace otra cosa que exponer más el brazo y recibir pinchada del caballero. El segundo intento, dirigido a la testa del valentón, se encuentra con la ropera de este salvando su miserable vida.

Ninguno de los valentones dice "esta boca es mía". Se aferran a su blanca preparando el siguiente lance.

Al quite sigo trazando arcos con mi arma buscando un hueco por el que hacerle escapar la vida al matasietes, y a fe que lo encuentro en un punto concreto. Sin embargo el villano ve mi intención y recorta el quite con su acero. Maldigo y girando mi muñeca busco otro lugar donde morder ¡allá vamos de nuevo! Un lace directo al corazón sin sangre de este malvado.

Ya os lo advertí... - comento como quien habla del tiempo, mientras la ropera hace una filigrana acompañada de un elegante paso lateral. A la vuelta, alcanza a mi enemigo de nuevo - aunque admito que lo de los pastos quizá no era una buena metáfora, tal vez solo coméis carne la gente de vuestra calaña...

Retrocedo un tanto, enfocando el acero sin perder de vista los ojos de mi enemigo, para detener su siguiente ataque.

Don Ambrosio, no malgastéis vuestros "elogios" con hombres muertos, guardadlos para cantar nuestra gesta.

Preocupándome, esta vez, un poco más por mi salud decido atacar con más calma, que no es aconsejable dejar tan baja la guardia y que uno de sus compañeros me abra el costado. Mas lo de hombres muertos no va a hacerse demorar, pues no es pensar lo que más hago en el momento, sino reaccionar y en cuanto el matasiete alza la espada -intentado seguramente abirme un tajo en la faz- me adelanto dos pasos y le doy una puntada en el pecho, dando en carne e hiriendo en el alma, el embozado se resiente, al igual que lo hizo el otro en Madrid. Últimamente demasiadas personas quieren vernos bajo dos palmos de tierra cristiana.

¡Los siervos de Satanás no alcanza siquiera  a ver las Puertas de San Pedro, pues van al infierno sin demora!

Usando demasiado la lengua alzo la espada, en busca de la de mi adversario, que según las heridas hacen mella en él ataca con menos destreza; facilitando nuestra supervivencia.

La cuchillada en la pierna enardece su sangre joven. Emilio cierra la boca, frunce el ceño y arremete con ira tirando al cuerpo sin mucho cálculo, lo que son poco atino sin embargo le cobra un tajo al vientre del valentón, que sin sangrar mucho, al menos basta para dar lustre nuevamente a la sonrisa del zagal.

- No estaría de más que aceptarais la recomendación de marcharos por vuestro propio pie. Pero si preferís nuestra invitación inicial, no dudéis en que habremos gusto en satisfaceros prontamente.