Partida Rol por web

Don Emilio camina pocas manzanas en dirección a un buen figón cercano a la casa de las conchas. Entráis en el mismo y lo encontráis concurrido.

Más de una docena de parroquianos disfrutan del vino que sirve una bonita a la vez que joven muchacha.

El murmullo general habla del incidente en la universidad. Que fue obra del diablo y que anda suelto por las calles sin que nadie haga nada al respecto.

Me dirijo a una de las mesas y pido una botella para mí y para mi compadre. Una vez servidos y sentados como cualquier otro parroquiano le pregunto al buen Emilio:

- Y bien ¿esperamos por nuestros compañeros para empezar a investigar? Quizás dependiendo de la información que le saquen a los alguaciles haya que hablar de un modo u otro. Desde luego todo el mundo comenta lo sucedido, lo cual es bueno y malo: si bien muchos querrán hablar del tema habrá más de un enterao que nos contará nada más que las invenciones de la buena gente que gusta darle de la lengua añadiendo fantasía a lo que desconoce.

Mientras hablo me sirvo una buena copa de vino y otro tanto para Emilio.

- Gracias por el caldo.- Emilio saborea el vino antes de hablar, examinando la concurrencia durante el trago.- Mmmm, no es malo pero tampoco más que un tintorro fuerte. Sean como fueren el vino y los concurrentes, nuestras intenciones sí son consistentes y con cuerpo amigo mío. Bien sabéis como va el juego, así pues seguidme y vayamos apostando.

Con confianza Emilio avanza hacia el mostrador por el atestado local, con deliberada lentitud, hasta escuchar suficientemente cerca una de las muchas conversaciones susurradas acerca de lo acaecido en las peligrosas noches de Salamanca. Mostrando una expresión intrigada, aborda al parroquiano:

- Espero vuesas mercedes puedan disculparme por la intromisión, pero acabo de llegar a la ciudad con encomienda de ingresar a estudiar en la renombrada Universidad por deseo de mi tutor, pero desgraciadamente la puerta principal está custodiada por la guardia y me han despedido con malas maneras y escasas explicaciones. Poco más, que me considerara afortunado por haber llegado pasada la noche, no fuera que el diablo me llevara a mi también. En fin, debía encontrarme allí con el sirviente de un amigo de mi tío, ¿no habrá llegado alguien preguntando por unos viajeros venidos de Toro?

El hombre se gira y se encoge de hombros.

—¿Y cómo quiere vuestra merced que no esté guardada por la ronda? —dice mientras niega con la cabeza—, mal momento han elegido para verse en la universidad. A buen seguro no levantarán guardia hasta mañana, que ya se sabe que las cosas de palacio...

El hombre deja la frase en el aire dando por entendido el resto y vuelve a su caldo dándole un buen trago. 

Observo a mi compadre mientras habla con el paisano. Finalmente interrumpo en la conversación a ver si puedo sacar algo en limpio:

- Pero ¿qué ha pasado para que esté la guardia?- pregunto intentando poner un tono inocente al tema, a ver si éste suelta algo más de prenda.

Ante la pregunta de Don Álvaro el hombre se inclina sobre vuestra mesa con la excusa de coger la jarra para susurraros de comidilla.

—Dicen las buenas o malas lenguas que el dueño de la casa de las muertes se ha cobrado otra víctima esta noche. Cuentan que el mismísimo demonio ha salido de su casa y le ha dado la malaventura a u miembro de los de arriba, ya me entiende.

Se incorpora levantando la jarra de barro que contenía el vino y la alza.

—Más vino... claro que sí —dice mientras se retira tras la barra para llenar de nuevo las jarras.

- La casa de las muertes... siempre pensé que no fuera más que superchería. Esto pinta feo, buen Álvaro, que el encargo que nos hicieran va a tener más de auténtico de lo que supusimos.- susurra Emilio sorprendido a su compañero.

Tal vez sea mejor momento de escuchar que susurran los que se reunen por allí, que de ir preguntando.

- Pardiez, no me vendréis ahora con que os creéis todas esas tonterías sobre demonios... Los libros no son más que entretenimiento de maestrillos.- digo sin poder evitar cierto desdén en el tono - Lo que mató a ese hombre, sea quien sea, fue un buen palmo de acero. Seguro... Leer un libro no mata a nadie, no sea por aburrimiento.

Desde luego nunca comprenderé que ve la buena gente en esos fajos de hojas garabateados. ¡Como si leer un libro fuera a enseñar algo que no se aprendiese por la vida misma!

- Suelo guiarme por la misma opinión que vuestra merced, pero la casa de las muertes no existe tan solo en la leyenda- le explica Emilio bajando instintivamente la voz- que a buena fe conozco donde se emplaza, y que nadie que por persona de bien se tenga ha regentado el lugar vez alguna. De carne y hueso como vos decís, pero de intenciones más que aviesas. El que en su fachada aparezcan y desparezcan calaveras talladas en roca es un hecho que mientras no vea con mis dos ojos continuaré achacando a la leyenda. Pero hacedme caso, si a alguien no le preocupa la salvación de su alma será a quién habite esa casa.

Mi tono desciende con las extrañas palabras que me cuenta mi acompañante:

- Esperad... ¿Acaso me queréis decir que esa Casa de las Muertes es un edificio de verdad que está aquí en Salamanca? ¿Y quién se supone que vive dentro? ¿El... El demonio?- no puedo dar crédito a lo que me cuentan y aunque me precio de hombre racional no puedo evitar la vena supersticiosa que todo buen español lleva dentro - A ver... nos han pagado para recuperar o quemar unos libros... pero si hay algo sobrenatural en el asunto... yo... eh... me estáis tomando el pelo ¿verdad?

- Me temo que no, don Álvaro. No juraré que se trate del Oscuro como reza la leyenda, más es posible que quién allí habite tuviera intereses en material de factura italiana. Mas abundan, como no, las leyendas de esta índole en la ciudad universitaria. También se ha dicho de una casa maldita por el mismo diablo, que fuera purgada por unos estudiantes y estos alcanzaron fortuna redimiendo al fantasma que la habitaba, pero esto se asemeja más a la leyenda. Más probable sería que alguien de mal talante frecuente la casa de las muertes, o hubiere hallado la forma de entrarse en la Torre de Villena, donde aún se murmura que se reunen a estudiar aquellos que tratan con los difuntos.- Emilio toma de un trago lo que resta en su jarro. Es momento de darse aliento, y no desalentar al valentón.

- ¡Ah, pero hemos de encontrar a nuestro guía benefactor, o nunca podremos cumplir los deseos de mi santo tutor! ¿Donde quiera hallarse buen hombre si no nos espera a las puertas de la universidad? Disculpad, ¿donde toman alojamiento habitualmente los estudiosos que vienen a tomar lecciones en la universidad?- Interrumpe con aire inocente a un tertuliano de una mesa cercana.

—Anaya —dice una voz en la lejanía—, en el colegio de Anaya. Donde todos esos pisaverdes.

Acto seguido se levanta un hombre con una jarra en la mano y comienza a caminar hacia vuestra mesa, tambaleándose. Acaba cogiendo una silla y sentándose en vuestra mesa.

—¿Y a qué tanto interés de vuestras mercedes por la vida de pisaverde y los quehaceres del diablo? No será que intentan meter vuestras mercedes los hocicos en donde los metieron otros... ya me entienden, por limpiar. 

Miro al individuo que se ha sentado con nosotros y con sonrisa en la cara pero tono firme, pregunto:

- ¿Y quién sois vos que os habéis sentado con tanta confianza y sin mediar invitación?... Ya me entiende, por saber con quien hablamos.

- Gracias buen señor, os ruego no toméis a mal las palabras de mi amigo. Tiene a bien cuidar de mi persona mientras recaiga esa responsabilidad en otra persona. Como al buen hombre que mi tío me encargó encontrar hoy a las puertas de la Universidad. Pero no os entiendo bien señor, se me ha encomendado ponerme a disposición del rector para cursar estudios, nada que ver con el diablo como sugerís. No tentéis de acobardarme, que mucho os costará con esos cuentos. Parece que a los lugareños les divierte asustar con historias de diablos a los recién llegados; si en eso consisten las famosas novatadas, no harán mella en mí.- responde con dignidad Emilio al recién sentado, que oliendo ya como buen beodo, poco habrá que hacer para tirarle de la lengua que provocar un poco y fingirse buen blanco para historias de borracho.

El hombre dirige una mirada ofendida a Don Álvaro y palpa su cinturón sin éxito.

—¡Vive Dios que hoy esta de suerte vuesa merced! Contestaré a sus preguntas, como no. Bien pudiera ser su verdugo en tal momento pero me viene en gana ser quien le plazca a vuesa merced pues más no necesita saber —dice con las manos apoyadas sobre la mesa en la que estáis.

El beodo hombre cambia de interlocutor dirigiéndose ahora a Don Emilio.

—Y vos no tratéis de disimular pues ya mucho se ha oído de sus tratos. ¿Acaso quieren tomar por desoídos a los que aquí compartimos caldo? —dice mientras acaba de un trago el caldo de su jarro.

- En ese caso caballero os ruego que nos ilustréis un poco, pues de tanto sugerir vecinos y parroquianos cuanto saben sin llegar a decir nada estoy llegando a la conclusión de que nada saben de cuanto están cuchicheando. Vos parecéis tener menos flojas las entendederas que la lengua, así pues nuevamente os ruego nos contéis qué diantre se traen entre manos a las puertas de la Universidad para tenerla la guardia custodiada.

El hombre se incorpora y henchido vuelve a vomitar palabras.

—A estas alturas es la comidilla de todo hijo de buen Dios. Pues parece que a cierto notable criadillo se le ha atragantado la última venia de su señor y a acabado un tanto del otro lado, ya me entiende vuestra merced.

El hombre parece retirarse un palmo de vuestra mesa. Su retirada se corresponde con el estruendo de la puerta por la que entra vuestro eclesiástico acompañante, el fraile de la Rosa.

El fraile da un rápido vistazo en torno a la parroquia hasta cruzar la mirada con la vuestra. Rápidamente se aproxima a vuestra mesa y tomando una silla se sienta.

Una mirada basta para hacer entender al beodo contertulio que se van a tratar asuntos fuera de su incumbencia. El hábito tiene esa pizca de convicción que quizá os faltará a vosotros y el hombre se retira con una señal de respeto al fraile.

Una vez tranquilos pide un vino y se dispone a hablaros.

—Vaya, gracias a Dios que doy con vuacedes. Pero, ¿donde están el otro par? —dice apresurado.

- Iban a hablar con el alguacil.- informo - Pero se reunirán con nosotros en breve. Decidnos Fray Juan ¿A qué se debe vuestro estado de ánimo alterado? ¿Acaso ha sucedido algo malo?

El fraile niega con la cabeza apresuradamente.

—No, por Dios, por ahora no ha ocurrido nada. He estado estudiando el libro y... bueno, cualquiera que quiera coleccionar lo que en él se escribe debe de estar... —deja la frase en el aire y se persigna decorosamente.

—En fin, no es menester que les llene la cabeza de los pájaros que tenía quien escribiera tales líneas. Quería enterarme de como iba su investigación. Después de lo que he leído me apresura más la quema de semejante insulto a Dios.