Partida Rol por web

Se sentó frente al enano y tomo un sorbo de aquel vino, confiando en el gusto del enano, al principio arrugo un poco su pequeña naricilla, pero luego le sobrevino al paladar un agradable sabor -Una excepcional elección señor Zhork, realmente un vino muy peculiar y excepcional-

Asintió -Estoy de acuerdo, estamos hablando de más y con gente de más, ademas de en un lugar muy público, deberíamos andarnos con mucho más cuidado, no creo que esas gentes a las que buscamos se alegren de que las busquemos y si se enteran, sera peor- miro a los demás

Me alegré de oír los cumplidos de mis compañeros. Sí, hasta esa supuesta "elfa" había caído, jojo. Sin embargo, cuando la camarera se acercaba a la mesa y ya me disponía a preguntarle, tanto Aishël como Rotryn me pusieron en duda. ¡Qué paranóicos!

No es para tanto, sólo vamos a preguntarle por una persona... no debería ser un problema, ¿no?

La verdad, ya no sabía si era un problema o no, sinceramente, así que me quedé medio de piedra cuando la chica llegó.

—Ehm, no, no — articulé a decir mientras miraba de reojo a mis compañeros —. El vino estaba muy bueno, sólo quería felicitaros por tan buena mercancía... ehm... sí, jojojo.

No era mentira después de todo, el vino era una delicia.

Sonrío a Halesta, abro la boca para preguntarle algo y...cambio de idea. Ya sabemos lo suficiente para empezar, ¿Para qué diantres darle más vueltas?

—El vino está excelente, señora. 

Encojo los hombros de cara a Zhork, seguro de que estoy dejándole sorprendido una vez más. Espero a que Halesta se marche antes de continuar hablando con mis compañeros.

—No sé, realmente no veo qué va a poder decirnos nadie de éste lugar que ya no sepamos. Pues sabemos algunas cosas, así que pongámonos sobre el terreno. Duskler está más a tiro, empecemos por ahí: yo iría a echar un vistazo a su puesto de El Amplio, no creo que haga nada sospechoso a la vista de todo el mundo, pero podemos verle la cara de una vez, si acaso está presente. Luego haría un seguimiento, nosotros mismos, o quizá contratar a algunos pilluelos de la calle, para que nos informen de sus idas y venidas, en su almacén en Montonera, en su casa en Mansiones, y...bueno, llegado el caso podemos investigar discretamente esos lugares. Ver si realmente se dedica sólo al comercio de lanas, o si hay algo digno de ver. Labores de espionaje, una de las cosas que nunca creí que tener que hacer. 

Otro trago, lo necesito.

—Yo soy más de insultar al enemigo en la cara y escupirle a la muerte en un ojo. ¡Pero si hay que espiar, se espía por Torm!

Gadryck clava la mirada en un punto distante, a medio camino entre la pared que se alza frente a sí y las murallas de la ciudad. Concentrado, intenta escuchar por encima del ruido la conversación que sus antiguos compañeros mantienen entre sí. Tan absorto se encuentra que olvida por completo pedir algo de beber.

Caedwyr menciona una serie de nombres y lugares inconexos para los que el semielfo no encuentra relación alguna. Al parecer sus camaradas se encuentran inmersos en alguna clase de misión, pero ¿para quién trabajan? Ciertamente no para la cofradía. La tentación de unirse a ellos, así sea para esclarecer todo aquello le resulta muy tentadora. Aún así el riesgo es demasiado grande y Gadryck prefiere mantenerse en las sombras.

Sabiendo que poco más podría sacar de todo aquello el semielfo se resigna y se levanta. Había tenido suerte hasta entonces, pero no podía arriesgarse a que sus compañeros le descubrieran al abandonar el local. Debía salir antes que ellos. Abrochándose la capa y cubriendo su cabeza con el sombrero se dirige hacia la puerta.

Había cierta persona con la que debía discutir ciertos temas. El tiempo apremiaba.

Tras la advertencia del brujo y el apoyo de Aishël a sus palabras, todos empezáis a medir un poco lo que decís. El propio Rotryn ha movido ligeramente su silla para vigilar al joven patricio que ha entrado hace nada en la sala: obviamente, vuestro compañero desconfía de él. ¿Ha empezado a ver enemigos por todas partes? No sería raro. En cualquier caso, os fijáis en el humano, tratando de advertir algún comportamiento o detalle en su aspecto que sea sospechoso. Mientras tanto, Halesta ha llegado hasta la mesa y ha atendido a vuestros comentarios.

—¡Muchas ggasias, señogues! —contesta satisfecha—. Mi maguido y io tgatamos de teneg los mehogues caldos a su disposisión. —Inclina su cabeza a modo de agradecimiento.— Nos hongan sus palabgas. Se lo digué a él.

Tras decir esto, la mujer se dirige a recoger los cacharros vacíos de una mesa cercana y Caedwyr propone un curso de acción: visitar el Amplio, controlar a Duskler, vigilar el almacén o la casa… Podéis poneros en marcha ya o esperar a que lleguen los suministros que Persen os ha prometido. Si cumple con su palabra -y parecía muy eficiente-, llegarán dentro de una hora y media, quizás menos.

En este momento, el joven patricio, sin haber pedido nada ni haber sido atendido, se levanta, se coloca de nuevo la capa y se dirige hacia la salida que da a la calle. Veis que Halesta le mira frunciendo ligeramente el ceño: probablemente se culpe de haber perdido un cliente. También en ese momento, Vendren aparece por la puerta que da a El Yelmo. Lleva unas llaves en las manos.

—Señogues, señoguita: sus habitasiones están listas. —Vendren ve a su esposa y le guiña un ojo, un saludo mudo pero cariñoso. Apenas es un instante.— Puedo llevagles a eias cuando quiegan.

Percibís algo raro en el joven patricio que ha entrado detrás de vosotros. Por un lado, hay algo en su forma de moverse, o en su forma de estar, que os resulta ligeramente llamativa, aunque no sabríais decir por qué. Por otro lado, os da la impresión de que no se ha sentado cerca de vosotros de forma del todo inocente y que no está tan absorto en sus pensamientos como parece. Su rápida marcha intensifica bastante vuestras sospechas.

—Hum — solté casi sin darme cuenta cuando el patricio se movió hacia la salida.

Miré a mis compañeros, buscando una mirada cómplice que me hiciera pensar que no era el único que sospechaba de él. La encontré en Caedwyr, quien observaba también al joven patricio.

—Señores, si me disculpan... creo que debo salir un momento, jojo — miré a Caedwyr y le hice un gesto con la cabeza hacia la puerta —. No tardaré mucho. ¿Vienes Caedwyr?

No le esperaría mucho tiempo, pues no quería perder la pista al patricio. Si mis compañeros me preguntaban, sólo me limitaría a sonreír y marcharme, ya habría más tiempo para contar mis sospechas cuando me cerciorase de que eran ciertas.

En cuanto a mi plan, bueno... no había tenido mucho tiempo para pensarlo pero algo como:

"Eh, chico. Se te ha caído esto del bolsillo"

Sería lo que le diría al patricio nada más salir si aún lo seguía viendo habiendo sacado con anterioridad una pieza de cobre. Si no tenía nada que ocultar, se detendría... e incluso trataría de coger la pieza de cobre, ¡maldito bribón si lo hacía! Sin embargo, si no se detenía, lo perseguiría corriendo si hacía falta hasta inmovilizarlo y poder "interrogarle".

Rotryn toma la llave ofrecida por la posadera, y luego raudo, en su camino, sigue al enano, que ha captado perfectamente su idea e intención con el patricio...

"No esta vez. no tan fácil" -se repetiría el tiflino mientras aún se encaminaba a la salida, a las espaldas del enano.

"Vamos a ver que te traes entre manos o quien te envió" -siguió cavilando mientras sus pensamientos rápidamente pasarían a ver de que se traía entre manos el hombre, ahora visiblemente arrancando.

Cuando veo salir a ese jovenzuelo, mi primera intención es ir a por él y pedirle que confiese sus pecados y su traición, barrer el suelo con su cara de patricio y llevarle al duque su cabeza en una bandeja. Sin embargo, últimamente he aprendido el valor de la prudencia.

—Bien, bien —le digo a mis colegas intentando aparentar que hablo de nimiedades, del tiempo que hace por ejemplo—, sigamos a ese tipo, pero seamos sutiles. Aunque sospechoso, no ha hecho nada reprobable, no podemos abordarle de malos modos sin pruebas. Lo mejor será seguirle con cautela, a ver que se trae entre manos esa alma descarriada.

Al menos, ya tenemos un objetivo claro.

Se levanto de la mesa, si dejaba actuar aquellos patanes podían echarlo todo a perder, era un trabajo para una muer, mucho mas sutil que ellos, saco de su bolsita una moneda de plata, pues sabia que por una de cobre nadie de su alta cuna si quiera se agacharía -Disculpe!!- paso entre sus compañeros adelantándose hasta el noble y con su voz más sensual le pregunto -¿Es esto suyo? he visto que se la caía cuando pasaba- le enseño la moneda, mirándolo con su intensos ojos azules.

Rápidamente pero con discreción, alcanzas la puerta del establecimiento y sales a una especia de plazoleta trapezoidal, tres de cuyos lados son edificios y el cuarto, una calle de mediano tamaño, flanqueada al otro lado por más edificios, que se aleja de la plaza en dos direcciones. Unos cuantos patricios y otros tantos siervos la recorren, en uno u otro sentido. Sobre la puerta que has cruzado hay una capa colgada y, junto a la puerta, un pequeño letrero en el que se lee, curiosamente, «La Capa y El Yelmo». En el centro de la plazoleta, se alza una pequeña fuente de formas geométricas de la que brotan dos chorros de agua. En ella, una sirvienta llena un cántaro y un joven trabajador le da palique. Te miran brevemente y siguen a lo suyo.

Cuando alcanzas la salida de la plaza, escuchas la puerta de la taberna abriéndose, a unos diez metros a tu espalda. No miras atrás, claro.

—¿Es esto suyo? He visto que se le caía cuando pasaba —oyes decir a viva voz, desde la puerta.

Reconoces la voz: es la de la elfa, pero algo te dice que no está sola. Sabes perfectamente que te está hablando a ti, que está andando hacia ti. ¿Se te ha caído algo…? ¡Qué más da! ¡Si te ven de cerca o te oyen hablar, sin duda te reconocerán! Así que continúas, sin girar el rostro, sin darte por aludido, refrenándote para no acelerar el paso, que ya es bastante acelerado. Giras la esquina y sales de su vista. Pero ahora... ¿Correr o no correr? ¡He aquí la cuestión!

Sin necesidad de decir nada, rápidamente os habéis levantado, habéis indicado a los posaderos con escuetos gestos que tenéis un asunto entre manos -Rotryn incluso ha cogido la llave de la habitación- y habéis salido por la puerta, tras el joven patricio. Al salir, os encontráis en una plazoleta de forma trapezoidal, tres de cuyos lados son edificios y el cuarto, una calle de mediano tamaño, flanqueada al otro lado por más edificios, que se aleja de la plaza en dos direcciones. Sin duda esta es la plazoleta de la que os habló el guardia del Gran Salón y esa calle es la del Conjuro del Viento, que flanquea El Yelmo. Unos cuantos patricios y otros tantos siervos la recorren, en uno u otro sentido. Sobre la puerta que habéis cruzado hay una capa colgada y, junto a la puerta, un pequeño letrero en el que se lee, curiosamente, «La Capa y El Yelmo». En el centro de la plazoleta, se alza una pequeña fuente de formas geométricas de la que brotan dos chorros de agua. En ella, una sirvienta llena un cántaro y un joven trabajador le da palique. Os miran brevemente y siguen a lo suyo.

Al cruzar la puerta, veis en el otro extremo de la plazoleta -a unos diez metros- al joven patricio. Está a punto de girar la esquina y desaparecer en dirección a la plaza de la Gran Casa, en la que habéis estado. Sin perder un instante, Aishël se adelanta a Zhork -que ya iba decidido a poner en marcha su plan- y lanza su pregunta a viva voz, para que el patricio la escuche. Los dos jóvenes de la plaza y algunos de los transeúntes se giran, pero él no: en un instante, alcanza la calle, dobla la esquina y sale de vuestra vista. ¡No corre, pero va a buen paso!

Miro con el ceño fruncido, muy fruncido.

—Se nos escapa, ahora sabe que le seguimos —pongo los ojos en blanco—. Se acabaron las sutilezas, tenemos carta blanca para investigar, así que atrapemos a ese sospechoso y que escupa lo que sabe.

Me lanzo hacia adelante lo más rápido que puedo. Prefería descubrir adónde se dirigía el sujeto, pero ahora parece que ya no será posible. 

De todas formas, en cuanto llegue a la esquina me asomaré con cautela, por si acaso el patricio sigue ajeno a nosotros.

Iba a abrir la boca para soltar la frase que tenía preparada cuando... la elfa se me adelanto.

¡Maldita orejas picudas!

Era esa sensación que te dan cuando te rompen todos los esquemas... cuando algo se te sale de los planes que tenías previsto o cuando descubres al dar el primer sobro que tu cerveza es realmente sin alcohol. ¡Así me sentía! ¡Así! Se hacía comprensible, pues, que le lanzara una fría mirada a Aishël por arrebatarme mi momento...

En cualquier caso, hubiera sido yo o no quien hubiera hecho el truco de la moneda para desvelar las intenciones de aquel chico, había surtido efecto y... le había delatado como lo que era: un sospechoso.

—¡Lo sabía! — mascullé antes de mirar a mis compañeros —. Trataré de darle caza tomando este otro camino. ¡Je! A ver quién lo pilla antes...

Y salí corriendo en dirección a unas callejuelas a mano izquierda de vuelta a la posada*, con la intención de acortar camino cruzándola* y asaltarle por un lugar distinto al que aquel muchacho se esperaba. De otro modo me sería imposible, pues mis piernas no eran tan largas como las de aquellos humanos/elfa.

Sabiendo lo que está por venir el elfo abandona con rapidez el establecimiento. Atraviesa el pasillo, pasa junto a libro de registros y sale por la puerta delantera antes de atravesar la plaza que se extiende frente a la posada.* Con las prisas, tal vez sin darse cuenta, ha dejado caer algo. La voz de la elfa, claramente reconocible a esa distancia se lo hace notar. Un escalofrío recorre la espalda de Gadryck mientras este aprieta el paso e intenta no volverse hacia la mujer. Esperaba sinceramente que, fuera lo que fuera que había dejado atrás, no le delatase.

Unos pasos se oyen tras él. Uno de ellos corría tras él, no se sabe muy bien si para devolver aquello que había perdido o bajo la sospecha que bajo aquel sobrero, aquella peluca y aquella capa se escondía algo más. Evitando dar la cara el semielfo gira una esquina cercana... y empieza a correr. Ya había corrido antes y volvería a hacerlo cuantas veces fuera necesario si con ello conseguía dar esquinazo a sus perseguidores. Conocía las calles, conocía sus secretos. Todo atajo era poco con tal de poner distancia entre él y los pies que le pisaban los talones.

Sin perder un instante, el impetuoso Caedwyr se ha lanzado hacia la esquina de la plazoleta, tratando de alcanzar al (supuesto) fugitivo, mientras que Zhork, Rotryn y Aishël, viendo la dirección que tomaba el susodicho -directo hacia la plaza de la Gran Casa-, han decidido acortar por el camino más corto: ¡la posada!

Al llegar al límite de la plazoleta y asomarte, ves que el patricio… ¡Se ha puesto a correr! Si llega a la plaza de la Gran Casa, puedes perderle de vista, pero si la cruza y se mete en alguna de las transitadas calles que salen de ella... ¡Seguro que le pierdes! ¿¡A qué estás esperando, Caedwyr!? ¡Demuéstrale cuál es el castigo para aquellos que espían a los siervos del Leal y de la muy noble ciudad de Puerta de Baldur! La calle tiene más gente por ese lado, pero que eso no te impida darle una lección.

Al entrar de nuevo en el local, y al hacerlo en tromba, el mercader y los dos espadachines que están en una mesa cercana a la puerta se medio incorporan del susto. Los dos guerreros echan mano de sus armas, pero no desenvainan. Al fondo de la sala, Halesta y Vendren estaban charlando, pero ahora están confundidos y alarmados.

—¿¡Pego qué ocugue…!? —pregunta el posadero, agarrando con fuerza una jarra de cerveza vacía de la barra.

Su mujer, que está cerca de la puerta a la que os dirigís, ha cogido una bandeja de madera… ¡Y parece dispuesta a defender su negocio de ese trío de locos que se dirige hacia ella! Mientras tanto, el fugitivo sigue camino de la plaza de la Gran Casa: si llega allí, ¡puede que lo perdáis de vista!

¡Tu disfraz es bueno, joven Gadryck! ¡Aférrate a esa idea y corre, por Akadi! La calle del Conjuro del Viento, en la que estás, no se ve tan transitada como para despistar a tus perseguidores (¿y compañeros?) en ella, pero más allá está la plaza de la Gran Casa. ¡Eso es otra cosa! No será fácil, pero tampoco imposible. En el peor de los casos, media docena de calles salen de ella en todas direcciones. Si no es en una, en otra podrás. ¡Corre, Gadryck!

La callejuela por la que había salido se encontraba inconvenientemente poco transitada, falta de esquinas y extremadamente larga, al menos para lo que el joven semielfo se traía entre manos. Envuelto en su capa, con el sombrero cubriéndole el rostro Gadryck aprieta el paso progresivamente hasta que, sin saber cómo, se encuentra corriendo como alma que lleva Beshaba.

Uno de sus compañeros parecía más que decidido a darle caza. ¿Sería Caedwyr? ¿Sería Rotryn? ¡Por favor que no fuera Rotryn! No quería acabar chamuscado bajo los efectos de una de sus hechizos ardientes. Sin siquiera girarse, el semielfo se concentró en su objetivo. Si conseguía alcanzar la plaza podría fundirse entre la multitud, quizá abandonar su disfraz para distraer a sus perseguidores y así darles esquinazo. Ya pensaría en algo. Ahora mismo lo único que le preocupa es que sus piernas no le fallasen en el peor momento.