Partida Rol por web

Parecía que aquel tipo no estaba solo, y cuando empezó a escuchar la voz de quien lo acompañaba, Mara aguzó el oído. No es que fuera a reconocer a quien fuera aquella mujer, pero tenía bastante curiosidad por saber si quien estaba con él era su compañera de piso o pareja preocupada por la gente con armas en la puerta o alguien dando órdenes a aquel hombre. Su oído, sin embargo, no era tan fino como para oir más que susurros ininteligibles cuando había una puerta de por medio y estaban hablando en voz baja. Aunque no significaba que su curiosidad se diera por vencida.

-Antes de irnos, ¿no queréis saber quién estaba allí dentro con él? Quizás podamos echar una miradita por la ventana, si es que podemos llegar a ella, o algo. No es que quiera ver qué hace en la intimidad cuando tiene compañía femenina, pero si esa compañía es más del tipo jefa o compañera laboral que amiga entrañable, podría estar relacionada con quienes estamos buscando.

Galatea se pellizcó la barbilla con aire pensativo durante unos instantes, tras los cuales simplemente suspiró. Podría haberles dicho la verdad o lo primero que se le había pasado por la cabeza, pero teniendo en cuenta lo poco dispuesto que parecía a lidiar con el mal humor del grupo, quería pensar que era lo primero.

—Preferiría no separarnos, varias cabezas piensan mejor juntas, pero no sé si tenéis alguna idea—dijo a Berenice antes de preguntarle a la puerta. Bueno, a Culdur detrás de la puerta concretamente—. Una última cosa, ¿quién es Dubrin? ¿Sabes dónde lo podemos encontrar?

Rya repasó los nombres mentalmente varias veces, hasta que estuvo convencida de que no iba a olvidarlos. Convencida, que no segura.

Será su hermana, dijo a Mara, y a Galatea: Dubrin es su amigo. Estaba con él cuando nos salieron al paso. No vive lejos.

El tiempo era una preocupación, y convenía cubrir el máximo de terreno cuanto antes. Pero separarse los dejaba más expuestos a emboscadas o a ser superados si encontraban grupos más numerosos de lo que pensaban.

-No quedan lejos los unos de los otros, no creo que merezca la pena separarnos. Podemos ir todos primero a la posada esa, y luego ver lo que pasa con el barco. Si es que los encontramos. Sabemos donde paran a dormir, pero nada nos asegura que estén allí ahora. Y ya que decía que vive cerca, podemos ir a ver a ese tal Dubrin de camino.

Prefiero empezar por el barco, dijo Rya. Si hay bronca en la posada, va a ser difícil no involucrar a inocentes.

-Pues a por el barco, entonces-dijo Mara, encogiéndose de hombros-. Será mejor que estemos preparadas por si alguno de los que nos encontramos es allí es de los lobos.

Sacó su espada corta de la mochila y se la puso al cinto, junto al mandoble. Siempre la llevaba consigo aunque era raro que la usara. El mandoble se adaptaba mejor a su estilo de lucha. Y aunque sabía que había criaturas más vulnerables a unos materiales que otros, la mayoría se morían si le pegabas lo suficiente fuerte, y pocas había que tuvieran resistencia a que lles cortaran la cabeza.

Pero había sido un regalo de su mentor, llevarla consigo era a la vez un amuleto, un recordatorio y una promesa y nunca había querido dejarla en su casa con el resto de armas, armaduras y toda otra clase de curiosidades que había acumulado con los años. Aunque en este caso, siendo de plata, además del valor sentimental también iba a venir bien para perforar esa molesta resistente piel de los licántropos. Y quien sabe, puede que Willowsense le echara una mano desde donde fuera que estuviera. Nunca había sido de los que guardaban rencor, incluso con la gente que lo merecía.

-También tengo una maza de hierro frío y una ballesta normal-dijo a los otros, mirándolos dubitativa. Imaginaba que si iban con Galatea sabrían apañárselas, pero no es que supiese gran cosa de su forma de pelear-. Pero nada más de plata. Pero supongo que vosotros ya venís listos, si habéis estado lidiando con ellos este tiempo.

Dirigisteis vuestros pasos al Corazón del Puerto, y buscasteis entre los cascos de las embarcaciones el nombre de La Anguila. Aunque no les dejaban desembarcar, sus marineros estaban en cubierta, haciendo labores de mantenimiento y arreglo de la embarcación. Al preguntarles, os dirigieron a Orson, el primer oficial: un hombre fornido de ojos glaciares y cabeza afeitada. Lucía sin tapujos un medallón con el símbolo de Umberlee.

—Sé de qué tipos me habláis, pero no están aquí. Solo pasan la noche en el barco —explicó, y cuando le preguntasteis por dónde podía estar se encogió de hombros—. Como os podéis figurar, no puedo ir hablando de lo que hacen nuestros pasajeros...

No me figuro nada, dijo Rya. Las gentes de bien no tienen motivos para ocultar sus asuntos. La paladina hizo una pausa. Había escuchado tantas veces esas palabras cuando era una novicia en la Orden de los Guardianes de la Llama Mística que, después de tantos años, aún llegaban a sus labios de forma tan espontánea que no conseguía detenerlas a tiempo. Podía imaginar asuntos que algunas gentes de bien querrían ocultar; incluso ella misma. La mayor parte de ellos. Dinos dónde los recogisteis y por dónde pueden andar. Si son culpables de lo que sospechamos de ellos, cualquier lealtad que tengas con ellos está de más.

Mara inclinó la cabeza a un lado, desconcertada ante la idea de que la Shaleel-Baltus no viera razones para que la gente de bien ocultara sus asuntos, cuando iba por ahí con Galatea, que no iba precisamente diciendo a gritos que era una licántropa, por motivos bastante buenos. No estaba segura de si es que no consideraba a Galatea "de bien", si no la consideraba "gente", o si la chica  sólo intentaba representar el papel de buena paladina para que les dieran acceso al barco, que tampoco la conocía de tanto. En todo caso, ya tendría tiempo de resolver el misterio.

-Escucha-le dijo al oficial, intentando apoyar las palabras de la paladina-, ya sabemos que tienes una responsabilidad. Y si nos hemos equivocado y no hay nada, podrás irte a la cama fastidiado por ser responsable de hablar de si tus pasajeros son de un sitio u otro, o si les gusta más ese bar que aquel. Pero como dice aquí la chica con las bendiciones divinas, si tenemos razón y no los encontramos, en una o dos noches te irás a la cama fastidiado pensando si habría gente muerta que estaría viva con un par de cotilleos sobre cómo pasan un par de tipos su tiempo. Yo sé qué error preferiría cometer, pero no estoy en tus zapatos. Pero piensa que la ciudad entera no ha declarado toque de queda porque les guste perder dinero a los de arriba y que hay buenas razones para que estemos aquí.

Berenice arrastró los pies al puerto y contempló las formas de Rya y de Mara. Ellas tenían más edad, eran guerreras curtidas, de modo que podrían tratar con maleantes como ese pirata.

Decidió intervenir, con su aspecto angelical y su voz suave.

-Hola, buenas noches. Soy Berenice, oráculo de Selûne -se presentó. Por un momento pensó en escribirlo para mostrarlo siempre que se presentaba a alguien, pero descartó el pensamiento enseguida-. No estamos aquí para saber lo que hacen, sino donde crees que podemos encontrarles. Estan pasando cosas malas en el Valle y si pasan cosas malas por la zona, pues aunque no quieras, vas a tener problemas para seguir haciendo eso que hagas, que no nos importa. ¿Por favor? -añadió, juntando las manos y lanzando estrellas por los ojos.

El primer oficial de La Anguila se quedó mirando a Rya, esperando el final del chiste, pero no llegó.

—¿Y qué te hace pensar que esos tipos sean gentes de bien? O que yo lo sea…

En opinión de Orson, Rya debía haber pasado por alto el obvio medallón que lucía en el pecho y que lo identificaba como seguidor de Umberlee, la Reina Puta de las Profundidades, malvada diosa de los mares y los océanos.

—La verdad, algo dijeron de a dónde iban, pero no me acuerdo muy bien —dijo, y le lanzó una mirada socarrona a Mara—. El oro me aclararía la memoria y, sobre todo, me permitiría comprar ron. Duermo mejor por las noches con la panza llena de ron que con… la sarta de estupideces que estabas diciendo.

»La verdad es que no me importa una mierda lo que pase aquí —le dijo a Berenice—. Partimos en una hora o dos a otro lado y que le den por culo a este agujero infecto y a sus Burgueses y su toque de queda.

Berenice no tenía mucho para sobornar a Orson, se dio la vuelta y se escondió detrás de Rya mientras contaba las moneditas que tenía en la mochila. Cien monedas estaría bien, para empezar. Seguramente aquel pirata querría regatearle más. Lo metió en una bolsita de cuero que tenía por ahí perdida al fondo del morral y regresó de nuevo frente al corsario con la moneda.

-¿Esto te vale? -preguntó mostrando la bolsa-. Te podrás comprar ropa más acorde a tu posición de sacerdote de Umberlee. Se me ocurre que podrás pagar un hechizo para que te crezca el pelo. Con forma de algas, sería super temático para tu barco y tu tripulación.

100 po que aporto para el soborno.

Rya arrugó el gesto. Al menos, ese tipejo no se escondía detrás de una fachada amable como el burgués Erethun. Algunos se sentían tan orgullosos de su iniquidad que la llevaban a la vista como si fuese una medalla. Y no pensaba en el símbolo sagrado de Umberlee que exhibía el marino.

Eso es todo, dijo, cuando Berenice le enseñó la bolsa. Ahora se dedicaban a financiar piratas, si no algo peor, como pago por dar cobijo a monstruos sanguinarios. La idea le repugnaba, y estaba conteniéndose para no sacar la clava y mandar el barco a pique a garrotazos. Y más vale que digas la verdad, y que os marchéis rápido, y no volváis a aparecer en este puerto nunca más.

A Galatea tampoco le hacía ninguna gracia lo de financiar gentuza. Estaba cansada de que pareciera que hubiese que besarle el trasero a toda la escoria con la que se encontraban.

Pero no tenía energías en aquel punto para ponerse a bregar con Berenice; se sentía mentalmente agotada de haber tenido que contener la ira con Aedelwulf. Así que no dijo nada. 

En cualquier otro caso quizá habría agarrado a aquel tipo por los tobillos y lo habría sacudido boca abajo hasta que se le cayeran tanto sus necias pretensiones como la información que querían.

—Énfasis en la verdad—acotó con un ligero ribete apático—. Si son culpables de lo que sospechamos, puede que ni salir de la ciudad os evitase lo que pase aquí. 

Si pagar bastaba para soltarle la lengua, sin tener que perder el tiempo en negociaciones o convencerlo, ya iba bien. Limpiar de escoria la ciudad estaba bien. Pero en esos momentos, primero tenían que asegurarse de que quedase en pie una ciudad que mantener limpia. Lo que hiciera después aquel tipo era algo para otro momento. Ahora le importaba más si los ayudaba o no.

-Aunque por ese precio, espero que también podremos ver los camarotes con sus cosas, si nos hace falta.

Orson prácticamente le arrebató la bolsa de monedas a Berenice de las manos, y trató de ignorar su comentario sobre la melena de algas.

—¿O si no, qué? —le contestó a Rya en el tono aburrido de alguien a quien ya le han dicho hecho una docena de veces. Cerró el monedero de Berenice y se lo metió en el bolsillo—. ¡Oye, tú estás forrada! Bueno, vamos a ver…

Se rascó la mandíbula y paseó sus hermosos ojos aguamarina por el puerto. Señaló a un destartalado almacén con pinta de abandonado.

—Se dirigieron allí por la mañana, y no me ha parecido que volvieran a salir. Esa es la verdad. No querría yo incurrir en la recta ira de los justos —dijo, pitorreándose de Rya antes de hacer lo propio con Mara—. ¿Camarotes? ¿Te crees que La Anguila es un puñetero barco de recreo para nobles sembianos?

»Esos tíos duermen en la bodega, como los demás. Les dejamos roncar en una hamaca y nos pagan unas monedas a cambio. Podéis bajar si os da la gana, pero no hay nada de ellos allí.

O si no... Rya sintió la tentación de mandar el barco a pique a garrotazos, pero resistió, aunque no por virtud, sino porque el asunto de los licántropos era de máxima urgencia.

Vamos, dijo, echándose a andar hacia el almacén que les había señalado Orson.

Berenice le hizo una reverencia al pirata.

-¡Gracias, Orson! -dijo la selunita-. Diría que me encantaría volver a verte, pero no es así. Intenta no volver a Harrowdale nunca más, ¿vale? Que los vientos del mar te sean propicios.

Corrió en pos de Rya y en el último momento se giró hacia Orson.

-Piénsate lo de las algas. El verde hace juego con tus ojos.

Y siguió corriendo hacia el lugar indicado.

Las pullas de aquel tipo le importaban poco mientras contestase. Ya hacía tiempo que había dejado la justa indignación y el orgullo para gente más joven, más ardientes, con más causas y probablemente más rectos que ella.  Ella tenía menos tiempo, así que le importaban más los resultados que el cómo los conseguía. Obtenida la información que quería, Mara salió con los demás fuera del barco.

—¡Vuelve cuando quieras a gastarte más oro, chata! —contestó con jovialidad Orson, mofándose de Berenice.