Partida Rol por web

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   Tras dar esquinazo a los orcos y continuar hacia el este, donde más o menos esperas encontrar el bosque, sólo te faltaba esto. Entre las brumas al norte se distingue a lo lejos el muro circular de Isengard. La fantasmagórica neblina oscurece el valle incluso a plena luz del día como es ahora.

   Y el sonido de la campana da a entender que tu escapada no ha pasado inadvertida.

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   Avanzas con gran rapidez, una vez dejado atrás el terreno escabroso de las colinas. La curva azul y brillante del río Isen te rodea al este y al sur. El río es poco profundo y el frescor del agua es patente en sus orillas. Piensas que sigue siendo vadeable en este punto, pero no lo sabrás seguro hasta que lo intentes.

   Si quieres seguir directamente hacia el sur, tendrás que averiguarlo y vadearlo, así como si quieres ir a la parte este, al otro lado del Isen.

   También puedes seguir el curso del río, que va estirándose al suroeste. En la lejanía tu aguda vista te parece ver en esa dirección los restos de alguna edificación de piedra.

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   Apenas llevas cinco minutos de marcha, cuando desde Isengard oyes el lejano tañir de las campanas tocando a alarma. Podría ser por tu escapda, pero ¿tan pronto? ¿o quizás haya otro motivo que no seas tú? Aguzando el oído también te parece oir aullidos de lobos, muy lejos, deben de estar saliendo de Isengard o en sus cercanías.

   Te resulta algo difícil avanzar, sorteando peñascos, arbustos espinos y el terreno es algo traicionero, pero la caminata te recuerda a los paseos de tu infancia. Esta área parece estar plagada de barrancos tapados por matorrales y raices de árboles. Olmos y abetos de aspecto marchito se disputan los rayos de sol y aquí y allá hay troncos carcomidos caídos.

   Con el sonido del rugido del río Isen en tus oídos avanzas. Empiezas a sudar a pesar del fresco día. Tu cuerpo, acostumbrado a la cómoda vida de Orhanc ya no está acostumbrado a estas caminatas y te exige un descanso. Tras una breve parada continuas siguiendo la ribera del río por este lado de la orilla.

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Iorlas no podía creer haber rebasado los límites de aquella pétrea y ominosa muralla negra. Pero no todo iba a ser tan sencillo. Aquella campana podía estar sonando por él. Si eso fuera así, era una muy mala noticia. Había llegado el momento de utilizar los pies. Más que eso, había llegado el momento de utilizar la magia y los pies. Se concentró un momento antes de arrancar a toda velocidad.

 Decido ir en dirección a las ruinas, con precaución, por si alguien, como orcos, la estuvieran ocupando. También me pueden servir como un buen puesto de observación, con un poco de suerte...

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   El terreno es más abrupto al norte; a tu alrededor, la extensión de hierba sólo se ve interrumpida por ocasionales grupos de olmos. Esta área, demasiado rocosa para ser arada, te parece que fue originalmente un huerto o quizás una dehesa. Al noroeste los altos muros de Isengard se extienden en un amplio arco.

   Apoyándote en tu magia conjuras Zancada Prodigiosa, tu velocidad aumenta y estás seguro que corres casi tan rápido como los lobos, no durará más que una hora, pero debería darte la ventaja suficiente.

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   Te aproximas a las ruinas, pues ruinas son, tu vista no te ha engañado. Encuentras una casa de piedra en estado ruinoso y descansas un rato en la ribera septentrional del Isen mientras la observas. Probablemente estuvo habitada por hombres de las montañas, pero es obvio que ahora está abandonada. Apenas quedan algunas tejas y pocos fragmentos de sus gruesos muros siguen intactos. Y por supuesto, ronda alrededor la neblina, que parece estar en todas partes del Valle del Mago últimamente.

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   Isengard se alza a lo lejos. De su interior, se eleva la niebla, como si girará antinaturalmente en torno a Orthanc ocultándola de cualesquiera miradas que pudieran poserse en ella. Enfrente de tu camino, hay un numeroso grupo de chopos, cuando te aproximas, ¡crees ver varios pares de ojos observándote desde los matorrales junto a esos árboles!

   Puedes echar un vistazo, pero también puedes rodear esa arboleda y seguir.  

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 Decido continuar mi camino, antes de que a neblina me alcance y pueda interferir con la visibilidad de mi camino hasta mi destino...

-¿Qué será eso que me parece haber visto en la arboleda?
vamos Urko. Le hago la señal para que este atento y me avise de cualquier cosa que presienta.

Mientras digo esto saco y preparo el arco, para mantenerme a una distancia prudente de la vegetación para no ser sorprendido por la espalda ni ningún flanco, mientras me acerco a tratar de ver con mas claridad.

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   Avanzas hacia el sur sin pausa, pronto el terreno cambia. Al sur, el río fluye más lento y serpenteante. En algún lugar al oeste se encuentra el camino de Isengard. El terreno está muy mojado, plagado de charcos oscuros que salpican el paisaje, cubiertos de una espuma aceitosa que no identificas si es por la niebla antinatural que cubre el valle estos días o alguna fragua distante bajo el terreno.

   Te resulta imposible evitarlos todos en la niebla que se arrastra a ras del suelo, por lo que  no tardan tus flexibles botas en quedar empapadas. Pese a ello tu cuerpo sano y robusto no provoca más que acabes tiritanto durante un rato.

   En la quietud del ambiente, tu agudo oído nota algo. Es un ruído que viene de la lejanía, distante.

   Te detienes. Tras escuchar con atención, lo identificas. ¡Campanas! Reconoces el tono y la procedencia. Es el tañido de las campanas de alerta del Anillo de Hierro de Isengard. Están tocando a alarma, no puedes precisar si te parece oír en la lejania el aullido de un lobo o es tu imaginación.

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   Te acercas junto con Urko que trota tranquilamente a tu lado. Al aproximarte con cautela a los matorrales, ves que cada vez que das un paso, los ojos parecen desvanecerse para reaparecer un poco más lejos. Por fin, llegas a la conclusión de que la luz, la niebla y las sombras del lugar deben de estar jugándote una mala pasada al reflejarse en las hojas ovaladas, pues no hallas nada.

   Tras ignorar los "ojos", sigues adelante sintiéndote un poco ridículo mientras Urko continua a tu lado totalmente tranquilo, mientras te mira de vez en cuando. Continuas hacia el lugar que tenías en mente en un principio.

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   Las colinas son escarpadas y es dificil seguir por el sendero a causa de los matorrales, cada vez más espesos, las zarzas se enganchan en tu ropa y tu capa, como si Saruman las controlara y hubiera ordenado a la propia flora del Valle del Mago que obstaculizara tu huída.

   Sigues esforzándote por avanzar, pero el esfuerzo te deja exhausto y a pesar del apoyo de tu magia. Que si bien aumenta tu velocidad y reduce el tiempo que tardas en avanzar, no hace nada para protegerte de la flora que se engancha a tu ropa.

   En un momento que miras hacia atrás ves en la lejanía, un solitario huargo entre la niebla. Andando a su lado, una figura encapuchada parece que observa los cercanos arbustos al norte, no parece haberte visto.

   De repente sientes que un tirón en los tobillos, ¡una enradadera te está agarrando! Mientras te das cuenta de la situación, más zarcillos comienzan a reptar y salir del suelo entre la niebla hacia tí, no puedes huir y debés hacer algo o acabarás como abono de plantas.

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   Avanzas penosamente por el terreno enfangado. Las hojas de hierba húmeda parecen enredarse en tus tobillos para impedirte que sigas caminando. Las gélidas brumas se condensan en gotas dimunutas sobre tu piel y tus ropas. Un frío paralizante se cierne sobre tus músculos, mientras continuas, tiritando.

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   La enredadera te aprisiona mientras dudas el curso de acción a seguir. Por desgracia estás fatigado y herido de anteriores combates, y empiezas a ahogarte, mientras la enredadera aprieta. Desesperadamente, repartes golpes a diestro y siniestro para soltarte de las enrededares que te sujetan, pero nada parece detenerlas.

   Primero te agarran de las piernas, para que no puedas escapar. Luego se deslizan por tus brazos para restringir tus ataques hasta que, finalmente, un zarcillo se enreda alrededor de tu cuello y comienza a apretar.

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   En esta parte, el terreno se ondula en forma de pequeñas colinas, aunque escarpadas y semiocultas por la niebla, engañando a los sentidos. Es difícil continuar a causa de los matorrales, cada vez más espesos. Las zarzas se enganchan a tu ropa, pareciera que una voluntad las controlara, como si se hubiera ordenado a la flora del Valle del Mago que obstaculizaran el paso.

   Al tiempo, notas un cansancio antinatural en tus huesos y cada paso te cuesta un triunfo, pero perseveras y pronto el cansancio se desvanece.

   En ese momento, mientras continuas caminando a punto de dejar este montículo de arbustos y zarzas, oyes ladrar a Urko. Mientras te agarra de la ropa y te tira en una dirección. Mirás hacia donde te señala y ves un grupo de zarzas... dispuestas de forma un tanto peculiar, ya que tienen una sospechosa forma... humana.

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 Alarmado por el sonido de las campanas y el que me pareció el aullido de un lobo, corrí al punto de encuentro. Esperaba que el elfo, pese a ser pronto, estuviera ya allí, o al menos hubiera un lugar donde esconderme y poder esperarle mientras tanto.

Sigo la Ribera del hacia el Sur.

Parece que se ve un puente a lo lejos en la lejanía, aunque me ando con ojo ya que puede haber vigías