Como era de esperar, Laura no perdió tiempo en emprender rumbo al interior de la casa, y trató de convencer a su hermano de que hiciera lo mismo. Este, por su parte, no opuso resistencia ni objeciones, aunque su frialdad me hizo pensar que la situación lo contrariaba. Además, por el camino, pisoteó con fuerza, levantando un polvo que ensució mis impolutos zapatos, para mi consternación. No sabía decir si lo había hecho a propósito.
—Tranquilo. Ahora tomaremos una suculenta cena. Podrás salir otra noche, en que sea más seguro —dije con cierto tono paternalista.
La forma en que el chico se zafó de mí disipó cualquier duda sobre su animosidad hacia mí en esos momentos. Se encontraba en una edad difícil de tratar, en la que podía enfadarse por cualquier cosa, así que no era de extrañar. Tendría que trabajar en lograr su cooperación de alguna manera.
Mi mirada se posó inmediatamente sobre el enorme retrato que ocupaba la pared. No podía determinar a simple vista la antigüedad del cuadro, pero deduje que la mujer que aparecía en él debía de ser la difunta señora de la casa o una antepasada. Tras unos breves momentos, dirigí mi atención hacia el señor von Galler. Había cosas que deseaba comentarle, pero aquel no era el momento.
—Disculpe la tardanza, señor von Galler.
Los hijos ocuparon los asientos del lado izquierdo, por lo que yo me sentaría en el derecho. Decidí que sería mejor no colocarme junto al señor, debido a nuestra poca familiaridad, por lo que acabé por tomar el sitio más alejado de él. Mientras tanto, el joven Lycius montó un desagradable escándalo con una de las sillas, por algún motivo que yo no comprendí.
—Vino, por favor —pedí con amabilidad.
Una vez llegó el plato principal, no tardé en reconocer de qué se trataba. Una casualidad que desencadenaba en una situación cuanto menos irónica. Percibí cierta aprensión en Laura, y me pregunté si sería capaz de degustar la comida.
Por otro lado, Lycius mostró una actitud impropia de una cena formal. Bebió su refresco directamente de la lata, permaneció en pie y miró el móvil, sin importarle si su actitud molestaba a los presentes. Pero lo más llamativo de todo fue que su padre no hizo nada por reprobar su descortés comportamiento.
—Me complace enormemente haber sido invitada a esta cena. Espero podamos olvidar los infortunios acaecidos y poder disfrutar de esta deliciosa comida —dije con cordialidad—. Imagino que lo que sea que el señorito esté consultando debe de ser de suma importancia, para que monopolice su atención en esta situación —comenté con sutil mordacidad.
El enorme cuadro que presidía la estancia al completo mostraba a una mujer ataviada con un vestido blanco, de boda, tan ceñido al cuerpo que resaltaba por completo todos los detalles del cuerpo bajo el mismo, acompañado de una larga cola que se perdía tras ella, adentrándose en el exterior desde el ventanal que se encontraba a su espalda en el cual se veía dibujado un inmenso cielo estrellado gobernado por una preciosa media luna, brillante. A los lados del ventanal podía verse una pared tapizada con el escudo de la casa, repartido simétricamente por ambos lados.
Este cuadro era más bien reciente, de un artista desconocido cuya firma no se hallaba visible en el trabajo.
Cuando Regina se sentó le asentí, agradeciendo su educación, para volver después a posar la vista en Lycius. La curiosidad que mostraba al principio había pasado a un fruncimiento de ceño que se vio acrecentado ligeramente tras las palabras de la Doctora.
«Esperemos un poco más... tengamos la fiesta en paz. Por favor, Lycius, no me obligues...», pensé mientras trataba de controlar la indignación que, desde luego, iba creciendo rápidamente en mi interior.
Añadido "de boda".
LAURAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
¿Le había frito el internado el cerebro a mi hermana? ¿Por qué se sentaba allí cuando claramente había dado el par de palmaditas para que Mina tomase asiento a mi lado, dejándome lo más lejos posible de mi padre y junto a ...ella.
La idea de tener un puñado de chinchetas que se hubieran caído por descuido encima del asiento, con la parte afilada hacia arriba, me resultaba tan agradable y suculenta, que ni el verla gritar, levantándose agitada, podría añadir un ápice de remordimiento a dicho pensamiento. Eso le enseñaría a no sentarse en el sitio donde necesitaba tener a Mina. Cerca. Junto a mí.
Tampoco me causaba una pizca de desazón, saber que la pobre Mina, de tal forma, tendría que cenar junto a mi padre, el de los humores melancólicos, las sandalias con calcetines y los lamparones en la camisa raída. Lo que sea, con tal de tenerla cerca.
El resto, tampoco ayudó y para colmo, Miss Frankenstein, decidió que fijar su mirada, frente a frente a su cobaya preferída, sería lo más adecuado para pasar una cena cordial. Lobo y Cervatilla. O Loba y Cervatillo. Aún el orden de los factores podía alterar el producto.
¿No había otro sitio , acaso? Si tanto deseaba estar en contacto con mi progenitor debió haber elegido la posición a su vera, caramba. Podían contagiarse mutuamente del fervor pusilánime que pareció adueñarse de la una y del otro, mientras Espesus aún revoloteaba en algún lugar de lo profundo del boscaje.
Alcohol. ¿No debía ser tan mala idea, cierto? Pero preferí empapuzarme de Coca cola, frente al temor de enfrentar un plato lleno de brócoli.
Maldita sea, no tenía ninguna capacidad de reacción y con el estúpido movimiento de la matasanos, Mina se colocaba alejada de mí. Justo donde no quería. Al menos, de pie, podía apreciarla con mejor perspectiva. Justificaría de alguna manera, la contrariedad por las posiciones con mi escudo preferido, uno hecho de silicio y led, donde desplazaba con el dedo, un documento insípido y vacío, en una escabrosa simetría con la rabia floreciente en mi interior, evitando, de la mejor de las maneras, tener que mirarles a los mismos ojos, que como los del córvido, reflejaban un mar de emociones al fondo de ese lugar, donde el alma se abre charlatana.
Mina se quedó de pie, observando cómo y dónde tomaba sitio cada uno, sin decir nada durante un rato. Sonrió un poco divertida, apenas un esbozo suave, al ver a Laura tomando asiento donde Lycius parecía haber querido indicarle a ella que se sentara. No pareció dudarlo mucho, sino que al ver el asiento que quedaba libre, junto a la doctora, se dirigió tranquilamente hacia allá y tomó asiento.
Ella pidió una limonada, que el sirviente le echó en el vaso después de haberos servido al resto de comensales. La enfermera se colocó la servilleta en el regazo y luego tomó un par de sorbos de su limonada. Al escuchar la pregunta de Laura y el comentario de la doctora Vordenburg, Mina miró a Lycius y le hizo un gesto silencioso con las cejas, como si estuviera recordándole por favor algo que habían hablado anteriormente.
Tras ello, miró el plato que le habían servido y sonrió. De todos los presentes, Mina parecía la única que no se había percatado realmente de lo ocurrido fuera.
—Qué buena pinta —dijo con ánimo mientras tomaba los cubiertos—. Me encanta el venado.
Cortó con su cuchillo aquella carne, perforando el filete, y se llevó un pedazo a la boca. Tras haber tragado, se volvió a la doctora Vordenburg.
—Cuéntenos más sobre usted, doctora. ¿Tiene familia?
Parecía como si se hubiera bajado un par de grados la temperatura otoñal en la sala. Eso, o era la Coca-Cola fresca, que entraba como gloria, mientras aún seguía de pie, distraído. Un ligero gesto de fastidio afloró en mi rostro al percatarme del lugar que había ocupado la enfermera, dejando a la loquera, frente mía, mientras mi dedo se movía frenético por la pantalla del aparato.
Los platos llegaban calientes y humeantes, soltando un ligero vaho tan denso que podía saborearse, casi rebosando la salsa por todos los costados, dejando unas molestas gotas al posarse. Desde arriba, se podía apreciar el tipo de carne y elevé una ceja en una mueca jocosa que combinaba con la casualidad y la lata de refresco.
Unos segundos después de dejar la yema fija en un punto de la pantalla, conseguí levantar la vista, en diagonal ahogando ese chasquido disconforme y finalmente, tomando asiento, tras una ojeada cómplice que corrió, como la electricidad, entre Mina y mis ojos, atravesando esa barrera invisible.
- Algo de vital importancia, sis - refunfuñé volteando la cara para dirigirme a Laura en una clara respuesta al comentario de la doctora - Es bueno saber cuánto tiempo hay que macerar la carne de venado y por lo que presiento, a esta no le ha debido dar suficiente tiempo. Eso si, seguro que es fresquisima - agregué en un tono que denotaba cierta animosidad.
De un gesto casi brusco, tomé el tenedor, clavandolo con vigor sobre el pedazo de filete que reposaba en el plato, demasiado poco hecho para mi gusto y elevándolo con curiosidad un par de centímetros sobre la porcelana, tras lo que siguió un examen exhaustivo de las características de cocción. ¿O tal vez trataba de imitar el procedimiento de una autopsia, que pretendía agradar a una doctora acostumbrada a diseccionar ratas o venado de laboratorio?
- A tu salud, Bambi - reposando de nuevo el filete en el plato y apartándolo - Lo único que haría el plato redondo, sería algo de coliflor- musité desganado y volví a fijar la vista en la pantalla apagada del movil, donde un piloto titilante, indicaba una notificación - ¿Qué hay de postre? - inquirí revolviendome paras confrontar al servicio que debía traerlo, cuando hubieran terminado todos.
Era hora del postre. Y si le apuraban, del coñac y puros en otra habitación. Lejos de esa. Una donde no tuviera que verse envuelto en tal charada. De un suspiro, elevé el mechón de pelo rebelde que caía sobre mis ojos, para apartarlo. Aunque bien pensado, si quedaba tapado, al menos podría llorar con un ojo el no tener que encarar miradas que no deseaba sostener.
Editada: Coliflor
Me mantuve observando a Lycius hasta que se sentó y un poco más después de eso. Cuando cogió los cubiertos repasé la mesa y vi que la doctora todavía no había tomado los suyos. Desenlacé las manos y las dejé a ambos lados de la cubertería, reposando la espalda en la silla, recta. Observé a Mina llevarse un trozo a la boca, pero no dije nada.
Hasta que todos han cogido los cubiertos el que preside la mesa no debe tomarlos y, desde luego, hasta que él los ha cogido nadie debería empezar a comer. Sin embargo, Mina no se regía por las mismas normas de decoro o cortesía, por lo que no le dije nada con la intención de que nadie se sintiera más incómodo de lo que ya lo estábamos por Lycius.
Ahora sí, observé mejor el plato durante unos segundos, disfrutando mejor del fuerte olor de la carne y del espectáculo formado por las setas. La salsa de zanahorias no era algo especialmente de mi gusto, pero no puedo negar que estuviera buena ni que fuera de buena calidad.
Cuando Mina comenzó a hablar con la doctora se lo agradecí en mi interior, ese intento por hacer que en la mesa hubiera otro foco de atención en lugar de la mala educación de mi hijo era justo lo que hacía falta... aunque no tardó este en volver a esgrimir su soberbia adolescente. Le miré, con el ceño fruncido y cara de pocos amigos, cuando empezó a preguntar por los postres tras lo que parecía jugar con la comida.
—Lycius —aseveré en tono grave e imperioso, sin alzar demasiado la voz.
Ya había provocado incomodidad en la cena y aún se había propuesto continuar importunando al resto. No, no estaba bien.
La respuesta de Lycius me hizo rodar los ojos y devolvió mi atención al contenido de mi plato. Desde luego, no sería yo quien negase que mi hermano estaba mostrando una de sus peores caras en esa cena. ¿Pero acaso podía culparle? El escepticismo que yo sentía, era más suyo que mío. Y la doctora metiéndose donde nadie la había llamado no ayudaba a que Lycius quisiera ser un buen chico con ella.
Por suerte ahí estaba la fantástica Mina para distraer la atención de la invitada y apartarla de mi hermano. Al final se había sentado igualmente al lado de papá y eso me escocía lo suficiente como para no prestarle ninguna atención. En cambio, aproveché ese momento para pedirle a Lyc que se portase un poco mejor sin palabras, solo con un gesto de las cejas.
Corté un pedazo de mi venado y me lo metí en la boca sin pensarlo más. Mi mente se llenó de nuevo de esa imagen que se me había grabado en el fondo de las retinas, pero al mismo tiempo mi boca se llenaba del sabor delicioso de aquel plato, creando un conjunto terrible y sabroso al mismo tiempo, una disonancia cognitivo-sensorial de esas, que me visitaría seguro esa noche cuando tratase de dormir.
No quería hacerle caso a Mina ni tampoco mostrar curiosidad por la vida de la doctora, así que, en cambio, me centré en mi hermano.
—Podemos pedir que nos preparen algo para cuando vengas luego a mi cuarto. —Era un ofrecimiento para mejorarle la noche, pero también un recordatorio de lo que habíamos hablado y los planes que teníamos—. Un chocolate o algo dulce. ¿Quieres?
Me metí una seta-mariposa en la boca y la mastiqué despacio, disfrutando de su sabor.
La respuesta de Lycius fue cuanto menos curiosa. Respondió a lo que yo había dicho, pero sin dirigirse a mí directamente. Era obvio que estaba enfadado conmigo. No era una buena forma de empezar, pero ya habría tiempo de corregir la situación.
—Yo estoy segura de que los cocineros han hecho un excelente trabajo. Parece una carne exquisita —comenté antes de tomar los cubiertos.
Consciente de las normas básicas de cortesía, esperé a que el señor von Galler comenzara a probar la comida antes de hacerlo yo. Entonces, corté la carne y degusté el venado. Estaba delicioso, y exquisitamente cocinado. Era una pena que la elección del animal hubiese sido tan desafortunada.
—Delicioso.
Para mi sorpresa, la enfermera se dirigió directamente a mí. No esperaba que me preguntasen sobre mi vida personal.
—Mis padres aún viven, y residen aquí en Estiria. Mi padre es el doctor Johann Vordenburg, y mi madre es Amelia Vordenburg, historiadora del arte. No nos vemos a menudo, debido a que mi trabajo me tiene muy ocupada, pero mantenemos conversaciones por teléfono habitualmente. —Lo cierto era que, desde que fui expulsada de la universidad, mi padre no había vuelto a hablar conmigo—. Me temo que no tengo más familia. Mis abuelos fallecieron hace ya tiempo. —Algo se removía dentro de mí cada vez que recordaba el fallecimiento de mi abuelo—. Y soy soltera —añadí sin reparos.
El pequeño Lycius continuó con su actitud descarada, preguntando por el postre sin apenas haber probado bocado. Era una falta de respeto no solo hacia quienes estábamos sentados a la mesa, sino también hacia todas las personas que se habían encargado de hacer llegar el animal y cocinarlo. Entendía que la vida había sido injusta con él, condenándolo a vivir entre aquellas paredes, lejos de la luz del sol, y habiendo perdido a su madre siendo tan joven, pero esa actitud era inaceptable.
—Tienen ustedes unos excelentes cocineros. Es una suerte probar una comida tan exquisita. Sería una pena que se echase a perder —dije sin dirigirme a nadie en particular.
Esto era extremadamente sencillo. Cuanto antes llegase el postre, antes terminaría la cena y con ella la charada en la que necesitaba subir a cada instante las barricadas que taponaban los diques del río de odio que corría por toda la red subterránea de mi interior y que amenazaba en instantes en salir a flote y desbordarse brutalmente, llevandose por delante, cruel, cualquier obstáculo que impidiera el fluir de su cauce.
Uno a uno, gota a gota, el caudal aumentaba a cada segundo que pasaba, a cada visita nueva y a cada nueva negativa. ¿Cuántas llevaba ya? Es como mis mariposas, como esas almas que ahora revolotean a mi alrededor, susurrándome el ánimo de cada uno de los miembros sentados alrededor del festín de cuervos. Tantas almas como negativas. O más. Tantas negativas como puñales clavados en la conciencia de saber que nunca será posible ser una persona normal. ¿No lo habrían resuelto si ya así fuera?
Escuchar el parloteo de la doctora ante la pregunta cortés ( y probablemente sin interés de Mina) distraía mi mente de todo pensamiento contradictorio, dejándome concentrarme en los susurros de las almas a mi alrededor, aconsejándome lanzarle a la invitada el filete de venado en igual proporción que recomendaban cerrar la boca y ser prudente.
Las mismas mariposas que mi hermana, con fruición, se engullía, bañadas en salsa de naranja. ¿Le hablarían también a ella? Y si así fuera ¿le recordarían que deseaba salir de esta jaula de oro tapada con la manta negra?
Mina, preciosa como siempre, estaba demasiado lejos y a la vez tan a la vista, que su mirada, consiguió traspasar, fugazmente la barricada del odio que se mostraba y con un gesto somero, punzó brutalmente mi conciencia, ante la promesa que había cerrado pocas horas atrás.
Y papá... en su tónica.
Todos habíamos sido convenientemente servidos. Que comiencen los juegos del hambre.
Aparté el tenedor, observando con desagrado el filete, que muy lejos estaba de ser un Wiener Schnitzel con el que nos deleitaban los viernes por la noche, cuando Laura y yo comíamos solos en la vastedad de este lugar, lejos del salón presidencial, donde los recuerdos se agolpaban en los resquicios de las paredes.
Volví a poner ambas manos sobre la mesa, dejando, muy intencionadamente, los codos sobre ella, entrelazando los dedos entre sí, frente a mi plato "intacto"
Otro suspiro ladeado, hizo que el mechón que caía a la izquierda, flotase unos instantes en el aire, para posarse, un poco más desordenado, en la misma mejilla de la que había sido expulsado medio segundo antes y tras eso, una mirada somera a Mina, que se hallaba sentada a quince o dieciséis millas de mi, me hizo chasquear los labios ligeramente, asintiendo muy discretamente, algo contrariado.
Observé la recatada etiqueta del cabeza de familia, conteniéndome las ganas de arrojarle a la cara, la futilidad de mantenerla, cuando se era un insulto a la decencia, poblando de lamparones y calcetines los atuendos formales.
- Richard - resonó entre las esquinas de los cuadros malditos la jocosa palabra como toda réplica a la llamada de atención - Bien, ahora que sabemos nuestro nombres ... - otra mirada a Mina y un lamento quejumbroso - Podemos seguir zampando, hasta que traigan el postre - agregué rebajando el tono a meramente conciliador y solo frío, un poco más tibio que el hielo del polo norte.
La tentación era tan arrolladora, que mi propio pecho pulsaba al mismo ritmo que el oscilar de la notificación blanca sobre la parte superior de mi móvil, boca arriba junto al cubierto de carne. ¿Iría a la derecha o a la izquierda según protocolo?¿ Se usaría, como el cuchillo de pescado, de fuera a dentro, o es lícito tomarlo en cualquier momento en que la conversación derive en un soso y sinsentido palique que haga volar el pensamiento más alto y más lejos de lo que podían aletear las mariposas?
Y ahí estaba Laura, frente a Mina, mis murallas de una Troya que no sería conquistada, ambas como Isis y Diana, diosas protectoras frente al iracundo Zeus, pero ¿quién quedaba para defender el bando desamparado de Hypna? Yo te lo diré. El titilar del piloto de mi móvil que se paró, al dejar el índice fijo, sobre la pantalla oscura del celular, vacilante si encenderse o mantenerse al margen del desastre.
Ironías.
- Te estas comiendo una mariposa - apunté susurrante, bajando la cara hasta mi hermana, con una de esas sonrisas carismáticas a una Lala asertiva. Ironías y bromas de un destino que juega a lanzar dados - ¿Crees que el postre será chocolate? - ilusionado - Y si no lo es, podemos pedir que nos lo adelanten y que sí lo sea. Con malvaviscos y espumita - agregué.
Y tras eso, retomé el tenedor ensartando una mariposa seta de color amarronado terriblemente similar a las manchas y filamentos de las mariposas buho, que tras una breve ojeada metí en la boca musitando quedo un "A tu salud Petra"
Escuché a la doctora con medio interés, dedicándole una media sonrisa y un leve asentimiento cuando afirmó que teníamos excelentes cocineros. Me habría gustado prestarle mayor atención y entrar directamente en su conversación, si todo hubiera ido bien, pero los nervios y el cansancio me estaban ya jugando una mala pasada.
Observé a Laura intentando normalizar la situación, tan educada y cordial como siempre, como sólo ella sabe serlo. Hasta a mí me cuesta muchas veces llegar a su nivel cuando es necesario y a ella le resulta extremadamente natural. Dudo mucho que Katherina hubiera apoyado esas formas, sin embargo, con su extrema seriedad y perfeccionismo. No quise pensar del mismo modo sobre Lycius.
Cuando Lycius habló, sin embargo, lo miré sorprendido. Su forma de responderme fue tan... la verdad es que ahora mismo no termina de salirme la palabra pero fue algo y lo fue mucho. Fue tanto que los nervios se convirtieron en completa confusión. Me quedé observándole durante los siguientes segundos y todavía me sorprendió más ver que el niño ni siquiera se había preocupado por responder a su hermana, creo que ni siquiera le importaba lo que ella pudiera decirle, tan preocupado por el postre.
Suspiré y cogí los cubiertos, comenzando a cortar un trozo de esa carne que, desde luego, iba a estar mil veces mejor caliente que fría, para llevármelo a la boca.
—Lycius —dije, en un tono suave pero en voz alta, tras tragar el trozo de venado y comenzar a cortar un par más, sin mirarle directamente—, ¿se puede saber qué te pasa? ¿Qué problema tienes? Por favor, ilumíname porque no entiendo esa necesidad por convertirte en un problema en medio de personas que no tienen otro objetivo que ayudarte y apoyarte.
Tras haber preparado algunos trozos para pincharlos y llevármelos a la boca, llevé la mano a la copa de vino y tomé un sorbo, luego dejé la copa y miré a mi hijo.
—Creo que ninguno de los presentes merece este comportamiento ni este descaro. ¿Opinas distinto? ¿Cuál es el problema?
Editado quitando negritas.
Al escuchar que Lycius preguntaba por el postre, Mina abrió los ojos un poco sorprendida y miró hacia el joven, como si le estuviera haciendo una pregunta con los ojos. Sin embargo, pronto volvió su mirada atenta hacia la doctora para escuchar sus respuestas.
—Entonces es usted de la región —comentó cuando la doctora Vordenburg terminó—. Qué interesante. ¿Y sabe hablar el dialecto que habla la señora Perrodon? Entre usted y yo —le dijo bajando la voz con complicidad—, no le entiendo una palabra cuando empieza con esas palabras extrañas.
Al escuchar las preguntas de Richard a su hijo, Mina miró su plato y siguió comiendo en silencio, pero un ligero asentimiento con la cabeza y una mirada de reojo a Lycius sirvió para hacerle ver al muchacho que sería mejor comportarse de modo más agradable. Luego miró a Laura y le sonrió con una pizca de ilusión.
—Mañana viene tu amiga, ¿verdad? ¿Tienes ganas?
"Mi barba tiene dos pelos, dos pelos tiene mi barba. Si no tuviera dos pelos. Ya no sería una barba"
Crii qui ningini di lis prisintis mirici isti cimpirtimiinti ni isti disquiri. ¿Ipinis distinti?
Bah. Para empezar me habría venido bien no tener que pasar por este calvario. ¿Acaso papá investigó a la doctora antes de venir? Una más para la bolsa, una menos en el mundo que no sabrá dar una solución.
¿Quién habrá escrito para que haya marcado una notificación sin haber saltado el sonido? ¿Podría ser una respuesta en el foro de las mariposas ?
"Creo que deberías contestar a tu padre. Está esperando y no va a darte muchas más oportunidades" murmuraba Katharina distante
A veces me gustaría que hubiese más silencio a mi alrededor. Quizás debería quedarse callada, porque si no vas a decir nada mejor que el silencio, es infinitamente más propio el no romperlo
"Como quieras"
Me quedé mirando fijamente a la siguiente seta. También tenía forma de mariposa búho, cubierta de más salsa fragante, cosa que parecía generar un extraño ánimo en mi inspección al poner los ojos bizcos, producto de un énfasis sobre medido, para focalizarme inútilmente en ese boletus gris y blanco.
Era cierto que la cena distaba mucho de ser la coliflor insípida que debíamos comer algunos martes de cuaresma y que no le llegaba a mis favoritas, con el filete bien empanado, frito en manteca fragante de cerdo y servido con patatas asadas, pero el desacertado venado estaba haciendo las delicias que no conseguían mis comentarios. Quizás debiera recordarles amablemente, que con la boca llena, no se habla, así todos mantendrían silencio hasta que llegase el postre y descubriéramos si la insulsa doctora hablaba la jerigonza de la señora Perrodon o si papá conseguía no marcar de nuevo la camisa con una rúbrica hecha de jugo y mariposas.
¿Iluminame? Papá era un iluminado de por sí y explicarle ciertas cosas haría que el ambiente de la sala bajase tantos grados, que el venado se tornase en hielo antes de que consiguiera llevarse a la boca el siguiente bocado.
No lo había pedido y no lo quería. ¿Qué más debía explicar? Todo era capaz de gritar por si solo, si alguien sabía separar las palabras de entre los berridos.
- ¿Que si tiene ganas? - interrumpiendo abruptamente a Mina, tras lanzar un gesto socarrón a Laura - No ha hablado de otra cosa en los últimos días. No la había visto tan emocionada, desde que salió en la Bravo el poster este de ese chico.... ¿como se llamaba? - volviéndome a mi hermana, y apartando previsiblemente el brazo en la espera de un incuestionable caponazo.
Mina lo intentaba. Sí, intentaba controlar los ánimos, evitar un confrontamiento en una noche que parecía no haber empezado de la mejor de las maneras. Trataba de reorientar la conversación, y no pude evitar mirarla con cierta tristeza porque fuera precisamente ella la que tuviera que estar haciendo eso y, para colmo, las posiciones en la mesa distaban de ser las más adecuadas.
Pese a sus esfuerzos por rebajar las ansias de Lycius de actuar como un niño de cinco años que no tiene lo que quiere, no lo conseguía. Y todo sucedía bajo la mirada inquisitiva de Katherina a mi espalda. Podía sentir perfectamente cómo ella me juzgaba y me criticaba, no actuando como debería, no exigiendo el respeto que alguien con su apellido debía mostrar. Todo mi cuerpo se tensó al ver sus reacciones y sus gestos y mi vello se erizó al escuchar sus posteriores palabras.
Negué con la cabeza, al principio con los ojos abiertos de incómodo asombro, mayor que antes, para luego comenzar a entrecerrarlos poco a poco mientras mi frente se arrugaba cada vez más. Apreté los puños encima de la mesa y quizá fue el cansancio o quizá la necesidad por mantener la educación, pero fui capaz de contener mis ganas de golpearla.
—Lycius von Galler —mascullé, en un tono que describía que no iba a admitir cualquier tipo de contestación—, si es así como pretendes tratar a los demás no habrá doctor que pueda curar tu necedad. Compórtate, suficientes problemas tienes ya —le increpé, mirándole fija y directamente al final.
Nada de eso iba a quedar así. La pregunta, ahora, era cuántas ganas tenía el niño de empeorar su situación.
Tras esto decidí tratar de normalizar la situación, esperando que o bien el crío se mantuviera en silencio o bien comenzara a darse cuenta de que, quizá, el día de mañana y los siguientes podrían ser peores de lo que ya iban a serlo. Miré a Laura y no pude evitar mostrarle una mueca de disgustada comprensión, una forma de pedirle perdón en silencio, para luego intentar relajar mis facciones y mostrarme todo lo tranquilo posible dirigiendo la mirada hacia Mina y la doctora.
—Si es posible que conozca ese dialecto, doctora, sería del todo interesante que pudiera prestarnos parte de sus conocimientos —le dije, sonriendo levemente.
El señor von Galler reaccionó a mis comentarios acerca de mi familia, pero no con palabras. Quizás la incomodidad de la situación lo agotaba demasiado para poder hablar. Pero seguir la conversación habría sido una buena forma de desviar la atención y calmar las cosas.
—Efectivamente, procedo de Estiria. Hacía tiempo que no visitaba está región —respondí a la enfermera—. No, me temo que yo tampoco comprendo el dialecto que habla la señora Perrodon. Yo siempre he hablado el alemán estándar, mientras que ella debe de hablar un dialecto muy local. —Esbocé una sutil sonrisa ante su comentario acerca de las incomprensibles palabras que pronunciaba a veces—. La verdad es que parece una señora muy profesional y competente. Me atrevería a adivinar que lleva viviendo y trabajando aquí la mayor parte de su vida.
A continuación, la enfermera pasó a mencionar a la amiga de Laura. Era una hábil forma de tratar de desviar la conversación y calmar los ánimos, así que yo traté de alimentar esa línea de diálogo.
—Es una gran noticia que tu amiga vaya a venir. Estoy segura de que te alegrarás mucho de verla —dije con afabilidad—. ¿Puedes contarnos más sobre ella? Debe de ser una chica muy interesante para que os hayáis hecho tan amigas.
La actitud desvergonzada de Lycius alcanzó un nuevo nivel cuando se dirigió a su padre directamente por su nombre, momento en que toda sonrisa fue eliminada de mi rostro. La situación se tornaba cada vez más desapacible, y el ambiente se enrarecía más y más. Ya había deducido que había diferencias entre padre e hijo, pero aquello comenzaba a denotar problemas más serios que una pequeña disensión. Dejé los cubiertos y miré al chico directamente, con seriedad.
—Lycius, no puedo imaginar lo difícil que tiene que ser vivir con tu condición, huyendo de la luz solar y debiendo permanecer recluido entre estas cuatro paredes —expuse con franqueza—. Pero estoy segura de que todos los aquí presentes desean lo mejor para ti. Tu padre está haciendo cuanto está en su mano por ayudarte, y no se da por vencido. Ya lo he dicho antes y lo reitero: no me detendré hasta hallar una cura para ti —afirmé, en un intento de hacerle ver que su situación no era culpa de nadie, y que todos querían apoyarlo.
Mina se había quedado mirando a Laura esperando su respuesta, pero al escuchar que Lycius tomaba la palabra para hacerlo por ella, y de aquella manera, la enfermera miró al joven abriendo los ojos sorprendida. Después, bajó un poco la mirada a su plato mientras apretaba los labios y suspiraba entristecida.
Aun así, volvió su mirada hacia la doctora, con una nueva sonrisa, cuando la mujer extendió más información acerca de su procedencia y su desconocimiento de aquel dialecto local tan peculiar que usaba la señora Perrodon.
—Es muy buena mujer —respondió—. Además de una gran profesional, desde luego. Todos la queremos mucho aquí.
Al ver que los demás presentes en la mesa le decían algo a Lycius, ella no añadió nada, sino que después de cortar otro trozo de venado, llevárselo a la boca despacio, masticarlo con educación y tragarlo, volvió a mirar a Laura, esperando su respuesta con una sonrisa en los labios.
Escuchaba todo lo que se cocía a mi alrededor, que por cierto era mucho más de lo que estaba mi filete, cubierto de salsa que se mezclaba con el jugo de la sangre que rezumaba la carne. Volví a tomar un poco más de otra seta que era muy pequeña, casi como una mariposa bebé, recién salida de la crisálida. Como aquella que nació tan, tan pequeña, con un ala rota y las antenas dobladas de tal manera, que casi ni consigue romper los filamentos del capullo y explotar a este mundo. Recuerdo que apenas pude ayudarla, para dar los primeros aleteos y que ni siquiera, el polvo con el que llegaba al mundo, se había disipado, cuando dió los últimos estertores agónicos entre mis manos. Primero un temblor sutil, luego una vibración y finalmente, se quedó inmóvil sobre mi piel, viviendo fugazmente en un mundo que no estaba preparada para ella.
Algunas no tenían alma.
Le dí un par te toques indolentes a la pantalla del móvil para que se iluminase y buscar la notificación, deslizando la yema con diligencia.
Luego volví la mirada a Laura, con tenedor aún en mano y observando el placer que parecía sentir al masticar la carne gomosa, mezclada con la idea de ver a una persona, que lejos de ser el muchacho guapo del póster, parecía ilusionarle más que irse a comer helado con el mozo.
- ¿Pides tu el chocolate para luego? - dejé caer, casi inaudible, a su oído.
—No me cabe duda. El poco tiempo que he coincidido con ella, me ha parecido una extraordinaria mujer, amable, profesional y eficiente —respondí a la enfermera.
Luego, viendo la cada vez más procaz conducta de Lycius, pronuncié aquel discurso, en un intento de hacerle comprender que todos nos preocupábamos por él, de una manera u otra, y que una actitud tan hostil no tenía cabida allí. Aguardé pacientemente la respuesta, pero...
Nada.
La respuesta nunca llegó. Simplemente, continuó probando la comida y utilizando el móvil, mientras yo lo observaba pacientemente.
«Muy bien, Lycius. Conque no quieres ponerme las cosas fáciles. No te preocupes, pronto comprobaremos quién tiene mayor paciencia» pensé.
Con rostro impertérrito, tomé otro trozo de venado mezclado con salsa y setas y me lo llevé tranquilamente a la boca, masticándolo sosegadamente.
El sabor delicioso del venado iba tomando más presencia en cada bocado, como si su regusto fuerte arrastrase esa imagen de mi mente para dejar el telón de mis párpados limpio. Intuía ya en ese momento que sería algo temporal, que cuando las sombras cayesen sobre mi cama el sabor ya estaría lejos y no podría servir de coraza para el recuerdo que sentía bien grabado en mis retinas. Lo intuía, pero al mismo tiempo el apetito que se había despertado con el aroma me incitaba a seguir comiendo pedazo tras pedazo.
«Te estás comiendo una mariposa». Una mariposa que ahora aletearía en mi interior, como la mariposa que dibujaba la salsa en el plato. Como la mariposa que dibujaba la sangre en el patio. Como la seta de filamentos vibrantes que me llevaba a la boca mientras contemplaba el enfrentamiento entre mi hermano y mi padre.
Mis pestañas también aletearon cuando Mina me preguntó por la visita que llegaría mañana. Y mis labios sonrieron libres de la culpabilidad que llegaría tarde o temprano por estar disfrutando de mi plato. Esperé, aun así, hasta que sentí que no iba a interrumpir a nadie, y aún entonces me limpié los labios con cuidado y bebí un sorbo de mi refresco antes de responder primero a Lyc en un susurro.
—Cuenta con ello. Yo me encargo. Con malvaviscos y espumita.
Y luego a Mina, que había sido la primera en preguntar, aunque también sentía la mirada de la doctora sobre mí.
—Tengo muchas ganas. Llegarán mañana a mediodía, ella y su madre. Vamos a hacer muchísimas excursiones. Aunque no contaba con que hubiera un lobo peligroso en las cercanías del castillo. —Hice una mueca con los labios y miré a la doctora—. Carmilla es genial, ella es… es… ella entiende las cosas como son. Sí, eso es. Tiene muchas ganas de ver las mariposas de Lycius y de conocer el castillo. Le da mucha curiosidad ver cómo se vive en uno. Le gusta escribir, como a mí, es como si Carmilla respirase poesía. Y piensa como yo en las cosas importantes de la vida.
Asentí con la cabeza y pinché otra porción de venado con el tenedor.
—No sé mucho de su madre, pero seguro que pasaremos muchas cenas divertidas con ellas aquí.
Y me metí la comida en la boca.