Partida Rol por web

Amanda entró junto a Sam sin dedicarle una segunda mirada a Dino, como si no lo conociera. A lo que si dedicó una buena mirada fue al resto del restaurante observando cada detalle, antes de dirigirse junto a Sam al mostrador para encargar su pedido. Estaba claro que aquello era un negocio familiar y que las cosas iban tan mal como para necesitar que los dos hijos ayudaran en lugar de poder contratar a un par de camareras.

- Buenas tardes, ¿qué tal? – dijo con una sonrisa – Sera una quattro formaggi grande para compartir y una coca-cola para mí. ¿Tú que quieres para beber? – le pregunté a Sam, pero sin quitarle el ojo al niño del mostrador para evaluar si nos reconocía al vernos.

Tras añadir la bebida de Sam a la comanda, que el muchacho la procesase e ir a pagar, le dijo en un susurro para él.

- Hemos venido a ayudar con los tiburones. – fijándose muy bien en la reacción del chico antes de dirigirse con las bebidas a una mesa a sentarse con Sam y esperar allí su pizza. Justo la mesa al lado de la de Dino, sentándose espalda con espalda con el viejo dios.

Si era el chico correcto, quería darle la oportunidad de aproximarse a ellas, no quería agobiarlo en mitad del negocio de sus padres.

Tras penetrar en la pizzería, Sam trató de ignorar la presencia de Dino. A pesar de que parecía haberse “empequeñecido” desde que había bajado del coche, parecía demasiado imponente para el local. Se extrañó al verle allí sólo. Se había separado de Robert en lo que sospechábamos era el territorio de los tiburones. La joven frunció el ceño un instante cuando esa idea apareció en su mente.

Pudo notar cómo la duda aparecía en la cara de Amanda cuando miró de soslayo al chico de la caja y se mordió el labio ahogando una pregunta. Le dedicó una sonrisa desenfadada y pidió lo mismo que ella para beber.

Cuando fue Ary quien tomó la iniciativa para comprobar que ése era su “contratante” asintió levemente sin perder la sonrisa como si simplemente le hubiera dedicado un comentario casual sin importancia. Juntas caminaron hacia la mesa y se sentaron a esperar, sentándose una frente a la otra.

Como si fuera un gesto casual, sacó el teléfono móvil y revisó los mensajes. Rara vez recibía alguno pero con dos miembros del equipo trabajando por separado, Samantha prefería mantenerse atenta a cualquier aviso.

Joder. Estaba claro que el subterfugio y el sigilo no eran lo suyo, y fuera quien fuese la persona que estaba husmeando en la antigua floristería, se escapó sumiéndose en las sombras. Deseaba de todo corazón no haber metido la pata y que sus compañeras tuvieran más suerte con la pizzería.

Mientras dejaba que el niño fantasmal rebuscara en el suelo — al fin y al cabo, debía encontrar sus dos monedas — él aprovechó para echar un vistazo a su alrededor. Desde luego no parecía un establecimiento que hubiera cerrado por falta de clientela: estaba todo demasiado destrozado, y encajaba con la teoría de los matones. Aprovechó para hacer algunas fotos para que sus compañeros pudieran ver lo que él había visto.

Podría traer a alguien para que le ayudara a encontrar alguna pista más, pero pensó que ya era suficiente con lo que había visto y esa persona a la que había asustado le inquietaba. Así que aprovechó que la puerta trasera estaba abierta para volver a salir a la calle mientras enviaba las fotos a sus compañeros con una nota: Extorsión. De reojo, vio cómo el niño parecía encogerse de hombros y desvanecerse al no encontrar nada.

Tocaba cenar algo en la pizzería.

Izzy miró el reloj y sornió al policía. — Por supuesto, yo vigilaré por aquí para que no entre ningún indeseable... — le contestó.

Durante la conversación, había estado mirando por encima de su hombro para ver a sus compañeros entrar en la pizzerái. Ahora parecía que Robert iba hacia allí, así que, antes de que entrase, cogió el móvil y le llamó por teléfono.

— Hay una tienda precintada al otro lado de la plaza. Estoy en la puerta. Es el caso de un posible suicidio, pero he convencido a un policía para que me deje pasar a cotillear un poco. Me vendrían bien tus habilidades, si puedes acercarte por aquí. Tenemos algo menos de un cuarto de hora...

Sujetó el teléfono con el hombro mientras volvía a cruzar el precinto policial y se acercaba a la puerta para acceder al interior.

—Claro —respondió el bibliotecario. Elisabeth pudo apreciar en el tono de voz que agradecía sentirse útil. En alguna ocasión Robert había dejado escapar que, en un grupo con dioses primigenios, genios informáticos y fuerzas elementales, él se sentía un poco fuera de lugar. Así que el hecho de que su compañero pidiera expresamente su ayuda le hizo sentir útil.

No tardó en llegar a la tienda precintada caminando por la acera guarneciéndose de la lluvia bajo los voladizos. Necesito un maldito paraguas. Antes de asomarse miró a su alrededor para asegurarse que nadie le veía curioseando y aprovechó para colarse en el interior. 

—Qué acogedor —mencionó, sacudiéndose la lluvia de encima y empapando el suelo de agua. Le llamaba la atención que estuviera en mejor estado que las otras tiendas. Cuando su compañera le explicó lo sucedido, torció el gesto—. El resto de tiendas fueron asaltadas, tiene pinta de que el propietario de ésta fue demasiado tozudo para cerrar.

- Hemos venido a ayudar con los tiburones.- susurró Amanda.

El chico no pudo evitar la cara de sorpresa, abriendo los ojos de par en par, e incluso sonriendo... aunque segundos después volvió a la faena con la caja como si intentara disimular.

Amanda y Sam se sentaron detrás de Dino, y minutos después llegó su pedido. Al cabo de un rato, cuando el local ya estaba medio vacío, se sorprendieron ligeramente al ver que el chico abandonaba la caja y se sentaba directamente en su mesa sin pudor ninguno.

- Hola, me llamo Willie. ¿Su pedido está bien, señoritas?- dijo, lanzando miradas de reojo al hombre joven que atendía las mesas. Tanto Amanda como Sam tenían ya muchos tiros pegados como para saber que el chaval tenía una lucha interna sobre si hablar con ellas o no.

Izzy y Robert pasaron por debajo de la cinta policial para adentrarse en el colmado. La tienda estaba a oscuras, y la luz de la tarde, oscurecida por las nubes, apenas iluminaba el lúgubre interior. Una especie de tristeza parecía flotar en el ambiente, tamizando el silencio absoluto que invadía el colmado de barrio, roto solamente por el repiqueteo de la lluvia en el exterior.

La tienda principal tenía estantes con productos variados: alimentación, productos de limpieza, bebidas, medicamentos... un poco de todo. Detrás del mostrador principal, una puerta llevaba a la trastienda, que hacía las veces de almacén. Allí vieron con horror una escena que hablaba por sí sola. Atada a una viga del techo, un trozo de soga cortada, y en el suelo, la otra mitad, con el nudo del ahorcado todavía en ella. Parece que la policía cortó la cuerda para bajar el cadáver, pero ni siquiera tuvieron la delicadeza de retirarla después. Una silla volcada cuenta el resto de la historia.

- Hola Willie, yo soy Amanda. – le dijo con una sonrisa amable; tal vez demasiado amable. Era algo en lo que Amanda aún estaba trabajando, en no esforzarse tanto en caer bien a la gente, pero su miedo constante a no ser suficiente la empujaba demasiado allá.

- La pizza está buenísima. – comentó mientras comenzaba a coger unas servilletas de papel y unos palillos de dientes – Una amiga nos la recomendó y llevaba toda la razón. Uy, que no se me olvide. – sacó su móvil, un Android ultima generación – Ya está. 5 estrellas en Trip Advisor. – volvió a sonreír.

- ¿Sabes? Yo me crie en el barrio – siguió relatando sacando esta vez algunos clips y gomas de la mochila que parecía tener siempre de todo… y cuando no lo tenía la usaba para meter la mano y sacar de ella cosas que tenía preparadas en el almacén desgarrando el espacio-tiempo – Aunque hace varios años que me mude fuera y no vengo tan a menudo como me gustaría. – aquella pequeña construcción de clips, palillos, gomas y papel comenzaba a tomar la forma de una rana – Pero recordaba que los negocios iban mejor en la zona… - se lamentó un voz más baja.

- Alguien que haya estado aquí los últimos meses seguro que podría guiarnos mejor con el problema actual. Creo que hay un pez en el estanque que no tiene miedo a los tiburones… - siguió en voz baja terminando la rana que colocó encima de la mesa.

Al soltar una pieza que sujetaba con la mano la goma se desenrolló empujando los pies de la misma yendo a parar justo al regazo de Willie. Amanda le volvió a sonreír.

- ¿Nos ayudas a ayudaros? – le preguntó en voz baja esperando que su truquito hubiera ayudado para rebajar sus defensas un poco.

Sam se sorprendió disfrutando de la cena. Hacía varios días que no comía nada. No tener la necesidad de hacerlo lo convertía en una pérdida de tiempo y recursos que no tenía. Sin embargo, se dio cuenta de que había olvidado la última vez que había salido a cenar por ahí y casi había olvidado el mal comienzo de su día.

- Y yo Sam. Encantada. - dijo completando la frase de Amanda. - Todo perfecto, muchísimas gracias.

La mujer se mantuvo en silencio mientras Ary trasteaba con sus gomillas y clips, casi tan absorta como el joven Willie. Era una delicia verla sacar casi de la nada aquellas pequeñas formas. Cuando la ranita cayó sobre las piernas del chico y éste le devolvió la sonrisa, Sam supo que Amanda había logrado lo que pretendía.

- Yo también vivo aquí cerca. A dos manzanas al sur. E igual que tú, trabajo en una cafetería del barrio. La que está frente a la parada de autobuses de Sunset Road. - añadió en tono algo distraído. - Pero yo aún no he visto a los tiburones. Hay muchos peces que ya se han rendido a ellos pero este local sigue abierto...

La sonrisa de Samantha no era tan amplia ni amigable como la de Ary, principalmente porque eran sus ojos los que los decían todo. Tenía la mirada de alguien que había luchado mucho para poder elegir su destino al igual que estaban haciendo los padres de aquel niño, alguien que conocía su dolor y su sacrificio

- Si nos ayudas, te prometo que haremos todo lo que podamos para detenerlos. - susurró echándose hacia delante y le miró directamente a los ojos. - Sólo necesitamos que nos cuentes lo que sabes de los tiburones.

Dino se mantuvo en silencio, con las manos cruzadas sobre el bastón, mientras que Amanda y Samantha llevaban a cabo un gran número de captura de atención infantil. Él también iba a utilizar el recurso de ser de la zona y volver, con una buena diferencia de edad, claro está. Sonrió, y cerró los ojos un momento. No dejaría al azar encontrar más respuestas de lo que sucedía allí. O más bien, se quería ocupar personalmente de averiguar más.

El viejo escuchó un aleteo... y la oscuridad se presentó.

Las palabras de Sam eran amables, pero el problema no era lo que decía, sino su mirada, que era demasiado intensa. Willie apenas escuchaba lo que le estaban diciendo, asomado a esos pozos de negrura que eran los ojos de Sam. El pobre niño no podía apartar la mirada del vacío y la oscuridad que se escondía tras la aparentemente amable cocinera de barrio.

Paralizado en su asiento, incluso parecía que estuviera a punto de echarse a temblar. Finalmente, el chico mayor (que seguramente fuera su hermano mayor, debido al parecido claro entre ambos) rompió el hechizo al acercarse a la mesa.

”¡Willie! ¡No molestes a los clientes!”, le espetó. Acto seguido, el chaval parpadeó y corrió asustado hasta desaparecer detrás del mostrador.

Mientras, Dino hacía volar de nuevo a Hugin y Munin, en un intento de tener otra visión reveladora. Esta vez, la oscuridad le sobrevino de repente. Rápidamente su visión se llenó de una carnicería absoluta: solamente veía retazos de carne y sangre por todas partes. Lobos con cabeza de tiburón desgajando la carne fresca de personas, arrancándoles los miembros de cuajo. Con los ojos en blanco, Dino se desmayó sobre la mesa.

”¡Señor, señor! ¿Se encuentra bien?”, el hermano mayor se acercó a la mesa, donde Dino acababa de recuperar la consciencia.

Izzy encendió la linterna del móvil mientras pasaban por la tienda de ultramarinos. Cuando llegaron a la trastienda, observó un momento la escena.

— ¡Joder! ¿De verdad van a cerrar este caso como suicidio? Hoy en día nadie se cuelga de una viga, al menos no fuera de una celda. Hay formas mucho más sencillas de quitarse la vida. Pero sigue siendo una buena forma de dar ejemplo con alguien... y de fingir un suicidio.

Inspiró un momento, pues sabía que no era una buena idea empezar una investigación con ideas preconcebidas. Así que, en vez de ponerse a lo suyo, se giró un momento para hablar con Robert.

— ¿Estás bien? Sé que no es fácil enfrentarse a estas cosas cuando no estás acostumbrado — le dijo. — Pero seguro que tienes algún truco en ese libro tuyo que podrá echarnos una mano para descubrir qué ocurrió aquí. Así que, Mulá Nasrudín, — dijo en tono de broma, pero ciertamente respetuoso para alguien que conociera al legendario protagonista de un gran número de cuentos sufíes — ilumíname con tu sabiduría mientras yo busco alguna pista por aquí.

Robert parecía sentirse algo fuera de lugar en el grupo, y lo había comentado en alguna ocasión. Pero Izzy no dudaba lo más mínimo de sus habilidades. No sólo era un auténtico genio con los papeles, razón por la cual había recurrido a él en varios de sus casos, sino que sus poderes le parecían realmente impresionantes. No podía volar invocando al viento, vale, pero seguro que alguno de los personajes de sus cuentos podía llevarle volando de un sitio a otro. No podía golpear a alguien dándole una forma contundente a un vendaval, pero no le haría falta si invocaba a un troll que luchase por él. Incluso su poder de cambiar de forma podía palidecer al lado de poder llamar a cualquier persona a quién pedirle una tarea. Negó con la cabeza un momento, porque realmente ese libro suyo le daba a Robert una versatilidad de la que el resto carecía y lo que realmente le faltaba a su compañero (al que ya hacía tiempo que Izzy consideraba un amigo) era un poco más de confianza en si mismo.

Guiñándole un ojo para confirmar que su último comentario había sido sencillamente una broma, se agachó sobre la cuerda para comprobar el nudo del lazo, cómo lo habían pasado por la viga y la sujección en el otro extremo. Una vez hubo analizado la cuerda, se acercó a la silla, buscando huellas en ella y observando su posición. En caso de suicidio, alguien que se colgase a penas tendría fuerzas para darle una patada al respaldo y tumbar la silla hacia un lado, pero un empujón con el pie realizado por otra persona tendría un ángulo diferente, podría haber dejado alguna huella y habría desplazado la silla en otra dirección.

— Maldita sea, la policía habrá dejado ya un montón de huellas — dijo pensando que seguramente también podría saber cuánta gente hubo aquí durante la muerte del dueño, y cómo le habían traido hasta aquí. De haber entrado por la fuerza, seguramente habría algún rastro, o algún lugar al que se hubiera agarrado.

Robert cumplió a la perfección en su papel de hombre tranquilo de frágil estómago en cuanto vio el cadáver. Inmediatamente se puso blanco, dio un paso atrás tropezando con una estantería que estuvo a punto de tirar al suelo y se puso las manos en la boca para controlar el vómito. Por el rabillo del ojo vio que Izzy quiso acercarse a ayudar, pero alzó una mano para detenerla. Será cuestión de minutos, tranquilo. Es sólo un cadáver. No puede hacerte daño.

Y una cosa era lo que él quería para sí, y otra lo que su estómago pretendía. Mientras la ex-policía investigaba, él se alejó de la escena del crimen para respirar aire fresco y recuperar el color de su cara, haciendo que su mente analizara la situación y planeara una estrategia.

Ilumíname con tu sabiduría mientras yo busco alguna pista por aquí.

—La verdad es... —inspiró profundamente, evitando mirar directamente el cuerpo en el suelo—, que tengo el cuento idóneo para una situación como ésta. Eso sí, yo procuraría llamar poco la atención... tiene una personalidad algo especial.

Dio un paso atrás para ver toda la escena, tragó saliva al ver el cadáver en todo su esplendor, y abrió el libro. Al instante, la magia que contenía empezó a fluir, respondiendo al sonido y cadencia de su voz.

—"¿Quién eres?" —dijo el hombre— "Soy la muerte, que hace iguales a todos los hombres." Y el hombre dijo: "Me convienes; tú te llevas a los ricos igual que a los pobres, sin hacer diferencias." Tú me hablarás de los últimos momentos de este hombre.

Una oleada de intenso frío inundó la estancia al mismo tiempo que una fantasmagórica y delgada figura se materializaba detrás de Robert. El Narrador tragó saliva al ver la afilada guadaña brillar sobre su cabeza y el roce helado de su mano sobre su hombro. Recuerda, no puede hacerte daño. 

Izzy se agachó a investigar la soga, iluminándola con la linterna de su móvil. Efectivamente, parecía que el nudo estaba hecho de cualquier manera, y tenía serias dudas de si podría sostener el peso de un hombre adulto. Aunque para estar segura tendría que echarle un vistazo al cuello del cadáver.

Justo debajo de donde colgaba el otro trozo de soga, Izzy vio un pequeño charco de agua. Lo había descartado en un primer momento, achacándolo a alguna gotera, o a que la lluvia se había colado por alguna ventana abierta. Pero un examen más minucioso indicaba que no había podido entrar agua en esa zona del suelo de forma natural. Oliendo el charco tuvo una sospecha, y lo comprobó mojando un dedo y chupándolo. Salada. Era agua de mar.

Por suerte, Izzy estaba enfrascada en su trabajo y no se fijó en la parca que aparecía tras ella. Con la guadaña a cuestas, esta se encaró con Robert, quien le preguntó sobre los últimos momentos del muerto.

- Sam Saddle. Estaba en mi lista, sí, pero curiosamente no se ha presentado a la cita que teníamos.- dijo la Muerte, algo extrañada, si es que eso era posible.- Yo también tengo una pregunta para ti, Narrador. ¿Te gustaría que fuera la madrina de tu hija?

Dino volvió en sí, sintiendo un profundo dolor de cabeza. ¿Qué había pasado? Se sintió cansado, como cuando uno despierta de una pesadilla. Sentía la humedad en el rostro, y sabía que no era sólo la lluvia.

-Sí, estoy bien, sólo que estaba muy cansado- dijo el viejo, intentando esbozar una sonrisa -¿Podrías traerme un vaso con agua y algo para comer?-

Como una reminiscencia del sueño, escuchó un aleteo lejano, como un pájaro que combate contra una tempestad...

-¿Cómo es tu nombre muchacho?- le preguntó.

Ay, la mirada… esa mirada…

Amanda conocía bien esa mirada. Los ojos de Sam podían ser como dos pozos negros sin fondo… Dicen que los ojos son el espejo del alma, pero los de Sam eran el espejo del abismo y cuando uno se asoma al abismo… Ocurre lo que a Willie le acababa de pasar.

Suspiró.

Antes de poder siquiera de decirle al hermano de Willie que no nos molestaba, ni de lanzarle una mirada a Sam, Dino estaba teniendo problemas. Se giró en mi propio asiento curiosa, pero al ver que el viejo podía hablar y le daba una excusa al muchacho volvió a sentarse bien, como si aquello no fuera con ella. Cogió otro trozo de pizza.

- Quizás debería volver yo sola más tarde o quedarme sola un poco en unos minutos, cuando el chico tenga tiempo de calmarse. – le comentó por lo bajo a Sam cuando el hermano se fue por el vaso de agua que le pedía Dino – No lo digo por echarte, ¿eh? – le aclaró por si acaso.

Dio un trago a la coca-cola y se echó un poco hacia atrás para susurrarle a Dino sin volverse a él.

- ¿Estás bien, abuelo? – le preguntó con un ligero aire de preocupación.

Un segundo antes de que el hermano mayor interrumpiera, Sam pudo ver el reflejo de su propia mirada en los ojos de Willie. Pudo ver por un instante el miedo apoderándose del chiquillo.

- Mierda... - susurró para sí.

Toda aquella sensación de tranquilidad que le había hecho olvidar su mal día había desaparecido de golpe. Aquella era una de las ocasiones en las que Sam se sentía un monstruo disfrazado de persona. Cerró los ojos, sin saber si estaba furiosa con Umbra o consigo misma, y apretó los puños hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Las luces del local parpadearon un par de veces en tan sólo una fracción de segundo. Para cualquiera podría parecer una simple bajada de tensión, algo muy común en el barrio los días de lluvia. Ary seguro que lo había notado.

Abrió los ojos y suspiró profundamente.

- Estoy bien. - respondió en voz baja a la pregunta que Ary no había necesitado hacer. Se levantó lentamente sin atreverse a mirar a Amanda a la cara, avergonzada por todo lo ocurrido. - Quédate lo que necesites, no te preocupes. Dile al abuelo que intente interrogar un poco al mayor, tu ya has conectado con el pequeño. Voy a ver si los otros necesitan ayuda.

Alzó la cabeza tratando de montar su mejor sonrisa, sacó su teléfono móvil e hizo un gesto de disculpa hacia Ary. Salió del local con el teléfono ya en la oreja, llamando a Robert para ofrecer su ayuda. Esperaba que no fuera mal momento.