Partida Rol por web

-Yo ya he dicho todo lo que sabía... creo... -titubea el chico, ahora un poco más tranquilo- Yo soy Brago, hijo de Bregadoch. Mi padre y mi tío tenían una albacería en el pueblo, que quedó abandonada a partir de la epidemia de 1806. En sus ruinas me escondo ahora... quizás el viego Zadok pueda saber más... pero tan sólo es un viejo loco y borracho...

- ¿Y qué sugiere vuesa merced, Erandil? ¿Que tomemos dirección a la casa del hombre llamado Zadok y le interroguemos antes de partir en post de la secta?

Aërengoll preguntaba sin ningún tipo de ironía, preguntaba simplemente por curiosidad. ¿Qué podría decirles un viejo loco que tuviese el más mínimo interés?

El chico les había dicho lo que necesitaban, ya sabían dónde tenían que ir. Dudaba que aquel hombre supiera mucho más.

- ¿Por qué crees que ese hombre podría saber más, Brago?

Erandil se encoge de hombros. En realidad no sabe mucho más que Aërengoll, simplemente le pareció prudente recavar toda la información posible antes de emprender ninguna acción precipitada.

-Zadok no tiene casa, excelencia -Brago interviene de nuevo-, sólo vagabundea por ahí. Algunos forasteros han conseguido sacarle información a cambio de un azumbre de vino. Es la única forma de que hable. La última vez me dijo que había estado hablando con unos forasteros de Ostara. Parecían intrigados con las cosas que ocurrían en el pueblo. Aunque no han vuelto por N´gurth. Y bueno, aunque es un viejo orate y está la mitad del tiempo bebido, conoce toda la historia de N´gurth, pues siempre ha vivido aquí. Incluso dice saber cosas del Arrecife de Ossë.

- Bueno, siendo así - Aërengoll se coloca bien la capucha que tenía ya medio caída sobre los hombros - Hariamos bien en cerciorarnos de que el hombre no nos pueda ayudar con más información. Como ya he dicho alguna vez, siempre he considerado el conocimiento como el arma más poderosa. Vayamos pues a buscar a éste vagabundo - rebusca un poco en su mochila y saca el odre que llevaban siempre encima - No será por falta de vino que no podamos negociar con él.

El clérigo se puso en pie con dificultades, y al parecer con ganas de dar un paso de gigante en una investigación que les estaba demorando demasiado sin sacar muchas cosas en claro. Al menos, parecía que el cielo se empezaba a abrir un poco.

Emprendéis de nuevo el camino por la playa hasta el muelle, lleno de casas a punto de derrumbarse, carcomidas y supuestamente desocupadas. Mientras, deja de llover completamente, por primera vez desde que estáis en este sombrío lugar. El muchacho os va contando cosas según pasáis. Siempre fue un pueblo bastante raro... pero ha ido empeorando en los últimos años... más casas vacías que habitantes y ningún tipo de negocio en especial, salvo la pesca y la langosta. Finalmente os señala un caserón ubicado en la punta de un promontorio.

-Allí vive el capitán Obed y su extraña familia -farfulla afectado por alguna especie de temor innatural- no deben acercarse por allí. No por allí -después vuelve a mostrarse intranquilo, como si vuestra presencia ya no fuera suficiente para que se sintiera seguro y protegido- ya no debería estar con vuesas mercedes. Si ellos me vieran me matarían; como lo han hecho con otros...

Intentáis detenerlo. Explicarle que con vosotros estará a salvo, que aún le necesitáis para saber más cosas, o como guía; pero es inútil, pronto, lo único que queda del zagal son sus apresuradas huellas en la arena. Aún así, tenéis la intuición de que volveréis a verlo. Lo que no alcanzáis a adivinar es si será vivo o muerto.

-¿Y bien? Parece que no nos queda otra que buscar a ese tal Zadok. Y de paso darnos una vuelta por N´gurth. Quizás sin lluvia se vea a más gente o podamos percibir detalles que bajo el aguacero y en la noche pasamos por alto-comenta Atandil sin dejar de mirar el caserón que había señalo el muchacho.

-Me place -masculla el paladín con economía de verbos. Como siempre-, pero por muchos demonios que oculte este pueblo, esta noche dormiré bajo techo y sobre un jergón ¡A fe mía! Después se sacude la capa; está empapado todavía. Y también intenta secar sus armas en la medida de lo posible; sólo faltaba que se fueran a oxidar. A causa de la lluvia y de no usarlas; mas tiene la impresión de que ya queda menos para ello, aunque el pueblo se haye más tranquilo que nunca...

Aërengoll levanta la vista. Asiente al paladín y al bardo, y parte en búsqueda del viejo. Realmente no le importa que éste se vaya, aunque tenía la esperanza de que les llevara ante el hombre mayor. Encogiendose de hombros ante el hecho de que el niño se marchara, el clérigo continuó su camino a través de las calles de N´gurth.

Al fondo divisáis un grupo de gente de aspecto apático cogiendo almejas en la playa, en medio de un penetrante olor a pescado -que impregna malcaradamente todo N´gurth-, y a las afueras del pueblo un grupo de niños sucios y con cara de simio juegan en la entrada de un zaguán.

Ya en el pueblo, un gran número de tejados derrumbados forman una estremecedora silueta de abandono, por encima de la cual se elevaba la macabra torre derruida de un antiguo templo a Ulmo. La mayoría de las casas tienen puertas y ventanas rigurosamente tapiadas con tablas, muchas de las cuales se inclinan formando peligrosos e increíbles ángulos a causa del hundimiento de parte de los cimientos. Esas ventanas saltan a la vista de forma tan espectral que habría que armarse de valor para dirigirse al noroeste en dirección al promontorio.

Así, dais una vuelta por las estrechas y ensombrecidas calles de N´gruth. El olor a pescado se os hace cada vez más insoportable*. Sigilosos individuos que andan arrastrando los pies miran enigmáticamente en vuestra dirección, y rostros más normales os observan con curiosidad y suspicacia. Eso sí, casi todos los individuos de N´gurth tienen los mismos rasgos faciales y hacen los mismos gestos -que instintivamente os desagradan-, sin que seais capaces de definirlos o comprenderlos.

El olor es muy fuerte, pero eso no hace que Aërengoll sienta el más minimo asco. Está concentrado en su labor y trata de mantener eso en su cabeza.

Le tienta la idea de preguntar por el hombre a alguno, pero lo mejor sería buscar al diferente. Si el niño había dicho la verdad, lo más seguro es que les llamara la atención ver a una persona que no hiciese los mismos gestos que esa gente. Andandose con ojo, Aërengoll avanzó por en medio de la muchedumbre y del pescado en búsqueda de aquel que pudiese darles más información.

Pasado un rato, se acercó al bardo y le preguntó.

- Tú no sabrás donde vive éste hombre en cuestión, ¿no? - Sabía que ocultaba algo, y esperaría el momento preciso para sacarle hasta la última gota de información que tuviese.

-¿el hijo de su madre? -se sorprende Atandil ojiplático y señalándose en pecho con su dedo índice extendido- Cómo voy a saber dónde vive ese viejo loco si además debe de ser un vagabundo. Supongo que habitará alguna casa o almacén abandonado de los muchos que hay en N´gurth. O quizás ni exista.

- Sólo preguntaba a vuesa merced, Atandil - El clerigo se gira para que el bardo no le viese sonreir - Pensaba que los bardos oiais cosas y sabíais algo más que el resto, pero veo que tu no eres de esos, sino más bien de los bailarines seductores, - Se lleva la mano a la barbilla - Tampoco recuerdo haberte visto con ningúna mujer, supongo que no eres un bardo usual.

El hombre continúa andando mientras continúa la búsqueda. Aguanta la risa para no ofender al bardo, pero con sus palabras buscaba claramente algo de él.

-¿Bardo usual? No sé qué insinúa vuesa merced. Por supuesto que Atandil Corúmë, leyenda de Cardolan, no es un bardo usual. Casi ningún bardo lo es. En cuanto a sus insinuaciones... ¿no me estará buscando querella? O simplemente se le ha pegado el aire rancio y malhadado de este pueblo...-Atandil va aumentando el tono de sus palabras hasta que Erandil hace ademán de que baje la voz.

Notas a Atandil más alterado que de costumbre, y aunque no lo conoces realmente, sueles estar hecho a calibrar hombres de un vistazo. Mas reacciona convenientemente. O no oculta nada o es más inteligente de lo que parece. Finalmente cabecea y chasquea la lengua, y se acerca a ti agarrándote del capuz para hablarte en voz queda: -En este pueblo hay más enigmas de lo que parece. Y más peligros. Pero estoy como vuaced, buscando respuestas. Incluso preguntas...- Después echa un ojo al paladín, que al ver como se acercaba a ti de malas maneras había echado mano a la empuñadura de su espada -muchas veces agradecías que Erandil fuese un hombre de esos de vale más un por si acaso que un quién lo diría-. Entonces, Atandil te suelta.

-Tranquilo, maese Erandil, sabéis de sobra que Atandil no es peligroso. Y estamos los tres juntos en esto, para bien o para mal...

Erandil se sentía confuso, era un hombre de acción, y desde que había empezado todo esto no había podido apenas mostrar su valía. Quizás fuera una prueba de Ulmo, probando su paciencia y su piedad. Quizás era hora de dejar de derramar sangre y dedicarse al vala de otras formas. Pero ¿qué podía hacer él? Por más que pensaba no lograba ver la luz. Era un pueblo aislado, eso era cierto, pero aún así, ¿por qué no habían venido las autoridades de Pelargir o Lond Ernil para comprobar qué pasaba? ¿Y por qué las gentes eran tan extrañas? ¡Por los Cuernos de Ulmo que a aquel posadero maldito no le había visto pestañear ni una sola vez! Y parecía cierto que en este pueblo tenían todos una pinta rara. No sabía cómo explicarlo... la pinta de N´gurth. Todo empezaba a darle mala espina. Esa lluvia que calaba hasta los huesos, ese nauseabundo olor a pescado que impregnaba el ambiente... incluso de Atandil empezaba a sospechar. Finalmente soltó el pomo de la espada, y se dedicó a pensar en cosas más agradables...

- Todos estamos muy confusos debido a las circunstancias, querido compañero. Pero no por eso debemos perder nuestra humanidad, y creame vuesa merced cuando le digo que no me gusta que me eleven el tono de esa forma. Pero supongo que he de disculparme. No pretendía ironizar sobre su profesión. Encontremos a ese hombre. - dijo Aërengoll comenzando de nuevo su andadura por el pueblo. Solo habrían de buscar a un hombre un tanto diferente. Un poco más normal, no debía de ser muy dificil, teniendo en cuenta cómo eran todos allí.

- ¿Dónde empezamos a buscar? Supongo que allí dónde éste olor sea menos insoportable. Una persona normal no puede vivir con ésto a diario, ¿no creen?

Cualquier sitio era bueno para buscar, así que os ponéis manos a la obra. Eso sí -apunta Atandil- sería conveniente no llamar demasiado la atención, ya que los aldeanos en N´gurth son gente huraña y hostil.

Os pasáis toda la mañana buscando pero la búsqueda es infructuosa. Lo más que veis es un escaso número de jóvenes de aspecto repelente allí, algún individuo aislado y silencioso allá. En realidad no se veía en público más que personas bastante jóvenes y, entre estos, los mayores solían ser los que tenían aspecto más raro... uno se preguntaba que ocurría con la mayoría de los viejos, y si la pinta de N´gurth no sería un extraño e insidioso fenómeno patológico cuya frecuencia aumentaba según pasaban los años.

También corroboráis la ausencia completa de perros y gatos; y desde luego, no podéis evitar la sensación de estar siendo observado desde todas las partes por unos taimados ojos fijos que nunca se cierran. Pero nada del viejo Zadok. Ni de ningún viejo.

Llegada la hora del almuerzo os sentís exhaustos...

- Desde luego no parece que les gusten los animales, o ellos a los animales, eso no es una buena señal. - dijo Aërengoll dirigiéndose a una taberna. - Hagais lo que hagais, no comais pescado, no me fío lo más mínimo. Bebamos algo y recuperemos fuerzas a ver si después podemos buscar un rato más.

El clérigo entendía que ellos tampoco estaban pasando desapercibidos. Se comportaban de manera normal, pero aun asi, eran extranjeros y eso se notaba. Aërengoll entendía que en el peor de los casos, si no encontraban al hombre, él les encontraría a ellos.

Entrando en la misma posada donde habían estado un día antes, el clérigo y su grupo se prepararon para descansar un poco y después tratar de seguir la búsqueda.