Partida Rol por web

La posibilidad de  vivir otro día y  vengarme de los que me han convertido en lo que soy ahora es lo único que me importa Muestro las manos desnudas  al tiempo que  digo con voz  alta Y clara  .Si ya no debo nada ni a Dios, que me ha abandonado, mucho menos a los que me han dejado atrás para cubrir  su  huida .

En ese momento oigo lo que dice el jefe de los soldados   y entonces   sé que no me queda mas remedio que luchar ..¿la muerte o la tortura ? comento  antes de echarme  a reír como un loco y lanzarme a por el enemigo mas  cercano intentando clavar mis dientes  en su cuello desprotegido .

Casi antes de darme cuenta, la espada está en mi mano. Cuando lis soldados entran, un terrible rugido surge de mi garganta. No me rendiré, en parte porque no puedo. Y no dejaré que sigáis adelante, está prohibido. Además, Giovanni es mío.

Lanzo una stocada al primer atacante, furiosa, completamente rabiosa.

La mirada febril de Etienne se posó sobre uno de los asaltantes: le reconocía, ¡era el cochero!

Aquella alimaña les había conducido hasta la trampa, y, ahondando en la ofensa, les llamaba traidores.

El caballero empuñó su espada firmemente con ambas manos, colocando la cruz a la altura de su rostro mientras avanzaba con pasos suaves y veloces como los de un gato en dirección a lo que quedaba de la puerta.

 - ¿Rendirme? - dijo para sí mientras clavaba sus ojos sobre el objeto de su furia, que se dibujaba al otro lado de la empuñadura - ¿Rendirme, dices, cabrón? ¿Rendirme YO? ¿Perdonarme la vida A MÍ?

Con un movimiento repentino, Etienne volteó la espada hasta alzarla por encima de su cabeza, adoptando la posición de guardia alta, de forma que ahora su vista alcanzaba perfectamente a ver a un sorprendido Roderigo.

Un alarido espantoso brotó de la garganta de Etienne mientras descargaba su acero sobre la cabeza del cochero, ansiando el momento de sentir el filo deslizándose cruelmente sobre el cráneo abierto de su enemigo; de notar cómo la sangre fluía mansamente por la hoja hasta la empuñadura, y salpicaba su rostro como la lluvia de una tormenta de verano.

Sentía el yugo del Ansia en sus venas, que se tensaban debido a la vacuidad de contenido. De la falta de Vitae que hacía mella en su mente y en su garganta. Por alguna razón sólo pedía pensar en dos cosas: pelear a muerte y saciar su hambre con la sangre derramada de sus enemigos. Pero, ¿por qué pensaba eso? Era una cuestión que no tenía ni la paciencia ni las más mínimas ganas de responder. Algo maligno se estaba apoderando de su interior y él era capaz de percibirlo. La bendición de Alá lo había abandonado cuando ese desgraciado le había transmitido cualquiera que fuese la Maldición que tenía su sangre. –Maldita sea su estampa. – pensó, mientras sentía como un nuevo vigor recorría su cuerpo más decidido que nunca a acabar con los enemigos de Giovanni.

Ignoró por completo las advertencias de quien horas antes había sido su cochero. Ahora era la furia la que lo dominaba, una ira brutal contra aquellos que lo habían convertido en esto y le habían apartado de la mirada de Dios. Jamás se los perdonaría. Al mismo tiempo que Etienne, se abrió paso hacia el cochero, casi saboreando como el hierro atravesaría el pecho y la garganta de esos soldados, a quienes odiaba con tanto ahínco en ese momento.

Antón miró a Roderigo, todo tenía sentido, cada acción traía consecuencias.
-¡¡¡Nos han ordnado luchar!!!- gritó Antón desquiciado sin entender por que hacia lo que hacía y descargaba golpes contra el escudo del soldado más próximo. - ¡¡Huyen por un tunel en las criptas!!- añadió con otro grito.
Descargó un golpe que fue demasiado alto de forma intencionada, engancho el hacha con la parte de arriba del escudo y tiró del escudo del soldado para si, con la intención desequilibrarlo, para con un nuevo empujón con todo su peso, a continuación, derribarlo. En el suelo daría buena cuenta de él.

Allan jamás se había envuelto en una ballata y si lo hubiera hecho sin duda sería en retaguardia curando a los heridos, pero aquel momento era diferente, algo en el interior del médico se había apoderado de su juicio, de su cuerpo y de su mente.

Aquel hombre no sabía lucha, nunca había sostenido una espada, pero no importaba.  Como una cualidad innata de su nueva esencial vital el médico se lanzó al combate sin importarle su propia seguridad, espoleado por la orden inexcusable del anfitrión.  Allan se lanzó contra el primer soldado que vio a su alcance sin más armas que los colmillos que asomaban sedientos de sangre, su boca se abrió como nunca para aferrarse al cuello del primer incauto que se cruzó en su camino.

Asió sus dientes contra el cuello desnudo de uno de los hombres y apretó con fuerza con la esperanza del calmar su creciente sed a la vez que cumplia la voluntad de Giovanni.

Entonces las puertas del salón se abrieron y un grupo de hombres armados entró en él comandandos por un individuo de elevada estatura y mirada intimidante, con largos colmillos y empapado de sangre. Solo podía tratarse de otro de aquellos demonios. Sin duda, ese hombre no podía ser humano. Lo más extraño de todo es que el lugarteniente del hombretón parecía ser Roderigo, el cochero de Giovanni. Eso comenzaba a tener sentido para mí, especialmente por los roces que el joven ya había tenido con Sir Lothar.

-¡Nos rendimos, nos rendimos! -exclamé, alzando las manos con el cuchillo en ellas-. ¡Pero no somos traidores! ¡Solo somos víctimas de estos crueles demonios! Vuestra oportuna llegada ha salvado nuestras vidas, esos seres ya iban a ejecutarnos... ¡Vos sabéis que es verdad, Roderigo! ¡Yo mismo mostré mi descontento en el carruaje cuando vimos a esos pobres desdichados!

Observé que ni Anna ni las deshinibidas gemelas parecían preocupadas ni lo más mínimo por el agonizante Pietro, así que dejé al tipo tendido en el suelo, lejos de la línea de combate, para, acto seguido, sujetar con fuerza mi cuchillo. Permaneciendo en la retaguardia, no atacaría a nadie. A diferencia de mis compañeros, algo en mi naturaleza me había hecho controlarme, pero si alguno de los hombres de Hardestadt se atrevía a acercárseme, no dudaría en defenderme.

La niña estaba sentada sobre sus talones. La idea de atacar a quienes atravesaran las puertas palpitaba en su cabeza como la luz de un único pensamiento: inevitable y nítido. Observó a los demás en silencio, al tiempo que dos regueros de sangre caían de sus ojos en forma de lágrimas, manchando de rojo su níveo vestido. Los aullidos y gritos de dolor de algunos invitados se embotaron en sus oídos, como si sonaran lejanos y ausentes. Y Hardestadt y los demás entraron por la puerta...

Una sonrisa atroz se dibujó en su rostro, y como haría una marioneta inerte tirada por unos hilos invisibles se puso en pie despacio, deformando sus extremidades en ángulos macabros casi imposibles, movida por la voluntad de hierro de Giovanni. El animal que la estaba desgarrando por dentro tomó el control, y sus pequeños y afilados colmillos se lanzaron sin pensar hacia sus enemigos

Los invasores derriban la puerta pero no ataco inmediatamente. No conocemos el alcance de las fuerzas que nos atacan. Mis ansias de entrar en combate y defender la retirada son extrañamente casi incontrolables por la orden que nos han dado pero puedo controlarme lo suficiente como para no lanzarme a lo loco.

Me desplazo hacia uno de los flancos evitando el choque frontal y descargo mi arma contra el primero de los soldados con el que me encuentro. Mi espada y su escudo se encuentran.

Mientras que derribaban la puerta el Doctor pudo centrar  su atención  en Pietro que gritaba en el suelo de manera brutal, a Albert su instinto medico le pedía que fuera a ayudar a aquel hombre pero tanto la orden que había recibido y el la creciente necesidad de beber que recorría su garganta no le permitian actuar,   la daba pavor dejar un desvalido simplemente por la necesidad de matar, era consciente de que aquello simplemente era temporal habían sido convertidos en carnada,pronto volverian a perecer y por una parte saber eso lo consolaba dado que   tenia claro que se estaban convirtiendo en monstruos.

En cuanto la puerta fue derribada ignorando la oferta de rendición se lanzo  salvajemente sobre el primer soldado que encontró con idea de destrozarle la garganta saciando su sed  o simplemente encontrar una muerte rápida que lo liberara de aquella pesadilla, por lo que fue directamente a hincar sus nuevos colmillos a la carotida de aquel soldado

         - Por favor disculpe Roderigo , si así se llama!    Como los otros hombres de Lord Hardestat!      El Conde Giovanni y sus aliados nos acaban de morder, drenar la sangre y alimentar para obligarnos de alguna manera a atacar les mientras que ellos buscan escapar!     Por favor no nos maten!    Recuerde por favor señor las últimas palabras que le dije cuando se retiro de este mismo castillo! -    Grita María Azkarizade a Roderigo después de haberse tratado de esconder cuando reaccionó para tratar de atacar por sorpresa con una mordida al soldado mas cercano a supuesto cochero del conde para alimentarse de él, mientras que no fuera el que era mas alto que el resto .... solo lo suelta si alguién mas va a atacarle o si puede arrebatar le su arma o escudo ... mientras trata de convencer con un tono seductor de sus palabras a sus adversarios ...

          Entones sin poder evitar enfrentar a su destino contra un rival condicionado por el Conde Giovanni y sus poderosos aliados, uno evidentemente mas poderoso, como para hacerlos huir de su propio castillo sin oponer la menor resistencia ... uno que debía haber mandado a Roderigo como su espía para localizarlo ... si le era posible buscaría protección en un escudo o espada que le pueda arrebatar a un guardia, o con el mismo si lo debilitara tanto para no ser un blanco tan fácil, sobre todo cuando ella nunca había combatido en una batalla abierta en su vida

Aparecen los soldados, reconoce al cochero y se sintió encolerizado, ese hombre era tan culpable de lo que les había pasado como el propio guiovanni. Ahora ya no importaba la orden mágica del anfitrión, era personal.

Su primera escaramuza y no le invade el temor, solo matar. O al menos hasta que ve a su líder, la insignia de la rosa en sus uniformes y los colmillos de muchos de ellos. Por un instante pensó que ahora que era una criatura del infierno tendría cierta ventaja pero se enfrentaba a sus nuevos iguales, no importaba. 

Adoptó la posta di Falcone como Etienne, avanzó y comenzó a luchar lo mejor que había aprendido.

Poco a poco el furor de la sangre que lo poseyó en su despertar dió paso a la consciencia de si mismo. Estaba condenado, habían encadenado su alma inmortal a carne corrupta alimentada con la sangre de los inocentes. Pero viviría para buscar perdón por sus faltas, y usar sus poderes para alimentarse de los criminales y asesinos y proteger a los hijos de Dios.

De nuevo las palabras de su señor encadenaban sus pensamientos, dirigían sus acciones como una mano sobrenatural. No podía hacer nada si no tratar de acabar con sus enemigos con las manos desnudas. De nuevo la influencia sobrenatural que ahora podía poner nombre, la mirada hipnótica de los vampiros. Estaba en algún tipo de trance que no podía cortar, pero si podía advertir de su estado. No quería acabar abatido en una guerra que los había usado como a carne de cañón esclavizada.

- Soy Paolo, abad de Fossanova y estamos encadenados a las órdenes de nuestros señores traidores. Por ello debo tratar de acabar con vosotros. 

Se lanzó para tratar de desangrar a los enemigos del señor Giovanni.

Mi agonía continúa. Sigo retorciendome por el suelo mientras el dolor recorre cada extremidad de mi cuerpo. 

Desde mi posición se veía claramente que eran pocos los que sabían luchar, lo que unido a los números conseguían que mi elección de apartarme y esperar pudiera parecer correcta, máxime cuando los asaltantes parecían ser como nuestros antiguos anfitriones. Por eso mismo se veía que no tenían opción de victoria y solo restaba saber cuántos morirían y si luego nos permitirían resucitarlos.

¿O no habrá más oportunidades?

Me pregunto dado que entonces no habrían escapado, ¿verdad?. Quizás la conspiración de la que hablaban contra ese Capadocius fuera un crimen realmente grave entre ellos y por eso habían decidido asaltar la residencia del conde y, si ese era el caso, ciertamente iban a torturarnos y entonces podría cambiar las tornas con aquel espía.

La idea me hizo sonreír ligeramente y entonces los noté. Mis dientes habían cambiado, por lo que me pasé la lengua por ellos descubriendo que ahora tenía un colmillos tremendamente afilados. Justo como los de ellos, por lo que ¿ahora podía beber sangre? ¿Y disfrutarla cómo ellos? Aquella pregunta era peligrosa, porque si hasta ahora no había perdido mi alma, si lo haría, dado que iba irremediablemente camino a convertirme en un diablo.

Entonces será mejor convertirme plenamente en uno.

Recapacité al darme cuenta de que no había vuelta atrás. Había dado la espalda a Dios, no me arrepentía de mis elecciones e incluso había muerto no habiendo alcanzado el cielo ni el purgatorio, por lo que entonces la tierra era el infierno y, como seguía en ella, ya debía ser un demonio.

- Señor Mantegna, debería soltar ese cuchillo.

Le recomiendo relajada al exaltado pintor que soltara su arma si en verdad pretendía no ser una amenaza, un arma en la mano no era una buena idea. Además todo diablo que se precie requiere un disfraz.

Veo todo a través de un prisma rojo. La ira me consume. Ataco al primero que me encuentro en mi camino clavándole el florete profundamente. No reconozco a nadie. Sólo quiero acabar con mis enemigos.