Partida Rol por web

Yoon-Shun se sentía cansada y tenía hambre, aunque nada dijo, porque no era cuestión de decir en voz alta lo que todos pensaban. Cuando se detuvieron en aquella concavidad, la niña se sentó sobre una piedra y resopló, provocando que se elevara el flequillo. Luego se recompuso, sabía que su maestro no aprobaba el desorden ni que se mostrase desastrada, eso no daba buena imagen de ella misma ni de él como tutor. Así que mientras los mayores hablaba, Yoon se paseó por la cavidad buscando algo, lo que fuese. 

"¿Y esto que puede ser? Se repite mucho. Quizá sea el símbolo de su deidad" pensaba mientras observaba los falos  pintarrajeados en la piedra. Estuvo a punto de hacérselo saber a Tarkham cuando éste pidió silencio, así que Yoon cerró la boca y se dirigió hacia el lado opuesto, en donde la puerta estaba abierta. Porque si estaba rota era por algo. Porque la otra estaba cerrada y de ahí podía salir algo, mientras que por la rota, no podía salir nadie. Señaló hacia allí, pero nadie le hizo caso, porque estaban muy ocupados escuchando lo que había al otro lado de la puerta cerrada. 

-Uhm... -protestó, cruzándose de brazos. 

Tarkhan se acercó sigiloso hasta la puerta destrozada, la cual se aguantaba posible y metafóricamente, gracias a un conjuro de milagro. El anzano fue sigiloso como un gato y para cuando llegó hasta la puerta, pudo observar claramente lo que había del otro lado. Se trataba de una pequeña estancia, con al menos otra salida, también en la pared sur. Estaba igual de sucia que la que habían dejado atrás, pero a diferencia de la primera, ésta no estaba vacía.

En el centro de la misma, un enorme ser de piel verduzca y verrugosa, roncaba de forma muy sonora mientras reposaba en el interior de lo que parecía ser una carretilla. Sus largas piernas y brazos sobresalían de los costados de la misma, cayendo inertes en el aire. Además, de aquel enorme trasgoide, también había otro pequeño trasgo, oculto entre unos cascotes que presumiblemente habían caído del techo. Les estaba dando la espalda mientras movía rápidamente la mano izquierda de arriba abajo a la altura de su vientre y gemía tratando de ser silencioso pero sin conseguirlo.

El Gato Sonriente de Anza no sonreía.

—Mátalo —le pidió a la vovit en un murmullo—, no yerres el tiro.

Takrhan alzó sus manos se preparó para la eventualidad de que la tiradora fallara.

Llegados a esa caverna profunda Belbara se tapo la nariz.

Profanar así la obra de Brook, cagándose y meándose por toda la mina...

Porque estaba claro que allí se había practicado la minería, la vagoneta lo daba a entender, y aunque no había mucha luz Belbara podía adivinar vetas de mineral. Se sentía directamente ofendida y por supuesto que deseaba vengar a su dios por aquella osadía. No eran los tesoros de los trasgos lo que la motivaba a avanzar. Podía entender que la bárbara pelirroja quisiese el oro y demás pertenencias que los trasgos hubiesen reunido, pero la enana se conformaba con matarlos, matarlos a todos para limpiar aquel lugar sagrado.

Consciente de que su armadura podía delatar su presencia, decidió quedarse esperando a que los otros dos se acercasen a la puerta para mirar qué era lo que  hacía aquel ruido. 

Aenifer asintió ante la orden clara y directa de Tarkhan. ¿Quién le había nombrado a él el líder? No lo sabía, pero desde luego que tenía maneras para ello. Al fin y al cabo, sus trucos les habían sacado de más de un problema y por alguna razón, a cada paso que tenían que dar, acababan preguntándole a él y confiando en su sabiduría.

Empujó levemente la puerta para hacerse sitio. Por suerte, las oxidadas bisagras no emitieron más que un leve sonido, que fue tapado por los ronquidos del enorme trasgo que dormía en el centro de la sala. Además, el otro trasgo, el que estaba ocupado, tenía toda su atención centrada en lo que tenía entre manos.

La joven ladrona comenzó a caminar a hurtadillas adentrándose en aquella sala. Buscaba la posición óptima de disparo y cuando tuvo a tiro a aquella bestezuela, agarró su arco y una flecha, tensó la cuerda apuntó y soltó. El proyectil silbó directo hacia la espalda del trasgo y se clavó bien profundo entre sus homóplatos. Había sido un buen disparo.

El pequeño trasgo se llevó sus lascivas manos a la espalda a la vez que emitía un chillido debido al dolor que sentía tras aquel certero disparo. Se giró hacia Aenifer para contemplar el rostro de su asesina, antes de caer al suelo agonizante. No obstante, aquel chillido sirvió para despertar al trasgoide que dormía en el interior de la carretilla y acabar con su sinfonía de ronquidos. 

Aquel ser, al ver a su compañero herido de muerte en el suelo, giró la cabeza dando enseguida con la posición de Aenifer y luego miró hacia la puerta. Su siguiente mirada fue dirigida hacia una cuerda que pendía del techo, no muy lejos de donde se encontraba. Dicha cuerda iba anclada a una campana. Su intención, evidentemente era la de dar la alarma, pero no iba a ser fácil, pues el resto de asaltantes tenían tiempo de tratar de impedírselo.

Aenifer lo hizo bien, pero incluso así, aquel enorme trasgo despertó de su estúpido sueño, dispuesto a dar la alarma. Solo había una cosa que pudiera hacer, así que elevé mi hacha y me lancé a por él con todas mis fuerzas, intentando cortarle en dos mitades e impedir que nadie más supiese de nuestra existencia.

No podíamos permitirnos una nueva batalla como la que acabábamos de hacer, sobre todo teniendo en cuenta que habíamos estado a punto de no sobrevivir.

Pero estaba aún demasiado cansada. Apenas logré acercarme y caí al suelo por el esfuerzo. Estaba claro que aún no me había recuperado de la batalla y que por el momento, no podrían contar conmigo.

-Deprisa, acabad con él -les dije a los otros, esperando que ellos hicieran lo que yo no había sido capaz.

Agotada, me volví como si me moviese mucho más lentamente que el mundo que me rodeaba, confundida y agotada, pero esperanzada porque otro impidiese el desastre.

Belbara, viendo la situación y con aquel bicho verde despertando de su sueño, quiso correr para atacarle hacha en mano. Al menos impedirle llegar a su objetivo sería cosa buena. ¿Contra cuántos trasgos deberían luchar si lograba alertar de su presencia?

Tarkhan dejó de contener la energía arcana que bullía en su interior y la dirigió hacia sus guantes. Brillaron un instante, cargados de energía mágica, pero el Gato Sonriente de Anza alzó los ojos en el último momento. Tres dardos de refulgente energía surcaron la habitación... ¡no para clavarse en el trasgo, sino para hacer añicos la campana de alarma!

Proyectil mágico a la campana.

La campana estalló en mil pedazos y esparciendo sus trozos por el suelo. Por suerte no era una campana demasiado grande y no hizo un ruido atronador al estallar y tampoco al desparramas sus pedazos por el suelo. Algo de lo que Tarkhan estaba seguro y que no lo estaba tanto el buen trasgo al ver el fogonazo energético que destruyo la campana. Sorprendido se llevó la mano a la cabeza ante lo que acababa de pasar.

Entonces se giró hacia los intrusos. Era evidente que cinco contra uno, aunque dos de ellas fueran mujeres y una tercera una niña, eran demasiado para él. El hombre del mostacho parecía peligroso, pues conocía trucos arcanos y el hombre bajito de la barba pelirroja, portaba un arma poderosa mientras le miraba con muy mala cara. Además, la mujer enorme del hacha y la del arco parecían letales, por lo que a aquel trasgo, no le quedaba otra que capitular.

- ¡No matéiz! - Suplicó aquel trasgo tirándose al suelo de rodillas y colocando la frente contra el piso. - ¡Yo ayudar, yo ayudar!

Yoon llevaba un rato distraída y no se había enterado de que en la otra habitación había trasgos. Solo cuando escuchó los gritos, corrió hacia donde se encontraba su maestro y agarró su túnica con el puño, pero sin decir nada. La niña miró al interior del habitáculo y vio un trasgo muerto y otro que imploraba clemencia. A Yoon le daba pena el piel verde, pero vaya, nadie le había pedido su opinión.

-Yo veo muy útil dejarlo con vida -comentó lo que para ella era más que evidente.

Esperaba que los demás también lo entendieran.

Belbara corría hacha en mano dispuesta a darle un Tajo mortal a aquel trasgo. No merecía ningún respeto por su parte, por lo que era, por lo que representaba y por lo que estaban haciendo allí él y so horda.

Uno de los trasgos yacía muerto, el otro, haciendo honor a lo despreciable de su raza, se puso a implorar clemencia. Belbara se detuvo quedando cerca de aquel bicho verde, aunque no tanto como para que pudiese llevar a cabo alguna treta traicionera acuchillandola si bajaban la guardia.

Desde luego aquella niña tenía razón. Ya tendrían tiempo de matar al trasgo, pero ne estaban información.

-Más te vale- dijo la enana con voz severa - Para empezar ¿cuántos sois? ¿Donde están el resto de los tuyos?- porque para Belbara limpiar aquel lugar de la escoria trasgoide continuaba siendo fundamental.

- Yo... muchoz... - Respondió el trasgo. - Ezte nueztro hogar. - El trasgo miraba de lado a lado, buscando amenaza en aquellos extraños. No se fiaba de ellos, eso era un hecho. - ¡No matéiz, no matéiz! - Volvió a posar su cabeza sobre el suelo. - Eztar por todo. ¡Ez nueztra caza!

«Tan útil como peligroso. Deberíamos rajarle la garganta en cuanto obtengamos de él todo lo que pueda decirnos.» pensó el embajador de Anza, pragmático. No podía arriesgarse a que en un descuido aquella escoria agarrara a Rayo de Luna y le pusiera un puñal en la garganta.

—Tira todas las armas que tengas. Sin trucos —le exigió el Gato Sonriente sin sonreír—. Y dinos si os habéis encontrado con un grupo de enanos y, en caso afirmativo, en dónde están.

Afortunadamente, Tarkhan logró destruir la campana a tiempo, impidiendo con ello que diese la alarma.  La primera reacción del trasgo fue lanzarse contra nosotros, pero al ver que le superábamos en número no tardó en darse cuenta de su error.

A mí me parecía que mantenerlo con vida era perder el tiempo, pero siempre existía la posibilidad que lográsemos sacar algo de él, así que simplemente, decidí actuar con desconfianza y darle algo más que temer.

-Por mí podemos matarlo ahora. No creo que nos sirva para nada -dije en voz alta, agarrando con más fuerza el hacha y mirando al trasgo con rabia -. Además, creo que me apetece afilar el hacha en el cuello de un trasgo.

El trasgo dejó caer un puñal que portaba en su cinturón a la vez que una mancha oscura surgía en la zona de la entrepierna de sus harapientos pantalones. Arrastrándose se acercó a Tarkhan y le agarró de los tobillos para besarle sus botas de suela gruesa. 

- ¡Zi hay enanoz! - Alzó la voz muy asustado ante las amenazas de la pelirroja enorme. - ¡Eztan en zeldaz! ¡En zeldaz!

¡Maldito trasgo! Pensó Belbara al percatarse que nuevamente se negaban en Brook y su obra. Y ¿que aquella era su casa? ¡ni hablar! Habían usurpado la ciudadela y sus minas, una construcción enana siempre era de los enanos, habitada o no, era el legado que se dejaban unos a otros, ningún no enano tenía derecho a solicitarla ni a ocuparla.

-¿Dónde están las celdas? ¿Cuántos guardias hay?- por supuesto que Belbara no se fiaba de aquel saqueno dudaba ni un momento de que tan solo estaban prolongando su final. El trasgo merecía la muerte, todo su clan la merecía. Debian limpiar aquel lugar de ratas verdes.

- Pazadoz loz tallerez, la forja y la zala. - Respondió el asustado trasgo. - Luego a la... - Dudó un instante. Se giró hacia la pared oeste, se miró las manos y señaló a la derecha. - ...zi, a la izquierda. - Asintió señalando nuevamente a la derecha. - Doz zalaz de guardia y eztán allí. 

Tras acabar su exposición miró satisfecho al humano amarillo de los curiosos bigotes y sonrió esperando una recompensa como si de un perro fiel se tratara.