En busca del Paso Alto

La mañana siguiente llegó con un sol radiante que recordaba al de un par de meses atrás, cuando el verano estaba en su plenitud. Los primeros rayos de sol que se colaron por las ventanas de la posada de sus habitaciones les sirvieron para despertarse, pero fue el intenso olor a pan tostado que llegaba de la cocina de la posada lo que animó a sus estómagos a guiar al resto del cuerpo hasta el salón común. Allí encontraron a Dodinas cortando en rodajas una hogaza del pan sobrante del día anterior para hacer tostadas y a Ágata preparando el resto del desayuno: había huevos a la plancha, beicon, algo de fruta y un tarro gigante de miel que los beórnidas habían dejado antes de marcharse temprano y que Dody consideró compartir con el resto de sus huéspedes.

Desayunaron con fuerza para que las piernas les resistieran en el camino, y prepararon la partida justo a continuación. Fiel a lo prometido, Dodinas les dio un paquete envuelto en tela que contenía comida suficiente para que todo el grupo se alimentara en los dos siguientes días. El mediano lamentó no poder proporcionarles mucho más, ya que su despensa no tenía alimentos en conserva de los que pudiera desprenderse todavía. Por supuesto les cedió el mapa que les había mostrado la noche anterior, y cuando ya estuvieron listos para partir salió con ellos al exterior junto con Ágata. La preocupación se mostraba en el rostro de ambos medianos oculta tras una sonrisa que pretendía resultar alegre. Los pequeños hijos de la pareja jugaban en los alrededores y el perro que les había dado la bienvenida se colocó junto a Dody y Ágata como si pretendiera desearles también un buen viaje.

—Buen viaje, amigos —dijo el mediano cuando el grupo ya estaba listo para partir—. Buena suerte. Esperaremos ansiosos vuestro regreso. Como solía recitar mi buen amigo Bilbo: "El camino sigue y sigue desde la puerta". Es hora de marchar, digo yo, ¡buen viaje!

Miriel se levantó con semblante más serio, ocultando el pequeño dolor de cabeza por la bebida de anoche. El enérgico desayuno le ayudó a recuperarse estando casi nueva para cuando se despidieron de Dody.

- Regresaremos pronto con vuestro hermano, Dody. Quedad tranquilos. – trató de reconfortarlos al separarse.

Con todo lo acordado preparado, se volvió hacia Freddy confiando en que iniciara la marcha, ya que era quien había recorrido ya aquel camino. Ella se mantendría cerca de él, apenas un par de pasos por detrás, preparada y vigilante de los peligros que pudieran surgir en el camino.

Vanwa se despidió, animoso, de todos. Alborotó el pelo de los chiquillos, sacudió con fuerza la mano de Dodinas, hizo una cortés reverencia ante Ágata, y otra de respeto ante el perro.

- Tratadlo bien, Dody. Tratadlo bien.- Le aconsejó, con un guiño.- No todo es visible a los ojos...

Asintió a la promesa de Miriel (claro que volverían con el pequeño Dindy) y se alejó, dando brincos junto al grupo, mientras cantaba en voz alta, como respuesta a las palabras de Dodinas.

En el hogar el fuego es rojo,
y bajo techo hay una cama;
pero los pies no están cansados todavía,
y quizá aún encontremos detrás del recodo
un árbol repentino o una roca empinada
que nadie ha visto sino nosotros.
Árbol y flor y brizna y pasto,
¡que pasen, que pasen!
Colina y agua bajo el cielo,
¡pasemos, pasemos!

Y con el ¡pasemos, pasemos! brincaba hacia delante, jovial, a sabiendas que a uno se le van las ganas de brincar cuando ya queda muy atrás el inicio del viaje y recuerda con añoranza las camas blandas y las comidas calientes.

Gracias por la hospitalidad mi buen Dodinas, pronto toda la región sabrá el trato amable que dáis a los viajeros y éste será un punto de reunión de las gentes al uno y otro lado del río dijo con seriedad Welf pensando en todo el bien que podría hacer un sitio como éste si era capaz de evitar los asaltos de los trasgos de las montañas.

Revisó su mochila, acomodó la comida y el resto del equipo para que no molestaran en el camino y después revisó el resto del equipo de sus compañeros con la mirada, una costumbre de cuando salía de patrulla en su pueblo por si alguien tenía un cordel suelto o una hebilla mal ajustada.

Por suerte el tiempo que pasaron en los días antes de llegar a la posada les sirvió para conocerse y distribuirse las tareas habituales y uno mas en el grupo era un poco menos de trabajo para cada uno.

Se aceró a Miriel para comentarle algo que hizo reir a ambos, seguramente algo compartido hace tiempo, y después se alejó un poco del grupo para adelantarse y que no hubiera problemas en las siguientes millas.

Ainar desayunó con el buen apetito del que sabe que por un tiempo no va a comer tanto y tan rico. Le gustaba el viaje, era algo a lo que estaba acostumbrado, mucho más que la Montaña Solitaria. "Tienes la sangre de tu abuelo, no se podía quedar quieto" le decía su padre una y otra vez, a lo cual Ainar sonreía orgulloso. Así era, y es: está hecho para el camino y la aventura. Nunca sería sólo un buen herrero.

Cuando Dodinas les dio el paquete, Ainar lo recibió y lo guardó en su mochila. Había quedado demostrado que era el más resistente, y ni hablar de el más juicioso a la hora de racionar. Algo que no se podía afirmar de Vanwa, al menos a los ojos del enano.

Palmeó la espalda del posadero más pequeño que había conocido hasta ese momento.

-No te preocupes, lo traeremos junto a muchas historias para contar- le dijo con seguridad, mientras se colgaba el escudo negro, y se acomodaba el cinto de armas.

Ni bien vio saltar a Vanwa mientras cantaba, Ainar resopló.

-Ojalá luego cantes sobre nuestras hazañas, que eso sí sería útil- y meneó la cabeza -Y si siques saltando así, no te voy a cargar cuando ya no puedas caminar... hoy toca un buen trecho, ¿no es cierto, Fredegar?- le preguntó al hobbit guiñándole un ojo.

Fredegar se despidió de Ágata y especialmente de Dody. Aunque apenas le dijo más de unas palabras mientras sostenía su mano se le quedó mirando fijamente a los ojos, apenas un segundo o dos más de lo normal, pero lo suficiente para dejar claro su implicación emocional en esta búsqueda. Sin más les dedicó una sonrisa a ambos y ajustandose el zurrón se volvió hacia sus compañeros.

- Ya lo creo, nos queda un buen trecho.

Y descalzo, cual hobbit común, se encaminó dispuesto a deshacer lo andado el día anterior.

Tras despedirse de Ágata y Dodinas, la compañía fue dejando atrás la Posada Oriental con el propósito de traer de vuelta, sano y salvo, al hermano del posadero. Empezaban un viaje del que desconocían su duración, pues podría ser que encontraran a Dinodas aquella misma tarde, o que tardaran semanas y llegaran hasta la Comarca, al otro lado del mundo, sin haber encontrado pista alguna sobre su paradero. Pero de inmediato borraron aquella pesimista idea de la cabeza, se mantuvieron positivos y confiaron en que volverían a reunir a los hermanos más pronto que tarde. Especialmente Fredegar, que conocía a ambos y esperaba que nada malo le hubiera sucedido a su amigo.

Fredegar les pudo contar más sobre el menor de los hermanos Brandigamo. Dinodas no era tan hablador como su hermano, ni tenía ese afán viajero que había llevado a un mediano de la Comarca a montar una posada al otro lado de las Montañas Nubladas. Dindy tenía sueños más acordes a los de un hobbit común. La idea de montar una posada con su hermano le había entusiasmado, pero suponía que sería en Los Gamos, o como muy lejos en la Cuaderna del Este, pero no más allá del borde del Yermo. Pero las ilusiones de su hermano eran contagiosas y sin darse cuenta se había visto arrastrado a un viaje que le mantendría miles de millas alejado de su hogar. Y es que decirle que no a Dody era prácticamente imposible. A tal punto llegaba su carisma que incluso había convencido a un grupo de desconocidos, junto a su viejo amigo Fredegar, a partir en busca de Dindy.

El viaje empezó como un paseo tranquilo y placentero. Lucía el sol con fuerza, pero no hasta el punto de convertirse en un calor asfixiante. La compañía avanzaba a través de llanuras de hierba verde en las que, salpicando el terreno aquí o allá, crecía algún solitario árbol. El paisaje suave dominaba una vasta extensión de tierras en las que solo destacaban el ancho caudal del Anduin al oeste y el perfil abrupto y salvaje de las Montañas Nubladas en la lejanía. Sabían que aquellas tierras estaban protegidas por Beorn, por lo que el riesgo de peligros era prácticamente nulo. Además, perderse era imposible, porque todo lo que tenían que hacer era mantener el rumbo siguiendo el curso del río y mantener las lejanas montañas a su derecha y el gran bosque a su izquierda.

Miriel disfrutaba de los rayos del sol mientras se mantenía atenta al camino y los posibles, e improbables, peligros que podrían surgirles en aquel camino tan agradable. Habría tiempo para que el camino se volviera peligroso y menos agradable, así que de momento prefería disfrutarlo.

Quería ser optimista y pensar que encontrarían a Dindy antes de llegar al Anduin, pero se engañaba poco y realmente sospechaba que hubiera tenido algún problema en Paso Alto con esos trasgos de los que hablaban los enanos. No quería decirlo en voz alta para no traer un sentimiento de pesadumbre al grupo, pero sabía que más de uno de sus compañeros ya contemplaría esa posibilidad.

Aunque marchaba más atrás que los exploradores procuraba mantener un ojo en Welf. El muchacho había crecido rápido, como eran las vidas de los humanos, para convertirse en un hombre hecho y derecho muy capaz, pero para ella seguía siendo joven.

Vanwa caminaba confiado y alegre, como un niño despreocupado. Se perdía de vista para lo que se esperaba que fuera ir a conseguir carne o bayas, pero en realidad se distraía conversando con una adelfa o con una de las gordas y perezosas carpas del Anduin.

Tenían la comida de Dody y sería una descortesía preferir comer nueces o bayas antes que la sabrosa comida de Ágata que, además se tendría que tirar, por ser comida acabada de cocinar y no pensada para largos trayectos. Era más provechoso perder el tiempo conversando con los seres de aquella zona que no cazando o recolectando.

- No he conseguido gran cosa...- Decía con un ligero encogimiento de hombros, cuando volvía de sus extrañas batidas.- Este es territorio de Beorn y es muy celoso de sus tierras. No quisiera ofenderlo dañando alguno de sus animales.. Si es que se puede llamar suyos a aquellos que considera amigos y no posesiones...- Comenta, recordando las nuevas canciones sobre la Desolación de Smaug y la Batalla de los Cinco Ejércitos. Se hablaba de Beorn como un aliado de los animales y pudo confirmar esas canciones al enterarse por esos detalles de alguna flor de romero chismosa, que se lo había oído decir, a su vez, de una de las famosas abejas de Beorn*.

Para Ainar, nieto de Ainar, el polvo del camino, el aire en el rostro, el sol curtiendo su robusta piel, eran sinónimos de vida. La aventura los llamaba, la gloria les susurraba en el oído, y su ansias de erradicar a aquellos seres de la Sombra que además solían tener suculentos tesoros, eran una constante en sus vidas. No así Ai, el padre del ahora guerrero vagabundo, al que la forja, el repique del martillo y el yunque, el calor agobiante del fuego y el arte plasmado en acero y mithril le atraían más que el oro a un dragón.

El enano marcaba el ritmo, que por cierto era bastante sostenido. No rápido, no lento... constante como pico de minero en la roca. Por momentos se olvidaba de que había dos elfos, un humano... y un hobbit con él, por lo que debía adecuar la marcha. Especialmente por el patas cortas de Fredegar, al que se le había acercado varias veces para conversar y escuchar historias de la Comarca y del camino que tenían por delante.

Siendo el mayor de sus hermanos, tenía esa propensión natural a querer proteger a los más débiles. Aún recordaba en su tierna niñez las peleas con su hermano Garnar cuando se quería aprovechar de Ainé por su contextura reducida.

Entonces, ¿qué sucedía? Que Ainar caminaba, caminaba, caminaba. Hablaba mientras tanto, y hasta le pedía algún bártulo al que veía más cansado... pero no aminoraba la marcha. Lo del paisaje era verdad, estaba atento, pero más atento lo mantenían las historias de tierras lejanas y posibles peligros. Porque si llegaban antes a encontrar al hermano de Dódinas, antes podrían tomar otro trabajo, e inclusive tal vez podrían unirse a los enanos y hacer algo al respecto de los trasgos. Eso lo había tenido entusiasmado. "Alguien tiene que hacer algo con esos trasgos, no podemos quedarnos de brazos cruzados" había dicho un de los enanos la noche anterior, aunque no recordaba bien quién. Él había asentido con una sonrisa, pero no estaba seguro de si la habían interpretado como sonrisa de borracho o sonrisa de valiente. Tal vez habían sido ambas, aunque borracho no estaba ni cerca.

     Parecía claro que casi todos iban distraidos, Welf volvía sobre sus pasos más de lo necesario para ver cómo iban los demás y más de una vez se paró a escuchar cómo Vanwa hablaba un idioma estraño con una flor que crecía entre unas rocas con una belleza solitaria. En vez de ir a mirar si el camino más adelante se había embarrado y era mejor ir dando un rodeo prefería charlar con Miriel y escuchar sus historias de la vida entre los elfos. Al final de la jornada se dió cuenta aborchonado de que si hubieran sufrido algún tipo de emboscada de nada hubiera servido que los demás confiaran en su pericia para evitar precisamente ese tipo de peligros.

El sol lucía, la brisa refrescaba y Welf se distraía. Un bonito inicio de viaje.

Fredegar intentaba mantener el ritmo y cuando estaba seguro que nadie miraba añadia una carrerita. Disfrutaba escuchando hablar a sus compañeros. Ellos si que eran verdaderos aventureros como él esperaba ser algún día. Pasó gran parte de la mañana en la delantera con Ainar. Al enano le gustaba hablar y a él escuchar. De vez en cuando parecía que la conversación había dado a su fin pero bastaba una leve pregunta o aclaración y la conversación continuaba por largo nuevamente. 

Miraba para atrás hacia sus compañeros y volvía animoso la vista hacia delante. Sin duda las sensaciones comparadas con el día anterior por aquel camino habían cambiado. 

El grupo marchó en un placentero paseo por las praderas de aquellas tranquilas tierras. En ocasiones dejaban atrás las llanuras de hierba alta y atravesaban los cañaverales que crecían en las tierras húmedas regadas por pequeños riachuelos que iban a desembocar al Anduin. Aún así, el sendero les mantuvo los pies secos y se mantuvo siempre visible. El camino fue tranquilo durante toda aquella primera jornada.

Miriel observaba con sus atentos ojos todo lo que tenía a su alrededor, pudo ver águilas sobrevolando los cielos en círculos en busca de algún ratón que cruzara el llano y otras aves que emprendían sus viajes migratorios hacia el sur, pero no vio peligro que le hiciera preocuparse ni amenaza alguna que les rondara cerca. Vanwa aprovechó un descanso a mediodía para ir buscar vallas o algo de caza, pero en lugar de eso se entretuvo charlando con la naturaleza, pues el elfo dominaba una clase de lenguaje ya olvidado que le permitía ponerse en contacto con cualquier elemento que habitara la Tierra Media. Por ello supo de los animales y las plantas que lo que se decía en las recientes canciones sobre Beorn era cierto, aquel misterioso hombre era un gran protector de la vida salvaje en todas sus formas, a menos que la Sombra habitase en su corazón, claro está. Así que, finalmente, Vanwa regresó con las manos igual de vacías que como se había ido, aunque poco importaba por el momento, ya que tenían la jugosa comida de Ágata.

Ainar marcaba el ritmo del grupo, pero acostumbrado a marchar como un enano, imprimía un ritmo demasiado duro y a ratos marchaba con tanto ímpetu que incluso terminaba alcanzando a Welf y Fredegar cuando éstos se adelantaban a explorar el camino. Tenía su cabeza invadida por pensamientos sobre el Paso Alto y le distraían las historias que le contaban los demás, especialmente Fredegar, a quien inundó a preguntas sobre su hogar. Tanto fue así que tuvieron que rogarle un descanso porque el enano no daba tregua en el acelerado ritmo al que marchaban sus piernas. Welf tampoco se encontraba muy atinado aquel día. La maravillosa vista del cielo y el aire del exterior, después de haber pasado en los días anteriores largas jornadas en la viciada atmósfera del Bosque Negro, le tenían embelesado. Y no era para menos, las vistas eran espectaculares.

Fredegar y Ainar encabezaron la marcha la mayor parte del tiempo, charlando animadamente entre ellos. Parecían haber hecho buenas migas al fin y al cabo. Cuando el sol comenzó a caer y cubrir el cielo de tonos anaranjados, Fredegar señaló un pequeño tronco tumbado junto a lo que parecían los restos de una hoguera reciente. Los reconoció de inmediato, pues él mismo había encendido aquella hoguera dos noches atrás. Sabía que allí podrían pasar una tranquila y apacible noche antes de continuar el viaje.

Miriel sonreía para sí misma viendo como sus compañeros se tomaban aquel viaje más como una excursión que como una misión. Sabía que más adelante el camino se volvería más peligroso y encontrar comida podría ser más difícil, sobre todo si debían cruzar el Paso Alto, pero de momento podían permitirse el lujo de relajarse y tomarse su misión de una manera más distendida, así como disfrutar de la comida que Agata le había preparado. Ella permanecía no obstante atenta a los peligros como una madre que vela por su camada, pues ahora todos eran su responsabilidad igual que todos eran responsabilidad de los demás.

Aprovechó para charlar un rato con Welf hasta que tuvo que recordarle, con una mirada al hobbit, que su deber estaba delante. Habría tiempo para más historias de elfos por la noche. Eso también le daba la oportunidad a ella de entrar en su estado de trance que le permitía mantener su actividad y la atención mientras descansaba su espíritu para que su cuerpo no sufriera el agotamiento del día de marcha.

Al final de la jornada se sentó alegre alrededor de la hoguera y preparó la comida de Ágata, fascinado por las riquezas culinarias de aquellas pequeñas gentes. Vanwa se daba buena maña con las brasas y las cazuelas, por lo que consiguió que los ricos manjares fueran casi tan deliciosos como si se les hubieran servido en el salón de Dody.*

- De verdad que me parecéis fascinantes, sr. Ganapie... Y un enigma.- Confesó.- Siempre he pensado que los elfos somos enigmáticos y misteriosos, como el mar.- Dijo, mirando a la bella pero indómita Miriel.- Los enanos, obviamente, son la tierra. Industriosos y fiables como las piernas del incansable Ainar.- Comentó con un guiño al enano.- Y los humanos son el cielo. Siempre mirando hacia arriba y tan capaces de grandes hazañas como de los actos más oscuros. Cambiantes como el cielo.- Añadió, mirando a Welf, con una sonrisa.- Por lo que si ya tenemos el cielo, la tierra y el mar...- Reflexionó.- ¿Dónde hemos de colocarle, señor Ganapie?- Preguntó, removiendo la cacerola con el guiso de Ágata.

El tiempo pasado sobre el mapa en la posada tuvo su utilidad, ésta primera jornada les llevó antes de terminar a una larga subida que finalmente pasó factura por desgaste. El grupo tenía interés en avanzar y el tiempo agradable invitaba a ello pero sólo la suerte de haber previsto el cansancio al final de la jornada ayudó a Welf a tomárselo con más calma a pesar de las continuas y necesarias miradas de Miriel indicando que si quería explorar no tenía sentido ir en mitad de todos ellos.

Por suerte conocía bien la zona y las pozas donde refrescar momentáneamente los pies y resultó gracioso ver chapotear a Fredegar y cómo al caer los rizos mojados de sus pies parecían auténticas botas de alce de bosque.

Si el tiempo les respetaba y tenían suerte de no tener que atravesar las montañas podría ser un buen viaje para recuperar la costumbre de largas caminatas en línea recta sin tener que bordear claros llenos de telarañas, árboles caídos y peligros en las sombras que últimamente llenaban el Bosque.

Ainar había refunfuñado un poco al tener que aceptar que las caras de algunos de sus compañeros estaban deseosas de recibir un descanso. Él estaba entusiasmado, y cuando así lo estaba, no se daba cuenta de lo mucho que podía caminar antes de frenar.

"Un enano con un objetivo en la cabeza es más peligroso que troll con hambre" decía su abuelo.

El guerrero aceptó aprovechar el lugar, y casi hizo parecerlo como que lo tenía planeado. Casi. Pero todo posible malhumor se disipó cuando Vanwa comenzó a realizar su magia: nunca había comido tan bien que con ese elfo atolondrado. Se le daba bien, y eso era algo que el enano agradecía... en silencio. Pero su rostro lo mostraba, no había forma de ocultarlo.

Mientras se preparaba la comida, luego de haber preparado el campamento temporario, se dispuso a afilar sus armas con esmerada precisión. Al tiempo, escuchaba la conversación que se había iniciado entre el cocinero y el hobbit. En ese preciso momento, se podría decir que atraído por el olor pero nadie lo podría confirmar, Munin apareció con un graznido y se posó en el hombro armadurado de Ainar.

-Con que ahí estás...- dijo el enano sin levantar la mirada de su hacha negra -Ya me parecía que no te habrías quedado con aquel perro tan relajado-

Para Ainar, Munin lo había elegido a él por su ansia aventurera, ya que creía que le gustaba particularmente a ese cuervo el trajín, el viaje, la constante acechanza del peligro. Hacían una buena dupla.

El mediano, adelantado en ese momento a los demás, se alegró al reconocer el apartado sitio donde había descansado dos días atrás y animoso, más bien por descansar, se volvió hacia sus compañeros indicándolo.

Se sentó alrededor del fuego con sus piernas flexionadas, observando atentamente la cazuela que aderezaba Vanwa cuando el rugir de sus tripas lo hizo ruborizarse. Disimuló con una sonrisa y una postura incomoda. 

Absorto, esta vez sí delante del plato, levantó la vista al ver que Vanwa le hablaba. 

- Oh bueno, no sabría decir. Cielo, tierra y mar…tendría que pensar. Quizás roca. Podría ser sí. Pero más bien porque allí las cosas siempre permanecen igual - dijo con una sonrisa dubitativa, y se volvió al plato no sabiendo muy bien si lo que había dicho era bueno o malo. 

-... Siempre permanecen igual...- Repitió, meditabundo. Lo miró muy intensamente. En otra persona habría pensado en estrechez de miras, o en el deseo de mantener poder y riqueza, pero al mirar al tímido y discret Fredegar, le hacía pensar en ya tenía todo lo que deseaba, y por ello no quería que nada cambiara. Finalmente soltó una cantarina carcajada y le sirvió una cucharada más de comida, como respuesta a sus tripas rugientes de antes.

Al observar Vanwa a la meditativa Miriel, el montaraz Welf, el testarduo enano con su cuervo al hombro y al discreto Fredegar, supo que iba a ser un viaje muy interesante.