Partida Rol por web

Fredegar no cambió de humor hasta no ver alejarse la figura de Shanker en el horizonte, solo entonces cogió su atijo y se encaminó, ahora sí con otro semblante, hacía un nuevo día.

La figura de las montañas nubladas cada vez más imponente le innotizaba. A veces él mismo se sorprendía al verse parado contemplándolas mientras el grupo se alejaba. Corría nuevamente hacia ellos e intentaba mantener el ritmo el cual era vidente por su respiración, que le costaba seguir. Aún así no dijo nada o se quejó. La importancia del tiempo era ahora si cabe más relevante en su mente.

Al ver la enorme piedra se sorprendió. Lo comunicó al grupo y siguiendo las indicaciones de Welf se encaminó a bordearla. Intentó buscar una solución, pero al poco tiempo pudo escuchar a lo lejos a Welf con lo que parecían buenas noticias.

Entre los dos exploradores lograron dar con un camino seguro para bordear la roca desprendida de las montañas. Dado que aquella circunstancia era ideal para preparar una emboscada, Miriel permaneció atenta a cualquier movimiento que pudiera delatar la presencia de unos enemigos cerca. Pero el camino estaba despejado, y tras la gigantesca roca desprendida continuaba de irregular manera ascendiendo hacia el Paso Alto. No obstante, sería interesante ayudar a liberar el camino de aquella roca cuando volvieran de regreso a fin de evitar que otros más peligrosos que ellos tuvieran la misma idea y la utilizaran para asaltar a los incautos. Además, la caravana necesitaría el espacio que ocupaba la roca para poder pasar. 

Superado el obstaculo, el grupo continuó con su trayecto, decididos a encontrar a Dindy y la compañía con la que viajaba antes que los trasgos lo hicieran. El hecho de saber que no viajaba solo también fue tranquilizador, a pesar de que por culpa de gente como Shanker, los pobres no eran conocedores del peligro que se cernía desde las montañas. 

El viaje les llevó ahora en continuo ascenso, transitando los serpenteantes caminos pegados a la pared de la montaña al tiempo que dejaban un precipicio cada vez más profundo al otro lado. Por fortuna eran caminos anchos, que les permitían caminar holgadamente sin preocuparse de atravesar un peligroso desfiladero o tener que afrontar una situación similar. Al finalizar aquella jornada, el grupo llegó a una región plana y bastante amplia, marcada por antiguos muros y arcos en ruinas. La mayoría de esos muros se habían derrumbado hacía muchísimos años y apenas quedaban dos o tres piedras amontonadas en alguno de ellos. Pero se deducía claramente de las marcas ene l suelo y de las antiguas líneas del sendero que antaño hubo allí una población. 

A Miriel le habría gustado despejar ya el camino para garantizarse que no les esperaría una desagradable sorpresa ahí al regresar, pero el tiempo apremiaba para encontrar a Dindy.

Prosiguió pendiente de los posibles peligros hasta la noche cuando aquellos muros derruidos serían su cobijo y protección. Los miró largamente. Nunca había estado en estas tierras, pero conocía muchas historias y canciones de los elfos que hablaban de casi todos los sitios de la Tierra Media. Entrecerró un poco más los ojos esforzándose en recordar. Algo debía saber.

El día había sido cansado pero cuando el grupo se preparó para acampar Welf decidió que todavía podía caminar un poco más y avanzó antes de que cayera definitamente el sol una milla hacia delante para saber qué había más allá, también le servía para tener un rato de soledad. Agradecía enormemente la compañía tan variopinta pero a veces tenía sus voces metidas en la cabeza que no oía sus propios pensamientos.

Le daba igual las viejas piedras, se preocupaba más del presente, de la gente que vivía hoy y que corría peligro de perderse segúna avanzaba la Sombra en el Bosque. Ese rato de soledad le sirvió para despejarse y volver con ánimos y hambre renovadas.

Mañana empezamos sin problemas, el camino sigue igual durante un trecho al menos. Fue lo que comentó al volver al campamento y ponerse a ayudar a terminar de colocar el equipo y las mantas para dormir.

Anduvo algo distraido aquella jornada, algo meditabundo sobre lo sucedido con aquel humano viejo y apestoso. Eran relamente deagradables los humanos, cuando querían. Solo les disculpaba aquellas chispas fugazes de grandiosidad en algunos de su raza. Fugazes como las estrellas de las noches de verano. Si no prestabas mucha atención podías perderte ese brillo y quedarte solo con la negrura y maldad de muchos de ellos.

La cosa cambió cuando llegaron a una zona despejada del Paso ALto. Allí había señales de viejas piedras que indicaban que allí, una vez moró algo más que trasgos.

- ¡Oh! Observad esta mamposería.- Mumuró, acariciando la fría piedra.- En Cirith Forn en Andrath, no siempre anidaron las sombras. Recuerdo viejas canciones que hablan de este lugar...- Y se acercó a las piedras, a susurrarles, casi rozando con sus labios los bloques tallados, para ver si ellas también recordaban los tiempos pasados, cuando allí crepitaban los hogares y entre aquellos muros resonaban las risas y los cantos.- Decidme, buenas amigas, decidme como era este lugar cuando el mundo era más verde y joven...- les mumuró, casi amoroso.

Ainar se había mantenido silencioso ese trayecto del camino. Cada tanto hablaba algunas pocas cosas con Munin, pero apenas cuestiones de vigilancia y alguna otra nimiedad de enano y cuervo.

Durante todo el suceso de la piedra en el camino, Ainar había querido encontrar alguna forma de mover la piedra: probó empujarla, cavar un poco del lado de la pendiente, hacer palanca... parecía todo infructuoso, al menos con el tiempo disponible. Estaba seguro de que con más manos, podría... aunque también se imaginó las manos que podrían ayudarlo una vez encontrada la caravana, y se rascó la cabeza pensando cómo podría continuar haciéndolo solo. Podría, con tiempo podría. Como cualquier cosa que se proponga un enano.

Con aquellos pasos  cada vez más altos, más montañosos, e incluso más peligrosos, Ainar parecía aún más silencioso y atento. Era cuestión de tiempo: habría sangre. No eran muchos, Fredegar prácticamente no contaba, y si sus congéneres tenían razón y había trasgos, aprovecharían la oportunidad.

-Esta vez haremos guardias...- dijo silencioso, revisando la zona por si veía algún tipo de rajadura o posible peligro. Nunca se sabía en aquellos lugares, podía estar en perfecto estado, o estar a punto de colapsar.

Por eso es que revisó las tallas, intentando encontrarle algún sentido, pero estaba borroneado y poco claro, y no parecía un peligro inminente, así que continuó con sus pesquisas y luego fue preparando todo para el campamento.

-¿Qué nos cuentan las piedras, Vanwa?- preguntó en un tono que podría haber sido de sorna, pero por la seriedad con la que lo dijo, tal vez era una pregunta genuina y sólo no la había podido separar de su acostumbrada burla hacia el elfo.

Vanwa había escuchado canciones antiguas que tenían versos dedicados al Paso Alto y la zona que atravesaban, y sabía que en las canciones se escondía gran parte de la Vieja Historia de la Tierra Media, por lo que siempre merecía estar atento a lo que la letra contaba. La canción que le vino a la mente al imaginar los grandes arcos de piedra que antaño se alzaban en aquellas ruinas tenía una melodía triste. Hablaba de como, al comienzo de la Tercera Edad, más de dos mil años antes, allí se había alzado Caras Gondalluin¹, una ciudad de los hombres erigida como protección al paso de las montañas junto a otra ciudad gemela al otro lado de las Montañas Azules. Estas ciudades habían durado pocos años, pues cuando el Nigromante se instauró en Dol Guldur alrededor del año 1.000 de la Tercera Edad, la sombra empezó a crecer en el corazón del Bosque Negro y se extendió hasta dar alcance a aquel lugar, echándolas abajo y obligando a los hombres del bosque a retornar a la espesura.

El camino llevaba hasta lo que antaño tuvo que ser una amplia plaza en el centro de la población; la cual, a juzgar por las marcas de fogatas, había sido aprovechada por otros viajeros para acampar en el pasado. Cerca había un pequeño arroyo de montaña que se desparramaba desde las cumbres de la cordillera con la alegría del agua más pura y limpia que existía. En cuanto Vanwa lo escuchó se contagió de su alegría, pues se alejaban del río y sus cantimploras empezaban a vaciarse. El elfo sabía que aquel agua era potable y estaba en buen estado, un agua que corría así y cantaba con aquella algarabía nunca podría estar en mal estado.

Pero cuando Vanwa fue a hablar con las piedras para asegurarse que aquella era la ciudad de Gondalluin no recibió ninguna respuesta. Vanwa tuvo que insistir, y hablarles en susurros casi imperceptibles para lograr sacarles algo de información. Entre tanto, el enano se aseguró de que la roca aguantase y no se desmoronara sobre sus cabezas. Los conocimientos que Ainar tenía sobre la roca, y los pasajes subterráneos que construía su pueblo, le permitió tranquilizarse al respecto. Si bien era cierto que muchas construcciones de aquella antigua ciudad ya no seguían en pie, la zona en la que estaban mantenía todavía unos muros sólidos bajo los que resguardarse y que todavía tardarían otros mil años en caer. Aquella ciudad había sido construida para perdurar. Obviamente no tenía la calidad de la mano de obra enana, pero era mucho mejor que otras que había visto en la actualidad en los pueblos humanos. Si aquellos muros habían caído se debía al mal del desuso y al del abandono, y probablemente al del pillaje. Pues mucha de aquella roca había sido reutilizada por otros pueblos posteriores, o incluso por los trasgos, para sus propias construcciones.

Las piedras guardaban silencio porque no querían hablar con Vanwa. Aquel silencio premeditado era muy preocupante. ¿Les asustaría todavía la Sombra que había obligado a huir a sus antiguos moradores? ¿Tendrían miedo a los recién llegados? ¿Les habrían tomado por enemigos? Solo tras insistir durante un rato consiguió que los restos de la basa de una columna le confirmaran que eran las ruinas de Caras Gondalluin. Pero no volvieron a dirigirle la palabra.

El elfo explicó la trágica historia de aquel lugar. Como una ciudad pensada como auxilio del caminante y vigía de las tierras bajas colindantes acabó arruinada por culpa de la Sombra que nunca descansa. Paseó las manos por la mampostería, acariciando la piedra con delicadeza.

¡El Rey bajo la Montaña,
el Rey de piedra tallada,
el señor de fuentes de plata,
regresará a sus tierras!

Sostendrán alta la corona,
tañerán otra vez el arpa,
cantarán otra vez las canciones,
habrá ecos de oro en las salas.
Los bosques ondularán en montañas,
y las hierbas a la luz del sol;
y las riquezas manarán en fuentes,
y los ríos en corrientes doradas.

¡Alborozados correrán los ríos,
los lagos brillarán como llamas,
cesarán los dolores y las penas,
cuando regrese el Rey de la Montaña!

Cantó Vanwa, con voz fuerte y segura. Una canción de humanos para una ciudad de humanos. La canción que durante generaciones habían repetido los habitantes de la Ciudad del Lago.  Al final, aquellas palabras se hicieron realidad. Un recordatorio de que la Sombra puede ser rechazada si se mantiene la esperanza.

- Así como ahora estos salones permanecen callados, estoy seguro que otros otoños por venir verán estas estancias habitadas, con hombres de fuertes risas. La Sombra se desvanece cuando llega la luz.- Añadió, seguro de que la alegría y la bondad eran más fuertes que la malicia. Lo único que hacía era esperar agazapada, oculta en los rincones, su oportunidad para arrebatarle terreno a la luz.

Y con esas palabras volvió a acariciar la fría piedra, y la abrazó, intentado devolver la esperanza a aquellos bloques que llevaban siglos en silencio.

Al final no logró recordar lo que buscaba, pero Vanwa sí que lo recordó. Quizás fuera más anciano que ella misma. ¿Sería posible? Con aquellos que habían renegado de defender el Bosque Negro era difícil de saber nunca, pues no cejaban en mantener su actitud despreocupada que los hacía parecer jóvenes inexpertos aún cuando había vivido incontables siglos y gozaban de una sabiduría a la que ella misma aún sólo podía aspirar.

¡Y de nuevo ahí estaba! Mostrando esa felicidad inconsciente, obstinada, contra viento y marea. Miriel sonrió tomando asiento contra un muro para disfrutar de la actuación de Vanwa. Realmente lo merecía y debía admitir que cuando la Sombra realmente se cerniera sobre sus corazones aquel espíritu les ayudaría a mantenerse a flote y no ser ahogados por la oscuridad.

Las canciones de Vanwa lograron animarles y llenarles de esperanza tras una dura jornada en la que la visita inesperada de Shanker les había recordado que no todo en este mundo era amable y bondadoso. Tras encender un fuego allí donde tantas otras expediciones similares lo habían hecho y percibir como el calor reconfortaba sus cuerpos, sintieron que aquel no era un mal lugar para pasar la noche. Tenían un arroyo de agua limpia cerca para abastecerse y las marcas del descanso de otros viajeros les indicaban que era el lugar más seguro para hacerlo. Dudaban de que pudieran encontrar un sitio mejor lejos de allí, en mitad de un camino que se estrechaba y que afrontaba colinas desiguales y desfiladeros. En otro lugar podrían ser vistos con facilidad desde los pasos superiores por los ojos de quienes llegaran desde arriba, y allí, en cambio, podrían ocultarse e incluso esconder una buena hoguera tras los muros de las ruinas. Y por si fuera poco, la alegría de Vanwa y sus canciones no solo habían afectado positivamente a su ánimo, sino que también habían logrado que incluso las piedras reaccionaran favorablemente y el lugar adquiriera un aspecto más agradable y menos frío. 

Era aquel un lugar tranquilo y apacible, incluso a pesar del estado ruinoso en el que se encontraba. Reinaba en él una quietud absoluta y un silencio tan profundo que les permitiría escuchar a cualquiera que se acercara por el camino. Lo cual les favorecía. Por fortuna, el gélido viento que solía aullar en las Montañas Nubladas no había aparecido en aquella noche. Pues sabían que incluso en verano era capaz de helar la sangre incluso de aquellos más acostumbrados al frío. No obstante, sabían que todavía les quedaban muchas millas de ascenso para llegar a las cimas más altas de aquella cordillera. Si la suerte les era favorable, era más que probable que encontraran la caravana de Dindy mucho antes de enfrentarse a los helados infortunios del Paso Alto. 

Pero aquel silencio era inquietante. 

No había pájaros en los alrededores, ni tan siquiera aquellos que hacían sus nidos en las altas montañas, y tampoco se escuchaban sus alegres cantos. Vanwa se había dado cuenta de que incluso las piedras mantenían un silencio sepulcral. Hasta las llamas del fuego que habían encendido evitaban chisporrotear y lamían el aire con una precaución insólita en un elemento que habituaba a imponerse enérgico a todo lo que le salía al paso. Era un silencio estremecedor. 

Vanwa había logrado que las piedras que habían escuchado su canción, aquellas más cercanas al campamento, le prestaran atención y se mostraran más amigables. Pero en cuanto finalizó su canto, las piedras volvieron a sumirse en esa quietud y mutismo que tanto había extrañado al elfo. Vanwa tuvo entonces un mal presentimiento sobre aquel lugar, como si el mal que había hecho caer los muros de la vieja Gondalluin todavía permaneciera allí. Aguardando en las sombras. Finalmente, una de las rocas de un muro, agradecida por su canción de esperanza, le advirtió que tuvieran cuidado, confirmando sus presentimientos. Algo habitaba allí. Algo maligno.

El elfo pareció sonreir después de acaricar por segunda vez las piedras. Pero fue una sonrisa extraña. Como la del padre cuyo hijo le confiesa de golpe algo desagradable que ya sospechaba.

Pasó la mano con ternura por los bloques y musitó un suavísimo agradecimiento.

Paseó por el campamento, preso de la inquietud. Quería ignorar aquello, pero sabía que ignorarlo no lo iba a hacer desaparecer. ¿Debían acampar allí? Era aquel un sitio muy goloso para acampar. Agua limpia y protección del frío aire que cortaba como un cuchillo. ¿Cuántos viajeros habrían descansado allí con anterioridad? No pocos, a juzgar por las marcas de hogueras anteriores.

- No es este un lugar seguro.- Dijo, algo siniestro.- Al contrario. Ahora mismo somos como moscas jugueteando cerca de una telaraña. Aquí acecha algo. Algo peor que trasgos.- Dijo, con cierto convencimiento. Unos trasgos no podían hacer que las viejas y orgullosas piedras se comportaran así. Hasta el agua cristalina le parecía ahora parte de una elaborada trampa.

Sabía que para Miriel, y aún más Ainar, decir lo que había dicho era espolearlos aún más a quedarse, pero a decir verdad, él también tenía curiosidad por saber más de aquel siniestro misterio.

Al oir las palabras de Vanwa el hombre del bosque dejó fluir su mente y su cuerpo para reaccionar tal y como lo harían en lo profundo del Bosque Negro donde las amenazas podían surgir de las sombras, caer desde la espesura de las copas de los árboles o surgir entre las raices de la maleza. Ajustó sobre el brazo izquierdo el escudo de piel y empuñó su hacha en pose defensiva mientras descendía su cuerpo para ofrecer el menor blanco posible ante los enemigos, empezó a girar buscando la amenaza de la que hablaba Vanwa pero... no había nada... no había nadie...Pero el hombre no iba a dudar ni ahora ni nunca de las palabras de un elfo, aunque ese elfo fuera Vanwa cuyas frases no siempre era capaz de entender pero si sabía que esa voz, alegre y despreocupada, iba cargada de sabiduría.

Empezó a cambiar rodeando el campamento, buscando cualquier cosa fuera de lugar, una ausencia de sonido, una pisada escurridiza, una sombra más allá de donde debiera... prefería perder parte de su tiempo y parte de su escaso orgullo haciendo el tonto en esa pose forzada que ignorar un aviso de peligro.

A pesar del cansancio Miriel se puso en pie de un salto con el arco en la mano; las palabras de Vanwa y la reacción de Welf la habían puesto en alerta. Asintió al elfo.

- Sea. Busquemos otro lugar. – confirmó. En otras circunstancias querría quedarse a enfrentar aquella amenaza y acabar con ella por el bien de futuros viajeros, pero si eran heridos por esa confrontación pondrían en peligro su objetivo de encontrar a Dindy antes que los trasgos. Tendría que esperar.

Agudizando la vista buscó señales del peligro que les advertía Vanwa. Quizás así podría determinar a que amenaza se enfrentaban y prepararse mejor para lo que les veía como su presa. Salir de aquí podía no ser suficiente para evitar la batalla con aquella criatura.

Ainar se había quedado tranquilo con la solidez de lo que quedaba de las construcciones, y hasta le sorprendió gratamente. No se encontraban creaciones como esa de la mano de los hombres.

Mientras acomodaba todo, se incomodó un poco con lo que hacía Vanwa. No es que no creyera que pudiera comunicarse con cada cosa que se encontraban (lo cual no quitaba que estuviera la posibilidad de que estuviera loco) ya que alguna vez había escuchado historias al respecto de algunos elfos... y además, estaba el hecho de que él mismo hablaba con un cuervo. Es verdad que no es que le hablara de alguna forma especial, si no que el cuervo era más inteligente que otros. O eso pensaba el enano.

Pero tenía que admitir que tenía buena voz, y muy buen tino para las canciones. Por lo que escuchó con atención, y hasta por momentos pensaba que se podía relacionar con Erebor, y recordó fugazmente hechos que había olvidado: la noticia y el llamado a la unión con Thorin, la corta y expeditiva preparación... no fueron muchos recuerdos, pero muy vívidos. ¿Dónde habían estado?

Se rascó la cabeza, y se dio cuenta que Vanwa había cambiado el tono alegre y luminoso por uno oscuro y funesto. Se levantó, acariciando ausentemente el mango del hacha.

-¿Qué sucede? ¿Por qué lo dices?- preguntó el enano, observando alrededor, pero sin encontrar algo que realmente le llamara la atención, al menos inicialmente -Es un buen lugar para defenderse...- pensó, revisando con la vista todos los frentes que se podían abrir llegado el caso y si realmente podían ser emboscados allí¹.

¿Había algo que el elfo veía que el enano no? ¿O había escuchado a las piedras realmente?

Fredegar quedó sorprendido con aquel lugar. Creía haberlo visto en su paso con los enanos pero estos no pararon y mucho menos investigaron de que se trataba. Embobado observó recitar a Vanwa aquella canción. Aquello si que eran buenas historias como de vez en cuando en la comarca entorno a una hoguera. Tranquilo y despreocupado se encaminó a deshacer sus cosas listo para una noche entre aquellos muros. Ya tenía la manta echada sobre hombros cuando el mediano pudo notar un cambio de tono en la voz del elfo. No entendía nada. Todos tenían el arma en la mano ¿qué estaba pasando? Se apresuró a guardar la manta y recoger. Si había que huir mejor hacerlo con abrigo.  

El grupo ya se preparaba para acampar en aquel lugar que, según parecía, había dado cobijo a otros muchos viajeros, cuando de pronto Vanwa les comentó que tenía un mal presentimiento al respecto de ese lugar. Según el elfo, un peligro acechaba en aquel sitio, pero no dijo a cuál se refería ni ninguno de ellos sintió que el lugar pudiera ser el cebo de una emboscada ni nada semejante. La inquietud de Vanwa movilizó a la mitad del grupo, presta a marchar de allí y encontrar otro lugar en el camino, ignorando el cansancio y la oscuridad creciente del final del día. El enano, en cambio, se mostraba reticente a la repentina decisión surgida de las extrañas extravagancias de Vanwa. Y el cansado mediano, por su parte, se encontraba ya metido en su jergón y con la manta echada, listo para dormir. 

El grupo debía tomar ahora una decisión que oscilaba entre permanecer allí afrontando el misterioso peligro que sólo Vanwa había presentido, o aventurarse al camino en los albores de la noche para buscar otro sitio en el que acampar. Ninguna decisión estaba exenta de riesgo. Continuar el camino de noche alejándose de los muros de aquellas ruinas también les exponía a ser víctimas de alguna emboscada de los trasgos, quienes tenían mayor actividad nocturna. 

Para Ainar aquello era una total locura, y no lo pensaba solo porque el elfo hablara con las piedras y con las flores; según el mismo aseveraba ya que hasta ahora ese extraño don les había servido de bien poco, las provisiones se agotaban y Vanwa no les proveía con casi nada útil. Ainar veía en aquel lugar un emplazamiento perfecto para defenderse de cualquier peligro que pudiera estar acechando en los alrededores. Tenían muros tras los que parapetarse, podían crear obstáculos con las piedras sueltas e incluso tomar posiciones elevadas para situar a los arqueros. Por no mencionar que podían ocultar fácilmente la hoguera para evitar que ésta fuera vista desde lejos.

Si continuaban el camino, en cambio, tendrían que buscar otro sitio con menores posibilidades de defensa. E incluso se arriesgaban a caer en una emboscada de los trasgos. Aunque la visión de los elfos y los enanos en la noche no era nada desdeñable, la oscuridad de la noche siempre dificultaba descubrir las trampas enemigas. Además, la experiencia de Ainar en los asuntos de la guerra, le decía que podían caer en la trampa que Vanwa temía justo cuando salieran del lugar. De hecho, si el enano fuera quien hubiese preparado la emboscada lo hubiera hecho de tal modo, creando inseguridad en el grupo para incitarles a abandonar el lugar seguro y al marcharse caer directamente en su trampa. 

Para Ainar no cabía duda de que difícilmente encontrarían un lugar mejor que aquel para pasar la noche e incluso para defenderse de cualquier peligro enemigo.