Partida Rol por web

Un nuevo día amanecía en el mundo que entre todos habíais creado. Al inicio solo había una energía concentrada en un punto, que por alguna razón estalló, creando el universo, las estrellas y energía maleable al que diversos dioses le fueron dando forma, creando la vida. Al fin y al cabo, todos procedíais de esa energía, por lo que al fin y al cabo se podía decir que formabais parte de un mismo ente. 

Después los Dioses comenzaron a engendrar hijos: Neodioses y semidioses poblaron los mundos y construyeron nuevos Olimpos, para observar su creación desde el cosmos.

Algunos dioses se encontraban en un mismo templo en el cosmos, otros se encontraban en la tierra camuflados con la multitud o en sitios apartados, pero algunos otros habían sido condenados y encadenados en el inframundo. Otros se habían convertido en monstruos que vagaban por la tierra, en forma de terribles monstruos que vuestras civilizaciones habían hecho frente durante siglos.

El Dios de los Mares estaba en su palacio submarino, justo debajo de las islas de su civilización. Era una construcción bella, con multitud de recursos marinos a su entera disposición, decorada con perlas y corales, con multitud de mosaicos de piedras brillantes que recreaban las grandes victorias de su pueblo y de él mismo, eventos que le encantaba admirar.

Había vuelto hace poco de ayudar a los suyos en una victoria naval y se encontraba henchido de orgullo tras los numerosos sacrificios que le habían brindado, y que acumulaba en sus "salas huecas", habitaciones que permanecían secas y habitables por si había que almacenar algo o para recibir alguna visita.

"Ummm, hace tiempo que no recibo a ninguno de mis semejantes, es de agradecer, pues es mejor tenerlos lejos; pero quizás estaría bien tener una charla con mi hijo, hace tiempo que no planeamos algo grande..." pensaba para sí Caldrum un tanto extasiado de la rutina y deseando hacer algo diferente para variar. Sin embargo, de momento prefería esperar, pues su pueblo estaba de celebración y había que dejarle algunos días de disfrute a esos mortales...

Bromios se incorporó en la penumbra de la sala del trono. La cabeza le martilleaba sin cesar mientras ponía orden a las frenéticas imágenes de la noche anterior. ¿Había habido un sacrificio en su honor? Seguro que sí siempre había sacrificios, toros, esclavos y virgenes desangrandose a su gloria. Y vino, corriendo espeso y oscuro como la sangre embriagando a sus fieles y a él mismo.

Miró a su alrededor, y tras dedicar apenas una mirada a las figuras de los hombres y mujeres que habían compartido su cama emergió desnudo de la habitación. Los mortales eran divertidos pero sus cuerpos endebles no podían aguantar su divina potencia. Apartó las colgaduras y salió al pasillo, una larga galería escavada profundamente en la piedra con paredes pintadas de vivos frescos que representaban a hombres y mujeres desafiando a los toros de largos cuernos, escenas de batallas y sacrificios. Su enorme estatura rozaba el techo excavado en la roca viva y tuvo que agacharse para entrar en la sala del trono.

Pisó sin fijarse en las formas dormidas de los festejantes que agotados dormian en el suelo unidos en los más variados abrazos. Sus nictes, los adoradores de la sangre y la sombra. Hombres y mujeres que más valía arder con fuerza unos breves instantes que vivir largamente sin gloria ni placer. Ascendió hasta el inmenso trono de piedra negra que dominaba el salón de banquetes y contemplo su reino. Mientrás meditaba una sonrisa se formó en su rostro, le placía lo que veía. Y se planteó si debería dignarse a comandar a sus fieles en su próxima expedición de caza de esclavos.

Seguramente a los páteticos hombrecillos que adoraban a la frígida Siona les convendría conocer a un dios de verdad.

Dentro de la gran biblioteca de Lastaroth, se podía observar como una figura humanoide de más de dos metros cuarenta observa silenciosamente el gran horizonte que aquella bella ciudad le presentaba, se podía ver dragones dorados surcando los cielos y a sus hijos discutiendo o entrenando sus pasiones sin restricciones.

Aquella criatura emitía una pulcra luz de color dorado mientras unas alas corpóreas, del mismo color, rosaban coquetamente las paredes talladas de alguna piedra de color blanco y su degastada armadura, su presencia en si no era incómoda para sus creaciones, todo lo contrario, estos se sentían a gusto y se notaban en su actuar.

Era el dios de la libertad que vigilaba atentamente lo que el mundo le susurraba, escuchando los lamentos de aquellos que le han quitado su libre albedrío, preparando detalladamente su próximo actuar, su próximo paso hacia la utopía mientras su lanza se posaba soberbiamente apuntando hacia el cielo.

Siona se encontraba en su hogar entre las nubes, una estrella cercana a la tierra y sin demasiado brillo para no cegar a cualquiera que viera hacia ella.

Su hogar no era una fortaleza como las de algunos de sus familiares el mejor ejemplo de ello era la falta de techo alguno permitiendo que cualquiera pudiera ingresar si tenia las capacidades. Aquello era un detalle que la diosa se había atraída a tener a pesar que no se sintiera demasiado amena a tener visitas.

La diosa llevaba horas despierta y se habia dirigido a un balcon especial que tenia para vigilar hacia abajo a sus queridas creaciones junto a la de todos los demas. Observaba la destrucción que se generaban por algunos de los seres de su padre y hermano, mientras otros aunque no menos agresivos se dedicaban a crear pero lo que mas llamaba su atención era los viajes que algunos realizaban buscando un objetivo que ella misma se impedía averiguar antes de tiempo de que se traba. Le gusta ese pequeño misterio.

Sin embargo sabia que tenia ahora mismo un trabajo que realizar en ese momento, por lo que como hacia siempre se movio entre las estrellas hasta que pudiera llegar al panteón. Se pregunta con quien se encontraría primero, si con su padre o abuelo.

Los pasos del Hacedor resonaban por la estancia acompasados al tempo en el que su bastón golpeaba el suelo, pulido y de oscura belleza, en su camino hacia la balconada más alta de su templo. Desde ese punto podía observar, magnificado, la ciudad que crecía a los pies de tan perfecta estructura, rodeándola siguiendo designios que sólo él conocía.

Con la mirada perdida, el grueso tomo que siempre colgaba de su cintura se libró místicamente de su cadena, flotando hasta ponerse al cómodo alcance de la mano de su creador. Las páginas pasaban y desaparecían solas, creando un perturbador efecto en el que parecía que nunca se avanzaba en él así como que nunca terminaba.

Asintiendo de forma leve unas veces y negando otras tantas, una página nueva tras otra ardía en un fuego mágico, haciendo volar sus cecinas sobre la ciudad. El por qué de todo ello sólo estaba en la cabeza del Primero, siempre observando, siempre estudiando. Amanecía un nuevo día y podía escuchar, como un eco lejano, a su raza primogénita orando con devoción férrea en las cámaras más bajas del templo, pidiendo su guía, su poder y sus atenciones.

Cerrándose el tomo y volviendo a su lugar, Ahriman abandonó la balconada justo cuando un fugaz pensamiento pasó por su mente. Su problemática descendencia hacía tiempo que no se hacía notar y eso era algo que agradecía, asintiendo para sí sabiendo que les había entrado en la cabeza no alterar nada dentro de sus extensas fronteras. No obstante, esa satisfacción no duró mucho pues, jóvenes como eran, sabía que más tarde o temprano empezarían a portarse como los niños que son.

Siona en su fugaz paseo pudo contemplar el dorado templo del Dios Zaryvia, en una pequeña ciudad dorada apartada de toda civilización en la parte alta de unas montañas, ya que era muy llamativo. También observó la localización de los palacios de Ahriman, Bromios, Caldrum y Svoboda, ya que era fácil saber dónde se encontraban sus parientes.

El viaje de ella se realizaba a una velocidad que muchos de los seres en la tierra no pudieran imaginar conseguir en toda su vida ni en la de sus descendientes. Pero a pesar de ello ella podía visualizar los hogares de los demás dioses sin que muchos de sus detalles se perdieran.

Sin embargo su objetivo era solo el palacio de Ahriman, en ese templo que su abuelo había construido. Fue para la entrado donde decidido acceder. Apoyando sus pies el frió piso y empezó su lento andar por el palacio del Dios de la Magia, lo Oculto y lo Prohibido, esperando que su abuelo saliera a su encuentro.

Como si el pensamiento hubiese tomado forma, recordar a sus descendientes hizo que recibiera una peculiar e inesperada visita, hecho que le hizo desviar su camino. Eso podía ser tanto bueno como malo en una entidad como él.

“Bienvenida, pequeña…”, proclama Ahriman apareciendo al final de un interminable pasillo que parecía reducirse con cada nuevo paso del Dios. “Ésta vez has usado la puerta, eso está bien…”, añade, recordando una lección pasada que tuvo que darle a ella y el rebelde de Svodoba sobre la privacidad de su hogar. “¿Qué te trae ésta vez a mi presencia?”.

Bromios dedicó el resto del día a entretenerse con varios placeres y diversiones en compañía de sus adoradores. El abuso del vino de la noche anterior y pensar en Siona lo había puesto de un humor terrible y los juegos del día rapidamente se volvieron broncos y violentos. No fue si no hasta el caer la tarde que se serenó minimamente y decidió dar curso a una de las ideas que tenía en mente.

Con los últimos rayos de sol poniendose en el oeste se dirigió seguido de un pequeño cortejo hasta un acantilado de la isla. Ahí los esclavos lo vistieron con su armadura y el divino Bromios convocó su lanza siempre certera. Así armado su presencia perdía gran parte de los ragos hedonistas y lo revelaba como el más belicoso de los dioses. Los nikte dispusieron a modo de diana a tres esclavos uno frente al otro al borde del acantilado. Arrojó el dorado Bromios la lanza y esta atravesó a los tres sacrificios quienes fueron arrojados por el impulso de esta más allá del borde del barranco. 

Mientras sus cuerpos ensangrentados se hundían en las olas al fondo Bromios extendió su brazo. ¡CALDRUM! Señor de los oceanos ¡acude a mi llamada! Yo, Bromios, tengo una propuesta para ti ¡CALDRUM, manifiestate!

Hizo una seña para que le sirvieran otra copa de vino mientras esperaba. Pero conociendo a su padre el derramamiento de sangre en su honor lo atraería sin dudarlo.

“Saludos…señor.” Termino respondiendo tardando un momento en encontrar la palabra adecuada porque muchas de las que le surgían eran las que usaba su tío para hablar de Ahriman. “Recordé la lección que me diste antes cuando entre por el techo.” Contesto de forma neutral sin verse del todo genuino su obediencia a él.

A pesar de que trataba de concentrarse en él y recordaba como este le había reclamado que no lo veía al rostro cuando hablaban. “Vengo a ver si tienes un mensaje para entregar a los demás dioses.” Responde empezando a moverse de su sitio como si tuviera un problema en mantenerse quieta en el lugar. “Tal vez algún mensaje para el dios Zaryvia al cual no conozco demasiado.” Agrego volviendo finalmente su mirada al rostro del dios mago.

El dios del mar estaba a la espera de acontecimientos, y éstos no tardaron en sucederse...

De repente sintió como se le invocaba con un tributo de armas y sangre, y nada menos que por su propio hijo "Bien, bien, se avecinan tiempos interesantes..." se decía a si mismo con una media sonrisa de soberbia, y presto acudió a la llamada de su hijo; pues sus islas no distaban mucho de las suyas.

A los pocos minutos de su ofrenda, Bromios pudo contemplar como la lanza que había arrojado salía disparada del agua hacia arriba, completamente perpendicular a la superficie de los mares, para acto seguido describir un giro, haciéndola caer hacia abajo y clavándose justo a los pies del dios del vino, en una clara señal de que su llamamiento había sido escuchado. Acto seguido, una gran ola, que mas bien podía parecer un pequeño tsunami, golpeó el acantilado, sin embargo, pese a que no hubo mayores consecuencias que el sobrecogimiento de los allí presentes. El agua resultante del impacto, y que había conseguido llegar hasta la superficie, se juntó rápidamente con otros charcos hasta ir creciendo hacia arriba y cobrar finalmente la forma del Dios de los azúridos.

Así pues, con su coraza ceñida, su gran escudo circular, su casco con cimera y su espada a modo de falcata; Caldrum hizo acto de presencia. Su piel era de color azul, sin embargo podía verse a través de ella un tono translúcido dando la idea de que estaba compuesto únicamente por agua. 

Una vez completada su materialización, el dios se dirigió sin muchas contemplaciones a su hijo, y le dijo en un tono con cierto orgullo:

-Hijo mío, la próxima vez que me convoques, que sea con algo mejor que unos sucios esclavos; de ser un mortal el que lo hubiera hecho, ya estaría muerto por semejante afrenta -dijo advirtiéndole que no le gustaba la sangre de esa sucia escoria- unas vírgenes estarían bien, pero no hace falta que las mates... -dijo con tono jocoso- pero en fin, dejando el protocolo a un lado, ¿que desea de mí mi "noble" hijo? -expuso finalmente mencionando la palabra noble un tanto forzada.

-. ¿Svoboda?-. Exclama una bella elfo al momento que entra al balcón, a pesar de su apariencia joven en su mirada se notaba miles de años de existencia. Era Embla, una de los primeros hijos del dios de la rebeldía.

-.Se están moviendo-. Indica la dorada criatura aun manteniendo su mirada en el horizonte…

-.¿Quienes?-. Pregunta la mujer ya entando al lado de su creador.

-.Aquellos que se dicen ser los gobernantes supremos de este mundo-. Sentencia amplificando su dorado brillo por unos segundos para luego comenzar a levitar-.Embla, diles a nuestros hermanos que estén en alerta-. Expresa el dios con un tono tranquilo y sereno para luego desaparecer en un abrir y cerrar de ojos…

Gritos de sufrimientos hacen eco en la cabeza de Svoboda, él sabía que era hora de actuar, su naturaleza lo invitaba a ser parte de una nueva revolución que nacía en una tierra lejana.

Los nuevos hijos de la rebeldía claman por ayuda y el dios no hará oídos sordos ante aquellos alaridos.

Bromios levantó el brazo para saludar a su padre cuando el Señor de los Oceanos se encarnó ante él a partir del agua del mar. 

Si deseas sacrificios de mayor calado habrás de ganartelos padre dijo Bromios mientras tomaba un trago del caliz antes de arrojarlo a sus sirvientes. Hace ya mucho tiempo que tu, Señor de los Oceanos, permaneces en tu palacio submarino sin hacer nada más que vaguear. La lanza se oxida y el bazo pierde fuerza si no se utilizan. añadió con una sonrisa pícara Creo que convendrás que ya va siendo el momento de hacer una visita a las tierras de algún dios menor para acrecentar el poder de nuestro panteón. Tomó la lanza y contempló la punta con una sonrisa Supongo que ya intuyes lo que tengo en mente.

Caldrum sonrió ante la insinuación de su hijo, y con una media sonrisa dijo:

-Yo nunca estoy ocioso Bromios, pero dejando tales asuntos de lado, digamos que me interesa tu propuesta, hace mucho que no organizamos una invasión a gran escala, de esas que hacían vibrar el mundo entero con los chillidos y el terror de aquellos que se interponían entre nuestras hordas, grandes tiempos aquellos... -dijo con cierta nostalgia- así pues, ¿cuándo empezamos? -dijo sonriendo con avidez- te apuesto lo que quieras a que mis azúridos matan a más enemigos que los tuyos -dijo orgulloso de su pueblo y tendiéndole una mano para sellar el pacto.

Aquel día mejoraba por momentos, hacía tiempo que no presenciaba una guerra a gran escala y ahora sería partícipe de una "Es hora de que mi nombre vuelva a ser temido en todos los rincones del mundo..." pensaba para sí adelantándose quizás demasiado en los hechos por venir.

Sonrió Bromios taimado Veo que por una vez podremos estar de acuerdo padre. Y ensanchando la sonrisa añadió Solamente debemos pensar si debemos dirigir nuestras atenciones a alguna deidad fuera de nuestro panteón y a sus súbditos o si es mejor que nuestras amorosas atenciones  soltó una risotada al oir esto se dirijan a alguno de nuestros familiares. ¿Cual es tu opinión?

El Señor de los Oceanos estaba abiertamente interesado en los planes de Bromios, ahora solo era cuestión de ver hasta donde llegaba su arrojo.

-Ummmm -dijo Caldrum mesándose la barbilla- hace tiempo que quiero darle una buena lección a ese idealista de Svobada, sus agentes no paran de promover ideas absurdas que hace que los esclavos se rebelen, así que si me preguntas a mi, quiero hacer una invasión a gran escala de su tierra, no les dejaré ni una montaña en la que esconderse jajaja -dijo riendo de forma potente y ominosa.