Partida Rol por web

—Disculpad a mi mujer, sir Hector, os lo ruego. No ha recibido una educación esmerada pero dice la verdad. Si tuviera una montura para vos, os la prestaría encantado pero el único corcel que podréis encontrar en nuestro humilde establo es el de lady Elhäine —comenta, señalando a la tímida semielfa que hasta el momento ha permanecido en silencio—. Tendréis que pedírselo a ella.

Elhäine se había mantenido hasta entonces apartada de las escena, había bebido bastante y ya habían suficientes manos alrededor del hombre que acababa de llegar, de aproximarse seguramente no habría sido nada mas que un estorbo. Cuando comunicaron la idea de salir a investigar quien podría ser el atacante la cosa cambió. Se levantó terminando su jarra y se acerco al resto.

- Yo también ire, tengo mi caballo fuera. Os espero en los establos. - Dijo antes de salir por la puerta. Observó a su alrededor con precaución, si acababa de llegar el atacante podía estar más cerca de lo que pensaban, por lo que por si acaso empuñó sus dagas hasta llegar a su montura.

Grob iba a darle todo tipo de explicaciones a Dwana cuando Lasar intervino y le ahorró el trabajo de hablar. Eso, replicó.

La bolsa de dinero no estaba mal. El tipo podía pagar, y Grob estaba comenzando a aburrirse. Machacar a alguien siempre era entretenido.

Ayudó al posadero a subir al herido a una cama, y aprovechó el viaje para tomar su propio equipaje. Bajó con su hacha, su escudo, su cota de escamas y sus dagas. Grob no llevar provisiones ni caballo, anunció, dando por supuesto que unos cuantos de los que había en la sala se iban a cazar a los apalizadores esos. Luego miró al hombre sagrado, Targax. Grob supone que Targax tener conejos. Luego se le ocurrió algo, ya en la puerta, dispuesto a echarse a caminar. Se volvió y miró a Hector. Oye, tú, dijo, si tú reanimar un poco a ese, igual nos dice dónde paliza, ¿no? Mundo ser ancho. ¿Cómo saber dónde comenzar a buscar?

- Bien, gracias Elhäine, con un solo caballo poco podemos hacer todos, será mejor que le acompañe Dwama en su montura, yo me quedaré atendiendo al moribundo hasta que muera o dé hálitos de vida de los cuales no creo, debería de ser algo milagroso.

Gracias Grob pero no creo que este hombre esté consciente, y si lo está deberá de transcurrir al menos unas largas horas, será mejor que vayáis a retaguardia esperando que Elhäine os traiga noticias de la dirección que seguía la carreta, en caso de hallarla. Os deseo buen comienzo, ahora, sí, me despido estaré en la habitación del moribundo.

No puedo evitar sonreír con socarronería cuando escucho al estirado larguirucho darnos instrucciones acerca de cómo tratar a un herido que él mismo ha dado por desahuciado. Es algo que tienen en común todos los hombres de fe que he conocido, piensan que están en posesión de la verdad absoluta y aquello que desconocen únicamente está en manos de los dioses.

«Los conjuros que yo sé, ni esposa de rey ni hombre alguno los sabe —reza el viejo poema—. Uno conozco que anhelan todos aquellos que de las sanguijuelas estudian el arte.»

—No estoy seguro de poder sanar a este infeliz —confieso al bueno de Larbond, encogiéndome de hombros con indiferencia—, pero evitar que muera y se convierta en abono para el suelo sí es algo que podría hacer si quisiera. Para su desgracia, ni a Freyan ni a mí nos interesa ni su vida ni salir en persecución de sus agresores. No con este calor y tanta cerveza en el cuerpo, ¿verdad que no, bonita mía?

Acaricio la cabeza de mi inseparable compañera, rascándole detrás de una oreja y ella me responde jadeando ruidosamente con la lengua fuera.

Sin embargo, el razonamiento de Grob me hace cambiar de opinión. El muchachote me cae verdaderamente simpático y es de los que siempre saben apreciar la buena carne que traigo. Me gusta su carácter poco remilgado.

—Está bien. Salid, dad una vuelta, ved qué encontráis por ahí y yo me quedaré atendiendo a esta piltrafa humana con mi amigo manos-suaves como asistente. Con suerte, para cuando volváis hambrientos y con las manos vacías, nosotros ya habremos conseguido sonsacarle su historia.

La posada en la que os habéis establecido está en mitad de ninguna parte, a varias jornadas de viaje a pie de los pueblos más cercanos; construida precisamente para proporcionar un techo a los viajeros que recorren estos caminos.

Teóricamente la zona se encuentra bajo la jurisdicción del gobierno Dholio pero nunca habéis visto a un solo guardia patrullando la región para asegurarse de que los viajeros no corran peligro. La verdad es que este es un territorio tranquilo y que a nadie le importa demasiado, ni siquiera a los bandidos.

Los cuatro habéis salido a dar una vuelta por los alrededores con la esperanza de encontrar al desaparecido hijo de Marcius prisionero de algunos ruidosos y confiados salteadores de caminos, pero lo cierto es que no sabéis por dónde empezar a buscar.

A lomos de su estilizada montura, Elhäine se dedica a describir una espiral cada vez más amplia alrededor de la posada mientras el resto inspeccionáis las inmediaciones. La semielfa demuestra ser una avezada amazona, consiguiendo mantenerse a lomos de su corcel incluso a pesar de cabalgar sin silla de montar.

Un par de horas después de empezar vuestra búsqueda estáis ya asados de calor y muertos de aburrimiento. Habéis encontrado el más que posible rastro de Marcius hasta la posada, pero éste se pierde en un arroyuelo cercano. Parece que tendréis que esperar a que despierte para averiguar dónde tuvo lugar la emboscada.

Lo único que encontráis que llama vuestra atención es media lanza de rudimentaria confección. La ensangrentada punta hecha de piedra y puede que hirieran con ella a la pareja de mercaderes.

Subís a la habitación donde Grob ha dejado al apaleado Marcius. Si antes tenía mala pinta, ahora parece más muerto que vivo. Sin embargo, pronto resulta evidente para Hector que su antipático compañero sabe lo que se hace. Entablilla la pierna, aplica un emplasto de hierbas de olor amargo a las heridas y obliga al convaleciente a tragarse un bebedizo de aspecto grumoso que él mismo acaba de preparar con el sospechoso contenido de los saquillos que cuelgan de su cinturón.

Pero el verdadero milagro sucede cuando Targax impone sus manos sobre la frente del moribundo y comienza a mascullar una cancioncilla machacona con su voz áspera. Es entonces cuando los músculos del mercader se relajan, su respiración se serena y su sueño se vuelve apacible.

No parece que vaya a deciros nada por el momento, pero vivirá y eso es más de lo que en un principio Hector hubiera apostado.

Estuvo bastante rato buscando por las cercanías, trazando una espiral alrededor de la posada, pero el único rastro en encontró se perdía en el río. Una de dos, o la corriente lo había arrastrado hasta alli, cosa que por dado su tamaño dudaba, o bien alguien se había tomado las molestias de borrar las huellas para ocultar su posición.

Cansada, calurosa, ambrienta y con algo de mareo fruto del alcohol ingerido y las vueltas dadas, decidió regresar a la taberna para transmitir que en efecto, no habían pistas suficientes. Quizá con algo de suerte el hombre ya habría despertado y habría comenzado a cantar.

De nuevo allí, desmontó al caballo y volvió a atar sus riendas en el establo. Entró a la vez que negaba con la cabeza.

- Nada de nada, ¿cómo se encuentra? - Preguntó dirigiendose a los compañeros que se habían quedado allí con él. La elfa también creía que tenía más posibilidades de morir que de hablar, pero la esperanza era lo último que se perdía, y además, tenía curiosidad por saber que le había pasado.

Aquella expedición en busca del hijo de aquel comerciante fue del todo inútil. Por otra parte, el fracaso en dicha empresa estaba casi asegurado desde el primer momento, pues no conocían ni tan siquiera sabían el aspecto que tenía el joven al que buscaban, ni podían tan siquiera intuir la dirección en la que se lo habían llevado.

- Ha sido una completa pérdida de tiempo. - La enana resopló. - ¿Ha dicho algo? - Se interesó también por el herido.

La exploradora salió en busca de algún rastro de los malnacidos que habían aporreado a Marcius y raptado a su hijo Lucius. Después de un buen rato de exploración por los alrededores lo único que dijo que encontró fue el rastro que Marcius dejó desde un arroyo cercano hasta la posada. Los demás nos quedamos en la posada hablando y esperando que el jóven noble recuperara la conciencia, para que nos pudiera relatar lo acontecido.

Targax era uno de tantos bárbaros infieles que tenían fama de toscos, aún así Hector acostumbrado a tratar con personas devotas y educadas subió hacia el dormitorio para atender al herido, lo vio como una prueba de voluntad para atemperar sus impulsos y mostrar la humildad que se requería para su profesión. Se quitó sus guanteletes se lavó los manos en una palangana y ayudó a que la habitación tuviera el receptáculo lleno de agua y trapos húmedos para el herido. Así que estuvo en movimiento hasta que vio que la curación del bárbaro había hecho un efecto milagroso, la persona moribunda ahora respiraba con normalidad pareciendo estar en un plácido sueño. 

Cuando vio aparecer a Elhäine preguntando por el enfermo encontró a Hector limpiándole con un trapo húmedo el rostro con sumo cuidado, para quitarle el barro del camino, también le había quitado las botas, el pantalón y la blusa para poder examinarlo mejor, limpiando el cuerpo de aquel hombre para después ponerle la sábana por encima. 

- Está mucho mejor le respondió a la exploradora la curación de este hombre ha sido milagrosa, vociferó a pesar del carácter hosco de su compañero. - Ahora tiene que descansar, sería bueno venir tras unas horas.  Hector había escuchado la información que había dado su compañera pues andaba bajando y subiendo para aposentar trapos y agua limpia en la habitación. - ¿Ningún rastro entonces de su compañero y de su carruaje?, le preguntó pues sabía que había espoleado a su montura para seguir sus huellas. 

No puedo evitar compartir el escepticismo de mi asistente cuando el grupo de exploradores regresan desanimados y sin noticias un buen rato después de haber salido a merodear por los alrededores.

—¿Nada? —me resulta difícil creer una carreta tirada por caballos se haya desvanecido sin dejar un rastro lo suficientemente evidente como para que un ciego pueda seguirlo, así que empiezo a pensar que tal vez nuestros mercaderes viajaran a pie—. ¿Ni siquiera un indicio sobre la identidad de los asaltantes? Ya no digo el cadáver de un goblin tirado en mitad del camino, que eso sería ya mucho pedir, me refiero a una flecha o a cualquier otra cosa... Si no, como ha dicho aquí el amigo, habrá que esperar a que nuestro paciente despierte.

Nada, confirmó Grob nada más entrar. Solo encontrar una lanza rota. Punta de piedra. Tengo sed, añadió. Tras eso, vociferó en dirección al posadero: ¡Cerveza!

¿Hombre curado ya? ¿Traigo cubo de agua para despertar?

—¿Una lanza con una punta de piedra, has dicho? —pregunta la posadera, mirando significativamente a su marido, quien ya ha comenzado a servir una jarra a Grob—. Han sido los har-çiinés.

—Eso no son más que cuentos de viejas para asustar a los niños —replica su esposo, dedicándole una sonrisa condescendiente antes de dirigirse a vosotros—. No la hagáis ningún caso, la pobre no sabe ya ni por dónde se anda.

¿Har queeeee? No tuvo tiempo de preguntar más, ya estaba bebiendo. Fuera hacía calor. Tras vaciar media jarra y eructar con toda naturalidad, volvió a la carga: ¿qué ser eso? A Grob le suena a pastelitos de hojaldre.

—Han sido los har-çiinés, te digo, viejo majadero —refunfuña ella, entrecerrando los ojos y arrugando la nariz como un tejón furioso—. ¡Pobre Lucius! Ya no volveremos a verlo...

»Ojalá fueran pastelitos de hojaldre, querido, pero no. Son una tribu primitiva de pequeños humanoides negros como el tizón que viven escondidos en las ruinas de un antiguo torreón que hay en el bosque. Un mago perverso los creó como sus sirvientes hace cientos de años y ahora que su amo lleva muerto mucho tiempo, ellos se ocultan de la gente. Pero de vez en cuando abandonan su refugio y salen a cazar personas para convertirlos en har-çiinés por medio de algún sacrílego ritual.

»¿Ya no te acuerdas, Larbond? Ese simpático historiador halfling nos lo contó... ¿cómo se llamaba? Bah, da igual. El caso es que quería visitar las ruinas y ya nunca volvimos a verle. ¡Seguro que lo convirtieron en uno de los suyos!

—¿Cuándo fue eso? Hace por lo menos veinte años, ¿no? Y desde entonces no se ha vuelto a escuchar una palabra sobre esos como-se-llamen. Que ese halfling no volviera no significa que se convirtiera en ninguna cosa. Nos dejó media cuenta sin pagar, así que no me extraña que no lo hayamos vuelto a ver por aquí.

- He escuchado historias parecidas. - Dijo entonces la enana. - En mi tierra los llaman erereres. - Comentó. - Aunque puede que sean otro tipo de seres. - Se encogió de hombros. - Yo creo que la anciana puede estar en lo cierto. ¿Un torreón en un bosque? - Chasqueó la lengua. - ¿Y dijo ese mediano dónde puñetas estaba ese bosque y ese torreón?

Mmmmh. Grob cree que mejor confirmar historia con este. ¿Grob trae ya cubo de agua?