Partida Rol por web

Kylian avanzó hasta situarse junto a la naga y lanzó dos rápidos palazos contra la misma. Por desgracia, ni uno ni otro lograron acertar un buen golpe sobre la criatura y el sacerdote frunció el ceño contrariado. El bastón espiritual lanzó un nuevo golpe, aunque era evidente que la dura piel de aquel ser iba a ser un escollo difícil de esquivar.

- ¡Iblirack, rodéala! - Le ordenó al reptiliano tratando de que se posicionara en una zona más ventajosa y que así pudiera de alguna manera beneficiarles en combate al verse rodeado.

Aquella monstruosidad iba a ser difícil de vencer, eso estaba claro, nadie lo dudaba. De hecho, el grupo de héroes estaba colaborando como pocas veces había sucedido. Lo sabían, todos lo sabían. Debían colaborar, aportar lo mejor de sí mismos o alguien moriría. Probablemente todos. Desde luego la naga lo había dejado bien claro.

Así las cosas, pese a la dificultad para impactar al enemigo, Thorwyn debía intentarlo. Podía ser un desperdicio, pero si acertaba, como había acertado con la ballesta, podría suponer un poderoso avance en la lucha. Una vez más el arcanista enano se concentró, reunió sus fuerzas mágicas y calculó como buenamente pudo dónde debería estar el ser escamoso. Un torrente de llamas avanzó hacia esa posición... por desgracia una que estaba ocupando su imagen, no el verdadero monstruo.

─¡Aguantad, voy para allá! ─exclamó el enano avanzando con decisión hacia el cuerpo a cuerpo.

Armado con una daga, no parecía un enemigo muy peligroso, pero hacía tiempo aprendió a buscar las partes blandas de sus enemigos, las zonas más vulnerables. Tal vez eso le ayudara una vez más.

Dolorida, gateo por el suelo en dirección al resto de mis compañeros una vez me aseguro de haber hecho todo lo posible por Enrielle. Cada paso es un tormento a causa de mis quemaduras así que, en cuanto consigo parapetarme tras el fornido cuerpo de mi Lowen, escupo al suelo rabiosa señalando a mi atacante:

—Yináldzid —la maldigo—. Que se hagan realidad en ti tus peores temores.

Frente a mis ojos, mis invisibles antepasados combaten con sus lanzas inmateriales a la monstruosa serpiente con garras. Ellos tienen suerte de estar muertos, porque no pueden sentir la furia de este monstruo. Nosotros, en cambio...

La obcecada Enrielle fue realmente consciente de las heridas sufridas por el relámpago cuando sintió las manos de Lluvia Estelar aferrarse suavemente a sus tobillos, así haciendo desaparecer el dolor. La exploradora quiso con todas sus fuerzas tener tiempo de girarse, de mirarla a los ojos y decirle gracias, que todo iba a salir bien, que estaban juntos y que juntos saldrían de aquello porque tenían mucho que hacer aún. Pero no había tiempo que perder.

Tensando el arco con todas sus fuerzas volvió a disparar, pero otra vez no sirvió de nada. La imagen esquiva de aquel maldito monstruo lanzando relámpagos por doquier y el muro de fuerza que interponía entre ellos eran demasiado. Entonces apretó los puños y gritó de pura rabia y frustración, volviendo a echar mano de dos nuevas flechas.

Lowen seguía buscando a aquel monstruo, pero sus golpes hendían el aire continuamente, alcanzando formas ilusorias y barriendo el aire. Si seguía así, iba a acabar atizándole a Kylian, que ahora combatía a su lado. El guerrero maldijo entre dientes cuando vio el destino sufrido por Ilbrack, confiando en que Lluvia pudiese ayudarle.

Kylian dio un paso lateral para acercarse un poco más al valeroso Iblirack. Su intención era la de curarle, pero no podía hacerlo sin bajara guardia y recibir un ataque por parte de la naga. Por ello decidió esperar unos segundos confiando en que Gilian protegiera al reptiliano de todo mal. 

El bastón espiritual volvió a lanzar un ataque contra la serpentina criatura, pero de nuevo erró. No así un golpetazo más físico por parte del propio sacerdote, quién sonrió levemente al notar el impacto. Volvió a intentar golpearle, pero en esta ocasión no fue posible. Aquel ser era escurridizo y muy difícil de alcanzar, aunque caería tarde o temprano, de eso no tenía duda alguna. 

─¡No puede lanzar hechizos eternamente! ─dijo el arcanista con conocimiento de causa.

La naga estaba invocando fuerzas mágicas con sus capacidades propias y aunque era evidente que su poder y edad eran considerables, no habían lanzado nada más que rayos, un hechizo poderoso pero no el más destructivo del que había registro. Siendo así, todavía cabía pensar en que, habiendo lanzado todo aquello, ya no le quedarían muchas reservas mágicas propias que usar contra el grupo de héroes.

Debían perseverar. La naga cometería errores. La golpearían. Sangraría. Al final se alzarían victoriosos sobre ella, como lo habían hecho sobre el minotauro.

Con esas ideas en la mente Thorwyn se lanzó al combate con la naga, pasando como pudo entre sus compañeros y guerreros ancestrales invocados para colarse en un hueco y tratar de acuchillar al monstruo. Era algo difícil, rayando lo imposible, pero las hazañas y leyendas se contaban sobre hechos y proezas inauditas, no sobre enfrentamientos sencillos y mundanos. Su golpe rasgó el aire, pero su obcecación era enanil. No cejaría en su empeño.

Maldita bestia, acababa de eliminar al valiente hombre-lagarto precisamente después de que él hubiera pronunciado esas palabras, como para contradecirle. Y sí, claro, como usuario arcano Thorwyn bien sabía que un mago siempre podía disponer de más energías arcanas para lanzar hechizos de menor nivel, con lo que aunque el repertorio de la naga fueran estrechandose, no por ello el resultado de sus hechizos tenía por qué resultar muy inferior o menos mortífero para ellos. Había una evidente diferencia de poder entre los héroes y el ser escamoso.

Si no fuera por ese hechizo para no localizarte y que no dispongo de hechizos de area, acabaríamos contigo en un momento... ─pensó para sí el enano─ Un momento, hechizos no, pero...

Los ojos como platos, el barbudo arcanista retrocedió tanto como le permitía el estrecho lugar en el que se encontraba y echó mano a su mochila. Y ahí estaba, un frasco de color verde que ahora le venía que ni pintado. Armado con aquel frasquito, consciente de que no le acertaría a la naga por sus protecciones, sí podía, en cambio, acertar al lugar central de donde se supone que podía estar. Y con facilidad...

Cuando ni siquiera Lowen y Enrielle son capaces de herir a la naga, me doy cuenta de que yo tampoco tengo ninguna esperanza de hacerlo ni con mi lanza, ni con mi ballesta. Soy una combatiente mucho más torpe que mis amigos tanto en el cuerpo a cuerpo, como disparando a distancia y es más probable que hiera accidentalmente a alguno de ellos a que alcance a ese monstruo.

Está claro que tengo que encontrar una forma de ayudarles, pero de otra manera.

«Piensa, Lluvia, piensa. Tiene que haber algo, por aquí, en alguna parte, que podamos usar para vencer a la naga.»

Miro a mi alrededor en busca de algo que nos resulte de utilidad. Esta es su guarida, así que tiene que haber objetos mágicos por aquí, en alguna parte... Algo que podamos usar contra nuestro enemigo o con lo que podamos chantajearle si la situación se vuelve dramática.

—Oh, espíritus, vosotros que podéis ver más allá del velo de la vida, mostradme la magia oculta. Reveladme dónde se esconden los tesoros secretos de nuestro enemigo.

Avanzo hacia el altar y me pongo a echar todos las gemas, huesos y demás abalorios en el mismo saco en el que hemos traído los restos del minotauro.

El grito de Enrielle enmudeció. Aquel bakali que Lluvia había salvado dos veces ahora yacía muerto, abrasado por la maldita naga. Un bakali algo idiota a juicio de Enrielle, pero extraordinariamente valiente. Maldita sea, le había cogido cariño especialmente cuando ayudó a su salvadora quitándole de encima al lagarto ladrón. Había sido valiente hasta el final, y eso para Enrielle significaba mucho.

— Pechofuerte... ¡No! ¡Pechofuerte! — volvió a tensar el arco y disparar con rabia, pero volvió a ver cómo las flechas se negaban a dar en el blanco. — ¡Vas a pagar por ello, maldito seas mil veces! ¡Tenlo por seguro! — rugió, impotente.

Lowen observó con frustración cómo la criatura liquidaba sin piedad a Ilbrack. El hombre lagarto había luchado con valor hasta el final, pero ahora yacía medio desangrado junto al río, a la espera de que se lo llevase la corriente.

- ¡No desfallezcáis! - gritó a sus amigos - ¡Acorralad al monstruo! ¡Necesitamos algo que nos permita verlo mejor! ¡Humo! 

El solámnico sentía que la fuerza de sus ancestros se disipaba lentamente. Le dolían los brazos de intentar medir el mejor momento para golpear, sin lograr nada. Un nuevo mandoble hizo vibrar inútilmente el aire, mientras Lowen daba un paso lateral para intentar flanquear a aquel ser vibrante e inalcanzable.

Kylian vio con horror como el valiente lagarto caía tras el conjuro lanzado por aquella bestia horrenda. El clérigo dudó por un instante si correr en su ayuda o seguir peleando codo con codo con Lowen. Por desgracia el reptiliano parecía muerto y siendo así nada podía hacer por él, pero si por los que todavía seguían vivos. 

- ¡Rodéalo Lowen! - Le gritó el sacerdote lanzando dos nuevos bastonazos, que por desgraciadamente, no llegaron a impactar contra su objetivo, como tampoco lo hizo el arma espiritual con la que Gilean le había bendecido. 

- Esto pinta bastante mal... - Se dijo a si mismo a la vez que trataba saliva, bastante asustado.

Desesperado, Kylian dio un paso hacia un lado rodeando a la naga con Lowen y flanqueándolo por los costados. Casi sin esperanza, ordenó un nuevo golpe al bastón espíritual, que de nuevo no logró impactar contra su objetivo, pero entonces... ¡Pudo conectar un buen bastonazo en alguna parte del cuerpo de aquella bestia híbrida! 

- ¡Gracias Gilean por no abandonarme! - Pensó en su interior convencido de la victoria.

Escuchar el gemido de dolor de mi dragoncito es lo más angustioso de cuanto llevamos de refriega, pero me obligo a mantener mi atención centrada en lo que estoy haciendo.

—¿Jiłhazhí está bien? —pregunto a nadie en particular, confiando en que así sea. Temo que lo que estoy haciendo resulte tan inútil como todo lo demás que he hecho hasta el momento, pero elijo creer que servirá para algo.

Uno tras otro, voy deshaciendo los diagramas de piedras preciosas de la naga y echándolos apresuradamente al interior del saco ensangrentado. Y lo mismo hago con los cráneos y los amuletos de ramas y huesecillos. Con todo lo que no me parece que forma parte del paisaje natural de esta guarida.

Poco a poco las auras mágicas que al principio resultaban confusas y entremezcladas empiezan a cobrar nitidez ante mis ojos y a diferenciarse las unas de las otras.

Lowen comprendía que alcanzar a aquel ser era casi imposible. Nunca estaba donde su imagen parecía indicar, siempre moviéndose de un lugar para otro. La mente del solámnico buscó soluciones.

Si no puedo verlo, tal vez pueda oírlo.

La idea del humo no había calado en sus compañeros, y él no tenía nada, así que se echó la mano al cinto un momento*, rebuscando en su bolsa monedera y sacando un puñado de monedas de todos los colores, que arrojó al suelo delante suyo, intentando esparcirlas lo máximo posible.

Después de aquello, trató de guiarse por el sonido. Pero de nuevo le pudo la precipitación, y barrió el aire con su mangual zumbando peligrosamente. Al menos ninguno de sus amigos estaba cerca para descalabrarlo por error... todos salvo uno.

- ¡Gilyasí! - gritó al dragoncillo - ¡Detrás de mí!

Dudaba que le hiciese caso, la criatura era muy obstinada.

Una furiosa Enrielle volvía a echar mano a su cada vez más vacío carcaj. Pronto tendría que empezar a tirarle las flechas de hueso. Y si las de punta de acero no lograban penetrar las defensas mágicas...

Pero una vez más, sus intentos fueron vanos. Una creciente desesperación empezaba a hacer mella en ella, pero no detuvo por un momento la continua andanada de flechas.

─¡Arj! ¡Maldita serpiente hipertrofiada! ─exclamó al ser alcanzado de refilón por el rayo lanzado por la naga.

─Un rayo menos y ya no te puede quedar gran cosa... ─pensó para sí, esperanzado, aunque a decir verdad otro así, también sin apenas alcanzarle, sería suficiente para dejarle moribundo. Y ni que decir tenía que un impacto directo a buen seguro acabaría con él.

─Te ha dolido, ¿verdad? ¡Pues disfruta de este otro frasquito!

Al enano no le hacía ninguna ilusión lanzar tan alegremente aquellos valiosos frascos, pero eran mucho más valiosas las vidas de sus amigos y salvar su propio pellejo.

De la mochila volvió a extraer un nuevo frasco, esta vez de tintes anaranjados. En su interior parecía fluir una tormenta de fuego. Era un frasco de fuego alquímico. Thorwyn no perdió el tiempo contemplándolo, sino que rápidamente emuló su anterior hazaña. La naga ya había saboreado el ácido, ahora le tocaba saborear el fuego.

El enano tenía un buen brazo y más gracias al Gracia Felina que tenía todavía en efecto, de manera que el frasco voló en la dirección correcta y se estrelló prácticamente en el mismo sitio que el anterior. Quien sabe, tal vez la combinación entre uno y otro producto debilitaran la roca e hicieran que la enorme naga perdiera pie... o tracción, o como se dijera a algo como eso.