Partida Rol por web

15 Chislmont 434 AC

Cuanto más hacia el Norte ascendéis, más árido se vuelve el desierto y más difícil resulta conseguir agua y comida. Las temperaturas altas del día descienden bruscamente al caer la tarde y las fastidiosas tormentas de arena consiguen desorientaros con frecuencia. Todo esto ha hecho que el viaje hacia el Alcázar del Remolino resultase más penoso de lo que en un primer momento habíais supuesto.

Gracias a la jarra de plata que el difunto Ulfgar encantó para Ailaserenth, la sed no ha tenido efectos devastadores en vosotros. El hambre, en cambio, ha sido particularmente cruel con vosotros a pesar de los esfuerzos de Enrielle y Bugambilia por forrajear y cazar para el numeroso grupo. Habéis compartido la comida entre vosotros pero la peor parte se la han llevado Shilara y especialmente Bruma Gris, para los que apenas han quedado sobras que echarles.

A pesar de las penalidades, dando un amplio rodeo a Mirivale y con el embravecido mar siempre a vuestra izquierda, habéis logrado llegar hasta vuestro destino: un pequeño asentamiento amurallado al que lord Eval Nursk se ha referido como Ryx cada vez que le habéis preguntado por él.

Al parecer fue una humilde población pesquera que los solámnicos fortificaron durante la Guerra de la Lanza, en tiempos del abuelo de lord Nursk, como puerto seguro para los barcos de la alianza contra las fuerzas de la Reina Oscura. Desde entonces, siempre ha contado con una pequeña guarnición de caballeros para defenderla de inexistentes ataques. Una guarnición que, según os ha contado el ex-gobernador de Mirivale, él mismo ordenó desmantelar hace meses tras la creación del Imperio Solámnico por considerarlo un gasto innecesario para las arcas de la región.

Aunque todos tenéis claro que fue un acto de genuina avaricia, parece que acabó siendo una decisión afortunada a juzgar por la cantidad de fuerzas hostiles que descubrís en las inmediaciones. Difícilmente las tropas acuarteladas en Ryx hubieran podido resistir semejante invasión.

Por lo que el Túnica Blanca ha podido averiguar por medio de su magia y de sobrevolar el asentamiento a lomos de su grifo y bajo el amparo de un manto de invisibilidad, no se trata solo de minotauros, sino también de ogros. Docenas de ellos trabajando como esclavos en unas excavaciones próximas al antiguo puesto solámnico con los hombres-toro ejerciendo como capataces.

Sin embargo, quienes controlan verdaderamente el lugar son un puñado de individuos que visten túnicas de color verde intenso como las algas, que ocultan sus rostros tras adornadas máscaras y lucen medallones de oro con forma de caparazón de tortuga marina. Por la descripción que Ailas hace de ellos, Kylian los reconoce como clérigos de Zeboim.

El símbolo sagrado que la sacerdotisa goblin lleva ahora al cuello lo obtuvo en su día arrancándolo del cuerpo sin vida de uno de estos cultistas hace ya mucho, mucho tiempo. A las afueras de Belleria.

Que el calor, el hambre y la sed sean el mayor peligro al que nos enfrentamos durante nuestro camino hacia el Alcázar del Remolino es una buena noticia. Siempre cabía la posibilidad, remota, de que los minotauros salieran en nuestra persecución; o la menos remota de que halláramos criaturas autóctonas de la región que no se sintieran complacidas con nuestra presencia.

No deja de maravillarme la capacidad de Enrielle y Bugambilia para encontrar algo comestible que llevarnos a la boca a pesar del paraje hostil en el que nos encontramos. Y solo puedo sentirme agradecido porque ambas decidan compartir lo poco que consiguen con el resto a pesar de que ellas mismas también lo están pasando mal.

Confiaba en que durante nuestro recorrido por la costa encontraríamos alguna pequeña aldea de pescadores en la que conseguir provisiones y deshacernos de Eval Nursk, pero está claro que nadie cuerdo elegiría vivir en esta región. No es de extrañar que al Imperio Solámnico le importe tan poco lo que ocurre por aquí y que los minotauros hayan aprovechado esa falta de celo.

Tener que compartir con este humano alojamiento y víveres se me hace una pesada carga y en más de una ocasión me planteo teletransportarlo hasta Palanthas para, de paso, adquirir provisiones para los demás. Sin embargo, eso supondría abandonarlos a su suerte porque, en este paisaje tan monótono, no tengo un punto de referencia al que regresar que no sea Mirivale. Por no mencionar, por supuesto, el alto coste que eso tiene para mi salud personal y los riesgos que conlleva aparecerse en un lugar indeseado. Bien puedo soportar el hambre a cambio de evitar tales complicaciones.

Balgros lo sabía, lo había sabido todo el tiempo. Eso se decía a sí mismo, sonriente, felicitándose en ogro a sí mismo en lo que él creía voz baja. Había sido la goblin. ¡Ja! Pero en realidad no sabía un carajo. Pura suerte, más bien. A base de hacer suposiciones al final uno siempre acaba acertando algo...

─Hay que robar comida de algún sitio. Tienen ogros. Los ogros comen. Tienen que darles comida. Tiene que haber comida ─dijo el ogro en su gutural común con un tono todavía más grave de lo habitual. Sin duda necesitaba volver a beber, el clima desértico no le hacía ningún bien.

La travesía por aquellas tierras estaba resultando ardua, mucho peor de lo esperado. Tampoco era sorprendente, dado que iban sin provisiones. El sol era de esperar. Los debiluchos bajitos lo llevaban mucho peor que él, claro, puesto que la piel del ogro tenía mucho más de cuero que de la suave y delicada piel de bebé de sus compañeros.

¿Serían capaces de robar comida sin que los minotauros se diesen cuenta? Tal vez podrían crear una distracción. O esperar una tormenta de arena. O el túnica blanca podía averiguar dónde estaba la comida y robar algo para ellos. O la túnica roja. O la goblin. Si Ailas podía teletransportarse, como había dicho en alguna ocasión, ¿por qué no se teletransportaba a algún lugar civilizado, compraba comida y volvía con ellos cargado de viandas? A veces el enorme guerrero se ponía a reflexionar (algo que hacía a menudo mientras mascaba sus repugnantes gachas "infinitas"), ponderando las verdades del universo, quedándose absorto mirando las musarañas. Eran momentos de paz y tranquilidad para el grupo, que se ahorraba el oírle decir sandeces. Sandeces a las que había llegado tras, a veces, jornadas enteras de reflexión.

Sí el viaje había sido malo hasta Mirivale, ese último tramo había sido peor. Pero lo más duro de todo, más que el hambre, Bruma Gris. Ella intentaba convencerse de que habían sido las malditas circunstancias, pero como fuera lo había abandonado varias veces. El lobo desconfiaba de ella, gruñía y en general estaba distante. Incluso esa conexión que había tenido con él había empezado a disiparse. No podía permitirlo.

—Sí. Balgros tiene razón, necesitamos comida antes de hacer nada más o seremos carne muerta. ¿Y de dónde has sacado tú ese cuenco de gachas? ¿No puedes hacer que salgan gachas para todos?

El cuenco y cuchara del semi-ogro eran repulsivos, pero cuando el hambre apretaba no habían remilgos. Después de tantos días, sin embargo, suponía que sólo había para él.

Esa mañana volvió a invocar al pantano para que le otorgase su protección cubriéndose de polvo, pues allí no había ni una pizca de humedad con la que hacer barro. Al menos mitigaba el calor para ella, Bruma Gris y Bugambilia. Ya estaba bien de no responsabilizarse de ellos. ¿Qué clase de mentora estaba siendo?

—Como sea, habi que localizar uno de esos campamentos en el que no tengan muy vigilados sus suministros. Establezcamos un campamento aquí y hagamos una incursión para observar y, después de planificar el asalto, y recalco el "después", lo llevamos a cabo.

—No vamos a atacar ningún campamento para robar cuatro patatas —me parece inaudito tener que explicarlo—. Nuestra principal ventaja ahora mismo es que nadie sabe que estamos aquí y no vamos a perderla porque nuestras tripas gruñan un poco.

A despecho de las protestas de algunos, la estrategia funcionó bien en Mirivale y funcionará bien aquí si no la echan por tierra.

—Tenemos un objetivo claro y, para recordároslo, citaré textualmente las palabras de Markham: "que la justa cólera de Solamnia caiga sobre los culpables. No querré prisioneros, ni los detalles de vuestra gesta, solo la noticia de que los barcos mercantes pueden volver a navegar sin peligro de ser sorprendidos por tormentas mágicas y monstruos marinos."

»Acabar con todos ellos no es una opción a nuestro alcance. Hay que averiguar qué están haciendo aquí y tratar de frustrar sus planes por nuestros propios medios si es posible. Los ogros son solo la fuerza de trabajo y es probable que sus vigilantes sepan tan poco como ellos. Hay que secuestrar a alguno de sus líderes y descubrir qué traman.

El refugio de Ailas os ofrece un techo seguro bajo el que protegeros de los elementos durante veinte horas al día, pero es demasiado pequeño como para que vosotros y vuestros animales quepáis en su interior sin andar tropezando los unos con los otros. Desde luego, dista mucho de ser un lugar ideal en el que vivir y la intimidad brilla por su ausencia.

A esto hay que añadir que la diminuta casita de piedra de escasamente cuarenta metros cuadrados, con su chimenea y sus ventanitas enrejadas, no pasa precisamente desapercibida en el entorno circundante. Es por ello que os habéis establecido a unos pocos kilómetros del Alcázar del Remolino, con la esperanza de que no os avisten desde la elevada posición. Acercarse sin que os vean parece una tarea casi imposible sin el uso de la magia para ocultaros.

Y ni siquiera para Ailaserenth, que sí goza de semejantes hechizos, resulta sencillo obtener información del interior del complejo sin acercarse peligrosamente a lomos de su grifo negro.

Hay minotauros apostados en los lugares estratégicos de la fortaleza y patrullas armadas que recorren la playa y las inmediaciones de la excavación noche y día. Si hay humanos en las instalaciones el mago silvanesti no los ha visto, pero sí ha descubierto que más de medio centenar de ogros duermen hacinados en lo que parece un gran redil de piedra cubierto por un toldo y situado en el centro de la fortaleza. Malviven en condiciones miserables, sucios de sudor y sus propias heces y lo único que evita que se maten entre ellos a causa de la falta de espacio es el látigo siempre presto de los esclavistas minotauros.

Los trabajos de excavación se realizan a cielo abierto en tres lugares diferentes, noche y día, en turnos de doce horas ininterrumpidas, sin descanso. Una docena de ogros trabaja hasta la extenuación en cada uno de los tres emplazamientos antes de ser relevados por el siguiente turno.

En cada excavación, además de los doce ogros, hay el doble de minotauros vigilando a los esclavos y uno más, ataviado con el atuendo de los sacerdotes de Zeboim de alto rango, que es quien parece estar al mando durante el turno de trabajo.

Haciendo de nexo entre las tres excavaciones, viaja una carreta tirada por dos ogros. En la carreta hay una jaula y, atrapada en su interior, una criatura que es llevada de excavación en excavación y consultada por sus líderes sobre los distintos hallazgos que han hecho a lo largo de la jornada.

Ninguno habéis podido saber de qué criatura se trata pues en todo momento permanece enjaulada y vigilada. El carro en el que viaja está escoltado en todo momento por seis guerreros minotauros y un séptimo vestido con los colores de Zeboim que es quien maneja las riendas.

El viaje por el desierto había sido absolutamente penoso. Su fina piel de elfa estaba enrojecida por el sol, y mostraba, en algunos casos, ampollas supurantes de aspecto desagradable. Freya hacía lo posible por lavárselas, pero sus conocimientos de sanación eran nulos, y no sabía si estaba haciendo bien, o, por el contrario, solo estaba empeorando las cosas. Pese a todo, no se quejó a nadie. El grupo no llevaba un físico que pudiese examinarla, y su fe en que los dones divinos de aquella retorcida clériga pudiesen ayudarla era bastante limitada.

Pese a sus dudas, cuando la goblin invocó a su oscura deidad y llenó la mesa de viandas*, sus entrañas rugieron, y la pequeña y revoltosa Tsilme salió del jergón, olisqueando con interés.

- Mierda. - se maldijo, pues no iba a poder aguantar el hambre.

Freya se esperó a que alguien más comiese, y en cuanto vio que sus compañeros no caían fulminados, se arrojó hacia la comida. Quería mantener la fachada de desconfianza hacia la goblin, pero lo cierto es que el hambre retorcía sus entrañas, y no podía soportarlo más. Se llenó las manos de brócolis que parecían cirios del inframundo y huevos con olor a azufre, llevandose la comida a la boca con el mismo ímpetu y desesperación con que comía tras las largas horas de castigo en su infancia, sufridas tras haber sido descubierta haciendo alguna fechoría. Comió hasta llenarse los morros como una niña pequeña, pringando sus dedos de yema, masticando las espinacas con ansia, y pasándolo todo con la jarra de agua. Excitada por el festín, Tsilme se volvió loca, llenándose tambén sus diminutos carrillos con trozos de huevo que robaba directamente de las manos de su ama.

Solo cuando estuvo llena, reparó en el lamentable espectáculo que estaba dando. Se sacudió las ropas, carraspeó, y trató de recuperar la poca dignidad que le quedaba.

- Está bien. - dijo, aún con un trozo de yema en la boca, que acabó de tragar - Quizá los ogros estén dispuestos a volverse contra sus actuales dueños. Si podemos acercarnos a ellos y armarlos, quizá sigan a Balgros. - miró al ogro - ¿No? La verdad es que no sé nada de ogros.

En Mirivale no habían querido apostar por una revuelta, algo que quizá habría valido la pena. Las leyendas sobre la fiereza guerrera de los minotauros no les habían hecho justicia. Con el apoyo de los sublevados quizá habrían podido reconquistar la ciudad. Pero ese barco había zarpado.

Si liberas a un montón de ogros, luego quedarán sueltos por el Imperio. Pero algo habrá que hacer.

- Es sólo una idea. No parece que vayamos a podernos infiltrar sin más, salvo que puedas ocultarnos a todos a la vista de los minotauros.

Lo cierto es que Freya había perdido la fe en la infiltración. En cualquier momento, sin previo aviso, alguno de aquellos impredecibles aventureros destriparía a un minotauro, y se verían de nuevo rodeados por una barahúnda de enemigos. Mejor sería asumirlo, y actuar para que esos enemigos tuviesen con qué entretenerse.

Nadie lamenta las limitaciones de mi refugio más que yo mismo. Soy muy celoso de mi espacio personal y tener que compartirlo con otras seis personas y el lobo más grande que he visto en mi vida no es precisamente mi escenario soñado. Siempre hay alguien entrando o saliendo, trepando a la litera de arriba, roncando o incordiándome de algún otro modo mientras trato de memorizar las palabras del siguiente conjuro.

Por eso, en la medida de lo posible, trato de estar fuera con Shilara. Estudiando la disposición de fuerzas enemigas sin ser vistos hasta agotar mis recursos mágicos y después simplemente disfrutando de cabalgar sobre su lomo. Y eso es también lo que salgo a hacer esta mañana mientras los demás disfrutan del desayuno.

Desconocía que entre los numerosos dones de Kylian estuviera la capacidad de convocar alimentos, algo que resulta de lo más útil pero de cuyo origen desconfío. Personalmente prefiero esperar a que Enrielle y Bugambilia cacen algo o directamente pasar hambre antes que exponer mi cuerpo a manjares de procedencia tan dudosa.

Se dice que el hambre agudiza el ingenio, aunque en mi caso no puedo imaginar cómo podría ser mayor de lo que ya es. En cualquier caso, los hallazgos que realizo a lo largo de la jornada son lo suficientemente significativos como para poder exponérselos a mis compañeros a mi regreso.

—No podemos acercarnos al alcázar sin ser vistos y atacarlo con nuestros enemigos en sobre aviso es una necedad —comento con ellos después de haber compartido lo que he visto—. En el mejor de los casos huirán y, en el peor, acabarán con nosotros antes de que podamos causarles un daño significativo. Por fortuna, sus fuerzas no están concentradas en un solo sitio. Podemos atacar cualquiera de las excavaciones para secuestrar al minotauro que la lidera, o podemos emboscar al grupo que viaja entre ellas mientras se encuentre de camino. Lo que quiera que lleven en esa jaula debe ser valioso para ellos si viaja tan fuertemente escoltado y necesario para sus fines puesto que de otro modo no lo expondrían fuera del fuerte. ¿Qué opináis? Decidamos lo que decidamos, solo tendremos una oportunidad antes de que tomen medidas más drásticas para garantizar su seguridad.

Hubo una mañana, cuando Kylian les sorprendió a todos con un banquete, que no olvidaría. Balgros, que había empezado a mirar con recelo a los bajitos, que miraban con más y más interés sus repugnantes gachas, se olvidó de desconfiar de la sacerdotisa de Chemosh y sus grandes manazas se hicieron con cantidades absurdas de comida que se deleitó engullendo. Si había veneno en aquella comida, el ogro sería el primero en caer. También sería el último en dejar de comer. Momento culminante en el que un fenomenal eructo marcaría para siempre la memoria acústica del grupo. Por fin, después de días infinitos, el ogro estaba saciado y feliz.

─Yo hablo ogro ─afirmó el semi-ogro, aunque seguramente era algo bastante obvio para todos.

Lo que aquella afirmación implicaba era que al menos él podría hablar con los ogros, si liberaban alguno, y tratar de conseguir algo de información de ellos. Pero si alguien esperaba que se hubieran enterado de gran cosa, probablemente estuviera condenado a llevarse una decepción. Pocos ogros eran verdaderamente inteligentes, la mayoría sólo se preocupaban por llenar la panza y sentirse mejor destruyendo o torturando algo para sentirse menos infelices. Aquellos ogros en particular sólo se preocupaban de no recibir más daño de sus esclavistas. Aunque el enorme guerrero del grupo tratara de liderarlos, lo más probable es que sintieran más miedo de los minotauros que de él, así que no lograrían el objetivo. Otra cosa sería que les dieran las herramientas para vengarse de sus amos. Pero entonces tendrían minotauros suelgos batallando con ogros. Prefería combatir con minotauros, la verdad.

─No funcionará ─sentenció simplemente negando con la cabeza.

No le parecía una buena idea. Al ogro. No había más que decir...

La intervención de Ailas siempre suscitaba el interés del ogro. Hablaba con un tono melodioso, sosegado y claro, decía cosas que parecían llenas de mucha inteligencia, rebostantes de palabras difíciles y estaba claro que recordaba cosas a la perfección, repitiéndolas como un encantamiento, y que se pensaba las cosas de forma intensa, con una intensidad que Balgros no podía ni soñar. Tenía que ser increíble tener esa cabecita. Lástima de lo frágil que era...

─El grupo que viaja entre las excavaciones sabe lo que hay en las tres excavaciones. Y lo que buscan. Y llevan lo que sea que llevan consigo y que no tienen todo lo demás. Y son menos. ¿Cómo les atacamos?

Desde la litera que había elegido para dormitar, Enrielle observaba a Freya intentando remediar las feas quemaduras que había sufrido por el sol despiadado. Desde luego tenían todos un aspecto lamentable, incluyéndose ella misma con unas profundas ojeras, aunque al menos ella había podido invocar al pantano para protegerse.

—No revientes las ampollas o se infectarán y será peor.

Con un suspiro, se levantó del catre para sentarse junto a la elfa. Su lobo ni siquiera levantó la cabeza, pero sabía que estaba despierto. Percibía el dolor del hambre en su vientre y la indiferencia hacia ella. Enrielle sabía que si no se había ido ya era porque la casita de Ailaserenth daba sombra y de vez en cuando bebía algo.

Cogió de sus manos el paño humedecido con el que había estado frotando la piel para limpiarla, retomando la tarea con mucha más delicadeza, eliminando mugre y restos de piel muerta de las ampollas con toques suaves.

—Tienes que dejarlas al aire para que se cierren, pero mantenerlas limpias o todo se podría complicar y...—empezó a explicar.

La voz de Kylian la distrajo, pero lo que realmente hizo que abriera los ojos desmesuradamente fue ver la enrome cantidad de comida que apareció desparramada sobre la mesa. Bruma Gris y Bugambilia, que estaba en la litera de arriba, también levantaron la cabeza de golpe.

—¿Pero cómo...?— empezó a decir, pero tanto Freya como Bugambilia y el propio lobo se abalanzaron sobre la mesa, y ella hizo lo propio.

Comieron atropelladamente. Enrielle apartaba los huevos para Bruma Gris, mientras que ella devoraba esos brócolis insípidos. No le importó en absoluto. Hasta Bugambilia pareció abandonar su hastío habitual con tal de comer a dos manos.

Cuando empezó a notarse saciada fue cuando siguió tragando más despacio, y pudo empezar a pensar en el plan.

—Gracias Kylian... Nos has salvado el pellejo. — le dijo sonriendo agradecida. Luego iró a Balgros — Ya imagino que hablas ogro. La idea de la revuelta suena bien para echar por tierra los planes que tengan, o al menos para tenerlos entretenidos, pero si dices que no funcionará... Bueno, sabes de esto más que yo. Así que creo también que lo más sensato es asaltar esa carreta con la jaula.

»¿Qué creéis que tienen ahí metido? Por lo que Ailaserenth nos ha contado es como si lo llevasen a consultar algo que hayan encontrado en la excavación. Así que habla. Y ciertamente es valioso, o lo llevarían con una correa. ¿Pensáis que puede ser un dragón metálico? Uno pequeño, como Jilhazí... — aventuró — Sea lo que sea, creo también que es donde mejor podemos atacar y donde podríamos conseguir más fácilmente información sobre lo que está pasando. Sólo debemos esconder bien a Balgros tras alguna roca para que no nos vean desde lejos. O incluso... — se quedó pensativa — Podríamos escondernos los demás, y dejar a Balgros bien visible. Podrían creer que es uno de sus esclavos que ha podido escapar. Para cuando vean que no lo es ya habremos saltado sobre ellos por sorpresa. Tan sólo quítate ese casco con cuernos que llevas y... — hizo una mueca — échate un poco más de tierra por encima.

—Coincido contigo en que la carreta es el objetivo más valioso —concuerdo con Balgros y no por primera vez—. Salvo que Enrielle o lady Adamiel nos sugieran otra cosa, creo que la mejor estrategia es una emboscada por tres frentes. Preferiblemente en un paso estrecho en lugar de en campo abierto, si podemos encontrar alguno. Quienes mejor puedan ocultarse, dejarán pasar a la carreta frente a ellos para así poder después atacar su retaguardia. Quienes no sean tan buenos escondiéndose, presionarán desde vanguardia, sabiendo que la carreta no maniobra con agilidad y tiene la retirada cortada. Shilara y yo os brindaremos apoyo aéreo, reforzando en caso de ser necesario la línea de ataque menos firme. Dividir nuestras escasas fuerzas lógicamente tiene sus riesgos, pero garantiza que nuestros enemigos tengan también que dividir las suyas y les impide escapar de nosotros. Por supuesto, nada de explosiones, ni incendios. Tenemos que actuar deprisa y de forma discreta para desaparecer antes de que noten que algo no va bien.

Ya sufrimos una emboscada a las afueras de Palanthas y la ejecución por parte de nuestros atacantes fue torpe. Si la hubieran diseñado mejor, no solo hubieran matado a Flechas de Muerte. He tenido tiempo de pensar en sus errores y corregirlos para convertirlos en nuestro acierto.

Solo espero, como siempre lo hago, que los demás tengan el buen juicio de hacer suyo mi plan y ejecutarlo como buenamente puedan.

- Si, parece el curso de acción a seguir más inteligente... - Comentó la goblin. - Podría encerrarlos en una bruma. Podría silenciar esa zona para que no gritaran. - Añadió. - Y podría hacerlo tras acercarme invisible hasta el lugar por el que tienen que pasar. Y luego... - Se encogió de hombros. - Luego entráis en acción los demás. - Concluyó. Entonces pareció refexionar unos instantes para posteriormente añadir algo más. - O podría tratar de encerrarlos en una telaraña mental. Sospecho que los ogros no podrán soportar el influjo divino y quedarán atontados e indefensos. Los minotauros lo mismo y quizás el clérigo aguante un poco más. No obstante, tiene que bajar del carruaje y para entonces puedo haberlo silenciado o puedo haber lanzado una bruma para apresarle... - Sonrió. - Puede que funcione...

Kylian tenía clara la estratregia. Se colocaría en una zona escondido y a la espera de que la caravana empezara a acercarse. Cuando lo tuviera claro dejaría un área de veinte pies en completo silencio. Entonces se haría invisible y cuando fuera el momento oportuno, pediría a Chemosh porque una bruma engrilletase las piernas de los que accedieran a la zona silenciada y luego una teleraña mental, se adueñaría de sus mentes si Chemosh así lo permitía.

Me enorgullezco de haber sido capaz de encontrar un lugar desde el que lanzar nuestra emboscada. Uno que reduce la maniobrabilidad de nuestros enemigos al tiempo que potencia nuestra capacidad estratégica de reacción.

Suficientemente alejado de las dos excavaciones para no atraer la atención de ninguna de ellas si lo hacemos bien y con tiempo para prepararnos convenientemente.

Solo espero que mi debilitada amiga pueda mantenerse en el aire hasta que nuestras presas lleguen hasta el lugar designado.

—Cuando esto termine te daré una yegua y un potro —le prometo en mi lengua natal, mientras le rasco el cuello emplumado—. Eso te gusta, ¿verdad? Claro que sí, buena chica.

—Bien, escucha Bugambilia. Tú permanecerás con Bruma Gris bien escondida ahí atrás, ¿de acuerdo? Yo me subiré a esas piedras y les dispararé desde allí. —indicó con la mano. Luego agarró cariñosamente la cabeza del enorme lobo.

El animal se resistió, pero al hablarle con dulzura acabo cediendo y miró a los ojos a la Legionaria.

—Eh, eh. Vamos. Soy yo... Defiende a Bugambilia. Que nadie le haga daño. Por favor. —Brima Gris emitió un gemido perruno como respuesta. Había sido la primera vez que respondía a Enrielle en todos aquellos días. No podía culparle.

El animal y la kender se escondieron donde ella indicó, y la arquera se dispuso a subir por las piedras con cuidado, buscando el mejor sitio donde esconderse y tener línea de visión con la carreta cuando llegase.

Freya agradecía los apósitos que Enrielle le había colocado en las ampollas. Al cabo de un rato, notaba estas mucho mejor, y prefería pensar que era la medicina natural de la legionaria la que lo permitía, y no la oscura magia de aquella varita empuñada por la sacerdotisa goblin. En todo caso, se encontraba mejor. Procuró protegerse del sol con su capa durante el trayecto hacia la zona de la emboscada. El lugar era un estrechamiento, y ofrecía una buena oportunidad. Las sugerencias de Ailas tenían sentido, pero, una vez sobre el terreno, el grupo comenzó a dispersarse sin mucho orden. La qualinesti suspiró. La falta de marcialidad era absoluta.

- Está bien, no nos dispersemos a lo loco. Hay que elegir un punto, y tenerlo bien controlado. Podemos aprovechar ese estrechamiento, o ese otro. Enrielle y yo podemos disparar desde las rocas. Balgros, ¿estás preparado para interceptarles?

Miró de reojo a la sacerdotisa goblin. Freya se sentía naturalmente poco inclinada a contar con ella. Su naturaleza oscura ya se había desvelado varias veces. Pero necesitarían su cooperación.

- Este punto es más estrecho.* ¿Puedes subirte a esas rocas, Enrielle? Yo estaré en este otro lado. Desde aquí tendremos buen ángulo para abatir a los minotauros, y luego yo puedo descender rápidamente y cortarles la retirada.

─¿Eh? ─contestó el ogro a la pregunta de Freya─ ¿¡Qué!? ─replicó a la defensiva a la mirada furibunda de la qualinesti─ Me avisáis, salgo de la sombra y aniquilo lo que sea que trate de huir o plantar cara. Fácil.

Balgros, criado en un entorno difícil, sabía que cuando había que emboscar lo más conveniente no sólo era ocultarse bien, sino que el lugar donde uno se ocultaba fuera cómodo. En el desierto tenía muy claro que ese lugar sería uno con sombra. De esa manera no sólo se le vería poco, sino que además no se chamuscaría por el sol achicharrante.

Dicha su parte y decididas las cosas que los pequeñajos consideraban imporantes, el enorme guerrero, clava al hombro, se dirigió silbando una horrible melodía hacia el lugar que consideraba más adecuado para pasar el rato esperando. Y haría sus necesidades antes de empezar. Esas eran cosas que los civilizados siempre olvidaban y luego se meaban en los pantalones cuando estaban en la batalla. Y luego hablaban de los ogros...