Partida Rol por web

Cuando Shilara lanza su grito de advertencia miro hacia abajo y descubro la carreta acercándose. Ha tardado más de lo que esperaba, pero finalmente la carreta está donde yo predije que estaría. Sin embargo, quienes no lo están, son mis anárquicos compañeros de desventuras.

Nadie en retaguardia para evitar que den media vuelta y regresen por donde han venido. Nadie en el frente para detenerles si deciden azuzar a los ogros para que echen a correr. Todos en los flancos para tener una perspectiva privilegiada de cómo nuestra presa se nos escapa.

Debería hacérmelo mirar, porque vivo en una decepción constante cuando a estas alturas ya debería estar más que acostumbrado. Tenía la esperanza al menos de que Freya fuera disciplinada pero empiezo a darme cuenta de que en realidad forma un dúo cómico con Kylian para ver cuál de los dos se impone al otro en su trágica carrera por llevarme la contraria. Y hablando de la curandera goblin... ¿Dónde se habrá metido esta vez?

No importa, parece que una vez más tendré que ocuparme yo de todo.

—Vamos, Shilara, en picado —insto a mi leal montura. La única criatura en el mundo capaz de seguir mis indicaciones con acierto, sin protestar o darme la razón como a los locos—. Hay que parar a esos ogros como sea.

Freya contemplaba la escena con sopor, y también con un deje de desesperación. Dos largas horas tratando de dar indicaciones a sus compañeros sobre cómo disponerse no habían servido de nada. Cada uno hacía lo que le parecía, desaprovechando la ventaja que otorgaba el terreno de cara a sorprender a sus enemigos. Enrielle habría tenido un ángulo de tiro perfecto desde las rocas, pero, por algún motivo, no había querido ocuparlas. Y Balgros se había situado a simple vista, ocupando una posición desde la que era detectable a una gran distancia. Era un milagro que no le hubiesen visto antes, pero, en todo caso, el factor sorpresa estaba completamente arruinado.

Freya tensó la cuerda de su arco*, tratando de buscar el mejor objetivo. Eran demasiados oponentes, y seguramente el sacerdote de Zeboim pronto comenzaría a pedirle oscuros favores a su diosa, así que optó por apuntarle a él, tensando la cuerda y soltando una flecha en su dirección.

- ¡Ahora o nunca! ¡Atacad!

Miró hacia el lugar en que se había agazapado la oscura goblin, pero no alcanzó a verla. ¿Estaría preparando alguna de sus oscuras maldiciones para causar nueva agonía y terror?

Acomodado en la sombra, el enorme guerrero del grupo, pese a sus orígenes, tenía algo de cerebro dentro de ese duro cráneo suyo, de manera que al menos tuvo la decencia de no quedarse dormido mientras esperaba. Al ver aparecer, al fin, al enemigo, Balgros tomó su gran clava, apoyada en el árbol (como él mismo), y alzó su corpachón. Una sonrisa apareció en su cara mientras estudiaba a su adversario y el espacio que les separaba.

Si no se equivocaba, había demasiada distancia para alcanzar al minotauro más adelantado con una carga, le daría tiempo a reaccionar y el primer golpe se lo llevaría él si lo intentaba, así que juzgó más conveniente dejar que fuera el otro el que diera el primer paso, o, más bien, la primera carrera. De paso, así, se separaba del grupo y quedaba a merced de su gran clava. Pronto no quedaría más que pulpa de minotauro y podría dedicarse a cargar, ahora sí, contra el resto de enemigos...

- ¡Maldita sea! - Masculló Kylian entre dientes sin llegar a articular sonido. - ¡Pensaba que vendrían desde la otra dirección! - Se lamentó profundamente. 

Lo que no esperaba era que los minotauros pudieran detectarle. Igual le habían olido. No le parecía algo demasiado probable, pues para ello tenían que estar bastante concentrados, aunque tampoco le veía más explicación. No pasaba nada, acababan de descubrir a Balgros y Freya había empezado a gritar. Seguramente le dejarían en paz... 

La goblin se alejó de los minotauros ganando algo de ángulo de visión. Si idea era clara, en cuanto el carruaje con el clérigo de Zeboim entrase en la zona de silencio, lanzaría sus grilletes de bruma y lo dejaría mudo e inmóvil.

Enrielle permanecía agachada entre las rocas, resoplando continuamente de aburrimiento después de dos largas horas de espera. Se estaba quitando suciedad de las uñas con la punta de una de sus flechas cuando escuchó la carreta, y se agazapó intentando permanecer oculta.

Analizó a los enemigos. Para ella el peor de todos ellos sin lugar a dudas era el clérigo que conducía la carreta. Enrielle temía a los clérigos de Zeboim. Eran extremadamente peligrosos, y tenía muy presente cuando la mataron. A este no le daría la oportunidad de invocar ningún tridente malditos o lanzar relámpagos abrasadores.

Un instante antes de que Freya gritara, la legionaria se irguió y disparó la primera andanada de flechas contra la corpulenta espalda del minotauro clérigo. Estaba bastante lejos pero ella confiaba en su puntería, y una tras otra las flechas alcanzaron el blanco. Convendría atraparlo con vida, pero no se la jugaría otra vez.

Bugambilia estaba sentada en una roca a la sombra de un árbol muerto con la mirada perdida. Había estado arrojando palos para que Bruma Gris los trajese, pero el lobo lo único que hacía era jadear por el calor y no traía ninguno. Había visto a Flechas de Muerte enseñarle cosas, pero no a traer palos. Tampoco servía para nada que trajese un palo, en realidad.

Suspiró y entonces escuchó los gritos de Freya y algunos lamentos.

—Ay Bruma Gris, creo que ya están aquí. ¿Qué deberíamos hacer? Flechas nos dijo que nos escondiéramos.¡Escóndete tú también! — dijo al lobo saltando tras una piedra. 

Bugambilia se asomó con cuidado. El lobo se había quedado quieto con las orejas bien tiesas, alerta ante cualquier ruido.

En cuanto escucha las voces de sus compañeros en vanguardia, el minotauro que cierra la expedición echa a correr hacia las primeras líneas, dispuesto a apoyar a sus camaradas contra el semiogro. Con su enorme clava y tan alto como cualquiera de los minotauros, Balgros tiene un aspecto temible y ninguno de los escoltas de la caravana desean causar baja si pueden abatirle de forma coordinada.

Sentado en el pescante de la carreta, el clérigo de Zeboim azuza a los ogros que tiran de la carreta pero a sus mentes obtusas les cuesta trabajo sobreponerse al sobresalto inicial.

Es entonces cuando las flechas comienzan a llover sobre el desprevenido conductor desde su espalda primero y desde su costado izquierdo después, haciéndole lanzar exclamaciones de sorpresa y dolor.

Valiéndose de su invisibilidad y aprovechando que la carreta no ha retomado su marcha, Kylian abandona su posición bajo el cactus para elevar una plegaria a su dios. Una densa y pegajosa bruma se eleva del suelo, enredándose en las ruedas del carro y en los tobillos de los ogros.

Aunque no puede verle, el minotauro más próximo sí puede escuchar con claridad a la sacerdotisa goblin y comienza a blandir su hacha en un amplio arco frente a sí con la esperanza de alzarla. Sin embargo, la afilada hoja de metal pasa silbando por encima de la cabeza de Kylian sin causarle daño alguno.

Es entonces cuando el minotauro situado en vanguardia embiste contra Balgros con los cuernos por delante y logra atravesar con ellos las defensas del semiogro. Sin embargo, Balgros consigue mantenerse en pie y responde al ataque con un porrazo en la astada cabeza de su atacante. Los compañeros del primero avanzan tras él con mayor cautela tras ver el golpetazo que acaba de recibir.

Viendo que las flechas pasan volando por encima de se cabeza, el segundo hombre-toro que se dirigía hacia Kylian repara entonces en la presencia de Enrielle y saca su propio arco corto para tratar de abatirla. Pero a la ágil legionaria de Acero no le cuesta trabajo alguno esquivar el torpe disparo y la flecha termina haciéndose pedazos tras estrellarse contra la pared de roca a pocos centímetros de su blanco.

Mientras tanto, los ogros tratan de poner nuevamente en marcha la carreta, pero les resulta imposible hacerlo a pesar de los gritos del clérigo. Éste se ha dado media vuelta y, con su medallón dorado entre las manos, señala en dirección al lugar donde se encuentra Enrielle.

Es en ese momento cuando el cielo se cubre de nubes y una auténtica tormenta de aguanieve comienza a caer directamente sobre la exploradora y también sobre Kylian de forma repentina. El suelo congela, anulando por completo su capacidad de ver y también dificultando su movimiento.

El minotauro que ha quedado rezagado junto a los ogros, al ver a Freya disparar también echa mano de su propio arco, pero la magia que protege a la Túnica Roja repele el proyectil sin problemas.

Balgros había parado la cornada del minotauro, sí, pero lo había hecho con su pecho. El golpetazo ocasionado le había dejado sin aliento por un momento y había logrado que emitiera un gruñido de dolor. Pero a diferencia de lo que habría pasado con un pequeñajo, el enorme guerrero, en vez de morir, sonrió.

Maniobrando rápidamente, se quitó al minotauro de encima, buscando espacio para poder hacer girar sobre su cabeza su enorme arma y la gran clava se estampó en su enemigo una y otra vez, con gran contundencia. Un humano hubiera muerto del primer golpe. ¿Resistiría el minotauro tres?

Enrielle se cubrió con su capa maldiciendo. ¡Malditos zeboimitas y maldita la madre que los parió, con sus condenadas tormentas! Por fortuna el pantano la protegía del frío, pero no veía un carajo, y las rocas traicioneras sobre las que se había subido ahora estaban cubiertas de escarcha.

Gruñendo y protestando se agachó bajo la intensa tormenta. Tenía que buscar cobijo en la roca antes de que le cayera un rato o el granizo la descalabrara.

A tientas empezó a palpar las rocas tras ella. Los dioses sabían cuánto podría durar la tormenta, así que lo más sensato era volver por donde había venido. Por desgracia, las piedras se resquebrajaban y deslizaban bajo sus botas. En el primer paso que dió perdió el equilibrio y se precipitó al vacío con un alarido.

El suelo parece ascender a toda velocidad hacia nosotros y el viento zumba en mis oídos mientras Shilara y yo nos lanzamos en una irrefrenable caída en picado.

Con los ojos llorosos a causa de la velocidad y el viento creo ver que ha comenzado a llover por debajo de nuestra posición. No, no es lluvia. ¡Es nieve! ¡Nieve en el desierto!

Si esperábamos que nuestra emboscada pasase desapercibida está claro que no lo hemos logrado. Cualquiera que vea la cortina de nieve cayendo sobre la zona sabrá que algo está pasando aquí. Eso refuerza mi convicción de que tenemos que acabar sin demora lo que hemos venido a hacer y desaparecer antes de que lleguen refuerzos desde Alcázar del Remolino en ayuda de la carreta y sus escoltas.

Cómo de costumbre, en cuanto surgió el primer escollo que dificultaba el movimiento, provocó que en el momento en que Kylian trató de moverse, acabara cayendo al suelo. La goblin, con cierta resignación trató de mantener la dignidad, aunque derribada, empapada y sin ver nada, era complicado. Al menos nadie vio como era derrotada de nuevo por el elemento maldito para ella, el estúpido agua.

- ¡Que rabia! - Se dijo a si misma desde el suelo. 

La batalla se desarrollaba de la peor forma posible. Un caos arcano se desataba a su alrededor, con una tormenta cayendo a la izquierda de Freya, nublando por completo su visión de Enrielle, y una suerte de maligna bruma emergiendo en torno a sus objetivos.

Mierda.

No sabía qué era aquella densa niebla informe, pero no iba a descender a comprobarlo*. El poder de aquellos sacerdotes de Zeboim era sin duda grande. Tensando su arco, soltó de nuevo, apuntando contra el mismo blanco. Balgros luchaba en su esquina contra varios minotauros, pero era un guerrero diestro y curtido, y seguro que se las apañaba. El blanco más peligroso seguía siendo el sacerdote.

Enceguecida por el aguanieve que cae sobre ella escarchando el suelo bajo sus pies, Enrielle trata de buscar cobijo del insistente aguacero pero resbala y se precipita al vacío desde más de cuatro metros de altura. Tiene suerte de aterrizar en la húmeda arena y no sobre un cactus cercano. Allí queda tendida, desorientada y con el agua gélida cayendo sobre ella, empapando sus ropas.

También la sacerdotisa goblin es sorprendida por el repentino y sobrenatural aguacero. Trata de escapar de él y de buscar un lugar resguardado bajo el que protegerse, aunque en campo abierto tal cosa resulte difícil de encontrar. Por desgracia, no consigue llegar muy lejos porque patina en el suelo helado y termina cayendo de culo. Sin embargo, cuando un segundo después su atacante también resbala y cae, puede considerarse afortunada de que el fornido minotauro no le haya caído encima.

Desde su improvisada atalaya, la maga qualinesti continúa disparando sus flechas contra el cochero que tiene debajo. Su puntería notable y su posición estratégica están dando sus frutos, a juzgar por los gruñidos de dolor de su víctima.

Malherido, con la sangre chorreando por su frente y sobre su hocico, el primero de los escoltas de la caravana blande su hacha contra el semiogro. Por fortuna, la contusión en la cabeza le hace asestar un golpe torpe que la encantada armadura de piel de carnero resiste sin problemas.

Balgros retrocede entonces y le asesta un segundo garrotazo, poniendo fin a sus esfuerzos por seguir luchando. Los otros dos minotauros avanzan hacia él con sus hachas también preparadas. El semiogro golpea al primero que se le acerca pero ellos responden atacándole desde el frente y desde su flanco derecho con sus grandes hachas de dos filos. Cualquier otro hubiera caído tras la primera cornada y los hachazos recibidos, pero el formidable coloso todavía se mantiene en pie.

En el cielo, el Túnica Blanca y su grifo negro apenas son todavía un borrón que crece de tamaño a medida que se aproximan a tierra. Pero aún están muy lejos.

En el suelo, la pareja de arqueros minotauros concentran sus disparos sobre la figura de Freya, la única que está a la vista. Pero parece que no se les da tan bien disparar como combatir cuerpo a cuerpo y las defensas mágicas de la transmutadora qualinesti continúan repeliendo un proyectil tras otro.

Pocos pasos más allá, los ogros continúan forcejeando con la niebla sobrenatural conjurada por Kylian. Sorprendentemente uno logra liberarse de ella y, encadenado como está a la carreta, tira de ella con todas sus fuerzas. Su compañero, incapaz de moverse cae al suelo de costado y es arrastrado unos pocos pasos mientras el vehículo, desequilibrado, termina chocando contra el saliente rocoso.
Es entonces cuando el asaeteado clérigo de Zeboim, tras recuperarse del impacto, eleva una nueva plegaria a la deidad a la que sirve y su cuerpo comienza a crecer. Junto con su tamaño, también aumenta su peso y las ruedas de la carreta se hunden en la arena hasta el punto de que al ogro que tira en solitario de ella le resulta imposible seguir haciéndolo.

Kylian trató de arrastrarse para alejarse del minotauro derribado, pero le era imposible. El agua caía con fuerza sobre ella impidiéndole cualquier avance. Por suerte seguía siendo invisible y el minotauro también estaba en el suelo embarrado tratando de ponerse en pie.

- ¡Odio a esos estúpidos zebomitas! - Masculló para sus adentros.

Tras la caída Enrielle se había quedado sin aliento. Movió las manos y los pies, comprobando que estaba viva. Desorientada, dolorida, pero viva. Tosió y trató de incorporarse. ¿Dónde estaría la kender? Debería estar cerca.

—¡Bugambilia, Bruma Gris! — gritó. No veía nada. — ¡Maldita tormenta!

Trató de ponerse de pie, pero la arena se había convertido en un barro lodoso y resbaladizo bajo sus pies que no se lo ponía fácil. Manoteando para no caerse golpeó con el dorso de su mano la pared de roca. Pensó que si la seguía tal vez rncontrara cobijo para guarecerse del maldito aguacero. Si era capaz de ponerse de pie, claro.

Bugambilia se echó para atrás al ver la súbita tormenta que acababa de estallar junto a ellos.

—Oh no, otra tormenta. Qué mal. —se quejó amargamente la kender. Negó con la cabeza —Tu ama debe estar ahí dentro... Seguro que no contaba con eso. Pero cualquiera trepa esas rocas. Deberíamos irnos de aquí o nos lloverá a nosotros también.

Con cautela Bugambilia salió de su escondite. Podía ver a Freya disparando flechas desde las alturas. Flechas de Muerte le dijo que se escondiera, pero tal vez pudiera hacer algo. Al menos asomarse para ver si venían.

Todo se desdibuja mientras Shilara y yo descendemos a toda velocidad hacia el suelo. El viento aúlla y la tierra es una mancha de colores entremezclados.

Tengo la sensación de que la carreta se ha movido, pero tal vez sea solo cuestión de perspectiva.

¿Mis compañeros han acabado con uno de los ogros? Me parece que al menos uno de ellos yace tendido en el suelo y esa sería la mejor noticia. Tal vez todavía haya esperanzas de soltar lo que llevan en esa jaula antes de que lleguen los refuerzos.

Trato de dar ánimos a mi leal montura, pero mis palabras se las lleva el viento.

Acosado como un animal, el experto guerrero ogro sabía que debía de librarse de sus oponentes a la mayor brevedad o la simple superioridad numérica supondría su final. No lo hubiera expresado con esas palabras, claro. Un "demasiados" lo hubiera condensado todo en un santiamén, pero el tema estaba claro. Dos contra uno, cada uno de ellos colocado de manera que no pudiera controlarlos, eran un grave problema táctico.

Así las cosas, Balgros retrocedió un paso, tratando de respaldarse en la dura roca del desierto, manteniendo pese a todo la distancia propicia para poder propinarles unos buenos porrazos a los minotauros. Alzó su gran clava y la bajó con furia, al instante volviendo a alzarla y haciéndola girar en un mortífero arco horizontal.

Si los minotauros lograban librarse de su acometida, estaría en apuros, quien sabe si demasiado débil para seguir atacando. El final de su combate se aproximaba, para bien o para mal...

Freya contempló el prodigio arcano que hacía a su oponente más grande. Sin duda intentaba evitar que el carro se descontrolase, pero eso lo hacía un blanco más fácil. Miró un instante a su izquierda, hacia el sacrílego aguacero que había sepultado por completo a Enrielle. Abajo, Balgros luchaba a muerte con varios minotauros, y ya había derribado a uno de ellos. Se sentía tentada de saltar. Con una cabriola, podría aterrizar junto a aquel clérigo sacrílego, entorpeciendo sus invocaciones. Pero había demasiados oponentes a su alrededor, y sin duda los minotauros serían mucho más peligrosos en la corta distancia. Sus pies bailoteaban inquietos, pero los contuvo.

Aún no, un poco más adelante. ¡Paciencia!

Tensó la cuerda del arco, cambiando de blanco. Si Balgros se liberaba, podrían hacer la pinza sobre aquel clérigo. Disparó con rapidez una flecha, y en seguida otra, hacia los minotauros que acosaban al semiogro. ¿Dónde estaban los demás? El túnica blanca volvía a desaparecer en cuanto aparecía el peligro, y de la goblin no sabía nada, aunque por su última posición quizá estuviese bajo aquel aguacero. Freya soltó, pero sus oponentes estaban muy lejos, y el tiro se perdió en la nada.

Luchando por llevar el aire de nuevo a sus pulmones, Enrielle trata de levantarse del barrizal en el que ha quedado tendida. Lo consigue, ayudándose para ello de la cercana pared desde la que ha caído, pero no encuentra en su irregular superficie ningún refugio para la gélida e incesante lluvia.

Diez metros más allá, aunque bien podría estar a un mundo entero de distancia, Kylian también logra recuperar trabajosamente la verticalidad. Sin embargo, no consigue llegar mucho más allá sobre el resbaladizo terreno que ha comenzado a escarcharse bajo sus pies. La tormenta de aguanieve arrecia con tanta fuerza que ni siquiera es consciente de que el minotauro que había caído a su lado ahora se aleja de ella gateando.

Viendo el acoso al que están sometiendo a su compañero semiogro, Freya opta por cambiar de blanco y disparar a los minotauros que atacan a Balgros. Sin embargo, el temor a alcanzar accidentalmente a su aliado, hace que sus flechazos yerren su blanco.

Acorralado, malherido y acosado, pero no vencido, Balgros blande una vez más su poderoso garrote encantado contra la pareja de minotauros armados. Su arma describe un amplio arco que tumba de espaldas al primero y hiere al segundo. Sin dudarlo un instante, pivota hacia su derecha y golpea de nuevo al único adversario que todavía queda en pie, haciendo que también se desmorone inconsciente.

Para entonces Bugambilia ha abandonado su refugio junto al árbol y avanza seguida de cerca por Bruma Gris. El enorme lobo, grande como un caballo, no se separa de su lado mientras gruñe amenazadoramente con las orejas echadas hacia atrás, preparado para saltar sobre cualquiera que se acerque a la kender.

La pareja de arqueros minotauros tensan una vez más sus arcos contra la maga qualinesti y uno de ellos logra alcanzarla aunque, gracias a sus defensas arcanas, la flecha no le causa más que una herida superficial.

Por su parte, los ogros han vuelto a poner el carro en movimiento. El que había caído de bruces ha logrado levantarse y entre los dos han logrado estabilizar nuevamente el vehículo. Está algo arañado en el costado izquierdo y una de las ruedas traseras ha perdido algunos radios pero todavía se mantiene operativo.

Con su atención dividida entre los disparos que llegan desde arriba, Balgros matando a la mitad de sus guardaespaldas, los ogros poniéndose nuevamente en movimiento y la tormenta arreciando a sus espaldas, el clérigo trata de elevar una nueva plegaria a su diosa pero de sus labios no brota sonido alguno; para su asombro y consternación.