Partida Rol por web

Kylian estaba preparada para el combate, al menos eso creía. Armada con su maza cargó contra el minotauro que estaba acosando a Enrielle. El golpe fue terrible. La maza impactó contra la cabeza cornuda de la criatura y uno de sus cuernos explotó en una nube de astillas. Además, se escuchó un ruido terrible en el interior del cráneo del minotauro. Algo se había fracturado también en el interior de su cabeza. 

- ¡Espero que sea suficiente! - Pensó a la espera de ver si podía ir en ayuda del resto de sus compañeros o bien, si aquel ser todavía plantaría batalla. 

Enrielle se quedó unos instantes desconcertada al ver al minotauro contemplarla con una expresión bovina estúpida. ¿Por acaso no tenían cara de vaca? Enrielle aprovechó la inacción de su oponente y se lanzó contra él dando dos rápidos tajos cruzados, uno de ellos impactando peligrosamente cerca del cuello del embobado minotauro.S

También se preguntaba dónde diablos estaban todos cuando la sombra de Ailaserenth y su grifo cruzó el cielo llevando entre las patas una... ¿jaula? ¡Era la jaula de la carreta! Sonrió. ¡Ya la tenían! Todo estaba saliendo bien, de momento.

Mientras Shilara y yo nos alejamos de la carreta en llamas y del achicharrado clérigo de Zeboim, solo puedo pensar en que ya tenemos lo que vinimos a buscar y en el enorme esfuerzo que está haciendo mi fiel compañera cargando la pesada jaula de hierro. Incluso alentada por mi magia, desnutrida como está, es evidente que tendrá que aterrizar con ella más temprano que tarde.

—Aguanta solo un poco más, ya nos vamos —le pido y le prometo a mi inseparable montura, acariciándole el cuello emplumado y empapado.

Mi atención está puesta en ella, de modo que no me molesto en mirar atrás para ver cómo Balgros y Freya rematan lo que yo ya les he dejado hecho. Si tampoco busco con mi mirada a las desaparecidas Enrielle y Kylian. La curandera goblin es toda una superviviente y en este grupo no hay nadie más apto que mi amiga humana, así que...

¡Amiga humana!, menuda afirmación para un silvanesti.

No obstante, lo que resulta imposible ignorar es al malherido minotauro al que sobrevolamos a baja altura. Las saetas que tiene clavadas en su cuerpo son la constatación de que se las ha visto con Flechas de Muerte y no ha salido bien parado del encuentro.

Pero vive todavía y eso es algo que me dispongo a subsanar. Me digo a mí mismo que lo hago porque está peligrosamente cerca de nosotros y podría dispararnos, herir a Shilara, incluso malograr todos nuestros esfuerzos. Pero me miento a mí mismo, voy a matarlo porque puedo, como los suyos mataron a tantos de los míos y ocuparon Silvanesti porque podían.

Lo hago porque es de justicia, me engaño mientras recito las palabras de mi próximo conjuro.

El caos se desataba a su alrededor. Las llamas de orígen arcano aún ardían en el carro, y su devastación podía verse en derredor. Pero, si ya se vanagloriaban de pensar en una victoria segura, aquel maldito clérigo se aseguró de arrancar de atravesar sus esperanzas con su mortífero tridente, empalando a Balgros en una herida mortal.

- ¡NO! - gritó Freya-bakali, con un gutural sonido que ella misma no reconoció como su voz.

Puede que Balgros fuese un bruto, y que no hiciera caso de la mitad de sus indicaciones, por no decir de ninguna, pero era un miembro de su equipo, y la Guardia del Emperador no dejaba a nadie atrás.

Nunca podrás ayudarle con ese tipo rondando tan cerca.

Tendría que arriesgarse, pues Balgros no iba a disponer de mucho más tiempo. Pero antes tomaría alguna precaución adicional. Agacharse ante semejante oponente y ofrecerle la espalda era una invitación a que la empalasen sin piedad, aún con todas aquellas protecciones traídas por su magia.

Freya pronunció unas breves palabras arcanas, tornándose invisible. Después, comenzó a avanzar hacia el ogro, mientras comenzaba a rebuscar entre sus pertenencias para encontrar las preciadas pociones que podrían salvarle la vida... si es que no estaba muerto del todo.

─¡Ugh! ─dijo simplemente Balgros.

Se había quedado sin aliento. Ni aire. Ni pulmones con los que respirar. Lo que fuera que tuviera de encantamiento aquel arma de tres dientes le había freído por dentro. O consumido. Fuera como fuera, eso era todo lo que pudo decir antes de desplomarse al suelo, los ojos abiertos como platos.

No había habido brutalidad en aquella muerte, había sido más bien una eficiente y precisa letalidad impía.

Desde su escondite Bugambilia escuchó unos crujidos espantosos, y uno de los ogros caer como un gigantesco saco de patatas con la cabeza abierta como una sandía. Luego el minotauro más grande que había visto en su vida, armado con un tridente igualmente grande, arremetía contra alguien.
Se asomó. ¿Quién sería? No creía que fuera Balgros. A Balgros siempre se le escuchaba desde muy lejos dando voces e insultando. Oh no. Pues sí que era Balgros. Esos eran los cuernos del gorro ese de cabra que llevaba en la cabeza. Y lo peor era que estaba frito en el suelo, tras el carro, que ahora estaba en llamas.
—Oh no, Bruma Gris... Otro más para el hoyo. — le dijo al lobo. 
Entonces se le ocurrió que a lo mejor no estaba muerto muerto. Sino sólo un poco muerto. Ya lo había visto antes. Claro que ninguno de los que hubiera visto antes echaba humo por los ojos.

Tenía que ayudarle, pero no tenía ni idea de cómo. Si se acercaba la pincharía a ella también, como a una aceituna. ¿Dónde estaría Flechas de Muerte? Ella siempre sabía qué hacer en estos casos.

—Mejor vámonos de aquí. — le dijo a la bestia tirándole de la cola. El enorme lobo gruñía gravemente, también asustado y tenso por lo que veía.

Antes de que su embobado adversario tenga ocasión de reaccionar, Enrielle blande una vez más su espada encantada y le asesta dos rápidas estocadas que abren sendas heridas superficiales en el fornido hombre-toro.

Es en ese momento cuando la invisible Kylian reaparece, maza en mano y un metro más alta de lo habitual, para golpear por la espalda al infeliz al que Enrielle acaba de herir. El desgraciado minotauro ni siquiera es consciente de la amenaza que se le viene encima y cae de bruces con el cráneo machacado.

Mientras tanto, tras contemplar con horror el eficiente y mortífero ataque del clérigo de Zeboim contra Balgros, la escamosa Freya decide acudir sin demora en auxilio de su compañero "semiogro". Pero antes de rodear la carreta en vuelta en llamas, adopta las precauciones pertinentes para no exponerse a sufrir ella misma una nueva lanzada.

Desde su elevada posición, Bugambilia también ha visto caer a Balgros. Pero, al carecer de los notables poderes de la maga qualinesti para ocultarse, opta por mostrarse igualmente heroica y retroceder con la esperanza de que el enorme minotauro abrasado no se fije ni en ella ni en el gran lobo gris que la acompaña a todas partes.

Sus esperanzas se desvanecen cuando el clérigo de Zeboim, armado con su tridente, mira en su dirección y avanza hacia ella. Pero, repentinamente, desaparece en el interior de una densa nube de humo surgida de ninguna parte.

Ajeno a cuanto sucede a sus espaldas, el Túnica Blanca conjura media decena de proyectiles blanco-azulados que impactan infaliblemente contra el último de los escoltas de la carreta. Sin embargo, en una muestra admirable de fortaleza y entereza física y mental, el minotauro no solo no se desmorona sino que apresta su arco corto para responder los disparos de su atacante.

Pese a las protecciones mágicas tejidas por Ailaserenth, la flecha alcanza a su desprevenida y agotada montura, haciéndola chillar de sorpresa y dolor.

Rebuscando en su mochila, Freya notó el tacto del frasquito de barro que contenía en su interior un brebaje curativo. Se agachó junto a Balgros, separando sus gruesos labios de ogro con los dedos, y vertió en el interior el contenido, confiando en que el ogro aún respirarse. Era cuanto podía hacer por él. Sus capacidades como curandera eran nulas. Después de aquello, le dio una palmadita a Balgros, y se incorporó, presta a seguir a aquel maldito clérigo. Sin embargo, todo lo que alcanzó a ver fue una nube de humo espeso que le bloqueaba completamente la vista.

- ¡Acaba con ese! - Le dijo a Enrille señalando al minotauro que se estaba peleando con los captus. - ¡Voy a ayudar al resto! 

Dicho aquello, la goblin se concentró para disipar la zona donde había situado los griilletes de bruma y acto seguido inició la carrera hacia el carromato. Balgros había hecho una buena matanza, pero todavía escuchaba ruidos de escaramuza en la otra zona dónde se estaba desarrollando la emboscada. Estaba convencida de que las saetas de Enrielle podrían dar muerte al último de los cornudos sin demasiado porblema. Más, cuando éste se encontraba bajo el influjo de un conjuro de confusión.

—¡Kylian! ¿Cuándo has crecido tanto? — exclamó al ver aparecer de repente a la sobredimensionada goblin para rematar al minotauro atolondrado. Miro hacia el que le indicaba su amiga. —Yo me encargo.

Envainó su espada mágica y se movió unos pasos hacia su izquierda, sacando luego una flecha de su ya bastante escaso carcaj. Tensó con fuerza su arco compuesto y disparó la flecha a la espalda del minotauro mientras este intentaba abatir a Ailaserenth.

—Oh no. Nos ha visto. A correr. — le dijo al lobo dándole un fuerte tirón del rabo a Bruma Gris antes de salir disparada en la dirección opuesta.

El grito de dolor de Shilara me duele más que si hubiera sido yo quien hubiera recibido el disparo. ¡¿Cómo se atreve?!

Estoy a punto de dispararle una nueva y fulminante andanada de proyectiles mágicos cuando el desgraciado se desploma de bruces con una flecha clavada en la espalda. Alzo la vista, veo a Enrielle y sonrío.

Odiaría a cualquier otro que me hubiera arrebatado a mi víctima, pero es un alivio para mí constatar que está viva y bien. Incluso aunque me haya arrebatado la posibilidad de llevar a cabo mi justa venganza.

Mi sonrisa se borra al reparar en que Kylian también está ahí.

—¡Volved al refugio y ocultad vuestras huellas para que no os sigan! —le grito a la pareja, seguro de que nuestra labora aquí ha terminado.

A estas alturas Balgros y Freya ya deben haber terminado con el clérigo de Zeboim, al que dejé muy malherido. Dudo mucho que hayan respetado su vida para poder interrogarlo.

La pobre Shilara apenas puede mantenerse en el aire debido a sus heridas, su desnutrición y la pesada carga que sostiene entre sus garras de águila. Cuando la magia con la que compenso su debilidad se desvanezca, tendremos problemas para llevar nuestro botín a ningún lado y no pienso arriesgarme a perderlo otra vez a manos de los minotauros. Ya me han quitado demasiadas cosas.

—Os encontraré —prometo a mis compañeras, que a estas alturas ya deben ser conscientes de que siempre cumplo mi palabra.

A continuación, dirigiéndome a la criatura que forcejea en el interior de la jaula añado en lengua Común, sin saber si me comprende o no:

—Cálmate, voy a ponerte a salvo, donde ningún minotauro pueda ponerte sus manos encima de nuevo jamás.

Sin esperar una contestación ni por parte del cautivo, ni de mis compañeras, comienzo a pronunciar las palabras de mi próximo conjuro. Uno que me deja exhausto pero que bien vale el sacrificio que tengo que pagar.

En mi imagen se dibuja con claridad un patio con fuentes multicolores y unos grandes portones de madera labrada al final de una escalinata de mármol. La entrada de Villa Rosad.

Freya levantó la vista, oteando un instante en derredor suyo. Aquel sol abrasador le cegaba los ojos, pero alcanzó a ver la figura renqueante de la maliciosa goblin a un lado de aquel requiebro del camino. No veía a Enrielle por ninguna parte, solo la tormenta. Tampoco se veía al fugaz túnica blanca, el cual parecía especialista en desaparecer en cuanto asomaba cualquier peligro. El mundo se movía lento como jalea a su alrededor. Trató de llamar a gritos a sus aliados, pero no era capad de oír su propia voz, y tampoco le llegaba ningún sonido del exterior. El camino de retirada estaba cortado por aquella extraña y maligna niebla, y el de avance ocupado por un humo denso que había engullido al clérigo de Zeboim. ¿Qué eran aquellos sortilegios? Freya estaba segura de haber oído a su maestro hablar de arcanos de ese tipo, pero no lograba recordar los detalles.

Maldita sea Freya, tendrías que haber prestado más atención a tus estudios.

¿Seguirían al otro lado la kender y el lobo? No estaba segura, pero no podía abandonarles. Igual que ya no podía hacer mucho más por aquel desgraciado ogro.

Se puso en pie, y avanzó, dirigiéndose hacia la densa nube de humo. No pretendía introducirse en ella, pero, si algo la abandonaba, necesitaba saberlo. Al poco de echar a correr, notó que el sonido volvía a sus oídos. Avanzó en aquel mundo de jalea, probando su propia voz.

- ¿Hola? - se sintió un poco estúpida al oírse, pero recobró la energía - ¡Balgros ha caído! - gritó - ¡Bugambilia! ¿Sigues ahí? ¿Dónde está el sacerdote?

Sus gritos desvelarían su posición, pero necesitaba comunicarse. Los escoltas no eran rival para aquel grupo de homicidas descontrolados. Tenían que reunirse y aprehender a aquel clérigo maligno.

- Mierda... - Masculló entre colmillos afilados la goblin. 

El conjuro de los grilletes de bruma, todavía permanecería un tiempo impidiendo el paso a través de toda el área que albergaba. Por ello, Kylian hizo lo único que podía hacer. 

La sacerdotisa corrió hasta uno de los cadáveres de minotauro. Al que había arrebatado la vida de un mazazo y acto seguido invocó el poder de su dios para tratar de detectar si portaba algo mágico encima. Luego lo registraría en busca de algún objeto valioso y principalmente, de algún documento o carta que pudiera arrojar algo de luz al asunto, aunque lo cierto era que no tenía muchas espero de hallar nada deo segundo. Al fin y al cabo, aquel no era más que el peón de otro peón de mayor graduación dentro de la organización militar que había invadido aquella parte del Imperio.

Enrielle se quedó mirando el punto donde Ailaserenth y su grifo habían desaparecido.

—Bien, pues vámonos. Bugambilia tiene que estar al otro lado. No iré a ningún lado sin ella, pero esa niebla tuya no nos va a dejar pasar. ¿Es que no puedes hacer que se vaya? — preguntó impaciente al ver que su amiga goblin manoteaba al aire sin que pasase nada.

Tenía que pasar de algún modo. Miró de nuevo la pared de roca y tuvo un escalofrío muy intenso al pensar en treparla. Negó con la cabeza, dio media vuelta y se encaminó hacia el otro promontorio de piedra, bordeando la niebla atrapadora y pasando de largo de Kylian. 

—No podemos perder tiempo. Voy a cruzar trepando por allí, Kylian. — indicó.

No tardó en ver la carreta en llamas y los voluminosos cuerpos tendidos y aceleró el trote. Contó tres, y a través de las llamas y las ruedas de la carreta creyó ver que uno de ellos tenía unos cuernos retorcidos que le resultaban familiares y no parecían de minotauro.

Entonces escuchó un grito lejano, ronco y un poco siseante. Llamaba a Bugambilia e informaba de que Balgros había caído, lo que hacía que sus sospechas se materializaran definitivamente, notando una punzada de temor en el pecho. Por eliminación debía ser Freya, que algún conjuro había alterado su voz. O eso esperaba.

—¡Mierda! ¡Kylian creo que veo a Balgros tendido! ¡El sacerdote no está! Esto no va bien... — alzó la voz —¿Eres tú Freya? ¡FREYA!

Bugambilia se detuvo un instante para mirar atrás. ¿Quién la llamaba con esa voz? No la reconocía, pero a su mentora llamando a gritos a Freya sí.

—¡No, no lo veo y no estoy! — respondió también a gritos a la voz desconocida—Ay Bruma Gris, ¿qué hacemos?

En un esfuerzo por llegar hasta su montura y hasta Bugambilia, Enrielle busca un modo de rodear la antinatural niebla que se eleva medio metro desde el suelo. No sabe a ciencia cierta que es Kylian quien está detrás de ella, pero sospecha de la sacerdotisa goblin porque está entre la clase de cosas tras las que Kylian siempre resulta estar detrás.

Haciendo caso omiso de las protestas de la legionaria de Acero, Kylian se da media vuelta y comienza a registrar a su última víctima. La criatura está pertrechada con una coraza de acero, un hacha de dos hojas y un arco corto; pero si entre sus pertenencias hay algo mágico, Chemosh no se lo revela.

Tras constatar que Balgros no vuelve en sí, la invisible Freya echa a correr camino adelante temiendo que el clérigo de Zeboim haya escapado. Si es así, no se le ve huyendo por ninguna parte. Así que o se encuentra ya muy lejos, o está todavía acechando en el interior de la nube de humo, o persiguiendo a la kender y al lobo, a los que ya no ve al otro lado de la negra humareda.

Por su parte, a Bugambilia y a Bruma Gris no les queda más remedio que frenar su carrera al toparse con una insalvable muralla natural de cactus y chumberas. A menos que quieran intentar atravesarlas, las alternativas son volver por donde han venido o dejarse caer barranco abajo los nueve o diez metros que las separan del nivel donde se encuentran Kylian y Enrielle.

Enrielle se quedó quieta, escuchando. 

—Esa es Bugambilia. — puso las manos a ambos lados de la boca para hacerse oír —¡Bugambilia, aquí! Kylian, maldita sea, deja al muerto y mueve el culo. ¡Pero antes cógele las flechas, que siempre voy justa! 

Y dicho eso se colgó el arco a la espalda, dio un par de patadas a un cactus para apartarlo y se intentó encaramar de un salto a la pared rocosa. Chocó con el maldito cactus, pinchandose las manos en el proceso y casi cayendo a las malditas nieblas.

—¡Aargh! ¡Estúpida chumbera! —se enfadó con la planta, dándole otra patada.