Partida Rol por web

Apoyada en la pared rocosa, por fin de pie, Enrielle intentó avanzar a duras penas sin separarse de ella. El aguacero azotaba sus ropas y le impedía ver sus manos siquiera. La pared que le servía de guía era tan sólo una sombra oscura, al tacto rugosa y tan empapada como todo lo demás.

Y Kylian volvió a caer de bruces al suelo. 

- Los dioses de la tormenta me odian... - Se dijo a si misma totalmente desmoralizada. - Tengo que hacer algo para cambiar esto en el futuro... - Resopló mientras el chaparrón seguía cerniéndose sobre ella. 

Bruma Gris seguía fielmente a Bugambilia, que avanzaba por la arena trabajosamente.

—No veo a nadie, Bruma Gris... — decía al lobo estirando el cuello para asomarse. Desde que la Legionaria los abandonase en la ciénaga se había acostumbrado a hablar con él cuando se quedaban solos.  —¿Estarán ya todos muertos? Espero que no nos hayamos quedado solos otra vez... Oh, allí creo que está Balgros, detrás de los árboles. Parece que está vivo, menos mal. Vamos.

Siguió avanzando. Se paró un par de veces para escuchar si se acercaba alguien, pero no oyó nada de nada. Por eso se sobresaltó cuando después de andar varios segundos vio que al otro lado de las piedras había un ogro mucho más feo y sucio que Balgros, que ya era decir, tirando a lo bruto de algo pero sin hacer un solo ruido.

Balgros luchaba con gran violencia, habiendo logrado sacudirse de encima a tres enemigos, que ahora yacían muertos. Freya no podía menos que asombrarse ante tal despliegue de brutalidad, aún frente a unos adversarios que eran famosos por ser igualmente feroces. Cubierto de sangre como estaba, a Freya le resultaba imposible saber si esta era solo de sus enemigos, o también suya.

La qualinesti se apartó un momento, notando cómo una flecha le rozaba el brazo. Se había despistado contemplando al ogro. Maldijo entre dientes, al ver que el carro se ponía en marcha de nuevo. Había confiado en que se quedase donde estaba, pero era evidente que no lo haría, tendría que descender e interceptarlo, pero en el camino de bajada aún sería vulnerable a las flechas de sus enemigos. Comprendiendo que las suyas difícilmente podrían causar un gran impacto en la batalla a esa distancia, Freya se preparó, formulando unas palabras arcanas, al tiempo que su piel adoptaba un color verdoso, y su rostro tomaba la forma de un lagarto.* Tras hacerlo, comenzó a caminar agazapada sobre las rocas, avanzando hasta el borde de las mismas, para tratar de saltar sobre el carro e interceptarlo.

─¡Ey, loqhe jaqinaka, jichhax autot jaytapxam jan ukax jiwayapxäma! ¡Nayax kimsa toro jaqiruw jiwayawayta! ¡Jumaw jutïrin utjäta!¹ ─exclamó en ogro el "semi-ogro". Su acento, aunque sus compañeros no lo supieran, era perfecto, no el de alguien que había aprendido el idioma de los ogros o el de alguien no dotado de su capacidad para decir cosas guturales sin escupir flemas.

El carro volvía a avanzar y el terreno y la vegetación del desierto bloqueaba su carga, así que debía avanzar él también para no quedarse demasiado atrás y poder actuar contra el zeboimita. Pero antes era de esperar que otro de los minotauros se abalanzase contra él. Eran tozudos como animales y, azuzado por su líder, sería enviado al matadero.

Balgros le hizo una seña al minotauro para que se acercara, mientras él hacía lo propio². Le recibiría, como ya había hecho con sus compañeros, con un mazazo. O peor. Le golpearía hasta quedar irreconocible, rompería su esqueleto como una ramita hueca. Pagaría por el daño que le habían hecho. El semi-ogro estaba canalizando su enfado, su dolor, su furia. El minotauro no toparía con un "simple" ogro, lo haría con uno furibundo...³

Me equivocaba al pensar que mis compañeros habían tenido éxito en detener la carreta. Lamentablemente, apenas han conseguido demorarla unos segundos y, haciendo caso omiso de mis indicaciones, no hay niniguno para tener su avance. O la paramos Shilara y yo, o se marchará sin que nadie pueda detenerla. Una vez más, como siempre, todo depende de mí.

Acostumbrado como estoy a lanzar conjuros a lomos de mi leal compañera, el brusco aterrizaje no interrumpe el lanzamiento del conjuro cuyas palabras ya he comenzado a recitar antes incluso de tocar tierra.

Era imprescindible no llamar la atención pero esa es una batalla que ya hemos perdido con la aparición de la tormenta, así que no tiene sentido seguir dosificando mi poder en aras de la discreción.

Interponiendo nuestros cuerpos en el camino de la carreta, conjuro una explosión ardiente a los pies de los ogros que tiran de ella, decidido ya no ha detenerla sino a reducirla a cenizas si es preciso.

Bajo el incesante aguacero y con la inestimable ayuda de la pared de roca que tiene frente a sí, Enrielle va poco a poco ganando metros sin encontrar en su recorrido un saliente bajo el que parapetarse de la lluvia helada.

Sin embargo, Kylian lo está pasando incluso peor que la legionaria de Acero. Sin un apoyo que la sostenga, la infeliz sacerdotisa termina dando con sus huesos en el suelo una vez más al tratar de buscar refugio en un lugar donde sabe que no los hay.

El cuerpo de la maga qualinesti comienza entonces a cubrirse de gruesas escamas y a cambiar hasta adoptar la apariencia de un bakali, que avanza con paso seguro por la estrecha repisa rocosa en un intento de aproximarse a la carreta en movimiento.

La transformación de Freya es respondida con nuevos disparos de los arqueros minotauros, pero los que no fallan se estrellan inútilmente contra su escamosa piel y las defensas arcanas interpuestas por ella.

Ensangrentado y colérico, Balgros decide tomarse su tiempo y que sean sus enemigos quienes continúen acudiendo a él. Sin embargo, después de ver cómo destrozaba a tres de sus compañeros, los minotauros prefieren seguir probando suerte con sus flechas que enzarzarse en combate cuerpo a cuerpo contra él.

Con su atención puesta en la batalla que tiene lugar varios metros más abajo, Bugambilia no repara en lo que se precipita a toda velocidad desde el cielo hasta que Bruma Gris aúlla sobresaltado.

De las alturas descienden no uno sino nueve elfos silvenesti ataviados con impolutas túnicas blancas a lomos de otros tantos impresionantes grifos negros, levantando una enorme polvareda al hacerlo.

Las oscuras bestias, mitad león y mitad águila, forman un compacto grupo que se interpone en el camino de la carreta tirada por los encadenados ogros. Y sus jinetes élficos, coordinados como uno solo, gesticulan al unísono para concentrar sus fuerzas una ardiente bola de fuego que estalla con tanta fuerza que desintegra a dos de ellos junto con sus respectivas monturas.

La deflagración impacta de lleno en los esclavos ogros y engulle al vehículo del que tiran con tanto esfuerzo junto con su corpulento conductor. Sin embargo, contra todo pronóstico, la carreta emerge de entre las llamas tirada por los dos poderosos brutos. El de la izquierda presenta graves quemaduras, pero el de la derecha tiene el rostro completamente calcinado hasta el punto de que se le ve el cráneo. Aun así, contra todo pronóstico, ambos continúan con vida. Si es que se le puede llamar vida a su estado.

El clérigo de Zeboim también ha sufrido los evidentes estragos del fuego. El fuego ha devorado buena parte del pelo que recubría su cuerpo, dejando calvas ampolladas en varios sitios. Su túnica verde ahora no es más que cenizas, dejando a la vista la ennegrecida coraza que llevaba debajo.

Con la parte delantera del carro en llamas, el zebomita salta del vehículo en marcha y eleva a su diosa una furiosa plegaria. En respuesta directa a su petición de auxilio divino, una fuerte granizada se precipita desde las alturas y cae directamente sobre el grupo de sorprendidos jinetes élficos.

Por fin, Kylian logró ponerse en pie y mantener el equilibrio para tratar de avanzar bajo el terrible aguacero. Recordaba que a su espalda estraba la pared del cañón y que a su izquierda estaba uno de los minotauros. Por ello, trataría de avanzar hacia la zona sur. Poco a poco avanzó, no sin dificultades y arrastrándose hasta salir de la zona lluviosa. 

Una vez protegido de la tormenta, pudo ver con claridad, como dos minotauros se encontraban junto a él, armados con arcos y disparando contra la zon rocosa. Kylian lo tuvo claro... agarró tres cáscaras de nuez que portaba en uno de su sempapados bolsillos y se preparó para desplegar una plegria.

- ¡Oh Chemosh, confunde sus mentes! - Imploró.

─¡Ogresos ukanaka! ¡Minotauro ukar atacañamawa jan ukax sayt’añamawa ukat nayax qhispiyapxäma! Ukampis jan sayt'käta ukhax...!¹ ─exclamó nuevamente el semi-ogro hacia los "bueyes" del carromato.

Pero esas palabras fueron pronunciadas aceleradamente, puesto que el enorme guerrero tenía otras preocupaciones en mente. Como ese minotauro que no se acababa de decidir a venir a por él. Eso le sacaba de quicio. Un guerrero preparado, de un tipo famoso en todo el continente, y que se contenía por precaución. ¿Cómo dejaba eso a los suyos? ¿Quién tendría miedo de ellos si otros se enteraban de su comportamiento?

Pero daba igual, su secreto se iría a la tumba con él. Salvo que a Balgros le diera por soltar la lengua en tabernas y demás, aunque cabía la posibilidad que la propia fama de los minotauros como temibles guerreros hiciera que el semi-ogro quedase como un fanfarrón.

Así, la potente musculatura del furioso guerrero se tensó y salió disparado como una flecha hacia el minotauro, que se había quedado quieto como un pasmarote, incapaz de atreverse a acudir a su cita sangrienta por su propia pezuña pero también de ponerse a salvo. Y aquella flecha pesaba más de un cuarto de tonelada y portaba una clava de la altura aproximada de un hombre alto. El choque no iba a acabar bien, fuera como fuera.

Freya veía ya muy cerca al líder de los zeboimitas. Tenía que llegar hasta él. Siguió avanzando, impaciente, y acabó por pisar donde no debía. Resbaló, y se detuvo en seco. Casi había alcanzado a su objetivo, pero un paso en falso podía acabar por descalabrarla.

Enrielle continuó deslizándose con dificultad por la pared, palpando para encontrar alguna covacha hasta que, como si cruzase una cortina, la tormenta pareció cesar. Con el cabello y sus ropas empapadas y chorreando, Enrielle intentó quitarse el agua de la cara con la mano. Se sobresaltó pegándose a la pared. No, la lluvia seguía atronando tras ella, pero ante ella, a poco más de metro y medio, estaba uno de los amenazadores minotauros que escoltaban la carreta.

Antes de que la bestia se arrojase sobre ella con su hacha, la legionaria sacó dos flechas con un veloz movimiento entrenado, las colocó en el arco y disparó se las disparó a bocajarro, enterrándose profundas en la carne.

—Ay, no... — murmuró Bugambilia. Una vez más se encontraba metida hasta el cuello en el peligro.

El lobo aulló, y la kender miró hacia arriba para ver a buen un montón de señores elfos precipitarse al suelo a una velocidad vertiginosa. Y encontes, antes de que pudiera hacer nada más, algo estalló delante de ella. El aire caliente la empujó hacia atrás y creyó que se le quemarían las pestañas.

Cuando abrió los ojos y comprobó que aún estaba viva, corrió a resguardarse en la ladera rocosa por si algo explotaba otra vez. Allí, agazapada y con la respiración acelerada, entrelazó sus pequeñas manos para implorar a algún dios que estuviera pendiente de aquello.

—Dioses, no se a cuál de todos vosotros pedírselo, pero por favor, si alguno está escuchando ayudadme y no permitáis que ni Bruma Gris ni yo explotemos como los ogros, porque con lo pequeña que soy directamente saldría volando o incluso me desintegraría.

El lobo ladraba poderosamente y gruñía, interponiéndose fielmente entre los ogros y la pequeña criatura a la que su desconsiderada ama le había ordenado proteger.*

Confiaba en que nuestro majestuoso aterrizaje y la posterior explosión pondría fin a cualquier resistencia por parte de los minotauros, pero no solo no ha sido así, sino que ahora somos Shilara y yo quienes nos vemos en una difícil situación.

Cara a cara frente al clérigo de Zeboim y los intimidantes ogros, con bolas de granizo grandes como puños cayendo sobre nuestras cabezas, no me queda más remedio que instar a mi montura a alzar el vuelo nuevamente.

—¡Arriba, Shilara, arriba! —insto a mi leal compañera—. En tierra estamos demasiado expuestos.

El aire de se escapó de los pulmones de Enrielle ante la acometida del minotauro, que incluso la levantó del suelo. Con su mano libre se había agarrado a una de sus astas, pero la otra se clavaba dolorosamente en su vientre, por fortuna sin atravesar la cota de mallas.

Dio un par de rodillazos al morro del minotauro, que al retroceder entre bufidos permitió a la legionaria liberarse. Cuando sus botas volvieron a pisar tierra firme echó mano a su espada larga, aprovechando el movimiento semicircular del desenvainado para darle un tajo de revés a su oponente. Por desgracia el movimiento fue demasiado torpe, casi escapándosele la espada en el proceso. Se recompuso como pudo y, en guardia, dio un paso a un lado.

El mundo se volvió un infierno de llamas que lamieron la dura piel del semi-ogro causándole estragos y un dolor indecible.

─¡Uarrrgh! ─gritó de dolor, pero por mucho que gritara aquello no lo mitigaba.

Rabioso, adolorido como pocos podrían soportar, Balgros emprendió una carrera destructiva en pos del clérigo de Zeboim que le había causado aquellos daños. Cegado por el sufrimiento de su piel llena de ampollas, arremetió contra el objetivo más cercano, que resultó ser un ogro. Algunos metros más allá estaba su verdadero objetivo, pero su rabia se cobraba víctimas allí donde condujera al enorme guerrero del Vendaval.

Bruma Gris gruñía al minotauro medio tostado con el pelo del lomo erizado mientras Bugambilia se asomaba entre sus patas. ¿Qué podría hacer mientras los grifos remontaban el vuelo y el granizo dejaba de granizar? Pues seguir rezando.

—Por favor dioses, el que sea, protegedme, que llevo mucho pasado ya...— gemía retomando sus plegarias.

Recuperando pie, Freya tomó aire un segundo, inspirando a fondo.

Vamos Freya, tú puedes hacerlo. ¿Cuántas verjas más altas que esta has saltado en tu vida?

Comenzó a dar pasos cortos pero firmes, aproximándose al borde del barranco. Con cada nuevo palmo que le ganaba al terreno, su confianza aumentaba. Mantuvo la vista apartada de la batalla por un momento, cubriéndose instintivamente el rostro cuando una deflagración estalló ante ella. Solo entonces miró. El orígen de la explosión no estaba claro, pero las llamas abrasaban a los ogros, así que supuso que era fuego aliado. Sus suposiciones se confirmaron al ver a Ailas remontar de nuevo el vuelo. ¡Valiente ataque!

De acuerdo, el grupo necesita a alguien hábil en primera línea. ¡Esa eres tú! Ya estás muy cerca, piensa en Markham, estará orgulloso...

Orgulloso del desastre de emboscada que habían preparado, seguro que no. Pero su señor no tenía que conocer todos los detalles.

Llegó al borde, y comenzó a descender rápidamente.

Aunque no hay un solo minotauro al que no quisiera dar muerte por mi mano, soy consciente de que no estamos aquí para saciar mis deseos personales de venganza.

El éxito o el fracaso de esta empresa se encuentra abandonado en la carreta en llamas y temo que nos alcemos con una victoria pírrica si acabamos con todos sus guardianes mientras dejamos que arda hasta consumirse por completo.

Así pues, haciendo un gran esfuerzo por mantener la cabeza fría a pesar de la situación, insto a Shilara a volar hacia la jaula y tratar de apresarla entre sus garras. Soy consciente de que está debilitada por el hambre y el granizo, pero confío en que mi magia la sostenga como ella me sostiene a mí.

Tendrán que ser mis compañeros quienes terminen lo que hemos empezado mientras Shilara y yo ponemos a salvo la valiosa carga que transportaban nuestros enemigos.

- ¡Oh Chemosh, otorgarme el poder de la divina justicia! - Imploró a su dios patrón. 

No podía combatir con el tamaño ridículo que tenía en su actual forma, ni tampoco con sus escasas habilidades de combate. Necesitaba cierta ayuda divina para poder ser de utilidad. Acto seguido avanzó hacia Enrielle todo lo que sus cortas piernecillas le permitieron le permitieron.